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Te agota. Te deja vacío. Te encoge… a veces te suprime. Te convierte en marea obligada a subir, bajar y volver a la orilla. Te aniquila otros pensamientos.
Te sacude, te hace tiritar y desvariar… Te confunde los horizontes y las perspectivas… te electriza. Te engulle, te regurgita… y , sin embargo, vuelves a por más sin esperar remedio.
Hace que un mundo entero te resbale sobre los hombros y que un guiño amable te arañe las pupilas. Te deja pequeño, en un rincón, esperando castigo… y te hace enorme, te agranda las ansias… te hincha… hasta que sales volando con tus divagaciones… hasta que tocas el suelo y queriendo rendirte… te levantas para reiniciar batalla.
Te condena y te absuelve… te disuelve. Se ríe en tu cara y te hace cómplice de la ironía.
Es un ahora sí, ahora no… ahora nada… quizás luego… o nunca.
Un grito contenido en la garganta esperando salir sin encontrar el momento. Un temor delicioso, un palpito dulce… un mordisco amable… uno de esos dolores inevitables. Un ardor insoportable.
Te irrita… se te clava. Te anula…
Es un caer y levantarse para volver a caer y notar el escozor de las heridas en las rodillas. Un decir “nunca más” y saber que mañana regresas a ese baile sin pausa. Sin control. Sin medida. Sin voluntad.
Es un golpe seco en la mandíbula. Un rayo que te atraviesa en canal y te deja mustio y deshidratado… un remolino de hojas secas imparable que te arrastra.
Y también te hace salvaje y hermoso. Te revuelve las entrañas y las coloca en su sitio. Te acaricia, te aviva… te estremece y deja loco… te busca y te encuentra. Te renueva las ganas y se come tus penas. Te devuelve los años, te agiliza las horas… te hace elástico y sublime. Te regala sueños. Te convierte en pájaro y te coloca en un trapecio. Te hace un dios diminuto que implora el rezo. Te transforma en pez desesperado que busca contracorriente un destino distinto, sujeto a un cauce que le queda pequeño.
Hace que no seas ni rico ni pobre, ni esclavo ni dueño, ni joven ni viejo… Hace que vuelvas a nacer y que todo el aire del mundo se comprima en tu pecho.
Te regala la vida, te esconde los miedos. Te da la fuerza para subir a cualquier cima y poder caminar sin tocar el suelo.
Te cura las pequeñas señales del tiempo, las heridas y los surcos diminutos en la piel que marcan tus batallas. Te borra los sustos y las ojeras. Te esculpe el cuerpo a bocados. Con su dedo índice te cuenta las pecas. Te bebe las lágrimas. Te llena de sueños. Te devora los complejos.
Una de esas rarezas únicas que cuando suceden hacen que se detenga el tiempo y que nada más ya tenga sentido.