Primero fue el bostezo. Luego, una sensación de languidez que le aflojó la mandíbula, le cerró casi casi los ojos… le tendió las manos dormidas. Y cuando estaba a punto de caer rendida, cuando ya no se notaba los dedos ni era capaz de regir su cuerpo… una fuerza intensa hizo que despertara. Abrió los ojos de manera súbita. Un hilo de terror le cosió la espalda. Un escalofrío, que al final, quemaba. Se dio cuenta de que casi se había sumido en un sueño profundo, una fuerza avasalladora e inmisericorde. Había sido un pedazo de vida largo, sin conexión, sin sonido, sin nada. Nada, esa era la palabra. La nada lo definía todo y lo vaciaba.
Mientras ella dormía no se había dado cuenta que la vida se le escapaba. Ante si habían desfilado caras tristes, caras enrojecidas, caras atomizadas… caras hinchadas… miles de caras con mensajes escritos en la mirada, suplicando sus respuestas, sus palabras… pero ella dormía o casi, casi parecía muerta. Estaba en una vigilia arrebatadora, sumida en una especie de sopor que todo lo engulle… que todo lo devora… y cansada, exhausta, cubierta de capas de aburrimiento, desgana, cubierta de escamas de miedo… como un pez minúsculo perdido en la arena, rendido a un sol enorme y saciado de sal, después de haber dejado de suplicar agua. Ya no suplicaba.
Había acumulado desánimo en cada uno de sus pliegues, en sus cicatrices, en todo su pequeño cuerpo abatido por la rutina.
Ahora se encontraba. Se notaba. Se oía, pero no se reconocía ni la cara, ni la voz, ni los arañazos de las manos pálidas y mórbidas. Se daba cuenta, estaba despierta y estaba viva.
Mientras dormía, habían pasado trenes con destinos distintos. Algunos llevaban muy lejos, otros demasiado cerca. Otros parecían tener un destino pero estaba equivocado… cada uno cargaba una historia, una elección, una moraleja.
Mientras dormía, se le había acabado la risa y la había sustituido por una mueca tonta, acompañada de un sonido gris y casi metálico que ahora recuerda como algo ridículo…
Mientras dormía, su piel suave y fina, se había enmohecido, estaba apagada y sin brillo. Y sus ojos de gata salvaje, parecían ahora de los de un roedor huidizo y remolón… dos puntos oscuros y diminutos. Con una mirada vítrea y escarchada. La mirada que tendría alguien que fuera de fieltro y tuviera emociones secuestradas, un muñeco.
Mientras dormía, su entorno había cambiado el rostro. Su casa estaba más vacía y su ciudad era ahora más grande. Cuando caminaba por sus calles buscando miradas amigas, encontraba agujeros vacíos y sin vida, máscaras tristes, bocas retorcidas… Había perdido abrazos y besos, muchos besos, y palabras… mientras dormía. Le dolía mucho haber perdido palabras mientras había durado ese letargo voraz, porque ella las adoraba, las necesitaba. Había vaciado memoria, borrado recuerdos…
Se encogía ahora en un rincón, con el peso de la pérdida sobre las espaldas… mira alrededor y gemía, lloraba.
Un zumbido atronador le quemaba los oídos y notaba como todo su cuerpo de oruguita cansada despertaba. Muda la piel.
Ahora poco importa dónde fue a parar la risa perdida y las historias olvidadas. Se da cuenta de que es capaz de escribir historias nuevas y encontrar nuevas carcajadas… si se toca la cara, en ella ya se dibuja lo que podría convertirse en el arco de una sonrisa. Nota el calor en las mejillas y un destello de vida atraviesa sus ojos de ámbar. Se siente los dedos de los pies. El cabello en la nuca.
Ahora se escucha la voz y grita. El pez diminuto, quemado en la arena, ha sido recuperado por una ola y se arquea en el agua.
Poco importa que durmiera tanto, si ahora está despierta y ha sido capaz de volver a la vida, después de permanecer casi fosilizada.