Justo cuando iba a desmontarse y caer y ya notaba como se le evaporaba la piel… le llegó una palabra. Más tarde, otra. Las había escrito y notaba que ya no eran suyas, que habían quedado expuestas al mundo, separadas de ella abruptamente para el resto de sus días. Había engendrado dos palabras, una tras otra, y las había cedido para siempre. No le pertenecían pero eran su esencia, eran más ella que ella misma. Le volvió la sonrisa, en forma de araña, de mueca inexperta y neonata.
Dos palabras sólo…. pero lo eran todo. Las releía, las miraba con recelo. Le parecían cortas, arítmicas, vulgares… comunes… y maravillosas. No eran más que dos palabras que formaban un mensaje corto, etéreo, escrito sin mucho atino pero con ganas. Un rezo, una súplica. Eran, sin embargo, un mensaje que se convertía en brújula, en recuerdo, en el vapor que desprende un susurro… algo a lo que sujetarse y levantar el ánimo, algo para reconstruir de nuevo su rostro desgajado por las lágrimas. Ahora podía recolocarse las entrañas y levantarse poco a poco y seguir. Le devolvían el latido a las manos y se notaba los dedos, se acariciaba los brazos mientras se miraba con las esquinas de unos ojos que cobraban vida. Había escrito sus primeras dos palabras en siglos. Y sabía que iban a reproducirse y llamar a otras y convertirse en historia. Sabía que las palabras son imparables, que se juntan con otras palabras y crean pensamientos, que los pensamientos son obras, son vida. Que los pensamientos generan realidades y se convierten en materia.
Dos palabras y ya notaba como el suelo era de fuego y el aire le quemaba la cara. Ahora ya no era espuma, era agua. No era arena, era roca. Se sentía sólida y liberada. Ya esbozaba en su mente otras palabras, le salían a borbotones por los poros de la piel, se le escapaban de entre los labios, salpicaban las teclas con sus dedos ávidos de historias… escribía y devoraba formas, vidas, rostros que habían permanecido dormidos en sus neuronas esperando ser descritos, salir al mundo, estar vivos. Tenía cientos, miles, millones de palabras metidas en los pliegues de su cabeza alborotada. Deliraba. Notaba como el aire le ardía en la garganta, encerrada en una atmósfera ultraoxigenada… eufórica, jadeante, esclava… de su necesidad de palabras.
Dos palabras y notaba como su dolor se apaciguaba, las voces callaban, se cerraba la herida… una justicia infinita dejaba en silencio su pecho revuelto y ahora rotundo. Un círculo se cerraba. Un grito ahogado por fin se escuchaba.
Dos palabras, eran el principio. El todo. Sabía que había encontrado el pegamento que iba a sujetar todo su mundo.
«Sin miedo…»