Lo reconozco, la ilusión me gana… Vivo de ella, es mi alimento básico, mi frontera, mi punto de apoyo para mover este mundo rebelde y descastado. Contamina el aire que respiro y se filtra por mis grietas, me cala los huesos, me llega a cada una de las fibras… Me da el aliento. Me inspira.
A veces, se me pasa. Un poco, un poco muy pequeño. La pierdo de vista unos días, la sustituyo por un dosis de miedo y de rabia, de perplejidad, de cansancio. Se esconde después de esquivar una mirada impertinente, de ver un mal gesto… de oír una palabra de esas que arañan por placer o dolor. Se me acumula en la garganta, deseando decir que sí. En la cabeza, ansiando dejar de pensar. En el pecho, suplicando dejar de sentir y, a la vez, sabiendo que desea sentir aún más.
No puedo, no quiero evitarlo. Me transporta, me revive. Es como luchar contra las mareas o el devenir de los días. Como negar la evidencia o querer detener la rotación de la tierra.
La ilusión altera el estado y el orden de las cosas. Les da la vuelta, la invade… las inunda. Despoja de miedos, aparta las miserias y abre las ventanas para que entre la luz. Lo impregna todo. Convierte lo inútil en necesario, lo trágico en cómico, lo ridículo en adecuado. Embellece lo que afea y escribe sus consignas en paredes blancas para que no puedas dejar de prestarles atención. Le pone sal a las pasiones insulsas y desata a los amantes esclavos que suplican cordura. La ilusión desborda cauces, desborda mentes, desborda leyes… gesta revoluciones. Se te introduce en la arterias, se reproduce, te aniquila los temores más absurdos y te suelta la lengua. Te hace decir esas palabras que creías impronunciables y andar aquellos caminos que considerabas imposibles. Te hace creer que puedes vivir del aire y que el mundo entero te cabe en el pecho.
Lo reconozco, la ilusión me lleva a menudo a tropezar y caer, a pasarme de lista, a quedar como un tonta, a hacer un ridículo sonoro… a sentirme absurda. Aunque prefiero mil veces esa sensación a quedarme vacía, inmóvil, a ser una muñeca hueca, sin alma, sin ansia… sin sentido… sin búsqueda, sin luz.
Porque sé que volveré a levantarme y sentir. Volveré a caer, a bucear en las sombras… y rápidamente fijaré la vista en un punto y las ganas me volverán a invadir. Y todo empezará de nuevo. Y seré otra vez esa chispa, esa marioneta suspendida en el aire, zarandeada por una necesidad inmensa de seguir y sentir… ávida de emociones y con la mirada brillante, agitada y satisfecha. Porque la ilusión genera ilusión… y genera vida. Y eso lo compensa todo.
No sentir eso sería una condena.