Asumiré mis faltas. No las arrastraré, ni como culpas ni como pecados. No quiero que pesen, no puedo permitir que estorben en este viaje hacia mi misma. Serán mi propio legado. Me llevaré un pedazo de mi, el más inocente e intacto y acumularé algunos pensamientos alegres. Me sentiré absurda y miraré a ambos lados buscando una señal que no llegará, porque las señales se fabrican, no se encuentran. Se gestan a base de acumular delirios e ilusiones. A base de atesorar pequeñas locuras y soñar cada día imposibles. Sólo cuando te han vencido y lo has dado todo, estás dispuesto para ganar sin derrotar a otros. Porque la batalla es contigo, por vencer tus miedos, por intentar ser mejor… Sin más límite que el deseo insaciable de mirarte al espejo y descubrir que no eres de cartón, ni de corcho… Que sientes. Que eres carne y dolor y que a pesar de los golpes no te arrepientes de nada. Sólo cuando no te queda mucho que perder sabes que vas a mimar cada migaja que llegue a tus manos. Cuando tienes el alma saturada de decepciones, no caben nuevos miedos ni lugar para imaginar nuevas derrotas. Lo que llega es regalo, es sueño puro. Es una pócima valiosa que apurar hasta la última gota.
Procuraré mirar el camino pensando que no fue fácil y daré las gracias por ello. Por cada hendidura que tengo en el ego, por cada herida y cada llaga. Son mi herencia emocional, el compendio donde echar mano cuando no sepa adónde ir o qué estoy buscando. Me encontraré yo con mis desvelos. Sola y sin pan. Pensaré que lo hice antes. Que pude. Que sin saber cómo saqué la fuerza y reprimí el asco inmenso. Si recuerdo que un día pude, podré… Y ese yo que salga vencedor de la más cruda batalla conmigo misma será mi mejor esencia.
He dejado un estera de risas y también de lamentos. He sido un poco huraña y un poco excesiva. Me he dejado llevar un poco por todas mis vísceras pero sin dejar quieta la cabeza. He sido razón y corazón. He pagado errores. He sido paño y lágrima. He intentado siempre reconocerme en cada uno de mis actos, pero mis facciones han cambiado. Tal vez, de mí solo quede un poco de sal y algunas miradas. Algunas frases repetidas mezcladas con palabras nuevas. Una risa cargada de ironía. Una mueca de niña triste.
Ha caído mil veces. Ahí sigo. En el barranco de la vida. Con lodo hasta las rodillas y miedo hasta las cejas. Cubierta de barro, maltrecha y con un tajo inmenso que me recorre el ser en canal. Y sin embargo, me reconozco el lamento. El quejido, las ganas. Sé que no me he traicionado. Que volvería a repetir mi pasado sin cambiar nada. Cada gesto, cada palabra, cada beso. Cada instante de cariño regalado. No me arrepiento. He sido sincera conmigo y con aquellos que hallé en el camino. Amo mis dudas. Celebro mis desatinos y descuidos.
Hay que caer. Hay que soltarse y confiar. Dejarse llevar. Y si falla la red, que no falle la conciencia. Que quede el consuelo de no haber traicionado tus credos.
Algunos errores son necesarios.