Iba a encontrarlo. Lo sabía. Lo tenía tan claro como el dolor de sus pies cansados de caminar. Hacía kilómetros que no notaba los dedos, pero seguía, no podía parar. Si se detenía, jamás podría seguir adelante. La llevaba la inercia, una fuerza interior que la había puesto en marcha y que no le permitía pensar en descansar. La necesidad de llegar era más intensa que el agotamiento de su cuerpo, que todas la señales externas que le decían que le hacía falta sosiego y calma, que sus ojos buscaban sueño, que sus pupilas se contraían con la luz del sol.

Su cabeza estaba repleta. Rebosaba pensamientos y deseos locos… Giraba, a toda prisa, como una noria inmensa que no sabe cuando terminar su recorrido y parece que vaya a salir rotando hacia el cielo. Y había tocado el cielo, mil veces. Esa sensación de descontrol total la asustaba y le salpicaba el cuerpo de euforia. Era pasión y dolor al mismo tiempo. Pánico y desenfreno. Era una especie de droga que la impulsaba a no parar… Y luego quedaba exhausta, extenuada y con la mente floja y porosa, ávida de pensamientos fáciles.

La misma fuerza que la llevaba a seguir, le suplicaba a veces que se detuviera. Tenía dudas, muchas. A pesar de todo, no sabía si sus dudas estaban engendradas por el miedo o por la razón. El camino emprendido era una locura. Buscaba… Deseaba algo que intuía que existía, pero que no había visto, ni tocado… Sólo había notado su resplandor, su olor agradable, su bruma… Le había parecido acariciarle el aliento una tarde, había visto su halo en suspenso una mañana… ¿Era una alucinación propiciada por el deseo, por la necesidad?  ¿o era una realidad oculta que le mostraba su sombra por una esquina?

Por si acaso, por si la fantasía entraba por la puerta, para que no la encontrara cerrada, ella continuaría caminando para llegar a no sabe donde ni como… Aunque sabía el por qué… Aún lo nota ahora. Pura necesidad, pura ansia, puro deseo de saber que lo ha intentado. Que si sus sueños no se tocan, no se materializan, al final del camino, no será porque ella no ha dado el paso ni ha echado el resto… Entonces, estará marchita pero satisfecha, sabrá que ha caminado lo suficiente para conseguir lo más preciado, que ha pisado la senda que le llevaba a su cielo particular… Que no ha sido porque ya no era. Porque no existía en un principio. Que era una fantasía desdibujada. Que la sombra era ficticia, el resplandor un ensueño. La bruma… Un deseo descontrolado que se convirtió en vapor y el olor dulce, un aroma pasajero.

Aunque, ¿y si era cierto? ¿y si existía? Por eso caminaba, por si acaso la realidad y el sueño eran uno. Por si, al final,  había milagro…