Olvida. Recuerda sólo lo que aprendiste de cada golpe. Piensa que has sobrevivido. Fija en tu cabeza la imagen de ti misma saliendo del lodo y cuenta las cicatrices y no las heridas. Ahora eres elástica y resistente.

Siéntete orgullosa de cada desatino, atesora cada decepción y espera que cada traición sea la última. Guarda el recuerdo de la adrenalina golpeando tus venas antes de dar el salto y amortigua el dolor de la caída pensando en que a pesar del pánico, diste el paso. Si no perdonas, te pudres por dentro. Y nadie merece que te hagas tanto daño…

No recuerdes malas caras, guarda sonrisas, pesan menos y puedes echarles mano mentalmente cuando el tiempo arrecia y escasean las manos tendidas. Escoge a las pocas personas que llenan tu vida de verdad y decide que por ellas vas a todas, que te deslizas por el acantilado, subes a la cumbre y les dedicas cada día unos instantes de cariño. Que vas a ser la gota malaya de la felicidad en sus vidas. Que son tu cordón sanitario ante la náusea, los gritos del mundo y los desengaños… Que el día que te vayas vas a llevarte sus caras prendidas como amuleto y que sus ojos van a ser lo último que crucen los tuyos. Sé su risa, su viento fresco, su poción milagrosa. Sé su consuelo y su abrigo. Diles que les quieres tantas veces que no conciban existir sin oírlo. Di sus nombres hasta saciarte, hasta que se se confundan sus sílabas y muten de sentido.

Sé el bastón y la silla cuando se cansen. Sé la música y el pan. El fuego y la marea que arrastre todo lo que enturbie sus vidas.

Y permite que te quieran. Que te den y te pidan, que te necesiten. Que te recuerden y añoren. Permite que te digan que no y que te digan que sí y que a veces callen, cuando busques silencio. Deja que te busquen y que te encuentren. Que sepan que estás aunque no seas eterna. Que sueñen que lo seas, que te deseen y se rindan a tus ojos brillantes.

Y quiérete a ti misma. Mírate con ojos permisivos pero sin miedo. Entiéndete y enamórate de tu capacidad de querer, de cambiar y bucear en aguas turbulentas. Ama tu forma de encajar las derrotas y convertirlas en victorias. Como te recompones y levantas cuando te tumban las olas, como exprimes cada momento hasta sacar la última gota de felicidad que contiene. Y perdónate por no ser como imaginaste o como imaginabas que otros querrían que fueras. Aquella versión de muñeca perfecta hubiera sido una mala copia. El original que ahora contemplas es infinitamente mejor. Eres tú.