Estaba cansada. Había movido una montaña para dejar paso a una mariposa y ésta había salido volando… Mientras, ella permanecía exhausta a un lado del camino desconcertada, agotada y rota porque nadie le había dado las gracias… ¿Qué esperaba? ¿Acaso la mariposa le había pedido algo?… Ella siempre esperaba más, demasiado, se hinchaba de ilusión por todo, hasta el delirio, hasta la más absurda fantasía… Se le oxigenaban todas las células del cuerpo de tanta emoción… Se emborrachaba de ganas deseando ver el desenlace de todo. Imaginando, dándole vueltas a las ideas más insignificantes hasta convertirlas en necesidades y perder de vista su tamaño real.

Esperaba mucho de muchos… Y de algunos pocos, aún más. Lo esperaba todo. La impaciencia la descarnaba. Le hacía jirones el alma. Cada minuto era una angustia… Tanta ilusión la desesperaba. Y el consuelo era seguir, devorar más impaciencia, esperar algo más de alguien más, tragar camino para hacer que el mundo girara, que la tierra que la circundaba se convirtiera en respirable. Sólo quería un gesto, una migaja de atención después de mover una montaña. ¿Pedía tanto ella que tanto daba?

Esperaba, pero no aceptaba. Se había vuelto caprichosa en la espera, exigente con todo y con todos. Daba mucho, quería más, tal vez demasiado. Y lo esperaba mirando el horizonte, pero no miraba en su interior. No valoraba su esfuerzo en sí mismo, su valor, su tenacidad, su energía… No veía su extraordinario poder para mover montañas, sólo echaba en falta el susurro amigo o del aleteo amable de la mariposa. No sabía que la ilusión se alimenta sola después del primer estímulo si no dejas de caminar. Y ella era capaz de eso y de más, era imparable si se lo proponía. Podía agitar un océano y luego tender una mano, sin mediar instante, sin apenas coger impulso. Lo imaginaba, lo deseaba, lo hacía. Y luego era incapaz de detenerse y esperar. No podía soportar que el mundo girara de un modo tan lento y que ella fuera tan rápido, tomando inercia, sin parar, sin respetar el tiempo que conlleva existir.

Olvidaba que cuando amas tienes que aceptar. Y que cuando das, lo haces por el necesario acto de dar, tan necesario para ti como para los demás. Y que siempre recibes. Tal vez no de la mariposa remolona e incapaz de mirar atrás. Porque si es incapaz de hacer el gesto y dar las gracias, poco te puede a aportar en el sentido que tú deseas. Lo que iba a darte, ya te lo ha concedido, la satisfacción de ayudarla, el momento de mover la montaña y ver su cara al dejarla pasar… No puedes encerrarla para capturar su estima, ni cogerla para tenerla cerca… La mariposa es libre, escoge y sigue su camino.

Y mientras obras maravillas, no te das cuenta, tal vez alguien te mira y piensa que eres grande porque mueves montañas y te levantas cada día con ganas de más. Con la ilusión puesta, de serie, alimentada de desaires a veces y otras de buenos momentos…

Ahora lo veía. Podía cambiar y dibujar un mundo distinto a su alrededor, intentar mejorarlo… Mientras, tendría que aceptarlo como era y tragar arena, encajar decepciones… Ser fiel a sus ganas y esperar sin desesperar, desear sin exigir, ilusionarse sin encadenarse a esa ilusión más que para tomar su energía y seguir. Actuar sin necesitar nada a cambio pero sabiendo que todo vuelve… Y dejar volar a las mariposas, si quieren ya volverán. Y así concentrarse en las montañas. Y moverlas cada día. Hay muchas…