Yo también sucumbo y, a veces, creo que necesito ponerle a mi vida un filtro de Instagram, ese que intensifica los colores y hace que los rojos sean muy rojos y casi puedas oler los verdes más desgarradores. Y un fondo que se difumine y desenfoque y pueda prestar atención a las caras, a las risas… Llegar a sentir carcajadas… Saborear el instante en que el cielo eterniza su azul alterado e imposible y la profundidad de unos ojos que brillan saturados del amarillo más dorado y perfecto que haya visto jamás. Hasta que me duelan las pupilas de tanto derroche de color…

Levantarme por la mañana y que el zumo de naranja me estalle en la vista. Que mi piel sea satén y todas mis frases sean ingeniosas como en un perfil de Twitter. Y salir al mundo y que las calles sean en blanco y negro y lo único que tenga color sea el rojo de mis labios y mis zapatos de tacón.

Y tomar un café en un bar, donde el camarero me Tuitee con cariño, me pregunte mirándome a los ojos y me pida por favor. Y que yo le de las gracias con un emoticono en la boca, mientras muestro al mundo con una foto la espuma deliciosa de mi café y alguien me diga que me adora por WhatsApp y que hace diez minutos que me espera y no puede vivir sin mí. Sin ataduras, sin riesgos, sin dolor, con una emoción inmensa, pero contenida en una pantalla.

Que al mirar alrededor, las caras que me rodean tengan sus fantasías colgadas en el muro de la vida, como en facebook, y sus locuras de fin de semana me hagan reír.

En el mundo real lo intenso es más difícil de encontrar. Las personas hablan sin escoger las palabras y dan vueltas a las ideas en más de 140 caracteres, se esconden sin buscar un perfil y sus miradas no buscan la cámara. Hace frío y hace viento. Se te entumecen los tobillos y el calor sofocante te hace sudar. Las lágrimas no brillan en el mundo real.

En el 1.0 los momentos vuelan, nunca se inmortalizan ni son eternos. Los trenes pasan y si no te subes a ellos, te queda una oportunidad o no, para continuar lamentándote en el andén o echar a correr tras él… O tal vez esperar a la próxima vez, abrir más los ojos y cerrarle la puerta a las dudas absurdas. Tragarse los #NoPuedos y tatuarse en el pecho los #AhíVoy.

En ese mundo donde a menudo el cielo tiene color de sardina y las caras a veces pasan por los distintos tonos de gris, es mejor no seguir incondicionalmente a nadie porque sí. Mejor hacerse preguntas, muchas preguntas… Cerrar los ojos e intentar recordar, quién eres, dónde estás y qué te mueve. No bajar la guardia, ni esperar demasiado de lo que hay a la vuelta de la esquina. Amar sin esperar más recompensa que el puro vicio de ese sentimiento que todo lo inunda. Gastarse los labios besando y dejarse la suelas persiguiendo alegrías. No cultivar ansiedades por no ser el primero, pero tampoco apelmazarse y quedarse paralizado si fueras el último. Y si al final eres lo eres, pensar que es la mejor forma de saber donde están los baches en el camino, cuando veas tropezar a los que te preceden. En el mundo tangible a veces lo que parece malo es bueno y lo bueno, en ocasiones, en realidad es de plástico, pero no puedes saberlo antes de hincarle el diente. Y entonces, tal vez es demasiado tarde…

En el mundo no virtual hay que patearse las calles una a una sin descanso, no perder las ganas, encadenar sonrisas cuando el sueño te vence y nunca dejar de buscar. No sucumbir a favoritos fáciles ni ReTweets sin alma, no dejarse engatusar por menciones sin sentido y levantarse cada día con el Linkedin puesto por si se reparte fortuna y te toca un poco de magia.

En ese mundo también hay magia. No brilla, no se anuncia, no llega con un eslogan ni con una música pegadiza. Se tiene que cazar al vuelo, dura pocos segundos, no avisa, no tiene un “loop” y rara vez se puede compartir con el mundo. No es tan intensa como un whatsApp en el que alguien, con quien apenas hablas o cruzas una mirada, te abre su alma en canal una noche y te cuenta sus sueños… Pero es la vida real, la auténtica. La que duele y salpica. Tan simple y complicada a la vez, tan insulsa y aterradora, alucinante y corta… Cómica, trágica, aburrida y agobiante, apasionante y monótona… Sin filtros, a palo seco. Vida…