Ha vuelto. Y viene con ganas de risa.

Lleva puesta la misma falda que el día en que se fue y el alma le dio la vuelta. Soñó con volver, pero sabía que no podía hasta haber dejado de lado todo lo que le sobraba.

Ha vuelto y parece hambrienta, ya no enfadada, ni peleona. Sus días de batallas absurdas han terminado. Ahora lucha con ella misma y siempre gana. Gana al cansancio, a las penas atraídas por los momentos bajos. Gana incluso a las caras agrias que no soportan que los demás sobrevuelen el tedio y se levanten al alba para empezar a caminar.

Ha vuelto y quiere quedarse. Sus ojos buscan incansables reencontrar aquellos antiguos lugares donde sus pupilas tristes descansaron para volver a mirarlos ahora y ver de qué color son realmente. Ahora que la tierra no se tambalea a sus pies y sus tobillos son firmes. Ahora que imagina imposibles y los ve razonables. Ahora que consume sueños y consigue no caer cuando no se cumplen… De momento.

Ha vuelto. Y ya no es de mármol transparente. Es de piel suave y caliente. Se ha quitado mil capas por el camino y sólo le queda la esencia. Ha descubierto que tiene una capacidad inmensa para permanecer despierta mientras dura la fiesta y dormir sin cerrar los ojos mientras dura la tormenta.

Ha aprendido a amar la tormenta. Ha paseado bajo la lluvia y ha echado raíces en la tierra más yerma que ha encontrado.

Ha jugado a perder para ganar. Ha vaciado su bolsa de viaje y se ha arrancado los galones para quedar sin pasado, para empezar otra vez a dar vueltas en la noria. Ha soñado que no existía nada y lo ha recuperado todo a base de imaginar que podía. Y ha podido. Ha descubierto que es poderosa.

Ha vuelto. Y ya no necesita ponerse la careta de fiera. No le hace falta porque cuando se la quitó hace poco descubrió que su rostro no era ya el de niña perdida. Ya no tenía la cabeza gacha y ese gesto temeroso que invitaba a los desalmados a clavar las uñas en su piel pálida y despojar su inocencia. No quiere causar espanto para que los que dedican sus vidas a causar malestar ajeno la dejen en paz. Ya no le afecta lo que le digan, no necesita protegerse más que con su mirada satisfecha, sus palabras ágiles y acertadas y su ironía fina. Sus zarpazos desafortunados siquiera la rozan. Los mira de lejos y le parecen gatos en un tejado intentando arañar las nubes sin saber la razón.

Ha vuelto y su cabello es más largo y sus tacones más altos.

Ahora se busca y le gusta lo que ve. Lo quiere todo, pero sabrá aceptar una pequeña porción hasta encontrar la manera de conseguir el resto. No le importa lo que cueste, no le importa lo que tarde, sólo piensa en la recompensa. Acaricia su sueño. Lo nota. Ha empezado a disfrutarlo antes de tenerlo. Ha aprendido a soñar con todos los sentidos. Vivir su deseo. A tocar el cielo con las ganas. A besar de recuerdo…

Sabe que todo es posible. Esperará cuanto haga falta y la luz del día la pillará bailando y con la mirada sedienta.

Antes tenía miedo. Ahora tiene miedo. La diferencia es que ahora no teme a ese miedo y sale a la calle para buscarlo y mirarle a la cara. Y antes, buscaba un rincón.

Ha vuelto. Y ya no se esconde.