Alguien me dijo ayer “la gente no cambia” y a menudo es verdad, por suerte o desgracia. Lo que sí es cierto es que no podemos cambiar a los demás. Podemos ser una buena o una mala influencia, eso nunca se sabe, cualquier acción tiene sus consecuencias, muchas de ellas imprevistas. Las buenas intenciones a veces nos acaban dando un empujón y nos hacen caer. Otras veces, alguien se acerca con toda la mala intención a pisar a otro y resulta que en lugar de achicarle o pegarle al asfalto, le ayuda a ser una persona más fuerte, más madura y lo convierte en héroe.

Nunca se puede saber cómo vamos a reaccionar ante un obstáculo, todo depende de con qué ojos seamos capaces de mirarlo. Nuestra mirada lo convertirá en un muro inquebrantable o en una trampolín que nos ayude dar un paso de gigante. Nuestra perspectiva cambia el ángulo de visión, la forma en que nos vemos a nosotros mismos, la cantidad de amor que nos profesamos.

Sólo podemos intentar estar junto a otros y actuar a conciencia. Al final, hay personas que nos tocan el alma, esa parte indefinida que te presiona el pecho, te agita, te duele y que no tiene un ubicación concreta…

El caso es que igual que no podemos vivir el sueño de otros ni acumular su experiencia, no podemos cambiar a nadie. El cambio es pos¡ble y tiene que ser voluntario, sobre todo porque mejorar es un trabajo de por vida, constante, de esfuerzo. Es un gimnasia diaria, un plan vital… Un mapa plagado de dificultades que alberga un tesoro inconmensurable llamado “tú”. Esa sensación de subir una montaña después de cruzar un océano y ver que aún te queda un desierto… Aunque… Hay algo que te da fuerza, porque sabes que ya no eres el mismo… Que puedes.

La gente cambia, si quiere. Si se empecina en ello y busca lo que da sentido a su vida. Y cambiar no es abandonar las raíces sino hacer que las ramas encuentren el sol. No es convertirse en piedra para que la adversidad no te afecte sino algo infinitamente más complicado, dejarse llevar y mantenerse firme al mismo tiempo, ceder sin abandonar la posición. Ser tan elástico que, después de tormenta, puedas volver a tu forma original… Eso sí, habiendo incorporado a ella el conocimiento suficiente para sobrellevar la próxima deriva. Renunciar a falsas creencias, replantearte los refranes, abrir la mente. Cambiar es adaptarse al entorno y al mismo tiempo tener el valor y las ganas de modificarlo. Confiar incluso cuando te traicionan… Saber que vas a continuar confiando porque esa es tu esencia y que serás capaz de sobrellevar el próximo desengaño. Porque si dejas de hacerlo y te conviertes en piedra, pierdes tú. La piedras no son porosas sino impermeables, no dan nada y no reciben nada. Son duras pero la dureza a veces las hace altamente rompibles. Las piedras se lanzan y golpean, se afilan, se clavan… Y cuando el mundo acaba, continúan ahí, en el paisaje, inmutables… Ajenas a todo, calladas, ocultando una historia… Sin vida, sin sueño, dejando que todo cambie y sin participar en nada, sin esperanza.

La gente cambia, si quiere. Cuando el deseo y la ilusión son más grandes que el miedo, cuando lo que buscan pesa más que lo que tienen que soltar… Cuando quedarse quieto es ir hacia atrás y sólo avanzando tiene la mínima oportunidad de salir a flote. Cuando el tesoro compensa todo lo que le espera en la ruta trazada en el mapa. Incluso cuando no se consigue.