En el fondo, todos somos iguales. Estamos fabricados con el mismo material, una mezcla frágil pero resistente, altamente maleable, sutilmente perecedera. Eso es lo que hace que este juego llamado vida sea una lucha constante, que se acabe, que se agote ante nuestros ojos perplejos. Curiosamente, cuanto más se acerca el final, es cuando más preparado te sientes para volver a empezar la partida. Cuando te vas sacando de encima todos los prejuicios y complejos, cuando vas más a la esencia y te fijas más en el regalo que en el envoltorio. Cuanto más se agota la arena del reloj, más precioso parece cada momento… Cuando todo termina, es cuando se nos ha caído la venda de los ojos y estamos seguros de que empezaríamos la carrera sin tropezar en los obstáculos para principiantes y dejaríamos de lado los cantos de sirena para escuchar nuestra propia voz.

El paso del tiempo es como un filtro capaz de poner color a lo que realmente importa en las instantáneas de nuestra vida. Nos permite acariciar con todos los sentidos algunas cosas que antes siquiera vimos. Y nos hace percatarnos de lo estúpidos que somos, a veces. A menudo, parece que la vida está al revés.

Todos somos iguales. Una amasijo de pasiones, deseos inquietantes, miedos atávicos, sueños recurrentes y un sentido del ridículo que acaba limitándonos la risa y los instantes de placer. Somos iguales y a veces, nos pierden las formas y la gramática. Nos ocultamos tras las palabras y las usamos de escudo en lugar de convertirlas en puente. Nos ponemos la máscara y se nos queda pegada hasta robarnos la identidad y el norte.

Todos tenemos miedo. Lo que nos hace distintos es la forma en la que nos enfrentamos a él. Ese decidir si el pánico nos paraliza o nos hace avanzar con más ganas. El poner en orden nuestros deseos e inquietudes. Decidir si somos más fondo o más forma. Qué fondo y qué forma. Saber qué nos mueve y qué nos importa. Qué nos hace vencer y por qué o por quién nos daríamos por vencidos. Si somos capaces de dar la vida por las ideas o por las personas. Si queremos ser alivio o tormento, si tenemos suficiente con mirar o queremos participar. Somos lo mismo, la misma masa revuelta y difícil de manejar, esperando tomar una forma coherente y tener una existencia feliz. Esperando dejar algo para que los que nos importan nos recuerden con una sonrisa en la cara…

Somos la misma la masa cansada, esperando despertar de su letargo y moverse. La misma masa con posibilidades infinitas y preguntas pendientes… Lo único que cambia es hacia donde se mueve y con qué vibra. Si se esconde de la luz o si se abre las ventanas para que el sol entre en su interior. Si se contrae o se expande. Si se endurece por el miedo o se adapta a cada circunstancia.

Si nos dejamos tocar por el amor o vamos por la vida con un impermeable. Si somos capaces de querernos a nosotros mismos y edificar una existencia a partir de ese sentimiento. Si somos capaces de respetarnos y respetar.

No somos tan distintos. Deberíamos entendernos y hacer un esfuerzo para que esta carrera de fondo no sea un tránsito absurdo y vacío. Y que al final del camino, al echar la vista atrás, no tengamos la sensación de haber cerrado la ventana y habernos perdido la vista. Intentemos recordar que la vida está al revés…