Deja que sueñe. Que me sumerja en mis atolondrados pensamientos siempre predispuestos a lo imposible, a lo desbocado, a lo volátil. Que me estrelle contra los más altos muros de la incomprensión ajena, que reciba el zarpazo de mil envidias sin sentido que no se atreven a imaginar como yo lo hago, que me rompa y recomponga como tantas veces antes… Que acabe en un rincón, exhausta de lucha, cubierta de cieno, con los ojos encarnados y esa mirada de loba que ya inventa la manera de volverlo a intentar.

Deja que ame. Que desee con tanta fuerza que mis pies apenas toquen el suelo y mis manos no noten más tacto que el tacto que persiguen. Deja que vuele imaginando que pasa lo que busco, que busco lo que pasa… Que el tiempo se detiene y todos los relojes marcan la hora de mi desnudez más absoluta, mi más desesperado juego de miradas, mis riendas sueltas y perdidas a cambio de una risa loca, una caricia absurda, un quejido casi franco.

Deja que llore. Deja que ahogue mis facciones y libere las paredes de mi conciencia revuelta. Deja que tenga mi necesaria pataleta… Que acumulo tanto llanto que arrastraría mis recuerdos más alegres al vacío y me congelaría las ganas inmensas de vivir que albergo intactas a pensar de los golpes y los encuentros con realidades muy crudas. Deja que me queje medio minuto y luego vuelva a la carga. Más serena, más imperfecta si cabe, más feroz y extraña.

Deja que pase lo que pase me absuelva a mi misma y me perdone los descuidos. Que mi plegaria sea tibia y mi condena ligera… Deja que te diga que sí, cuando sabes que no tengo propósito de enmienda, que soy alma dulce pero desatada, que prefiero el frío asfalto al algodón mullido si es a cambio de vida… Que no perdono ocasión porque la carcajada es corta y no veo el momento de consumir las emociones que se me agolpan en la garganta. Que busco más verdades que cuentos hermosos. Que a veces prefiero caer por confiar que andar de puntillas por la vida con cara agria… Sabes que no me encojo ni me achico, que no me rindo, que no me asusta encontrarme con mi cara después de cada fracaso y paso en falso. Sabes que no peso ni mido las caricias, que no quemo más allá de mis barreras, que no pongo etiquetas ni busco insignias ni glorias falsas. Que no tengo más ídolos que mis amores ni más credo que mis palabras.

Deja que suelte mis pasiones y rompa mis redes imaginarias. Que falle, que tropiece con mi falda y me cieguen mis lágrimas… Deja que salga de mí y camine un rato. Que encuentre donde terminan las arenas movedizas y plante mi destino. Deja que brille, aunque sea de ganas, de oído, de insistencia… Aunque mi risa a veces sea un poco forzada por el propio deseo de que llegue, por la necesidad de encontrarla. Por no perder la costumbre ni la querencia a la fantasía.

Deja que mi torpeza me arrastre. Que mis brazos sean alas. Deja que me calme y saque la angustia, que me quede un rincón para perder la cabeza y equivocar el paso. Que no me quede un pedazo de suelo por zapatear ni un hermoso sueño al que darle bocado… Deja que reine en mi metro cuadrado de selva y abdique de mis miedos más enraizados.

Deja que llueva en mi cabeza y salga en sol en mi cara. Deja que persiga mis sombras y encuentre mis retos. Que me entusiasme tanto que tome inercia y le dé la vuelta a mi mundo. Deja que pierda. Deja que caiga. Deja que sea esto que soy, sin más tregua que el puro cansancio ni más rendención que mi dura conciencia.