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A veces, lo que no te conviene es altamente hermoso y apetecible. Tiene la apariencia de algo que has deseando por los siglos de los siglos. Huele a gloria, viste largo y elegante, camina sin vacilar. Es un bombón con el corazón de hiel, una rosa con espinas ocultas pero envenenadas con un opio que te envuelve y adormece, el entrañable cachorro del animal más salvaje y despiadado que puedas imaginar…

Es muy complicado saber cuándo decir sí o decir no ante ese esplendor. Hay muchas cosas buenas que nos llegan a las manos disfrazadas de aparentes fracasos, segundas oportunidades, juguetes viejos, casi saldos. Y luego resulta que les das la vuelta, les limpias la cara y sacas brillo y son un sueño, un tesoro… Si sabes apreciar lo que te aportan te das cuenta de que has dado en la diana de lo más grande de tu vida. Hay que saber apreciarlo y no perder esos golpes de inmensa suerte ocultos tras rostros polvorientos y envueltos en papel de periódico viejo.

En ocasiones, sin embargo, nos llega algo enorme y rotundo. Envuelto en lazo rojo y papel deslumbrante. Algo brillante, de un brillo que ciega a simple vista. No de ese brillo que se descubre al cruzar unas palabras, sino de ese que no te deja ver más allá. Y lo tomas gustoso. Lo haces porque te mereces algo hermoso. Porque estás cansado de ruinas y falsas promesas, porque es la oportunidad que buscabas y crees que es el resultado de tus múltiples esfuerzos. La recompensa a tu trabajo y tesón. El resultado de amar sin pedir… La meta tras un carrera de fondo, el premio tras una búsqueda sin tregua. Eso que brilla puede ser un trabajo fantástico, un amigo nuevo, un amor apasionado, un nuevo lugar donde aterrizar y conocer otras personas, un viaje emocionante… Es delicioso, fragante, sonriente… Huele a triunfo, a cariño, a belleza en estado puro en un mundo a veces sórdido y bastante sucio… Parece auténtico, saludable, rentable, amable, suave, dulce. Y esa dulzura no te deja ver las aristas afiladas, las fauces y las garras o sencillamente los contras de algo que parece grande y justo para ti. Te lo mereces. Lo quieres. Lo has buscado. Lo necesitas.

De repente, te das cuenta del precio a pagar por vivirlo, tenerlo, poseerlo. Ves que el peaje por adquirirlo es excesivo. Que en muchas ocasiones, el esfuerzo no compensa, pero no puedes renunciar porque es tu sueño. Sabe a tu sueño. Tiene la apariencia que tenía tu sueño. Huele a tu sueño. En todo es casi idéntico, excepto en el dolor y la renuncia que acarrea. Entonces piensas que es justo, que para tener lo que quieres tienes a veces que dejar de lado muchas cosas. Dejar de ver amigos, perder intimidad o vida familiar. Renunciar a algunos principios. Vulnerar algunas de tus concepciones básicas de lo que es la vida… Y te preguntas si vale la pena, aunque ya sabes la respuesta pero no puedes verla ni aceptarla. Has generado un apego a lo hermoso que no te deja desprenderte de ello. Piensas que tiene que compensar porque es tu sueño. Aunque cuando estaba en fase imaginaria, no dolía, no agotaba, no te hacía llorar, no te hacía renunciar a ti…

Y no sabes si dejarlo o pensar que los sueños no son perfectos. No lo sabes, pero lo intuyes, lo notas. Te duele dejarlo porque tiene muchas cosas buenas. A menudo, no sólo es bonito sino que es rentable y te abre un mundo al que nunca has tenido acceso. Un mundo de privilegio que también brilla y mucho. Y aguantas, mientras tienes la sensación de tragarte cada día un baúl de lamentos, algo que no puedes digerir ni soportar. Vas acumulando quejas y desaires. Vas cediendo. Vas desdibujándote a ti y a tu sueño. No te reconoces, no te aguantas la vista y no soportas que los que te conocen de verdad te miren a la cara y lean lo que hay en ti… Por si descubren que escondes amargura tras esa careta de alegría que llevas siempre puesta. Y un día todo es una pesadilla.

 A veces lo que no te conviene es precioso, magnético, tan hermoso que lo necesitas… Que necesitas pensar que lo tienes porque te lo mereces. Lo amas profundamente. Lo quieres tanto que sueñas con cambiarlo y conseguir que sea mejor, que tenga alma, que no esté vacío ni al darle la vuelta sea de cartón… Es tan dulce que si lo sueltas no sabes si podrás encontrar nada mejor… Entonces es cuando sabes que no puedes dejarlo pero que no puedes seguir. Porque te ha revuelto y hecho renunciar a todo lo que eras. Porque el sueño es pesadilla y a pesar de su aspecto maravilloso y su aullido ensordecedor, no es bueno para ti.

No es tu sueño. Sólo lo parecía. Los sueños no arañan. No tienen dos caras. Tenías tantas ganas que confundiste algo mediocre con algo verdadero. Tantas ganas que compraste humo para tener algo hermoso que acariciar… Que te lanzaste sin red y te metiste un caballo de Troya en el corazón y ahora te estalla.

Parecía bueno pero era falso. Una persona buena para ti no te hace sufrir ni te hace olvidar quién eres. No te hace renunciar a lo que te define como ser humano. No juega contigo. No te hace llorar.

Lo bueno te hace sentir bien. Te hace madurar y cambiar para ser mejor, no te hace renunciar a ti mismo. Lo bueno te hace grande y valora tus deseos y necesidades. Lo bueno no es fácil pero sus dificultades se ven compensadas por su valor. Lo bueno te hace sosegar y no angustiar. Te hace pensar y no detestar. Lo bueno a veces no parece tan hermoso ni fascinante pero acaba llenándolo todo. 

Si te supone dejar de ser tú mismo sin que desees dejar de serlo no es bueno. Si golpea lo más sagrado para ti no es bueno. Si no está a tu altura como persona no es bueno… Por más perfumado y sabroso que sea…

Cuesta tanto decir no a lo hermoso… Aunque decirle sí es negarte a ti mismo.

Al final, no pasa nada. Lo dejas y sientes pena pero inmediatamente el dolor y la angustia que acarreaba cesan. Dices que no. Lloras cien días y almacenas la experiencia para sacar de ella lo más valioso. Piensas “me cegó el brillo pero supe darme cuenta a tiempo», La próxima vez le darás una oportunidad al sueño que iba envuelto en papel de periódico viejo. Hurgarás sin pausa para distinguir lo verdadero de lo falso.

Todo suma, al final. Mejor haberse lanzado y luego decir no que haberse quedado con las ganas. Y no hay que preocuparse por hacer el ridículo, es muy necesario. Si no lo haces a menudo es que no estás viviendo con la intensidad que mereces. Y no lo dudes, mereces lo bueno, lo mejor. No se trata de conformarse sino todo lo contrario, subir el listón y buscar lo auténtico. Tenga el aspecto que tenga…