Te desesperas, a menudo. Notas el peso de todas las capas de aire que hay por encima de ti. Te das cuenta de que tu vida no va por donde tú quieres. Lo notas, lo percibes. Tu cuerpo da signos de necesitar un parón en seco, para descansar, para pensar, para decidir sin el apremio del día a día. Sabes que te hace falta encontrar en ese lugar, que curiosamente no está en ningún espacio físico sino mental, donde puedas ralentizar tus latidos y respirar sin ansia para dejar fluir tus pensamientos… Escucharte a ti mismo y saber exactamente qué deseas. Llevas media vida esperando a tener valentía suficiente para hacer «el gran cambio». Siempre lo postergas con una buena excusa. Siempre hace demasiado frío, es demasiado pronto, estás demasiado cansado… Siempre supondrá demasiado trasiego girar tu mundo… 

Has hecho un gran camino ya, pero te falta el salto de calidad definitivo. Aún no eres lo que quieres ser, sabes que no estás en el punto correcto que lleva a sentirte  bien contigo. Arrastras un equipaje que no necesitas y cargas con una rutina que no te llena. Te miras y ves a otro. Llevas mil capas de piel por mudar y tienes mil guerreros danzando en tu vientre recordándote que tragas demasiadas palabras. Que hay un trecho que sueñas, pero que no pisas.

Has leído muchos libros que te han ayudado a tomar conciencia de ello. Has escuchado a personas que te quieren que advierten que tienes el instinto encerrado en un cuerpo cansado y que te piden que detengas esta vorágine antes de caer. Has tomado conciencia de todo esto y has seguido los pasos adecuados. Has hecho una lista. Has anotado palabras que hace dos años te parecerían absurdas, una pérdida de tiempo sin sentido. Algunas de ellas ni siquiera son acciones, son conceptos… Algo que forma parte de abstracciones que sólo tú conoces y entiendes. Notar que vives, no sentirte culpable, no excusarte más, decirte unas cuantas veces al día que puedes y que lo conseguirás, no exaltarte ante las ofensas, perdonar, olvidar… No dejar que esa persona decida por ti y controle tu vida…

En la lista es tan fácil. Parece tan claro. La vida, sin embargo, tiene tantos matices. ¿Cuándo he dicho demasiadas veces que sí? ¿y si por sentirme bien yo hago daño a alguien? ¿Si le demuestro que no merezco que me trate de esa forma que no me gusta puedo perderle? ¿y si soy yo que pido demasiado? ¿y si mis miedos paralizantes son en el fondo no tanto un freno sino una intuición para que no lo haga porque será un desastre? ¿y si me paso y convierto la autoestima que tanto necesito en un ego hinchado y repelente?

La vida real está cuesta arriba. Pierdes el hilo. Un día no haces lo que te habías prometido que llevarías a cabo para ti mismo porque tu trabajo o las circunstancias no te lo permiten y al día siguiente te levantas con el sabor del fracaso en el paladar. Lanzas por la borda lo conseguido porque desistes. Te pones la careta de víctima y decides que no es posible, al menos no para ti, que tú desafío era ambicioso, demasiado para una persona como tú…

Al final y al cabo, eres tú. ¿Qué esperabas? Nunca fue distinto contigo… Eres esa persona que nunca destacó por nada en concreto. Y que tampoco quiso ostentar nada. Alguien que hace algunas cosas bien pero no las muestra porque se siente observado cuando lo hace, que cuando destaca se siente presuntuosa y prepotente y cree que no va con ella. No pisa fuerte por si tropieza. Esa persona a la que le aterra hacer el ridículo, tanto que es capaz de renunciar a lo que quiere por no arriesgar a sentirse desnudo ante los demás. No alza la voz por si molesta. Camina a pasitos cortos para demorar su llegada al lugar que busca porque tiene miedo de quién allí le espera y de las caras que encontrará aguardándole. Está segura de que la mirarán con recelo, dejándole claro que es muy osada de entrar en territorio prohibido, en coto vedado para inútiles y pusilánimes. No sueña por si luego no se cumple su sueño y eso le duele… No es feliz por si dura poco rato y cree que entusiasmarse no le vale la pena. No ríe por no cambiar de mueca. Pasa calor por no quitarse el abrigo. Vive anclado en el pasado y pensando siempre en un mañana peor.

Y eso sólo tiene dos caminos. El primero, estallar. Salir de ese capullo mediocre en el que hibernas desde hace un siglo esperando haber madurado lo suficiente como para asomarte y dejar a todos boquiabiertos. Ese día que decides que ya no puedes más y que ya basta de ser tu propia sombra… O te quedas sentado, ocupando el rincón de tu vida como un camaleón. Confundido con el paisaje. Aguantándote el hambre de vivir y conformándote con las migas que otros dejan de lo que son sus existencias plenas. Sin color. Sin sobresalir del fondo. Plano, transparente, insípido, inodoro. Y nadie te mirará mal entonces, porque sencillamente no te verán. No te acusarán de nada, ni te criticarán porque no les estorbarás, ni llevarás la contraria… Alguno, uno de esos que sólo se sienten un poco grandes cuando pisan a los demás, se meterá contigo. Le parecerás un rival asequible, una presa débil y fácilmente desechable, un aperitivo para su gazuza insaciable de escarnios y desprecios a lo ajeno … Te usará como el león que juega con un ratoncillo para entretenerse mientras espera caza mayor y más suculenta. Y bajarás las orejas compungidas y el hocico húmedo te rozará el suelo.

Mientras en algún lugar oculto dentro de ti estará ese tú que habría decidido salir de la crisálida donde permanece desde que quiso empezar cambiar más de conciencia que de vida. Tal vez ya habría roto los muros que te separen de la vida. Se habría dado cuenta de que ese tiempo de hibernación era necesario, pero que demorar la salida es otro paso más para postergar lo inevitable. La repetición del camino de pasos cortos, el ratón que se convierte en presa facilona, la estrategia del camaleón eterno, una excusa en forma de larva para no salir y mostrarse.

Nunca estarás a punto. Nunca creerás que eres lo suficientemente hermoso y fantástico como para darte a conocer. Sal ahora. Ya acabarás el proceso a luz del sol. Lo has pensado mucho, demasiado. Ya sabes qué quieres. Quién no vaya a aceptarte ahora no lo hará en seis meses ni en mil años. Tú eres como eres, como piensas que eres. Sólo pueden recortarte tus propios pensamientos… Si otros no lo ven, no importa. Si no lo aceptan, el problema es suyo. La responsabilidad de seguir con tu vida sí que es tuya. No esperes a ser perfecto. No lo serás. Es más, no lo seas. Madura fuera. El proceso ha terminado. Si no sales ahora del claustro cuando la vida te apremia, te quedarás dormido y te fallarán la fuerzas. Tal vez duermas para siempre y te quedes encerrado aquí dentro. Tal vez el día que decidas salir te darás cuenta de que alguien construyó un techo encima y lo que tú imaginabas que era la fase final es una nueva batalla que empieza. Y quizás te pille viejo esa aventura. Sigue, aunque te hayas saltado todos los puntos de la lista de tu plan para cambiar y hayas hecho todo lo contrario a lo que diseñaste. Sal y quémate. No te pares ahora o pasarás la eternidad siendo un híbrido encerrado en una crisálida, esperando turno para empezar a vivir. Un anciano a la espera de su primera vez, un niño enorme con miedo a crecer. Un camaleón que se oculta ante la vista de todos y que no llama la atención, que no mueve un músculo… Un camaleón de ojos saltones que ve el mundo en 360 grados sin perder detalle, pero que no vive por no molestar. Mientras los guerreros continuarán danzando en tu vientre para siempre y tú tragarás palabras.