PAREJA BANCO

El amor lo cambia todo. Cambia nuestra forma de ver el mundo y de mirar a las personas. A veces, nos cubre la mirada de un velo que no nos deja contemplar más allá de la nariz. Otras, nos concede el gran poder de ver más allá de la superficie de las cosas, de entrar en las fibras de cada ser humano y encontrar lo hermoso, lo eterno. El poder de ver almas en las pupilas y tocar sin usar las manos. 

El amor lo potencia todo, lo intensifica todo, lo puede todo. Hace que todo brille y se transforme, que nuestro aire se llene de una cantidad de oxígeno superior y al respirar tengamos la sensación de estar capacitados para volar y soltarnos a un vacío desconocido y esperar lo mejor… A pesar del pánico y la náusea por topar con la rutina más gris si ese sentimiento se acaba. El amor hace de altavoz de nuestra música interior, esa que a menudo no suena porque nos quedamos en silencio intentando descubrir a dónde nos conduce este mundo maltrecho y hermoso. Porque el ruido nos deja sordos ante esa voz que nos dice lo que realmente deseamos. 

En los momentos difíciles, hacemos recuento de nuestros amores, de todas aquellas personas que se dejan querer, que nos permiten entrar en su mundo y que nos importan. Esas personas cuyos rostros nos vienen a la cabeza cuando la tierra tiembla y todo a nuestro alrededor se tambalea. Cuando nos llega un torbellino ante la puerta de casa y nos arrastra hacia no sabemos dónde. Esas personas son a lo que nos agarramos con fuerza para no salir despedidos al abismo, para no perdernos de nosotros mismos y encontrar el hilo para volver a nuestra vida cuando todo se ponga en su sitio de nuevo. Sin embargo, cuando todo vuelve a estar en su sitio, siempre hay algo distinto, algo que no regresa, que se ha reubicado. A veces, ese objeto fuera de su lugar habitual somos nosotros. Ya no somos lo que éramos antes. El camino recorrido nos cambia y cuando regresamos a nuestro pedazo de realidad de siempre, a veces, no encajamos. El amor deja en nosotros una huellas imborrables, nos toca, nos hace mutar y crecer.

Cuando amas, sea cuál sea el tipo de amor que sientes, siempre tienes la sensación de estar un paso por delante del mundo y al mismo tiempo estar perdiéndote algo que todos saben y tú no. Una mezcla extraña entre ignorancia y sabiduría, como estar en un limbo acogedor esperando un cielo cálido que no llega, pero ser capaz de vivir de imaginarlo, como quien sueña con bailar antes de que suene la música. Cuando amas todo parece terciopelo aunque esté lleno de espinas. Un cuarto diminuto es un palacio, un charco es un mar en la memoria, un beso es un destino delicioso y una caricia el refugio esperado. El amor hace del mundo un lugar más soportable y acogedor.

Cuando amas tienes que hacer un esfuerzo para pisar la tierra y notar que la realidad pesa como una losa sobre tu cabeza. Cerrar los ojos y ser capaz de distinguir entre tus compañeros de baile en la vida y adivinar qué esconden sus miradas. Y lo más complicado aún, distinguir si esas precauciones son avisos de que las personas a las que amas no son lo que aparentan o la muestra del miedo más puro a dar cariño y no recibir. El temor a perder amigos, hermanos, compañeros de viaje… Y perderlos después de haberles contado lo más íntimo y haberles mostrado tus entrañas de par en par. El vértigo a pensar que con todo lo que saben de ti podrían golpearte en lo más hondo y dejarte seco y sin poderte levantar. Dar es una operación de riesgo máximo, amar es un acto temerario pero necesario para respirar, para seguir, para que todo tenga sentido. Cerrar los ojos y mostrar la yugular y esperar que lo que viene del otro lado no sea un zarpazo sino un abrazo, una muestra de cariño, una mirada cómplice que te recuerde que has acertado. Amar es dejarse llevar y agarrarse a uno mismo, a la vez. Ceder libertad pero mantener dignidad. Sostener sin apretar. Mantener la forma pero ser elástico. Ser tú y todas las personas a las que quieres al mismo tiempo.

No hay seguros para el amor. Es un material precioso y perecedero como la propia vida. Como intentar mantener hasta mediodía la escarcha de la mañana en un día de sol… Como esperar que el viento no sacuda todos los dientes de león de nuestra ladera para se mantengan intactos. El amor demasiado intacto se estanca y enmohece. Lo único que se puede hacer para que el amor dure es esforzarse para ser mejor contigo mismo y con los que amas, pensar cómo les afecta cada uno de nuestros actos, ponerse en su columna vertebral un rato de vez en cuando, y notar como les duele la vida e imaginar qué necesitan de nosotros. Y preguntar y decir en voz alta “te quiero” todas la veces que haga falta… Dar y recibir. Los amores que no reciben se quedan secos como los girasoles, que con tanta devoción al sol perecen. Los que reciben demasiado y no dan corren el riesgo de ver como dejan sin aliento al ser amado, como le enjaulan esperando una señal y muere entre los barrotes suplicando cariño.

El amor es libre y eso lo hace maravilloso. No hay nada más hermoso que saber que alguien está contigo por su propia decisión. Aunque a veces sea la misma pasión que parece que te obligue a no poder separarte de esa persona. Una mezcla entre libertad y adicción, un no poder evitar y no querer evitar… Una droga dulce que se mete en tus venas y desdibuja tu entorno. 

El amor lo cambia todo. Lo cura todo. Lo arriesga todo. Lo cubre todo de un halo imperceptible a los ojos que impide a veces tocar la realidad. Cuando amas a menudo no eres del todo dueño de tus percepciones y algunas verdades se te escapan por la puerta mientras miras embelesado por la ventana pensando que no existe nada más…

Pensándolo bien… ¿Existe algo más? ¿hay algo más que nos mueva que todos los amores posibles que tenemos el honor de experimentar durante nuestra vida? ¿Hay algo más que el amor en todas sus acepciones? Si no nos amamos y respetamos a nosotros mismos, ¿quiénes somos? Si jamás amáramos ¿por qué existiríamos?

Sin amor ¿qué nos queda? una nada inmensa que se nos traga la risa. Una mirada sórdida. Una niebla pedajosa que nos invade de asco. Un muro gris contra el que topar, una tarde lenta que pasa sin alma ni sal, una noche sin sueño imaginando un beso que no llega… Una vida entera sin esperanza. Una búsqueda insaciable de recuerdos para llenar un vacío que cada día se acrecenta. Aunque sea en vano, siempre es mejor amar. El que ama, vive. Hay tantas maneras de amar como amantes. Tantas como personas que ahora se abrazan y prometen amor. Tantas como personas que ahora se despiden y miran atrás. 

El amor lo cambia todo, lo inunda todo. Lo demás es el tiempo que se gasta esperando amar y ser amado… La cara más insoportable del amor, su ausencia.