Pensar que es imposible que te amen.

Que no le mereces, que no te merece, que no te sueña.

Imaginar que le buscas y le encuentras en otros brazos. Imaginar que desea otros brazos.

Cerrar los ojos y besar otros labios.

Serpentear a ratos por la vida sin atreverse a caminar mientras dura el vértigo y el dolor no cesa. Dejar pasar las horas con la mente ocupada en alguna estupidez.

Creer que todos los destinos están trazados. Que no hay nada que puedas hacer ni decir para cambiar el mundo y sus normas establecidas, nada que puedas intentar para llegar a su mundo y atravesar sus muros.

Dejar de ilusionarte y fijar la vista en algo tangible, algo que se rompa, que caduque, que perezca, que pueda salir rodando calle abajo y dejarte solo. Algo que no te importe que se desvanezca… Y cuando eso suceda, buscar otra cosa parecida, una de esas cosas en las que no pones el alma al contemplarlas.

Pensar que como tu amor hay cien, un millón. Que hay miles de personas que salen hoy a la calle buscando unos ojos entre las caras agrias con las que se topan y regresan a casa sin nadie con quien soñar.

Pensar que el amor no existe. Que es una reacción química que altera tus hormonas y que un día de estos esa alteración molesta pasará.

Bajar la cabeza y meditar… Si llegaras a su corazón y rompieras la resistencia, la historia sería corta e incandescente, como esas bombillas que consumen mucho y queman rápido… 

Tener presente que el amor desgasta, desgaja, descarna… Que araña el alma, que derrumba las defensas y te achica la razón. Que cuando amas pierdes capas de piel y horas de sueño. Que nadie es tan vulnerable como un amante desesperado. Que nada es tan mortal como un amor no correspondido. 

Saber que la pasión es fugaz y el deseo algo maleable que puedes envolver en hielo si por las noches da la lata. Por si no soportas no tocarle, no tenerle cerca ni saber qué pasa por su cabeza, aunque sus pensamientos no los ocupes tú.

Sentirse viejo, pequeño, cansado, asustado… Recordar que el amor te hace parecer idiota, que te corta a veces las alas y abre las heridas y la cicatriza con sal.

Cubrirse de una piel gruesa y encerrarse en un caparazón insonorizado, en un lugar aislado, de un mundo que no exista más que para arrancar amores imposibles.

Meterse en ese mundo interior donde sólo llegan las palabras que acaban en mente y otros adverbios de tiempo, que detienen la risa, las ganas, la alegría y que desguazan la felicidad.

Dejar de sorprenderse, dejar de esforzarse para gustar. Cerrar puertas, barrar ventanas y rendirse a dejar de adorar.

Evitar encontrarle en cada minuto de cada hora, en cada momento dulce, en cada instante solitario… Evitar verle en cada reflejo, en cada esquina, en cada hoja, en cada palabra de cada libro que intentas leer. Buscar algún instante en el pasado en que fueras feliz sin amarle, cuando aún no le necesitabas para respirar…

Quemar los recuerdos y poner cerrojos y candados, rodearse de alambradas y sabotearse los sueños.

Vivir sólo para vivir. Soñar sólo para no soñar.

Reírse de todas las estupideces que llegan a tus oídos para ejercitar la mandíbula y volver a tener ganas de reír de verdad. Tener ganas sin ganas. Respirar sin esforzarse por respirar.

Preguntar al doctor si existen píldoras para olvidar y salir de la consulta con las manos vacías buscando un parque donde llorar.

Anudarse el corazón, contenerse los abrazos, atarse las manos para no intentar tocar… Encoger el alma hasta meterla en una caja y lanzarla al mar…

Y sentarse a creer que lo consigues. Y ver que el corazón estalla, que la alambrada cede, la caja vuelve con la marea y no puedes dejar de pensar en su forma de andar. Notar que su mirada está en cada pedazo de tu ser escurridizo, en cada baldosa que pisas, en cada bocanada de aire que respiras…

Darse por vencido y desear con todas tus fuerzas que pase el tiempo y cubra de escarcha tu amor que parecía dormido, pero que está tan despierto como antes de empezar.

Y soltarse, derramarse, rodar por las calles hasta llegar a tu cama sin risas ni besos, sin poder parar de recordar ni por un segundo su cara.

Y darse cuenta de que no hay curas, ni remedios, ni artificios para dejar de amar un instante y olvidar.

El desamor se cuece lento, se paga caro, se consume sosegado, se vuelve moroso… Y cuando crees que has ganado, tienes que volver a empezar, intentarlo de nuevo con el ánimo roído y la cabeza agitada. Con la mirada perdida y el deseo congelado para poderte arrastrar…

El amor no se arranca, se borra poco a poco, con demora, sin prisa, sin estrategia, sin saber cómo ni cuándo. El amor siempre duele por más que se evapore porque no sabe de tiempo ni de excusas, sabe de roce, de beso, de necesidad… Siempre busca un resquicio por donde colarse, por donde aflorar y volverse a enraizar en ti.

El amor siempre encuentra rincón donde esperar a crecer y zarandear tu calma. Siempre te sabe desencajar el alma para arrebatarte el sosiego y vencer tus defensas. Por más que supliques y reces, por más que te apartes, el amor siempre se recuerda… Y cuando se va, deja su aroma.

La única forma de vivir sin ese amor, es amarse y volver a soñar.

Siempre deja marca… El amor siempre queda.