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Voy a hablaros de Maite. Se me presentó esta tarde en el tren. Un trayecto largo, un vagón repleto de personas de pie, sin aire acondicionado, algunas caras largas, algunas mentes estrechas.

Maite me cedió un pequeño espacio para sujetarme y no caer. Sin apenas darme cuenta empezó a hablarme. Con prudencia, con recelo, con inquietud pero con ganas, aún no sé por qué. ¿Soledad? ¿necesidad de conversación? ¿necesidad de aprobación? El caso es que ella me preguntó a qué me dedicaba y yo le respondí que era periodista. “Yo limpio en una casa, dijo, no servía para estudiar, nací con algunas deficiencias y no soy muy inteligente” me cuenta Maite.

Ahora llega ese momento en el que os pido que no os dejéis llevar por prejuicios, que no sintáis pena por Maite, en absoluto. Maite es una luchadora y cuando termine estas líneas, sentiréis envidia de la sana, orgullo e incluso cariño por ella. Maite limpia y, según me explica, lo hace muy bien y es muy responsable porque quiere ser digna de la confianza que la señora que le ofrece el trabajo ha depositado en ella.

Vive con su hermano y su madre. No ha sido fácil eso de no ser “normal” dice ella, “este mundo ya es complicado para alguien como usted, imagine para alguien como yo”. Parece que se excusa por ser “distinta” y le pido que no lo haga, le digo que nadie es perfecto y que hay muchas formas de ser inteligente. Me dice que claro “que ella tiene la inteligencia del esfuerzo del día a día y que tiene el don de conocer a las personas con verlas”. Que nada más verme sabía que sabría escucharla, porque hablar conmigo es fácil. Eso me hace pensar, debe de ser cierto porque me habla mucha gente y me cuenta sus cosas. Maite me pregunta por tercera vez si me molesta y le digo que no, claro que no. Ante nosotras, una joven que nos mira y seguramente piensa lo que muchos estarían pensando, que la situación es rara, que Maite es friki y yo también por escucharla. Que ella se la sacaría de encima rápido…

Maite me mira fijamente y me dice sueña con llegar a ser cocinera y, sin conocerme, me pregunta qué me parece. Le digo que me parece genial, que a mí también me gusta mucho la cocina, que se basa mucho en la intuición. Ella me dice que es muy intuitiva y que eso es “otra forma de ser inteligente”. Le digo que es esa inteligencia que no se aprende, se pone en práctica sin saber por qué ni cómo, que viene de dentro y que tenemos todos por desarrollar si queremos. “Una inteligencia que viene de corazón ¿verdad?” me pregunta.

Justamente eso, le digo yo. Y me dice que antes se sentía mal consigo misma, que no soportaba no ser “normal” pero que ahora se ha dado cuenta que si se lo propone consigue cosas que las personas “normales” no pueden. Ella tiene mucha fuerza, testarudez, empeño… “Soy muy constante, eso forma parte de mi deficiencia y de mis ganas de superarla”.

Se ha dado cuenta poco a poco, con la ayuda de profesionales, que a veces tiene que esforzarse tanto para algunas cosas que se pasa de vueltas y consigue el doble. Que corre mucho, camina mucho, limpia mucho, lee mucho, conoce más gente porque antes se quedaba callada para no molestar y sabe que debe esforzarse más que ellos… “Como a usted señorita, en este tren ¿ha visto cómo me he atrevido a pesar de ser usted una periodista y yo una persona que limpia?”

No sé qué decirle a Maite, me deja sin palabras. La lección me la está dando ella a mí y tengo la sensación de que no lo sabe. Ignora el gran valor de sus palabras y su testimonio. Ignora el entusiasmo que irradia y la extraña sabiduría que subyace en lo que cuenta.

Ella sigue. Antes le importaba que alguna gente se riera de ella porque no era como los demás. Se daba cuenta de que se reían aunque no les decía nada… Ahora le da igual, se siente bien consigo misma porque ha descubierto que puede hacer mucho si se lo propone.

Yo le digo que no piense en los demás, que los que se ríen tienen mucho miedo de ser ellos mismos y lo esconden tras sus carcajadas. Que todos somos distintos. Que no importa el punto de partida y a veces ni siquiera el de llegada, sólo el trayecto. Que la normalidad es una estupidez. Que lo que cuenta es vivir a conciencia e intentar lo que deseas, vivir cómo tú quieres y no cómo los demás creen que debes vivir… Que espero que se convierta en cocinera, que puede, se le nota.

Maite sonríe. Sonríe en un vagón repleto de caras agrias y cansadas. Se lo digo… “Ves Maite, todos parecen amargados y tú eres feliz, eso es lo que cuenta. La felicidad se construye”.

Me da las gracias… Se las tendría que dar yo. Nos despedimos.

Se apea tres estaciones antes que yo y la veo alejarse por el andén.

El tren sigue. El asco y la “normalidad” más anodina y la falta de entusiasmo se palpan en el aire viciado… La joven que nos miraba pensando que éramos frikis tampoco está. No veo en ningún otro rincón del vagón una cara alegre como la de Maite. 

¿Quién quiere ser normal?

A ti Maite, gracias.