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Cada día todos llevamos a cabo pequeños actos que cambian el mundo. A menudo, son del todo imperceptibles… No son cuantificables, no se pesan, ni se miden. Nunca sabemos hasta dónde llegan, si son como una ola que golpea una roca y la redondea poco a poco con insistencia o si son como un pequeño gesto no planificado que llega a zarandear una vida. Sin imaginarlo, a penas activamos mecanismos invisibles que ponen en marcha una especie de domino en el que cada pieza cae y activa a su vez a otra. Cada una de esas piezas tiene un sentido en sí misma y un cometido en general.  Quién sabe qué alcance tienen nuestros desvelos, nuestras palabras, nuestros pasos… Un día llegas a casa cansado, pones las noticias y descubres que alguien ha salvado una vida o ha hecho un descubrimiento que parecía imposible y tal vez tú has contribuido a ello, sin saberlo. Quizás desde el otro lado del océano, fuiste una pieza necesaria de ese engranaje de millones de piezas que se explican por si mismas pero que también se necesitan unas a otras…

Ninguno de nuestros gestos es en vano, todo pequeño acto tiene sus consecuencias. A veces, un «por favor» ayuda a que cambiemos de opinión y un «gracias» evita que alguien cometa una locura que podría haber sido irremediable.

El mundo se cambia de muchas formas. Desde una cima y desde una calle oscura. Corriendo hasta llegar a la meta o luchando desde una silla de ruedas. Desde un escenario o desde un rincón oculto. Con un pincel o con un ordenador. Con un violín o con una caja de cartón. Cuando se pone un ladrillo se cambia el mundo y cuando se apunta una nota en un pentagrama, también. Se cambia accionando una palanca o jugando al escondite. Cada pequeño movimientos genera mil acciones que se ramifican y ponen en marcha millones de situaciones paralelas imprevisibles… Hay quién cambia el mundo cosiendo un botón y quien lo hace con una entrevista exclusiva. Desde un hospital o desde un mercado. Pintando una obra maestra o una casa de tejado rojo con prado verde y un sol amarillo que colgar en un mural de guardería. El mundo lo cambian los poetas y los que hacen balances. Los que podan árboles y los que defienden leyes. Los que juntan palabras y los que venden pescado. Los que van en bicicleta o los que se ven obligados a ir en un tanque. El mundo lo mueven los tristes y los que sonríen. Los que se maravillan con todo lo que ven y los que hagan lo que hagan siempre están muertos porque no sienten.

Cada acto engendra oportunidades, algunas parecen positivas y otras negativas… Lo bueno y lo malo se mezclan y llegan a no poder delimitarse. Lo que parece que es para mal, a veces, acaba bien. Lo que imaginamos bueno, a veces, está vacío.

Ninguno de nosotros tiene la exclusiva para cambiar el mundo y mejorarlo. Nadie sabe si sus palabras, sus obras, sus pasos, sus miradas, han surtido más efecto que las de los demás. Nunca sabemos qué parte de esa cadena somos y el empuje que podemos llegar a generar cuando nos decidimos a poner en marcha esa magia.

Conseguir cambiar el mundo no es sólo para influyentes. No lo consiguen sólo los que tienen muchos seguidores en las redes sociales, ni los que cobran mucho por dirigir. No es de sabios, ni de ricos, ni de altos, ni de bajos… No es de genios, ni del ancianos. No es de valientes ni de cobardes… No es tampoco de aquellos que tienen el don de la palabra ,ni de los que casi nunca hablan.

Cambiamos el mundo queriendo y sin querer. Con entusiasmo desmedido y casi sin ganas. Desde la necesidad y desde la ignorancia. A veces, con un gruñido o otras con una caricia… Todo lo que hacemos engendra un futuro que muta gracias o a pesar de nosotros. En un momento determinado todo cambia y da la vuelta. Una palabra modifica  el curso de un pequeño universo. Un vistazo a telescopio permite descubrir una estrella… Un mirada esperanzada en un microscopio descubre cómo funciona y se replica un virus.

Es tan fácil que ocurra… La mirada cómplice  y cargada de empatía de alguien hace un rato, cuando yo estaba rota y buscaba respuestas, me lleva a escribir estas palabras. Y este mensaje, tal vez torpe y absurdo para algunos, lo recoge el amigo de alguien a quien que necesita un poco de ánimo porque lleva meses en un laboratorio buscando una respuesta y está cansado y a punto de rendirse. Ese empuje le sirve a ver algo que no veía  y lo que descubre cambia la vida de un niño que duerme esperando un remedio y de una madre que llora sentada en un rincón para que nadie vea sus lágrimas desesperadas…

Nunca para. Se van iniciado y poniendo en marcha cadenas de este tipo a cada segundo. Cada día se levantan pequeños imperios y se desmoronan fortalezas hasta ayer inasequibles… La pasión engendra pasión. El amor crea amor… El dolor, a veces, se transforma en superación y otras en la belleza de una escultura o un poema. Una belleza que inunda de emoción a otros que a su vez cuentan historias en los libros o construyen edificios altos donde viven las personas… La risa llama a la risa… El viento agita las hojas y, en algún lugar, alguien nos llama aunque no le oímos pero alguien responde y todo empieza de nuevo.

Somos como millones de cantos de río redondeados por la acción obstinada del agua y el paso del tiempo… Somos el agua modificada por esos cantos de río.  Somos nubes extenuadas de lluvia. Somos lluvia impregnada de todo lo que toca cuando cae…A veces, parece que no pasa nada, pero todo sigue su curso. Por eso, hay que insistir y no rendirse, porque todo está siempre dando vueltas y nuestras circunstancias son mutantes.

Fluyamos. Bailemos. Soltemos todo el lastre que nos hace vacilar las rodillas y nos atenaza la espalda. Dejémonos llevar por el vaivén de este vals eterno que nos balancea. Aflojemos las cuerdas imaginarias que nos atan a los recuerdos que nos queman, desatemos las miradas y dejemos que se filtren y sean incómodas… Desenredemos los miedos de nuestras piernas cansadas que no se atreven a caminar por si tropiezan… Saquemos a pasear nuestros defectos a la luz del sol para que se encojan… Encontremos el valor de las pequeñas cosas.

Cada minúsculo movimiento crea movimiento. Nunca sabes dónde empieza ni dónde acaba. Cada acto casi imperceptible tiene consecuencias imprevisibles y, a veces, extraordinarias. Somos imparables, incluso cuando no lo sabemos. Incluso cuando no nos queremos lo suficiente, somos maravillosos. Somos necesarios, a pesar de no tenernos demasiado en cuenta y no acordarnos de nuestros deseos…

No sabemos hasta que punto podemos llegar a cambiar el mundo…