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No conozco a nadie que sea extraordinario que no haya vivido un conflicto importante. Nadie que sea único que no haya tenido que librar una batalla dantesca con sus propios demonios… La excelencia surge siempre de ponernos a prueba y dar un paso más. Aunque no resolvamos ese conflicto, aunque no ganemos, sencillamente por el hecho de afrontar ya creces. Es un poco como pasar a un nivel superior donde te cruzas con personas que saben más y tu cabeza se despeja de todo aquello que te ofusca para que puedas concentrarte en lo que te hace evolucionar. Surge de vivir intensamente y llegar a ese punto en que debes ser mucho tú mismo para soportar la presión, cuando ya no te avergüenzas de nada… Nace del no poder más y gritar, de decidir explotar explotar de una vez y seguir tus ideas y sensaciones pase lo que pase.

Nunca he encontrado en el camino a nadie maravilloso que no llevara algunas espinas clavadas, ni la marca de unos dientes en la conciencia o la espalda. Nunca he visto a nadie que valga la pena que no tenga cicatrices … Los arañazos son dolorosos pero te despojan de capas de piel cubiertas de miedo…

No sé de nadie que haya crecido sin tener que serpentear, arrastrarse, mutar de forma o cambiar de estado. Los que acaban descubriendo que saben volar es porque un día estuvieron al borde del precipicio y no tuvieron más remedio que saltar confiando en desplegar unas alas que jamás habían tenido la certeza de que estaban en su espalda… Aunque las habían soñado y casi notado mil veces. El mero hecho de encontrar en ti esa confianza para saltar ya te transforma.

Las personas más sólidas que he conocido llevan a sus espaldas los miedos más terribles. Y todas han aprendido a tenerlos a raya y sacarles partido. Los han superado, aunque los lleven un poco prendidos en la espalda y, de vez en cuando, al bajar un poco la guardia, sus temores más rotundos les enseñan los dientes y les mordisquean la nuca para que recuerden que siguen ahí… Y esas personas hacen lo mismo, miran a sus miedos y los identifican, para tomar una posición de poder ante ellos. Al final, no se trata de no tener miedo, sino de manejarlo.

La personas más grandes que he conocido han aprendido a reírse cuando el asco sube por su garganta y a atisbar un hilo de esperanza que casi no se ve, suplicando encontrar la madeja para sobrevivir.  Se han remendado por dentro mil veces y han encontrado alguna razón para levantarse después de una noche eterna de lágrimas. La más importante, reírse de ellos mismos y llevarle la contraria a la adversidad.

Las personas que me han inspirado son fuertes y  al mismo tiempo tiernas. Han salido de su mundo para verlo desde otra perspectiva. Han convertido el dolor en algo hermoso, hay conocido su punzada y han sabido mantenerla a distancia sin esconderse… Conocen hasta donde llegar en cada momento y saben ir superando esos límites. De tanto intentar, subir y bajar, adaptarse y cambiar, son elásticas. Siempre se recomponen. Se pegan, se empastan, se cosen. Encuentran la forma de buscar alicientes de manera constante… Encuentran un tiempo para todo y viven.

Las mejores personas que he conocido aman siempre. Aman lo que pisan y miran, lo que tocan, lo que les hace reír y, a menudo, también lo que les ha hecho llorar. Aman todas y cada una de sus sensaciones, incluso las punzadas de dolor, para aprender de cada instante… Aman a otros y se aman sí mismas. Aman intensamente, porque saben que nunca se quedarán vacías por amar.

Siempre ponen sus propias normas. Viven según su código. No se obsesionan por las palabras que dicen de ellos personas que no responden a sus valores. No esperan aplauso, ni se rinden ante el abucheo. No aceptan regateos ni caben en los esquemas de otros, no esperan ninguna señal para actuar porque saben que sería una excusa para permanecer inmóviles.

Han aprendido a perder desde la infancia. No lo han tenido fácil. Han convertido el perdonar en hábito y el fracaso en una victoria. Siempre aprenden, a veces de otros, cada día de sus titubeos.

Caminan por la cuerda floja y soportan perder el equilibrio. Aguantan la incertidumbre de arriesgarse a caer todos los días. Pueden hacerlo porque no confían en la cuerda sino en sí mismos.

Tienen sueños a puñados. Algunos nos harían reír por simples y entrañables. Otros nos causarían vértigo porque parecen imposibles. Y han descubierto que pueden superar sus sueños, porque no se atan a nada que les haga perder un minuto de felicidad. Sus metas les ayudan a arrastrarse cuando están cansados, pero no están asidos a ellas. Nada les ata a nada, más que su confianza en ellos mismos, en saber que encontrarán la forma de seguir. Porque saben que los sueños no son hipotecas y son capaces de cambiar de rumbo si hace falta en un momento…

Las personas que me inspiran se dejan llevar por sus pasiones. Se envuelven en ellas pero saben controlarlas, como si se sumergieran en el mar y nunca dejarán de nadar para que el agua no les cubra.

Las personas más increíbles con las que he topado abrazan la soledad, pero adoran la buena compañía. Han encontrado un lugar, en uno de los rincones de su ser, donde siempre hay calma.  Un lugar desde el que se puede contemplar el delicioso baile de la lluvia y decidir si salir a mojarse o acurrucarse tras el cristal. Y a menudo, se mojan… Porque saben que la única manera de llegar a la meta es lleno de barro.