aguila

Se habla tanto de talento y de asumir el reto cada día de liderar nuestras vidas que a veces nos perdemos con los conceptos… Suena tan bien que lo primero que te pasa por la cabeza al oírlo o leerlo es que no puedes conseguirlo o que debe ser muy complicado llegar a ese nivel. Siempre tenemos esos pensamientos que nos limitan y recortan. Como si estuviera reservado para otras personas. Parece que conseguir la excelencia sea, además de un esfuerzo continuo por ser mejor cada día en todos los aspectos, un especie de “sin vivir” para que todo sea perfecto. Con tanta competencia, con tanta exigencia en el ámbito laboral, asumir ese reto nos puede parecer haber firmado un contrato con un usurero que no parará hasta volverte loco y desquiciarte para no perder en control.

Sin embargo, nada más lejos de la excelencia que la perfección. Al igual que la belleza, la excelencia necesita de toda nuestra humanidad para ser alcanzada. Y los seres humanos no somos perfectos. La perfección mata la ilusión de seguir batallando para ser mejor. Cada vez nos hemos dado más cuenta que lo que nos gusta es lo asimétrico, lo distinto, lo poco común, lo “raro”. Vivimos en una sociedad enmascarada de rutina que cuando encuentra a alguien que hace las cosas de otro modo y confía en sí mismo, o le repudia o le convierte en dios. O ambas cosas casi al mismo tiempo. Lo que llamamos rechazo en realidad es miedo. Lo que llamamos menosprecio es a veces envidia. Debemos dejar de preocuparnos por lo que otros piensan de nosotros y trabajar nuestra autoestima.

Cuando a veces se nos habla de excelencia sentimos una especie de ahogo en la garganta. Pensamos que significa no descansar, estar siempre alerta, perder tu vida personal para poder estar a la altura. Una necesidad de control de cada detalle para que todo esté en su sitio que aplasta el entusiasmo. Nada hermoso nace del control estricto.  La belleza es esa flor que sale entre las rendijas de un muro derribado, buscando el sol, en condiciones adversas. El momento que vives ante un hermoso paisaje que no encontrarías nunca si no te hubieras perdido al desviarte del camino. Buscamos tréboles de cuatro hojas porque son diferentes, porque nos traen la buena suerte de algo que es anómalo, distinto… Lo imprevisto es tan necesario como lo conocido. La naturaleza es terca y cuando intentas llevarle la contraria acaba tomándose la revancha por el doble…

El control sobre todo esteriliza nuestras emociones, las hace inservibles porque no nos permite notarlas ni aprender de ellas. Mata nuestra creatividad y nos vuelve abúlicos… La excelencia es creatividad, es inconformismo. Todo lo que nace bajo una norma férrea es gris y anodino… La vida está fuera del decorado. En cada acto excelente hay una promesa de rebeldía, un intento osado de ser mejor, pero sobre todo, ser original y distinto.

Este mundo necesita de personas originales y osadas. Que arriesguen y apuesten por sí mismas. Personas que busquen alternativas para todo lo inventado y sean capaces de defenderlas. Personas sólidas y hambrientas por conocer, por entender, por crecer. Al final, si no eliges hacer lo que amas, acabas viviendo la vida de otro y persiguiendo sus sueños.

La excelencia es la expresión de tu forma de ver la vida en cada uno de tus detalles, cada día. Y no hace falta que sean perfectos, sólo que sean vividos. Que nuestros gestos y palabras salgan del deseo, de la necesidad de crecer y evolucionar como seres humanos, del placer de mostrarnos como somos ante el mundo a cara descubierta y sin vergüenza. Y eso puede aplicarse al ámbito laboral, pero si se vive intensamente, afecta a todo en tu vida. Un profesional excelente debe ser una persona excelente.

La excelencia es creer en ti y actuar en consecuencia. Poner amor en lo que haces, aunque sea un acto que parezca insignificante en un lugar remoto y nadie pueda verlo.

Al final, en este cambio de paradigma laboral donde todo da la vuelta y se tambalea, donde ya nada es seguro y  nos sacude de un día para otro, para no perder oportunidades lo único que debes hacer es apostar por ti mismo. Volver a ti, a tu esencia. Ser tú en estado puro y buscar tu mejor versión. Saber qué buscas en la vida e ir a por ello. Ser dueño de tu destino… Ser tu jefe. Arriesgarte. Creer en ti mismo y saltar, aunque te miren como a un loco… Y cuando mires atrás, verás que los locos son ellos, que permanecen  amontonados, sujetándose a un rama que no aguantará su peso… Intentando revivir un sistema de vida basado en la seguridad y la rutina que se desintegra. Sin pasión, sin emoción. Anclados a un tiempo donde todo era vertical, de arriba a abajo, esperando que pase un vendaval para que todo siga igual que antes, cuando en realidad, ya nada será lo mismo.

Y no es fácil. Ser una persona excelente exige esfuerzo y dedicación. Aunque siempre compensa. Si intentado ser excelente el esfuerzo no te compensa es que algo falla. Para ser excelente debes ser feliz intentando serlo. Porque es algo que surge de dentro, una necesidad de cambiar lo que te rodea para impregnarlo de todo lo bueno que puedes aportar y al mismo tiempo ser capaz de percibir y aprender de lo que aportan los demás. Por eso la excelencia no es controlar, es fluir. Si no fluyes, revisa por qué no eres feliz con el camino, porque la meta nunca es segura y, a menudo se desdibuja, cambia o la cambias tú porque has encontrado algo mejor…

A veces, de camino a un sueño encuentras la vocación de tu vida… Eso es excelencia. Estar atento porque estás hambriento. Porque tienes muchas ganas de compartir lo que hay dentro de ti…

Las personas excelentes cometen errores y muchos. Aunque lo hacen con ganas de ser mejores, porque saben que hay que lanzarse y experimentar… Porque para descubrir la vacuna contra la desgana hay que darse algunos golpes y caer algunas veces en plancha. Para ser grande, hay que hacer cosas grandes… A veces, algunas de ellas nos vendrán grandes hasta que las usemos mucho y les tomemos la forma.

Para ser excelente hay que vivir lo que haces y sentir que forma parte de ti. Poner tu talento a disposición de otros, hacerlo crecer… Imaginar cómo eso que haces puede ayudar a los demás y mejorar sus vidas. Y hacerlo con tanta intensidad como te sea posible, sin fisuras en tu confianza,  pensando que cada detalle hace que el todo sea mágico, maravilloso, mejor.

La excelencia es pasión. Es un pedazo de tu alma puesta en todo lo que haces. Es entusiasmo, es ir a por más con ganas, con ilusión.

Es ese plus que pones en cada uno de tus actos y que lo hace distinto, original y le da esa calidad que todos buscan.

La excelencia la podemos practicar todos. El que investiga en un laboratorio,  el que  lava platos, el que sirve mesas, el que organiza el tráfico o el que dirige un país. Cada uno desde su ámbito y con todo lo que le rodea.

A veces, es un volverlo a repetir  todo mil veces hasta que es mejor, aunque aún creas que falta mucho para ser como tú quieres. Otras es un darle la vuelta, investigar más, hacerlo con más ganas o simplemente dedicar una sonrisa. Hay tantas palabras y sonrisas que han cambiado el curso de pequeñas historias…

Servir un refresco con una sonrisa. Cobrar la cuenta con un gracias. Volver a repetir las pruebas porque crees que el resultado es mejorable. No conformarse con un 9,6. Dar hoy un paso más con tus pies agotados en una larga rehabilitación para poder caminar… Decidir que, diga lo que diga el mundo, vas seguir luchando por conseguir ese reto… Excelencia es tener una buena idea a media noche y levantarse para apuntarla para que no sea que se te olvide… Entrar en un quirófano y decirle a la persona que aguarda para ser operada en la camilla que todo va a salir muy bien y pronto va estar recuperada. Mirarle a los ojos y que note que estás feliz por ayudar a curarla, que vas a poner lo  mejor de ti mismo para que así sea y ver como su corazón se calma y su cara se llena de esperanza.

A veces, la excelencia no es lo que haces sino la actitud que tienes cuando lo haces.

La verdadera excelencia no va encaminada a puntuar más delante del jefe, a cobrar más, acumular méritos o a recibir más elogios… La verdadera excelencia es la que nos permite cambiar la vida de los demás para mejor. La que nos hace embellecer el mundo, aunque a veces casi no se note… La que nos convierte en mejores versiones de nosotros mismos cada día y nos da empuje para vencer la adversidad. La excelencia es humanidad.

Al final, cuando lo haces cada día, cuando se convierte en un hábito, acaba repercutiendo positivamente en ti y todo lo bueno que compartes, vuelve. No sólo por la felicidad de ayudar a otros, porque la  generosidad y la gratitud siempre vuelven a ti.

Lo que hacemos con ganas sale mejor. Cuando ponemos nuestra humanidad entera, nuestra bondad, nuestra alma en lo que hacemos, todo se impregna de magia. La excelencia es esa magia.