taza
Tienes que hablar seriamente contigo.
No te escuchas.
No te tratas como mereces.
No te gustas y tampoco haces nada para gustarte.
Ya hace tiempo que no te miras de reojo cuando vas por la calle en ningún escaparate. Y tampoco te imaginas haciendo nada que te haga sentir escalofríos. Has olvidado lo que es temblar de emoción y querer repetir…
Eres un actor de reparto en tu vida.
Desde hace un siglo no miras hacia dentro porque te da miedo darte cuenta de lo mucho que tienes que limpiar… En tu cabeza hay un vertedero de lágrimas acumuladas y frustraciones enormes que no consigues sacar a pasear. Has hacinado en tu alma cada punzada de dolor, cada momento de rabia, cada migaja de culpa del camino y necesitas soltar.
Te dueles.
Te cansas.
Te aburres de estar siempre en esta antesala de felicidad esperando el momento propicio para vivir tu momento ideal.
Vamos, admítelo, no llegará nunca. Ese día que citas cuando dices “algún día” no existe, está muerto. Lo matas cada vez que lo postergas en tus ganas y pegas el post-it donde lo has escrito un poco más adelante en la agenda de tu vida… Esa agenda virgen donde todo lo que pasa es gris y rutinario.
Te gusta pensar que lo harás.
Lo necesitas porque así la culpa que crece en ti grita menos por las noches. Y cuando le das de comer, se calma. Tú conciencia se ha convertido en un lobo que aúlla y que siempre pide más…
Lo haces porque necesitas soñar en balde, como un placebo para poder seguir sin morir de asco. Como una manera de dar carnaza a tus reproches eternos por no ser, no sentir, no despegar.
Has convertido tus sueños en eso que llaman zona de confort.
Llevas años dormido y, aunque necesitas despertar para saber que estás vivo, no lo haces porque sabes que abrir los ojos te hará daño la luz.
Porque ser feliz es un trabajo y suena cansado. Porque significa ser responsable y tú ahora prefieres poder quejarte sin parar. Y así poder juntarte en el bar, a media mañana, con todas esas personas que odian sus vidas y se quejan sin hacer nada… Para competir con ellos en desgracias y llevarte el primer premio a una vida de pena. Ahora llevas días sin ganar esa competición y lo necesitas, porque la compasión es algo que se parece demasiado al amor como para no mendigar un poco…
Te gusta más eso de apurar momentos sueltos y dispersos en tu vida, en los que te sientes bien en tu piel. Son como instantes entre comillas en un párrafo eterno y sin emoción…
Te gusta creer que la felicidad es como una película en la que todo pasa rápido, que es ese minuto de adrenalina, ese instante álgido… Esa sensación que casi se podría confundir con los efectos del café cuando no soportas tu cansancio.
Y entre ser feliz y tomarse un café, te quedas con la taza bien llena porque lo otro, cuando es de verdad, hay que sudarlo.
Si quisieras ser feliz tendrías primero que echar la basura que acumulas y las mentiras que te tragas sobre ti mismo y tus incapacidades de siempre…Esas, las que son ficticias, las que has inventado para poder decir que «no puedes» sin tener remordimientos, aunque sabes que no son de verdad.
Habría tantas cosas por cambiar, empezando por ti y por tu forma de mirar la vida y todo lo que te rodea.
Desterrar esa idea de que has venido a sufrir y de que el sufrimiento te hace mejor… Dejar de colgarte medallas por cada una de tus tragedias como si con ello ganaras puntos para conseguir vivir en un limbo de seres casi felices.
Arrancar de tus entrañas y tus neuronas atontadas que tienes lugares y sensaciones vetados.
Descubrir que la vida empieza cada día
Dejar de quejarte.
Dejar de soñar con el freno puesto.
Dejar de criticar y cambiar todo tu vocabulario. Encontrar esas palabras que son el detonante para que te pongas en marcha empieces a vivir de verdad…
Dejar de arañar migajas de lo que deseas y envidiar a los que se atreven a cogerlas a manos llenas…
Volver a mirarte y verte.
Volver a buscarte.
Crearte.
Dibujar esas partes de ti que se han borrado y que te daban fuerza.
Volver a tener cinco años y creerte un artista, un genio, un héroe.
Salir del armario de las estupideces y hacer lo que los demás creen que es el ridículo pero que a ti te hace sentir bien…
Dudar a rabiar.
Hacerte mil preguntas, sin importar las respuestas.
Agarrarte a ti mismo.
Y tener claro que ser feliz no es un estallido de cafeína, ni un golpe de suerte. Es saber existir. Llevar las riendas y no delegar tu vida… Estar contigo y tenerte de tu parte. Estar en calma y vivir sabiendo que pase lo que pase sabrás encontrar el lado bueno, aunque duela… Practicar la paciencia… Sacarle lo máximo a lo mínimo… Aspirar a lo más grande y disfrutar de lo más pequeño…  Saber que buscarás lo que quieres sin ansia, que vivirás cada instante con pasión, que puedes dar las gracias por estar y notar…
Conocerte y encantarte. Amarte en lo bueno y en lo malo… Y amar sin más atadura que el respeto y la ilusión…
Y  cuando pongas las pies en el suelo, asegúrate de que con la mano te agarras a alguna rama para poder columpiarte de vez en cuando y recordar que vuelas…
Asegúrate de que hoy estás haciendo algo que te acerca a tu sueño.
Y que pase lo que pase, no cambiarás lo que has conseguido por un momento de autocompasión,  que no confundirás la verdadera felicidad con una taza de café.