Des-Amor

Des-Amor

LLUVIA CRISTAL

Visito tu tarde. Tan plácida, tan quieta, tan triste.

La lluvia se arrastra por tus cristales buscando tus ojos cansados de buscar siluetas.

Puedo caminar por tus sábanas blancas con mi presencia diminuta.

Puedo verter sobre tu espalda la furia de todas mis batallas perdidas.

No eres mi héroe porque ya no necesito héroes ni salvavidas.

No eres mi cielo porque todo el cielo que necesito lo llevo dentro.

Entro en tu cabeza de mapas y bestias. Siempre los mismos, en fila, en bucle, sin tregua, sin posibilidad de cambio, sin remedio para nada.

Veo en tu cara la culpa por no llegar a la esquina donde reparten momentos dulces.

Piso tu frente y busco hueco en tu nuca para susurrarte palabras hermosas, pero reconozco que todavía no me apetecen.

No busco honores ni alabanzas.

No necesito castillos, porque los únicos muros sólidos se construyen con el alma… Los demás son de arena fina y caen cuando caen las ganas.

No quiero más amor que el que me permita mi libertad.

No deseo más refugio que el de mi propia persona.

No sueño más abrigo que el de un cariño sincero y un abrazo sentido.

Visito tu tarde y la lluvia no para.

El agua que cae canta las palabras que nunca dijimos.

El viento calla porque tú no te atreves a pedir…

Tu angustia contenida dibuja la palabra «perdona» pero tu miedo a perder algo que jamás tendrás te incapacita para decirla en voz alta.

Tus ojos dibujan oportunidades que no llegarán nunca, porque tus labios jamás podrán pronunciar súplicas.

Hoy te diré que no, por todas las veces que no fui capaz y me arrancaste las lágrimas.

Hace tanto tiempo que no buscas nada que las pupilas se te han cubierto de escarcha.

Hace tanto tiempo que miras y no ves que te has perdido todas mis cicatrices de guerrera retirada.

Ahora amo tanto el silencio que me aturde incluso recordar todos nuestros gritos pasados…

Escucho tus lamentos sobre el suelo gris mientras la luz ocre de una lámpara que no recuerdo haber visto nunca te dibuja una mueca horrenda en la cara.

No seré tu cómplice en este intento burdo de darme pena para mendigar un amor que ni tan siquiera sueñas.

Me cuentas otra vez cada una de tus batallas.

Ya no me interesa la guerra, te digo, ahora busco silencio y calma.

Y no me entiendes porque hablamos dialectos distintos en esta loca carrera para soltar lastre y vaciarse el alma rota.

Tú quieres que te consuele y yo ando por tus esquinas vencidas porque esta tarde me aburría y vi tu cara en una foto antigua y amarillenta.

Tú eras el personaje sordo que nunca escuchaba y yo la muñeca desmembrada del rincón del armario que nadie mira.

No seremos amantes, porque tú nunca usas el gerundio, estás demasiado dormido para vivir sin guantes y besar sin miedo.

No seremos viejos, porque ya lo somos, cuando callamos lo que sentimos y nos envolvemos en esta capa de miedo y mansedumbre casi obscena.

No seremos ángeles, porque el peso de la culpa nos rompería las alas…

Podemos ser lo que queramos, si somos capaces de abrir las ventanas y unirnos a la lluvia.

Si dejamos el paraguas de la rabia cerrado y salimos a buscar un rayo que nos parta porque tal vez nos devuelva la vida.

Pero… No lo haremos porque yo he superado  tu ausencia y tú ni siquiera te has dado cuenta de que ya no estoy.

No uso besos prestados, ni caricias alquiladas.

No vendo carne fresca esperando calor de segunda mano.

No necesito más compasión que la que regalo a quién la necesita.

No quiero más medalla que este corazón que ocupa mi pecho y late con ganas.

Visito tu tarde y está hueca.

Sé que tú sueñas con que la llene con mis versos sin rima y mis pies pequeños, pero yo no he nacido para suplir ausencias.

Ya no…

Sé que me buscas porque estás triste y cuando te vuelva la risa, me negarás la palabra y preferirás una sirena…

Y yo soy demasiado gigante para ocupar un el diminuto vacío que ha dejado en ti quién sea.

Visito esta tarde contigo y apago las luces para no ver y poder imaginar que nada fue.

Para que el vals sea lento y la noche llegue sin avisar y nos pese el silencio como una losa gigante.

Para que no me importe si vas o vienes, porque ya no tengo que esperar tus caricias ni leer tus miradas.

La lluvia me recuerda que somos sólo un episodio en una serie que ya no ve nadie. Y ahora noto que ya no tengo miedo a ser nada que te moleste.

Te visito de recuerdo y te encuentro tan roto que me doy cuenta de que la entera ahora soy yo.

¿Sabes? El desamor no es tan amargo cuando se toma conciencia y se elige comprender.

Y las bestias no son tan terribles cuando descubres que estás de tu parte cuando se ponen fieras y buscan tu cuello.

No eres mi amigo porque no sabes guardar secretos ni contener tempestades.

No eres mi héroe porque ya hace tiempo que la que ostenta los superpoderes soy yo…

Vivir entre caracoles

Vivir entre caracoles

chica carretera
A veces se me olvida que no tengo alas y me parto en pedazos intentando volar.
Se me olvida que además de esencia soy sustancia y me duelen las fibras cuando quiero controlarlo todo en mi vida sin apenas dejar de sonreír.
Imagino que soy bruma y que soy ingrávida. Que salto sin esfuerzo y bailo sin casi tocar el suelo toda una tarde, toda una noche, toda una vida. Siempre quise bailar, pero siempre he estado sujeta a unos hilos invisibles tejidos de recelo y rubor que me ciñen las piernas…
Imagino que  floto y que me quedo prendida en los árboles y sólo me alcanzan las cometas y los globos de helio, mientras miro al mundo hacerse diminuto y llorar. El mundo llora porque no entiende sus heridas, porque ya no sabe cómo curar. Y yo tengo que verlas todas, notarlas todas, empatizar con todas sus lágrimas. Yo siempre noto las lágrimas ajenas como si fueran propias, como si inundaran mis sentidos.
A veces olvido que me han tomado el pelo, que a mi costa se han muerto de risa… Mi memoria selectiva borra de mi cabeza los cuentos chinos, pero sigue queriendo a los cuentistas sin poderlo evitar.
No me sirven los sucedáneos de vida. Ya no me sirven porque no se ajustan al tamaño gigante de mis sueños. Cuando vuelo me expando tanto que no quepo en mi cáscara y debo abandonar mi retiro para asumir mi naturaleza dispersa.
A veces olvido que he vivido algunas historias porque aún me arañan y hacen rabiar.
Ya no me llenan los recuerdos por más preciosos que sean… Quiero vidas, muchas, una tras otra, a poder ser repletas de todo, aunque no todo sea hermoso.
La belleza está a veces en la calle, pegada al asfalto y tiene los ojos de un niño que no arranca a llorar porque espera a su madre para derramar las primeras lágrimas.
Otras es un anciano que canta botella en mano una canción de amor a una esposa que ya no abraza sus madrugadas. O el espectáculo que deja una marea baja cuando cubre la arena de conchas y cañas. La belleza no es simetría es osadía. Es rebeldía y fuerza contenidas y concentradas.
Ya no me llena la ausencia de alguien soñando, ni el abrigo dulce de un abrazo que no llega nunca, pero que se anuncia largo…No me bastan sus palabras lisonjeras ni sus prédicas deliciosas…
No quiero vivir nunca más entre caracoles. No quiero que me miren de reojo porque salto al abismo mientras ellos viven a medias sin atreverse a dejar sus caparazones diminutos. Siempre seguros, siempre preparados para ocultarse y quedarse quietos si todo va mal.
Yo no quiero seguros, quiero vida, quiero arrugar la ropa y soltar la presa. Rodar por el margen y quedar suspendida en una rama, para ver lo que hay más allá de donde acaba el camino que los caracoles nunca van a pisar.
A veces olvido los abrazos, porque al soñarlos su recuerdo desuella mi alma cansada de esperar. He llorado por no tener algo que apenas existía, que no valía la pena, que nunca hubiera llenado mis márgenes gigantes.
Ya no me aguanto las ganas de nada, aunque haya promesas de viento y de lluvia.
Ya no me sirve un hueco, quiero un desierto entero cargado de escorpiones.
No me llena la luna por más que quepa en tu ventana, quiero ser las sábanas y las paredes que velen tu sueño…
A veces, camino tan sola que el eco trepana mis sentidos y horada mis oídos tediosos de aguardar susurros…
A veces, tengo tanto miedo de que el miedo me invada que cierro con candados mis esquinas y busco un lugar donde no me encuentren los cobardes. No quiero que laman mis oídos con sus palabras recelosas ni toquen mis pupilas con sus ojos apagados.
Ya no me calma una tarde quieta, ni una noche cerrada. No me envuelve la manta que susurra cuentos ni los cuentos que me recuerdan que antes todo me calmaba…
Ya nada cierra mis puertas, ni arranca los helechos de las paredes de mi alma… Nada me quita la blusa y camina por mi espalda dolorida y blanca.
Ya nada evoca ese canto triste que me recuerda que un día me importaba lo que otros pensaban y ahora ni siquiera existe.
La pasión mece mis días como las olas liman las rocas más afiladas.
A veces, me desnudo tanto que el frío me abrasa y la noche se precipita. He perdido la vergüenza a mostrar mi alma y airear mis temores…
Ya no me acuerdo de cuando era siempre tarde para todo y nunca pasaba nada.
A veces, pienso que todo lo que duele esconde un secreto que necesito conocer. Aunque deseo conocer mucho sin que duela…
A veces, te busco en las esquinas y entre los árboles del camino, por si estás, por si pasabas por ahí, por si no me acuerdo de que ya no existes y finjo que todavía me importas y me arañas…
No escribo para que me compres, sino para que me leas.
Para que sepas que estoy aquí y tengo tanto miedo como tú, aunque me ponga en primera fila y lleve puesta la cara de guasa y felicidad.
No quiero una manta, quiero un abrazo.
No quiero un recuerdo, quiero un momento… Muchos momentos, sin pausa. Todos los momentos que pueda almacenar en este cuerpo pequeño y repleto de habitaciones vacías.
A veces, las palabras calman mis vísceras rotas de tanto amar sin preguntar ni pedir.
Antes de enfadarte por mis palabras, piensa que la risa lo calma todo y ven a mi fuego a contar historias tristes que nos hagan creer que no estamos tan mal. Y luego desaparece,  que no quede ni tu aroma ni tu esencia, para que yo no me salpique de recuerdos…
A veces, se me olvida que no tengo alas y caigo. Conocer el abismo me ayuda a soñar.
A veces, escribo porque sentir es la única forma de saber que estás realmente vivo… Porque no soy un caracol. Porque ya sólo le tengo miedo al miedo.
 
 

El camino correcto

El camino correcto

camino
Escojas el camino que escojas es el correcto, el que necesitas. Te lleve a tu destino o no. Eso casi no importa. Si no te conduce a donde deseas, seguro que es porque hay en él algo que debes aprender antes o tal vez, quién sabe, el camino erróneo te lleva al lugar adecuado. A veces, las cosas que pasan y lo ponen todo patas arriba son las que hacen que todo siga su curso, que todo sea como esperabas… En ese camino, lleve a donde lleve, hay tal vez una enseñanza que conocer, una persona a quien encontrar, una lección que interiorizar. Pase lo que pase, sabes que no te equivocas o mejor aún, que si te equivocas es porque lo necesitabas y que sabrás sacarle rendimiento a tu error. Los caminos equivocados están llenos de grandes descubrimientos…
A la hora de decidir sólo te queda saber que lo que haces es a conciencia, que usas la cabeza pero que te dejas llevar por la intuición, que vas por donde notas que debes ir, aunque no sepas qué te espera al final. Porque, en el fondo, la luz la llevas tú. Si te hace falta, sabrás cómo y cuándo sacarla de dentro. Sólo importa decidir con las ganas, siendo consciente de las consecuencias y respetándote a ti mismo y a los demás… Seguramente, porque a la primera persona que no puedes permitirte engañar es a ti mismo. Como si al meterte en el agua supieras que te lleve donde te lleve es porque allí hay algo para ti… Un tesoro, un salvavidas, alguien con quien compartir la travesía, un pequeño bote desde el que empezar un viaje.
Lo principal es aprender a conocerse y no mentirse, y saber que lo que decides es porque lo deseas, porque te ha vibrar. La pasión con la que hacemos lo que nos conmueve y motiva no es sólo fruto del deseo o la emoción, viene de miles de pensamientos almacenados y experiencias que nos recuerdan que aquello nos ayuda a sacar ese yo verdadero y auténtico que, a veces, tenemos olvidado. Nuestro verdadero yo se pasa la vida (nuestra vida) intentando salir del rincón en el cual le hemos dejado tirado. Nunca se resigna, nunca se apaga. No tiene tanto miedo como nosotros y si lo tiene, se lo traga, lo encaja, lo escucha y lo tira por la ventana. Es ese yo (tú) que se atreve a levantar la mano para hacer preguntas y que te ha permitido confiar en ti mismo en ocasiones especiales. Es él el que gana algunas de tus carreras y dibuja algunos de tus sueños. Cuando eras niño, una vez, te salvó la vida porque en el último momento te susurró al oído «tú puedes, venga». Es ese yo que cuando todo pinta mal y el peso del mundo te cae encima, toma posesión de tu conciencia y se levanta para seguir… Es el que sabe perfectamente que escojas el camino que escojas, vas a ganar porque al final del trayecto hay algo bueno para ti. Y que ese algo es, sobre todo, un nuevo tú más sabio y mejor.
Es el que te pide que decidas y que no te dejes influir por aquellos que tienen miedo o no saben entender tus pequeñas locuras…
Casi mejor estar en un camino elegido por mí, aunque me lleve a un fracaso, que seguir el camino de otro que me conduzca a una meta que no anhelo. Porque el fracaso será mío, pero la meta no. Y seguro que me aporta más ese fracaso que  el aprendizaje que la meta soñada en otra cabeza.
Y si nos aporta algo bueno, ¿lo podemos considerar un fracaso? Si de ahora en adelante, cuando lo recuerdes y repases, eres capaz de darte cuenta de la lección que llevaba y todo lo bueno que trajo consigo ese fracaso… ¿Qué más da?
Si buscando un tesoro encontraste un amigo ¿no te parece que saliste ganado? ¿No encontraste de hecho algo aún de más valor?
A menudo, aquellos que quieren arañarnos, sin saberlo, acaban siendo nuestra puerta de salida a nuevos mundos, nuevos retos, nuevas metas. Nos dan la opción, nos dibujan la puerta y nosotros podemos salir por ella a nuestro futuro. Para hacerlo, es necesario ver cada situación como lo que realmente es, una oportunidad. Porque si nos precipitamos y dejamos llevar por el dolor y sólo vemos su gesto, estaremos obviando la maravillosa consecuencia de sus actos. El tiempo que pasamos recordando nuestra tragedia nos mantiene atados a  ella. El tiempo que usamos detestando y odiando a quién nos ha hecho daño nos sujeta a esa persona. Es mejor pasar pantalla y analizar lo ocurrido con calma, serenidad y mirando de frente. Como si finalmente, nuestro captor nos liberara después de días y días privados de movimiento, y en lugar de salir corriendo a explorar nuestra libertad, prefiriéramos quedarnos a reprocharle su actitud. No solamente nos causamos más daño recordando la situación y repasándola, sino que cuando nos fijamos en él para odiarle, dejamos de mirar el camino que se abre ante nosotros. Mejor emprenderlo y poco a poco, empezar a trabajar en lo que suscitan en nosotros las emociones sentidas durante el cautiverio… Y hacerlo sin negarse a afrontar el dolor pero sin permitir que te invada y limite.
Nuestros captores son, a veces, la mecha que hace que todo salte por los aires. Otras veces, la chispa para darnos energía…
Al final, el que te despide, te da la libertad.
El que te deja, te permite encontrar otros compañeros de viaje.
El que insulta pone a prueba tu paciencia y autoestima.
El que te araña, deja en ti una valiosa cicatriz con la que podrás ganar mil batallas.
Podemos tardar un siglo o un día, pero al final, la única forma de verlo para salir victoriosos de la experiencia, es darles un papel de impulsores, de acompañantes necesarios e involuntarios, de actores secundarios en nuestras vidas que, sin pedirlo, han venido a darte el empujón. Porque sin saberlo, han conseguido poner en marcha el ese yo que actúa, que toma las riendas, el que nunca se resigna y siempre está tirando piedras a tu tejado para que le hagas caso cuando te olvidas de quién eres y qué buscas en la vida…
No importa el destino. No importa el camino. Sólo importa la forma en que te mueves por él y la ilusión con que lo haces…
No existe un camino correcto… Hay caminos que notas que merecen la pena y otros que no.
Tal vez, no hay caminos. Hay experiencias, hay momentos acumulados por vivir y mundos por explorar… Y están todos dentro de ti… Lo que cuenta es que te sientas bien con lo que haces y no traiciones tu esencia, que ames cada instante, que vivas sin regatearte a ti mismo, sin hacerte trampas… El camino es sólo la excusa para que salgan de dentro, te miren a los ojos y tengas que asumir vivirlos.
El camino eres tú.

Lidera tu vida

No podemos pasarnos la vida culpando a otros de los que nos pasa. No somos lo que nos pasa, somos la forma en que lo afrontamos y lo vivimos. No somos nuestros miedos, somos la manera en que nos enfrentamos a ellos. Somos las palabras que usamos y todas y cada una de las quejas que nos repetimos cada día. Es la hora de no cerrar nuestra mente y tomar las riendas, gestionar nuestras emociones y sacarles partido, porque todas nos traen algo positivo, aunque duelan o asusten. Ha llegado el momento de responsabilizarnos de nuestra felicidad y nuestra vida y dejar de culpar a las circunstancias. Lidera tu vida porque si no la liderarán otros.
 

Fabricantes de oportunidades

No creo que la suerte exista. Al menos no tal y como nos la han vendido hasta hoy. Creo que las cosas pasan por algo, aunque muchas veces no les encontramos el sentido, no sabemos interpretarlas o no queremos porque nos duele demasiado. Todo lo que nos va pasando y decidimos nos ver, no sentir, no escuchar, se acumula en nosotros y se nos dibuja en la piel o se nos queda retenido esperando que llegue el momento.
Nos han educado para esperar castigos divinos si hacemos algo que otros creen que está mal o que vulnera un código ancestral, aunque para nosotros ese código sea en si mismo un castigo.  Nos da miedo ser felices porque, en el fondo, creemos que deberemos dar algo a cambio, perder algo, como si estuviéramos destinados a sufrir y la felicidad fuera una provocación, un ritual irreverente que debemos pagar caro… Porque nos han dicho que en esta vida no se llega a la plenitud. Porque nos han educado para no salir de las líneas marcadas ni explorar nuestra capacidad de ser libres. Nos han pedido que caminemos cada día por el mismo sendero, con la cabeza gacha para no desafiar a los dioses a esperar un golpe de suerte.
Aunque ese tipo de suerte cuando llega es efímera, porque no sabemos usarla o nos asusta tenerla entre las manos porque nos han dejado claro que nadie que no haya hecho un mínimo esfuerzo para conseguir algo, sabe cómo manejarlo. Porque nos han insinuado que  esa suerte que no nos pertenece y no pararemos hasta que no la malgastemos con la torpeza del que no sabe usar lo que no le está destinado.
Tal vez la suerte sea más cuestión de saber darse cuenta de dónde están las oportunidades, que a veces nos llegan disfrazadas de conflictos, y aprovecharlas. Una tarea complicada porque esas oportunidades no son a menudo cómodas ni fáciles, exigen esfuerzo y renuncia. Quizás la suerte sea hacer mil veces algo de muchas maneras distintas hasta que descubres cuál es la forma correcta o la soñada. Practicar para vivir. Darte cuenta de cuando cambiar y cuando aceptar y notar cómo eso te cambia también. Saber esperar, una espera activa, sin perder comba ni reflejo. Dejar pasar falsas oportunidades también que te ponen a prueba y que te llegan en forma de regalo maravilloso. Al final, quizás lo que convierte cualquier experiencia en una oportunidad es nuestra forma de verla, nuestra actitud… Los problemas son oportunidades, a menudo, cuanto más grandes, más recompensa supone superarlos. Por lo que, visto así, todo es una buena oportunidad… Y la suerte subyace en todo, tan sólo hace falta mirarla con ojos nuevos y agradecidos y estar dispuestos a exprimirla hasta la última gota.
A veces, ni siquiera somos capaces de ver la multitud de cosas que debemos agradecer hasta que las perdemos…
Tampoco lo bueno tiene porque ser complicado. A veces es sencillo, deseas algo y lo pides. Aunque a menudo no nos atrevemos a pedirlo, porque pensamos que no nos pertenece o que otros lo verán como una osadía o una impertinencia. El problema no es cuando llega a ti algo bueno y fácil y piensas que es un golpe de suerte… Eso es bueno. El problema surge cuando esa facilidad establece que tienes que dar a cambio algo que vulnera tu esencia o se interpone entre tú y tus valores. En ocasiones, no hay caramelo más envenenado que tener suerte de haber ganado la carrera sin saber por qué, ya que has aprendido nada de ello y no sabes si podrás repetirlo.
A veces, estás tan destrozado por dentro y aturdido… Vives momentos tan duros que cuando otros te dicen que tomes las riendas o arriesgues un poco para cambiarlo te asquea.
He sentido eso. Es como si llegaras a casa huyendo de la lluvia y tu cobijo no tuviera techo y miraras al horizonte y descubrieras que tu mundo es un lugar sin refugios y que en todas las casas que encuentras se duerme al raso. En ese momento, necesitas una mano tendida y la necesitas ya y todas las hermosas frases que te llegan al móvil donde te dicen que si lo sueñas harás que sea posible hacen crecer en tu interior una rabia descontrolada… Has soñado tanto y te has levantado tan pronto… Has amado tanto y ¿qué has recibido? Necesitas  suerte y la necesitas ahora. Uno de esos enormes golpes de suerte que te cambian la vida y que llegan de forma fácil, porque ni te quedan fuerzas para seguir, ni dinero en los bolsillos como para salir a buscarla…
Si tan sólo durante un rato pudieras despejar tu cabeza para pensar sin tanta angustia podrías empezar a construir algo nuevo, una alternativa, un nuevo comienzo para ti… Un refugio donde imaginar un futuro mejor que te ayudara a soportar este presente que se desmorona… No hay mayor ceguera que la del miedo. Te estruja el pecho para que respires rápido y corto, para que creas que vas a desfallecer. Te comprime las ideas y las acelera, abre la caja de estupideces que tienes herméticamente cerrada para evitar convertirte en un títere… Y te sientes acorralado, cansado, desesperado.
Siempre he pensado que la suerte se fabrica, se construye, aunque a veces esa creencia se tambalea y te golpea en la cara y te quedas con esa mueca triste y perdida. Aunque no te ves capaz porque estás muy cansado y lo que quieres es gritar…
Tal vez, la suerte, esa suerte facilona de los cuentos de hadas y princesas, la de las loterías y las comedias románticas exista sólo fruto del azar y haya personas tocadas por la magia… Quizás también haya varios tipos de magia. La que te llega un día, cuando entre una multitud topas con unos ojos que te calan por dentro y sacuden y agitan, y la magia que dibujas tú. Esa que sucede cuando dejas el camino marcado, decides que no te importa qué digan lo demás y que quieres descubrir por ti mismo hasta dónde puedes llegar. La magia del empeño, de la actitud y de la voluntad. La magia de los que van a contracorriente. Cuando vas a contracorriente encuentras respuestas que otros no encuentran y te haces preguntas que otros no imaginan.
Quizás la suerte es insistencia, impertinencia, osadía, cierta locura para imaginar lo que otros antes no han imaginado o no se han atrevido a soñar. Tal vez sea una fe gigante y conmovedora, una confianza enorme en ti mismo y tu capacidad de maniobrar por la vida corazón en mano y con ganas de tocar tu cielo particular.
Quizás sea tu propia forma de ver la vida y salir en su busca. Quererte lo suficiente como para creer que mereces lo mejor y no para hasta sentirte entero… Creer en ti.
Una solución distinta que antes nadie se ha atrevido a pensar para cambiar las cosas. Unos ojos nuevos con los que ver más allá del dolor y el miedo. Porque quizás ya tenemos mucha suerte y no sabemos darnos cuenta…
Tal vez la suerte sea una excusa a la que aferrarse para empezar, un amuleto en forma de trébol de cuatro hojas, un punto de apoyo desde el que mover el mundo, como Arquímedes. Tal vez, la suerte sea esa confianza en nosotros mismos que necesitamos para convertirnos en fabricantes de oportunidades.
 

Algunos errores son necesarios

Nos asusta equivocarnos y, sin embargo, es casi tan necesario respirar. Sin error no hay evolución, no hay madurez ni crecimiento. Sin fracaso, no hay victoria. Cada vez que nos equivocamos, abrimos un nuevo camino hacia otro lugar donde nos espera algo bueno, un aprendizaje que necesitábamos. Si sabemos sacar lo mágico, lo maravilloso, lo bueno de cada error, nos daremos cuenta de que salimos ganando y nos acercamos a nuestros retos, a nuestros sueños. Lo que cuenta es actuar. Decidir. Renunciar. Arriesgar. Equivocarse es maravilloso…