¡Que nos tomen el pelo!

Venga… ¡Que nos tomen el pelo! Que nos miren a la cara y luego nos digan que sí, cuando es que no. Que nos cuenten un cuento triste para llegarnos al pecho. Que nos dibujen corazones rotos, sonrisas falsas… Ideas locas. Que nos bailen el agua, que nos sujeten la risa buscando lágrimas… Que nos alaben las formas y nos repitan palabras sordas y estúpidas.

Somos más de lo que ellos ven en nosotros. Nosotros escogemos quien nos decepciona y quien nos ama. Podemos cambiar de forma, girar sobre nuestros miedos, dar la vuelta al mundo y regresar sin perder esperanzas…

Que nos consuelen y nos mientan. Que nos digan que nos quieren y necesitan, mientras sujetan oculta una daga con mala intención. Tenemos la espalda repleta y nos queda espacio para otra y otra, hasta el final de los tiempos en la historia de las dagas. Estamos hechos de viento y de agua. Nos reinventamos cada día para soportarlo.

Que nos seduzcan con ojos burlones y muecas rebeldes… Que nos abriguen, nos persigan, que nos recen como si fuéramos dioses… Que nos castiguen luego sin su mirada, cuando no obedezcamos sus órdenes… No somos presas, no tienen redes tan gruesas para sujetarnos el deseo y la confianza.

No importa, no buscamos amores vacíos, ni almas huecas para llenar nuestras almas ansiosas y enamoradas. No somos sus esfinges esculpidas en la arena, ni sus héroes de barro, somos carne y hueso, somos risa … Somos vida que busca vida, sincera y en calma.

No importa que por ser como somos, confiados e inocentes, con ganas de compartir, nos tomen el pelo y nos dejen con esta cara … Mueca triste y cabeza baja. Tal vez lloremos y nos sintamos revueltos un rato, pero volveremos a encajar el golpe.

No importa que se aprovechen porque saben que cedemos y repetimos siempre, que somos carne de engaño y que sabemos perdonar… Somos más libres porque no dependemos de su estima, ni de que nos acepten en su casta.

Nosotros tenemos más suerte. Somos más flexibles, más resistentes. Tenemos la espalda curtida pero la ilusión intacta. Nos han arañado la cubierta y nos han arrancado la ropa, pero no nos han tocado las ganas. Podemos soportar cien decepciones a pecho descubierto a cambio de encontrar cinco expresiones auténticas que se nos acercan para compartir lágrimas… Y gozos… Y que duraran hasta que nuestra historia termine… Que valdrán la pena… Esas que sobreviven al paso del tiempo y al sueño. Que no necesitan rezo sino caricia. Que buscan respuestas y comparten preguntas, que caminan a tu lado y tienden la mano.

No importa, que nos tomen el pelo, ahora, aquí… No lo notamos, compensa. Sentir así lo compensa todo. 

 

Un amor menor

Un amor menor

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A veces, nos pasamos la vida pendientes de otras personas. Atentos a su más leve súplica o gemido. Colmando sus pequeñas exigencias, arañando al mundo para cumplir sus deseos. Y no sólo para que sean felices y se sientan bien, sino para complacerlas y hacer que nos miren… que nos vean.

Lo podemos hacer llegar al extremo, al exceso… Sobrecargarnos de la necesidad de existir a través de sus ojos y aceptar sus miradas como las únicas válidas. Cedemos el primer día un minuto de nuestro tiempo y despertamos años más tarde con siglos perdidos de caricias, de respuestas, buscando aprobación y suplicando un cariño que no es tal porque lo hemos dado a cambio de nada… Esa persona ha creído que era gratuito, que no merecía canje. Vendemos nuestra ilusión, nuestras ganas y nuestras inquietudes tan baratas que parece que no merezcan la pena. Y ese reloj que corre para indicarnos los momentos regalados a cambio de indiferencia nos recuerda que lo único que conseguiremos de esa maniobra tremenda que es el borrarse a uno mismo es un «casi amor». Unas migajas de amor que siquiera llegan juntas y el mismo día, están dispersas en el tiempo y el espacio, no cunden… no juntan un puñado de buenos momentos, saben a lágrimas y son bocados entrecortados para alguien hambriento que merece saciarse porque sacia mucho, porque se da por entero y recibe una especie de sucedáneo. Un placebo que procura algunos instantes de euforia porque se parece al cariño, al respeto, a la compañía, pero que es exigencia, cierta tiranía y pura necesidad.

Y no nos queda ni el consuelo de echar culpas. No existen las culpas. La responsabilidad es nuestra, toda. Nosotros cruzamos lineas y toleramos despechos. Subimos montañas imposibles y bajamos a lo más ínfimo por decisión propia. Somos lo que hemos consentido ser.

Y todo eso no sirve para nada. No nos hace mejores, ni más dignos a esos ojos que incansablemente buscamos complacer. Nos hace espectros, sombras, sucedáneos de persona a los que premiar con sucedáneos de amor.

Y parece que no nos queda nada, pero no es cierto. Estamos nosotros mismos, que somos más que esas sombras en las que nos convertimos hace siglos. Somos un mundo por recuperar. Sólo nos hace falta estar en silencio un instante y oír nuestros deseos, nuestros sueños… nuestros pensamientos y saber que merecemos complacerlos. Y recordar que nuestro amor es caro, carísimo. Que por lo menos merece otro amor de igual intensidad para ser regalado. Que el gran reto es vivir a través de nuestros ojos, batallar con nuestros miedos, ejercer de seres humanos enteros.

No se admiten rebajas. No somos saldos. No estamos de oferta. Nos desviviremos por otros, si cabe, pero a cambio de no perder la dignidad. La felicidad no se posterga, ni se regatea. El amor no se vende. Lo daremos todo, pero queremos más… lo que nos toca. No merecemos amores diminutos, no somos un amor menor.

Gracias a Fátima Abril por haber inspirado este post con su blog http://blog.fatimabril.es/
 

No hay distancia suficiente

Dejó de dar de comer a sus fantasmas. Cerró los ojos y pasó por delante de ellos sin casi respirar. Dejó que aquellas fantasías sobre lo que jamás podría y nunca iba a conseguir acabaran enterradas. Olvidó sus rostros retorcidos y asqueados y se centró en mirar hacia adelante, sin detenerse, sin girar la vista porque sabía que su amor propio era nuevo, frágil, quebradizo…
Caminó cada vez más rápido, más ágil, más incandescente. Una sensación de euforia le invadía cada hueco, cada rincón de su cuerpo diminuto. Respiraba hondo, consumía aire… lo tragaba y convertía en fuego. Deliraba de emoción. Flotaba, sondeaba el aire. Unas lágrimas espesas le lamían la cara y en medio minuto se evaporaban. Era una llama. No podía parar. Sabía que si paraba oiría los reproches y toparía con algunas caras. Notaba aún el aliento de sus temores prendido en su cuello y una garra inmensa sujetándole las ganas. No quería regresar jamás y verse juzgada y escrutada. No quería ser la presa, ni el bocado… ni volver a ponerse en un rincón para no estorbar… ni pedir perdón por levantar la mirada.
Huía. La rabia contenida la empujaba y el miedo a permanecer quieta y ser engullida le daba la mano. Era como un grito, un animal herido que corre poseso buscando guarida.
Y de repente, ya estaba exhausta, rendida, destrozada… ya no podía mover las extremidades ni articular más que gemidos y alaridos, estaba tan lejos que no recordaba de dónde partía… ni lo que buscaba pero sabía que parar era sucumbir… era regresar…
A pesar de todo, los miedos continuaban pegados a su piel y los fantasmas revivían. La cara de la que quería librarse se dibujaba de nuevo en cada esquina.
Y entonces lo tuvo claro. No había distancia suficiente. No podría correr lejos siempre, en algún momento debería parar y tragarse el asco y el pánico. Huía de ella misma. Ella era el depredador y la presa. El fantasma, el crítico más feroz. Ella fabricaba el miedo que se le alojaba en el espalda y se le comía las risas. Ella construía los muros y cerraba las puertas. Ella se arañaba el alma, se arrancaba los goces… los demás eran tan solo la comparsa, la coartada triste para seguir levantado barreras y afilando espadas en la conciencia.
Y supo que tenía que parar y volver. Supo que la única persona con la que tenía que hacer un pacto para abandonar aquella lucha era ella misma. Y dejar de luchar… y levantar la cabeza y aguantar la mirada. Se dio cuenta de que el camino a seguir no se andaba, se maduraba. El viaje que debía emprender era interior y el enemigo a ganar tenía su cara.

¿Cobran demasiado nuestros políticos?

Así en genérico y con la que se nos cae cada día en las espaldas, la respuesta que nos pide el cuerpo y la inteligencia es un sí rotundo, enorme. Nos pilla la pregunta con los bolsillos caídos y vacíos y unas ganas locas de decirles a muchos de ellos a la cara lo que pensamos. El desprestigio de la clase política nos desborda como sociedad y hace falta ponerle remedio inmediato si queremos evolucionar.

Sin embargo, vale la pena pensar en ello, darle vueltas, buscar la excepción. No todos los políticos son iguales ni tienen el mismo ámbito de decisión, ni la misma responsabilidad. Por tanto, tomar la decisión de si su sueldo es excesivo o no, no puede hacerse sin matices.

Llevo años oyendo aquello que dicen muchos de ellos de “en una empresa privada, por mi puesto de responsabilidad, cobraría el triple”. Cierto, certísimo. El problema es que en una empresa privada, a lo mejor usted no ostentaba ese cargo porque no tiene preparación, ni aptitud, ni actitud… ni nadie le debería un favor. En esos lugares, señor, a uno le piden que trabaje y no que caliente la silla.

De algunas fuentes reputadas y sabias mentes, me llega otra versión. “Un político tiene que estar muy bien pagado, aún más que ahora, porque es alguien que deja su carrera para dedicarse al ejercicio público. Si está mal pagado sólo accederán a la política los que tengan grandes rentas y fortunas, cómo sucedía antaño, y la élite económica copará esos puestos… ¿crees que pensará en satisfacer al pueblo? Si se paga bien, los buenos profesionales aparcaran sus carreras para hacer política”. Sí suena bien, pero ¿nos parece poco 3.000 o 4.000 euros al mes? ¿es un sueldo que no permite dejar una carrera de brillante abogado, médico, arquitecto o economista por un tiempo para dedicarse al bien común? ¿Dónde queda la satisfacción por cambiar nuestro mundo?

Y teniendo en cuenta que muchos partidos no postulan a este tipo de profesionales para los primeros puestos de la lista, para algunos que en el mundo real no los han visto juntos, el salario no está mal…

Un conocido me dijo “los políticos tienen que cobrar mucho porque cuando dejan el cargo se les acaba el chollo, además así no corres el riesgo que echen mano a la caja”. Supongo que esta tesis, ya nos damos cuenta que hace aguas. No tiene sentido desde un punto de vista ético, porque sería como sobornarles para que no nos hagan trampas y no se gasten nuestro dinero. Hace aguas porque han echado mano de la caja incluso algunos con una vida regalada, sin temor a nada, sin vergüenza ninguna, sin tener en cuenta el riesgo.

Puede que nuestros representantes públicos electos a veces olviden por qué están sentados en sus tronos, que trabajan para nosotros, pero es que los votantes para eso, y más, tenemos memoria de pez.

Tal vez lo que realmente nos insulta es que la mayoría de personas no cobren un salario digno y sepan que nunca van a cobrarlo. Caemos en la trampa de quejarnos por sus sueldos, como cuando nos indignamos con los funcionarios porque sus condiciones laborales nos parecen mejores… y jugamos según sus normas… y acabamos pidiendo que se terminen con sus privilegios cuando lo que tenemos que pedir es dignidad en el trabajo para todo el resto.

¿Cobran demasiado nuestros políticos? Tal vez sí. Algunos, sin duda, por la responsabilidad que tienen, su nula preparación, su margen de decisión y, sobre todo, por las pocas ganas que le ponen. Escandaliza, asquea. Otros, tal vez no, tal vez cobren poco.

A pesar de ello, no nos engañemos, lo que hay que pedirles es que trabajen, que den el máximo, que sean profesionales, que se esfuercen, que sean eficaces. Que recuerden que nuestras vidas y las de los nuestros están en sus manos.

Que sólo lleguen a las listas los válidos, los preparados, los que tienen ganas de cambiar y mejorar nuestras vidas (y las suyas también). El día que no haya un solo inepto/a sentado en un escaño, lo pagaremos con ganas porque nuestras vidas serán mejores. Y las reglas del juego serán dignas para todos.

Contra la cultura de la resignación

No nos educan para querernos. Ni en la escuela ni fuera de ella. Muchos maestros, de esos que educan personas y no se dedican solo a trasmitirles conocimientos, lo intentan. Nos explican que tenemos que respetar a todo lo ajeno, las ideas y las personas, pero esa semilla a veces no llega a germinar.

Aleccionamos a nuestros hijos con pautas, muy necesarias, con rutinas, muy básicas, pero deberíamos enseñarles a ilusionarse, a poner en marcha un mundo en el que todo dependa del grado de emoción y pasión que le pongamos a las cosas… Un mundo en el que el esfuerzo tenga una recompensa que dura siempre, el amor propio.

Deberían educarnos para tomarnos la vida con ganas…

Encontrar la dignidad que te da respetarte a ti mismo y mirar el camino recorrido y saber que ha sido duro, angosto, agotador… pero que ha sido nuestro. Enseñarnos a disfrutar ese trayecto y valorar lo que en él se aprende, sus lecciones más dolorosas también… las que te quedan retenidas en ese pedazo de ti que no tiene ubicación física, pero que te rige la necesidad de mejorar.

Deberíamos educar a nuestros hijos para ser pastores y no rebaño. Para ser líderes y no masa. Para conformarse y adaptarse pero sin resignarse. Para que sueñen con elegir sus destinos y no con dejarse llevar y agazaparse en un reducto gris y sin estímulo. Enseñarles a quererse más… apreciando lo que ya poseen y valorando lo que les rodea… y sobre todo, enseñarles a soñar y madurar lo suficiente para soportar no siempre conseguir lo soñado… y no rendirse y continuar y caer y levantarse y al día siguiente ser capaces de buscar nuevos retos sin más ansia que superarse pero sin el agobio de competir con uno mismo… el peor juez y verdugo siempre mora en nosotros…

Deberían educarnos para levantar imperios, pero edificados en el respeto y las ganas de cambiar el mundo. Mostrarnos cómo guiar y liderar y no cómo escabullirse de las responsabilidades y esperar en una esquina a que otros abran paso.

Deberían decirnos que nunca se sabe cuántos pasos hay que dar para llegar a una cima y que después de esa cima llega otra y que lo mejor es lo que recogemos a cada palmo del sendero. Y con quién nos encontramos. Deberían enseñarnos a encontrar personas que nos estimulen, que nos forjen, que nos digan las palabras que necesitamos oír para seguir… no personas tóxicas que nos frenan porque se creen que anclarnos a nosotros les da alas a ellos.

Deberían mostrarnos lo maravillosos que podemos ser y lo mucho que podemos ofrecer y lo más que nos merecemos recibir. Así no nos conformaríamos con menos. No aceptaríamos amigos a medias, amores a medias, responsabilidades a medias… No viviríamos a medias.

Alguien debería decirnos la primera vez que caemos que es un primer paso para alcanzar la meta.

Deberían explicarnos que la ilusión es el motor de todo, el pegamento de nuestra vida. Que es la diferencia entre nacer cada día o morir un poco cada minuto que pasa.

Deberían enseñarnos que la ilusión es la materia básica para generar nuestros movimientos. El material del que se fabrica nuestra vida.