La máquina de fabricar excusas

Funciona a pleno rendimiento. De día y de noche. Fabrica excusas para todo. Sólo hay que concentrarse un poco y no dejar nunca la mente en blanco, pensar precipitadamente y desear con todas tus fuerzas sacarte un problema de encima. Repetir incansablemente la palabra problema, sin parar, hasta que no haya nada más que supere su rotundidad y existencia, siquiera la tuya. Sentir como se te estrecha la garganta y pensar más en el conflicto que se abre ante ti que en una posible solución. No asumirlo, sentir un miedo atroz y no querer remediarlo para sentarse en una esquina de cualquier habitación, a poder ser poco ventilada, a ver como crece. Como se hace grande, enorme, como el problema se desborda y como invade tu espacio vital y ocupa tus pensamientos. Sopesar empezar a correr, pero preferir quedarse sentado, mirar a otro lado, sentirse agredido, ser parte acusadora. Entonces, la máquina de fabricar excusas se pone en marcha. Es rápida, en esos momentos no se le pide calidad sino cantidad. Y la máquina empieza a soltar. Fabrica excusas para no querer, para no ayudar, para no dar ni darse, para no dejar de sufrir, para no bailar. Excusas para no poder y para no saludar. Excusas para no parar de comer, para no parar de caminar, para vivir sin vivir. Excusas para no decepcionar y para que parezca que algo te importa aunque no te importe. Para no quedarse corto, para no pasarse. Excusas para inventar nuevas formas de decir no, sin decirlo y de que parezca que dices sí, pero sin comprometerse.

La máquina, de hecho, es experta en crear promesas sin compromiso. Fabrica sin cesar y cuando termina, se reinicia y vuelve a empezar. Para adquirir esta máquina es necesario previamente asumir que estamos cediendo un alto porcentaje de nuestra libertad de elección. Para ponerla en marcha no hace falta estar en grave conflicto, de hecho, todos la hacemos funcionar en algunas ocasiones en la vida, dependiendo del grado de necesidad y madurez. Cuando funciona a pleno rendimiento es cuando empezamos a considerarnos una víctima. La asunción de este papel, a veces con razones de peso o otras no, es difícil y ardua, pero una vez asimilado, todo es más fácil. Es un combustible para ella, hace que funcione más ajustada, que no pare ni en invierno ni en verano, que se le saque todo el partido posible.

Si no se desea asumir este papel es más recomendable optar por algunas otras máquinas del mercado, más eficaces y rentables. La máquina de fabricar oportunidades, la de fabricar frases de ánimo y aliento en situaciones adversas, la de fabricar ganas para levantarse pronto cada mañana o la de sacar tiempo de donde no hay. Hay modelos antiguos que aún están en la brecha como la máquina de subir cuestas con equipajes pesados, la de sobreponerse a decepciones y entrevistas de trabajo o la de empezar diálogos positivos en lugares incómodos. En el stock acumulado de máquinas hay algunas otras no suficientemente valoradas como la de estimular el ingenio, la máquina de achicar complejos absurdos y estupideces, la de fabricar momentos para pasar en familia cuando el trabajo no lo permite o la máquina de potenciar talentos ocultos para tirar del carro de la vida. Ésta tuvo gran éxito y mucha demanda hace unos meses, los tiempos son duros y muchos lo pasan mal y quieren salir del agujero. Y no quiero dejar de citar una nueva en el catálogo, la máquina de fabricar soluciones. Es un modelo compacto, no hace falta tener mucho espacio ni hacerla trabajar muchas horas cada día para sacarle rendimiento. Para adquirirla y sacarle provecho es imprescindible una actitud abierta y a poder ser haber tenido en casa antes la máquina de fabricar pensamientos positivos.

Buscando silencio

Me voy a quedar callada. No diré nada. Me coseré el alma a los zapatos para que me siga adónde vaya, para no tener que arrastrarla ahora que está cansada y marchita. Que busca lecho cómodo y está dolida. Ahora que necesita mano suave y caricia. Seguiré andando, a veces por inercia y otras porque estoy convencida de que todo tiene sentido y de que mis intuiciones no fallan, que la final de este sendero abrupto hay una luz enorme y un mar salado donde podré flotar sin casi ganas. Donde volveré a sentir plenamente lo que hoy detengo, lo que escondo en un reducto de mi pequeño espacio vital para que duerma. Amaré el silencio, me cubriré con él y será mi consuelo.
Voy a ser buena, casi. Voy a domar la fiera, a dejarla dormida, que no muerta, para que pueda callar esa parte en mí que siempre busca por qués y guerrea sueños. Para poder soportar permanecer en estado de suspenso, de espera… Para apaciguar mi son guerrero y poder escuchar lo que me rodea, sin perder detalle de olores y colores, sin dejar de contemplar pupilas y olisquear palabras. Absorta pero atenta.
Mi corazón quedará en suspenso, a latido vago, mínimo… Quedará aislado, para poder darle descanso. Para que se quiera solo, que se busque abrigo… Que se escuche el lamento y acompase cada movimiento con el resto del mundo. Para que note que se quiere y se ría. Para que el dolor que siente se diluya poco a poco. Para curar y expiar veneno, ira y llanto. 
Voy a dejar mi deseo en barbecho para que mitigue desesperaciones y ansias. Para que frene pequeñas codicias y celosos miedos… Para que sosiegue y calme, para que se escarche hasta que pueda volver con la fiebre necesaria y el aliento desbocado. Hasta que sea cuerpo y arda de nuevo.
Y tendré la mente serena. Cesará la noria de mi cabeza loca y abocada al doble pensamiento, víctima voluntaria de ilusiones imparables y obsesiones persistentes. Hecha al sueño fácil, a la incertidumbre sostenida… Parará el devenir de historias y lágrimas, sobrarán las risas y se sumirá en un letargo plácido, en ausencia de vientos cálidos y besos sabrosos.
Y seguiré el camino. Con los ojos despiertos, anotando sueños y almacenando preguntas. Dejando pendiente lo superfluo para buscar lo básico, ahorrando energía, sacando temores al sol para secar… En calma, con el pecho borrado de punzadas y grietas. Depurando límites y complejos absurdos. Para que vuelva a estar virgen y escriba de nuevo historias alegres, con moralejas que suelten la carcajada. Para que mire atrás sólo para sentirse satisfecho del recorrido, de las lecciones, de haber sanado huesos y cerrado heridas. Para dejar que suceda lo que deba suceder. Sin impedir. Con el alma abierta y sin muros… Para poder oír esa voz que me incline a dónde sé que debo desplazarme… Para cambiar el trayecto y variar meta, para alterar el orden de los factores y modificar el destino. Buscaré palabras de sosiego, pero no las diré en voz alta. Voy a guardármelas, me servirán para contener angustia y harán de presa a mis desvelos.
Me lo debo. Porque nada cambiará si no me oigo, si no me busco. Nada cambiará si yo no cambio.
Y el silencio será un bálsamo.

Hablemos de respeto

Hablemos de paciencia. Tenemos muy poca. La distancia entre lo que nos llega por el rabillo del ojo y nos parece ofensa y el espumarajo que nos sale por la boca es corta, cortísima. Y eso nos escurre como a un trapo sucio, nos resta brillo… nos hace bestias. Y somos personas y eso debería bastar para darnos el beneficio de la duda… para hacer un parón en seco y recordar que somos algo más que víscera y carne.

A veces para aparentar nos convertimos en alfombras y en otras ocasiones somos incapaces de dar un poco de aliento al compañero y comprender sus razones. Vivimos en situación de beligerancia permanente. Algunos esperan las equivocaciones ajenas para asaltar cuellos y traspasar lindes, para romper las barreras de la cordura… para abanderarse como criaturas perfectas. Nadie es pefecto. Y nuestras ideas no son dogmas. Nadie está obligado a abrazarlas y tragárselas. Nadie tiene que callarse las propias por temor a nuestras palabras, nuestras miradas… nuestras miserias. No somos dioses. Somos vulnerables y cuestionables y nuestra ideología también lo es.  

Hablemos de miedo. Hemos subido mucho el tono. Hay ganas de mordisco, de clavar canino… se nota. Y da pena, mucha. Los gritos no nos dan más verdad que la que está dispuesto a aceptar quien nos escucha. Los gestos violentos y ofensivos no nos hacen más fuertes ni mejores; nos restan sustancia, credibilidad… nos quitan un poco eso que hace que las palabras fluyan… ¿Nos asusta ponernos a prueba a nosotros y a nuestras ideas?… ¿no nos fiamos de nuestros credos?

Hay mucha pugna en cada «buenos días» y mucho vinagre en algunas pupilas. La presión nos va a hacer saltar las memorias y los botones que nos abrochan la cordura, el ánimo, el atino… nos va dejar desnudos y desvalidos. Nos va a recordar de golpe que tenemos ídolos de arena a los que rendimos culto más allá de lo necesario. Y no hay mayor duelo que no escucharse, que no purgar miedos y no ser capaz de pensar que hay otras verdades posibles… sencillamente porque hay otras personas y sus emociones cuentan.

Hablemos de valor. Seamos capaces de callar y que no nos salga la bilis por las orejas. Capaces de no transpirar sulfuro, no almacenar viento a la espera de que nos toque turno de abrir la boca. Escuchemos más allá de los oidos. Trasladémonos a otras realidades… recordemos que nuestro tiempo es finito pero nuestra capacidad de comprender inmensa.

Hablemos de respeto. Es un ejercicio complicado, pero el reto merece la pena.