Algunos apuntes sobre lo verdadero y lo falso

Algunos apuntes sobre lo verdadero y lo falso

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A veces, lo que no te conviene es altamente hermoso y apetecible. Tiene la apariencia de algo que has deseando por los siglos de los siglos. Huele a gloria, viste largo y elegante, camina sin vacilar. Es un bombón con el corazón de hiel, una rosa con espinas ocultas pero envenenadas con un opio que te envuelve y adormece, el entrañable cachorro del animal más salvaje y despiadado que puedas imaginar…

Es muy complicado saber cuándo decir sí o decir no ante ese esplendor. Hay muchas cosas buenas que nos llegan a las manos disfrazadas de aparentes fracasos, segundas oportunidades, juguetes viejos, casi saldos. Y luego resulta que les das la vuelta, les limpias la cara y sacas brillo y son un sueño, un tesoro… Si sabes apreciar lo que te aportan te das cuenta de que has dado en la diana de lo más grande de tu vida. Hay que saber apreciarlo y no perder esos golpes de inmensa suerte ocultos tras rostros polvorientos y envueltos en papel de periódico viejo.

En ocasiones, sin embargo, nos llega algo enorme y rotundo. Envuelto en lazo rojo y papel deslumbrante. Algo brillante, de un brillo que ciega a simple vista. No de ese brillo que se descubre al cruzar unas palabras, sino de ese que no te deja ver más allá. Y lo tomas gustoso. Lo haces porque te mereces algo hermoso. Porque estás cansado de ruinas y falsas promesas, porque es la oportunidad que buscabas y crees que es el resultado de tus múltiples esfuerzos. La recompensa a tu trabajo y tesón. El resultado de amar sin pedir… La meta tras un carrera de fondo, el premio tras una búsqueda sin tregua. Eso que brilla puede ser un trabajo fantástico, un amigo nuevo, un amor apasionado, un nuevo lugar donde aterrizar y conocer otras personas, un viaje emocionante… Es delicioso, fragante, sonriente… Huele a triunfo, a cariño, a belleza en estado puro en un mundo a veces sórdido y bastante sucio… Parece auténtico, saludable, rentable, amable, suave, dulce. Y esa dulzura no te deja ver las aristas afiladas, las fauces y las garras o sencillamente los contras de algo que parece grande y justo para ti. Te lo mereces. Lo quieres. Lo has buscado. Lo necesitas.

De repente, te das cuenta del precio a pagar por vivirlo, tenerlo, poseerlo. Ves que el peaje por adquirirlo es excesivo. Que en muchas ocasiones, el esfuerzo no compensa, pero no puedes renunciar porque es tu sueño. Sabe a tu sueño. Tiene la apariencia que tenía tu sueño. Huele a tu sueño. En todo es casi idéntico, excepto en el dolor y la renuncia que acarrea. Entonces piensas que es justo, que para tener lo que quieres tienes a veces que dejar de lado muchas cosas. Dejar de ver amigos, perder intimidad o vida familiar. Renunciar a algunos principios. Vulnerar algunas de tus concepciones básicas de lo que es la vida… Y te preguntas si vale la pena, aunque ya sabes la respuesta pero no puedes verla ni aceptarla. Has generado un apego a lo hermoso que no te deja desprenderte de ello. Piensas que tiene que compensar porque es tu sueño. Aunque cuando estaba en fase imaginaria, no dolía, no agotaba, no te hacía llorar, no te hacía renunciar a ti…

Y no sabes si dejarlo o pensar que los sueños no son perfectos. No lo sabes, pero lo intuyes, lo notas. Te duele dejarlo porque tiene muchas cosas buenas. A menudo, no sólo es bonito sino que es rentable y te abre un mundo al que nunca has tenido acceso. Un mundo de privilegio que también brilla y mucho. Y aguantas, mientras tienes la sensación de tragarte cada día un baúl de lamentos, algo que no puedes digerir ni soportar. Vas acumulando quejas y desaires. Vas cediendo. Vas desdibujándote a ti y a tu sueño. No te reconoces, no te aguantas la vista y no soportas que los que te conocen de verdad te miren a la cara y lean lo que hay en ti… Por si descubren que escondes amargura tras esa careta de alegría que llevas siempre puesta. Y un día todo es una pesadilla.

 A veces lo que no te conviene es precioso, magnético, tan hermoso que lo necesitas… Que necesitas pensar que lo tienes porque te lo mereces. Lo amas profundamente. Lo quieres tanto que sueñas con cambiarlo y conseguir que sea mejor, que tenga alma, que no esté vacío ni al darle la vuelta sea de cartón… Es tan dulce que si lo sueltas no sabes si podrás encontrar nada mejor… Entonces es cuando sabes que no puedes dejarlo pero que no puedes seguir. Porque te ha revuelto y hecho renunciar a todo lo que eras. Porque el sueño es pesadilla y a pesar de su aspecto maravilloso y su aullido ensordecedor, no es bueno para ti.

No es tu sueño. Sólo lo parecía. Los sueños no arañan. No tienen dos caras. Tenías tantas ganas que confundiste algo mediocre con algo verdadero. Tantas ganas que compraste humo para tener algo hermoso que acariciar… Que te lanzaste sin red y te metiste un caballo de Troya en el corazón y ahora te estalla.

Parecía bueno pero era falso. Una persona buena para ti no te hace sufrir ni te hace olvidar quién eres. No te hace renunciar a lo que te define como ser humano. No juega contigo. No te hace llorar.

Lo bueno te hace sentir bien. Te hace madurar y cambiar para ser mejor, no te hace renunciar a ti mismo. Lo bueno te hace grande y valora tus deseos y necesidades. Lo bueno no es fácil pero sus dificultades se ven compensadas por su valor. Lo bueno te hace sosegar y no angustiar. Te hace pensar y no detestar. Lo bueno a veces no parece tan hermoso ni fascinante pero acaba llenándolo todo. 

Si te supone dejar de ser tú mismo sin que desees dejar de serlo no es bueno. Si golpea lo más sagrado para ti no es bueno. Si no está a tu altura como persona no es bueno… Por más perfumado y sabroso que sea…

Cuesta tanto decir no a lo hermoso… Aunque decirle sí es negarte a ti mismo.

Al final, no pasa nada. Lo dejas y sientes pena pero inmediatamente el dolor y la angustia que acarreaba cesan. Dices que no. Lloras cien días y almacenas la experiencia para sacar de ella lo más valioso. Piensas “me cegó el brillo pero supe darme cuenta a tiempo», La próxima vez le darás una oportunidad al sueño que iba envuelto en papel de periódico viejo. Hurgarás sin pausa para distinguir lo verdadero de lo falso.

Todo suma, al final. Mejor haberse lanzado y luego decir no que haberse quedado con las ganas. Y no hay que preocuparse por hacer el ridículo, es muy necesario. Si no lo haces a menudo es que no estás viviendo con la intensidad que mereces. Y no lo dudes, mereces lo bueno, lo mejor. No se trata de conformarse sino todo lo contrario, subir el listón y buscar lo auténtico. Tenga el aspecto que tenga… 

Cuando la intención se queda corta

Cuando la intención se queda corta

Ser la noche que te espera tras la puerta de una tarde casi rota, despedazada por un momento turbio, una mirada esquiva, una respuesta lacerante.

Ser la sal y la cuerda que te ate al presente. Sin más amarre que tus ganas. Sin más imposición que la de tus pupilas saltando en mis pecas diminutas. Sin más empuje que el deseo…

Y nunca soltarte.

Buscar el verso y el rincón. Repetir el rezo hasta que parezca una canción monótona, un mantra necesario, una risa apagada. Pedir por ti, porque sepas llegar hasta mi noche sin perderte, sin asustarte al ver que mi cabeza torpe da vueltas a todo y busca sentido donde sólo hay laguna y encuentra arena donde había agua. Para que dejes de temer meterte en mi mundo de porqués y te sumerjas en mi silueta retorcida.

Ser la percha donde colgar tus miedos y desvelos. La escalera por la que subas a mi cielo templado, mi mar salado, mi alma agitada y las cortinas de mis ojos cansados que piden sol pero que lloran al encontrarlo.

Y nunca dejar de soñarte.

Ser el fuego con que quemar lentamente tus pensamientos agrios, las sacudidas de conciencia que te pega este camino que nunca será recto. Ser el zarandeo que te recuerda que estás vivo, el golpe que te hace darte cuenta de que el dolor te sobra siempre… El vaivén que mece tu sueño.

Ser la rotonda en la que gires siempre buscando la señal y el beso que te llegue antes de que abras la boca sin saber qué palabra pronunciar.

Y nunca, nunca dejar de buscarte.

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Enloquecer sabiendo que la sábana no llega a cubrirnos la cabeza para poder mirarnos a los ojos y contar secretos, desnudar mentiras y encontrar adjetivos nuevos para describir nuestras caras… Después de cada baile, después de cada salto, de sortear cada piedra del camino y recibir cada bofetada.

Ser la esquina de la cama que habitas, el pomo de puerta traviesa que muestra tu hombro desnudo, el espejo donde retener tu cara mojada y tu mirada tosca.

Ser la calle que se achica a tu paso lento y el aire espeso que cruza tu rostro recién lavado. Ser todas las luces y las sirenas que brillan y suenan. Todas las gotas de lluvia que caben en una tormenta que llega a ti sin avisar, las ráfagas de viento que arrastran esta noche que hemos dibujado lenta pero que pasa a ritmo de suspiro.

Nunca dejar de tocarte.

Andar por tu conciencia y quedarme en tu memoria. Esculpir mi sombra en tu recuerdo. Y que me busques hasta más no poder pensando que debiste sondearme más y revolverme menos. Que persigas mi sombra después de despreciarla y te des cuenta de que estoy tan metida en tu esencia que es imposible borrarme sin vaciar una parte de la tuya.

Ser el cielo que te mira sin parar y te ve pequeño, humano, que te podría tomar entre sus manos y mecerte, acariciarte…

Nunca perderte…

Ser el canto rodado de tu lecho de guijarros. La espina necesaria que te recuerde que muerdes y arañas… Ser la risa y la monotonía de un silencio que buscas y esquivas. Tenerte cerca, tocarte, masticar tu esencia… Enloquecer por notar tu presencia y asimilar tus latidos porque con la intención ya no basta y el sueño se queda corto.

Nunca dejar de bucearte… ¡Nunca!

Equivocarse es maravilloso …

Equivocarse es maravilloso …

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Equivocarse es a veces maravilloso. Si cuando acabamos de hacerlo escondemos la mano o fingimos el gesto para que parezca que fue otro o nos engañamos a nosotros mismos, nos quedamos sin la enseñanza. Sin todo lo bueno que acarrea fallar y caer. En todo acto erróneo hay algo hermoso, toda caída conlleva una recompensa. Aunque a veces esté oculta. Aunque haga falta secarse las lágrimas de los ojos para verla e inspirar profundamente hasta notar el aire que fluye dentro de ti. 

A menudo, tragarse la hiel del fracaso es tan duro y desagradable que cuesta pensar que en ello pueda haber algo mágico, algo precioso y preciado que al día siguiente nos pueda servir de bastón donde apoyar nuestro cuerpo magullado para volver a andar. Cuesta recordar que los fracasos están para usarlos, para extraer de ellos toda la miga y la substancia y crear algo nuevo. Miras con ojos incrédulos, con ojos locos de ganas por encontrar la moraleja a todo lo que te ha llevado al suelo donde aún estás, con las rodillas llenas de rozaduras y el ego flojo, y no ves nada. No encuentras el sentido al dolor, a la desilusión, al sueño perdido y no conseguido… La confianza está hecha jirones. No le ves la gracia a nada, no encuentras por donde sujetarte al presente y además empiezas a pensar que el resto del mundo te mira, te observa. Que se han fijado en la cara de placer que ponías mientras soñabas, pobre inocente de ti, y ahora reirán a gusto al verte derrotado. Aunque en realidad no miran, no saben qué buscas ni quién eres. No te conocen. A veces, hacer el ridículo forma parte de un aprendizaje superior, un club selecto en el que sólo entran los valientes, los ávidos de vida, los que están dispuestos a vivir con todas las consecuencias y no quieren ser sencillamente espectadores. Es el precio a pagar por notarlo todo con más intensidad, por rozar un cielo reservado a los que lo arriesgan todo por lo que quieren. A los que se apasionan con lo pequeño y sueñan grande…

Y ahí, tirado, calculando tus fuerzas a ver si logras levantarte y seguir, juras no volver a soñar. No volver a amar. No volver a ilusionarte. No volver a imaginar que lo que deseabas con todo tu ser salía bien. Prometes ser gris y tener sueños alcanzables, posibles, diminutos, de bolsillo… Sueños de esos que se consiguen en un par de tardes. No son nada desdeñables, la verdad. En el fondo, la vida no es sólo tener sueños imposibles y hacerlos realidad sino aprender a apreciar las pequeñas cosas. Soñar pequeño… La frase no te gusta, no te convence… Suena amarga, ahoga, comprime. Apreciar lo que tienes sí, pero soñar limitado, soñar a medias, no te atrae. Tendrás que hacerlo, piensas, si no quieres volver a caer, despeñarte por tu deseo colina abajo y quedar como ahora… Con la cara de asco, el cuerpo roto y el alma partida. Te han arrancado las ganas de cuajo… Y total, por un sueño que se repite, algo que ya has intentado otras veces, que esta vez parecía que ibas a conseguir… Y miras al cielo y dices en voz alta “esta prueba ya la tenía superada, no hacía falta”… Y te encoges por dentro sin saber qué hacer, qué pensar, qué va a ser de ti ahora.

Te levantas. Suspiras. Te sientes cansado, mareado, pequeño. Decides seguir con tu vida. No tienes ganas de reír pero finges el gesto porque el hábito hace al monje. Te tragas unos días sin apetito, unas tardes de ansia, unas noches largas dándole vueltas a la cabeza sin parar. Repasando qué pasó, qué hiciste mal. Y un día, te levantas y te das cuenta de que vas a incumplir tu promesa. Que no podrás vivir en una caja, que no naciste para tener deseos de catálogo y sueños diminutos. Que cada vez que has caído has crecido, que ahora eres enorme, como muchos otros, como todos si quieren serlo… Que alguien tan complejo como tú puede admirar cosas sencillas pero no tener sueños simples. Que puestos a caer, mejor caer por algo grande, algo hermoso, algo que de conseguirlo compense el esfuerzo… Un sueño al que mirar a los ojos y sonreír… Saber que valió la pena el descalabro, el golpe, la sacudida. Ahora, con el paso de los días, te notas elástico, resistente. Eres de otra materia más apta para modelar y tomar otra forma, sin perder tu origen y tu substancia inicial. Sin perderte a ti mismo. Sabes de donde vienes y ten encanta imaginar que no sabes ni tú hasta donde puedes llegar…

Puedes ser gigante, enorme. A pesar de levantar apenas unos palmos del suelo y de haber nacido en una calle chica y una casa diminuta, en una ciudad sin nombre en el mapa. A pesar de haberte escondido durante mucho tiempo en todos los rincones para ocultar tus ojos de miradas ajenas y punzantes. A pesar de haber pensado siempre que nunca volarías. Que había cotos de gloria vetados a tu presencia. Que no tenías nada hermoso que contar ni nada hábil que hacer con tus manos y pensamientos. Incluso entonces, ya podías porque ya imaginabas. Ya deseabas. Ya llevabas en tu interior unas ganas insaciables de tragarte las excusas.

Puedes tocar el cielo. Quieres brillar.

Ahora que lo piensas, la última caída no fue tan dura. Ya sabías caer, sabías como amortiguar y esquivar. Además, el último intento te ha sido grato, has aprendido mucho y conocido a algunas personas maravillosas por el camino… Ellas son tu recompensa, un legado de tu fracaso, el material precioso con el que volver a construir de nuevo.

Ahora que lo piensas, te das cuenta, eres afortunado. No todo el mundo sabe caer. No todo el mundo se levanta y pide más. Lo sabes, equivocarse es maravilloso… A veces.

Sin pedir permiso

Vuelta a empezar. Otro año. Otra oportunidad de sacudirse las penas de encima y construir algo nuevo. Algo nuestro, algo hermoso. Poner el contador de angustias a cero y dejar atrás el lastre de todo lo que no salió bien. Que todo lo que no acertamos quede asumido y guardado en la memoria para saber cómo no se hacen las cosas. Pensar que nuestros fracasos han sido necesarios y valiosos. Concentrarnos en el camino que se abre ante nosotros, con sus incógnitas, sus recovecos, sus sorpresas. Pensar que nos espera algo maravilloso. Algo que puede estar escondido tras un episodio de aparente rutina o en la medianoche del que crees es el peor día de tu vida. Los momentos son a menudo como las hojas, tienen reverso… Cuando la cosa se pone fea, tienes que intentar darle la vuelta al lado rugoso y buscar el lado brillante, el lado suave y sin espinas.

Haremos buenos propósitos. Caemos en ello todos. A veces, más por la necesidad de soñar que de conseguir. Por tener metas que nos ayuden a poner el pie en la calle y aguantar sonrisas falsas y zapatos prietos. Para tener un refugio, un plan b ante la nube gris que se cierne sobre nuestras cabezas… Por pensar que un día tendremos el valor de salir de nosotros mismos y existir sin pedir permiso ni perdón. Sin excusarnos por nuestras rarezas.

Seguramente, pasaremos unos días con la mirada brillante, cambiada, intensa. Habremos hecho balance y apuntado en nuestra cabeza algunos retos para este año. Cuánto correr, qué comer, qué dejar, qué asumir, qué empezar, qué terminar, qué pensar, qué o a quién olvidar… Nos pondremos un montón de normas que creemos que nos van a mejorar la vida y empezaremos a andar, con ganas, con ilusión, con la emoción del niño que abre la libreta nueva y la encuentra inmaculada. Ya lo sabemos, en pocos días, estará llena de enmiendas y frases tachadas. El brillo se que nos esculpía la mirada se esfumará por las esquinas…

Descubriremos que tal vez tanto correr… Sin apenas pensar, con tanto que asumir, tanto que borrar… Ese amasijo de propuestas del “ nuevo yo” podría asfixiarnos. Y la nube gris no marcha. Continua sobre nuestras sienes marcando territorio. A veces nosotros mismos nos metemos en sendas insufribles porque no soportamos como somos ni el rumbo que toma nuestra vida.

Queremos ser otros porque no nos aceptamos. Queremos mirarnos al espejo y no ser quienes éramos para poder tener una vida distinta a la que teníamos. Y en lugar de cambiar nuestra forma de ver la vida, nuestra actitud, pretendemos cambiar el sólo paisaje… Cambiar el entorno ayuda, pero la vuelta y media que necesita nuestra existencia se da sólo desde el interior. Porque en realidad el cambio no está en lo que miras sino en cómo lo ves, cómo lo observas, cómo lo almacenas en tu conciencia y lo sientes. Sin embargo, queremos seguir siendo los mismos sin mutar en nada y maquillamos nuestra vida para que parezca otra. Ser otros, con otras caras que no nos recuerden a nosotros pero caer en las mismas rutinas. Queremos otra vida sin dejar la comodidad de ésta, sin arriesgar nada, sin ceder. Queremos ser felices sin levantarnos del sofá para abrir la puerta. Pretendemos tener un pie en cada uno de los mundos por si la nueva aventura no sale bien. Y la aventura nunca sale bien con un pie en el pasado y sin soltar amarras. Queremos dibujar una nueva historia con los pensamientos de la pasada y el dibujo nos sale limitado, torpe, gastado. Seguimos con nuestras emociones antiguas y queremos vivir experiencias nuevas que no nos llenan, porque no salen de nosotros mismos. Porque no las hacemos con nuestra esencia y necesidad, sino con la conciencia de otros. Tomanos emociones prestadas de otras personas porque nos gusta la cara que ponen cuando ellos las viven. Y no nos preguntamos qué nos apetece hacer a nosotros. Vivimos en una galería, en un escaparate donde vendemos una imagen de nosotros que es ficticia y que al final nos resulta asqueante.

Nos forzamos a hacer cosas que no nos hacen sentir bien, en lugar de hurgar en nuestras cabezas, corazones y entrañas para saber qué desean y qué buscan… Y escuchar. Y que digan lo que quieren, aunque sea loco, aunque suponga dar un giro a tu propio globo terráqueo, un vuelco a tu vida planificada… Ese es el cambio. Eres tú. Cambiar de verdad es en realidad ser más tú que nunca. Escucharte. Encontrarte y ser tú con todas sus consecuencias.

Si quieres que te sucedan cosas que no te suceden habitualmente, tienes que hacer cosas que no haces habitualmente. Cosas que de verdad te recuerdan que estás vivo. Nunca nada que te ate o te ponga un corsé que estrangule tus deseos y tus ganas. No para ser lo que quedaría bien que fueras, sino para ser lo que nunca te has atrevido ser, pero te mueres de ganas de intentar.

Y tal vez, en lugar de correr prefieras caminar o bailar o dejarlo todo y acabar en el otro lado de mundo. Puede que en lugar de restringir, lo que te toque sea abrir. En lugar de dejar de pensar, ocupar la mente en algo nuevo. Quizás debas permitir que tus ojos den una vuelta más y se detengan donde nunca lo hacen y encuentren más belleza de la que puedas imaginar.

Y una vez sepas lo que te llena, lo que te define, estará bien esforzarse porque tendrás tu recompensa. No será una recompensa que llegue al final del camino, sino la de cada uno de los pasos que lo conforman porque harás lo que te gusta, porque gozarás cada momento.

Ahora que cambia el calendario, es el tiempo para ser tú mismo, no una mala copia de alguien que un día pensaste que estaría bien imitar. Sondea tus sueños, acalla tus miedos y alivia tus ansias siendo quién sueñas. No tomes prestado el manual de funcionamiento de otros para ser tú. No te confundas con el atrezzo porque tú eres el protagonista. Con nube o sin nube. Sea gris o blanca.

Y cuando te contemples en el espejo, no pretendas ver otros ojos que no sean los tuyos, busca sencillamente otra mirada… Una mirada intensa que te cale y te sorprenda. Una mirada auténtica, sin complejos ni vergüenzas absurdos. Sin aderezos ajenos ni límites. La mirada de alguien que ha encontrado lo que busca y se siente bien en su piel. La mirada de alguien que se hartó de ser sólo la sombra de lo que podía llegar a ser y de tocar sólo el reverso rugoso de las hojas. Sin pedir permiso a nadie.

Todo es posible

Cada momento de nuestra vida está repleto de oportunidades. Algunas están escondidas y tenemos que rebuscar para encontrarlas entre la maleza y las miserias… Entre las caras de agrias de aburrimiento y las de cansancio. Otras están ante nuestros ojos y llevan tiempo ahí, pero no las vemos. Unas están vestidas de rutina y otras de novedad. Los lunes, a menudo, las oportunidades llevan traje gris o tacones de aguja y no se distinguen. No las podemos separar del fondo del escritorio en nuestra retina porque tenemos la ilusión baja y los ojos acostumbrados a la oscuridad de algunos pensamientos que nos rondan. Es necesario estar siempre de guardia, al acecho, con los ojos de lechuza y el ánimo oxigenado para no perderse detalle de lo que pasa y cazarlas al vuelo. El hambre agudiza los sentidos y agiliza la creatividad, trae respuestas y genera nuevas preguntas.

Algunas oportunidades nos llegan previo golpe seco en toda la conciencia. Nos sacuden, nos zarandean. Llevan puesta la apariencia de decepción, de traición, de frustración… Aunque en realidad, si sabemos darles la vuelta como a los calcetines, son perlas ocultas. Llevan detrás una lección agridulce que tenemos que conocer…

Algunas oportunidades son lobos ocultos en cándidas caperucitas, dragones vestidos de caballero… Nos miran directamente a los ojos y nos ofrecen un cielo, una paraíso… Cuando en realidad nos muestran, sin nosotros percatarnos, un vertedero… Las percepciones de la vista son caprichosas… A veces, tenemos tantas ganas de subirnos a un tren para escapar de todo que no nos importa a dónde nos lleve. Incluso entonces, cuando estamos montados en él y a medio trayecto sabemos que nunca debimos subir… Podemos estar seguros de que nos traerá una moraleja, una enseñanza… Y que de esa oportunidad fallida surgirá otra. A menudo, hace falta bajar al vertedero para distinguir de donde viene el aire limpio y donde se pone el sol.

Sólo vemos las oportunidades cuando estamos receptivos, cuando tenemos tantas ganas de seguir y encontrarlas que nos las inventamos, las dibujamos en los cristales con el vaho de la tarde… Las imaginamos llegando en cada coche que pasa por la calle… Las descubrimos en las ideas propias y las ajenas. Siempre están ahí, pero hay que tener hambre para encontrarlas. Y cuando el hambre de salir de la opacidad, la rutina, el tedio, lo visto, lo oído, lo que ya me hemos intentado y no sirve es muy intenso… Las oportunidades salen del escondite, como los camaleones. Son como esas ilusiones ópticas de algunos cuadros, que sólo se ven cuando estás en el punto exacto, con la luz exacta y el ánimo alto. Como esa luna inmensa y rotunda que aparece cuando hay luna nueva o llena, pero que siempre está prendida en el cielo … ¿Alguien ignora que cada noche hay luna? sin embargo, en ocasiones, no se ve y otras veces se puede atisbar incluso ya es de día…

Y cuando no las vemos, hay que crearlas. Para no parar la inercia, ni el engranaje de las ganas, para que no cese la actividad de nuestras neuronas generadoras de deseos. Como cuando éramos niños y nos disfrazábamos de bombero, princesa, médico o payaso… Lo éramos, un rato, con toda la fantasía e intensidad que nos cabía en un cuerpo pequeño y entusiasmado… Y todo era posible, entonces.

Todo es posible ahora. Abramos los ojos… Sigamos hambrientos para que suceda.