Que la llamen loca, insensata. Que jaleen sus faltas. Que crean que pierde la conciencia y la cabeza y la señalen con el dedo por temeraria. Que digan que es distinta mientras suelta sus cadenas, aunque sean imaginarias. Que reciba bocados y caras largas, poco le importa… porque es libre. Porque quiere dejar de vivir de oído, de recuerdo y de contenerse por dentro hasta quedar agotada y vacía. Sus manos están cansadas de aguantar tirones, detener urgencias y sujetar corazas. No quiere ser un espectro inerte, ni una muñeca hueca. Hace tiempo que empezó a perder la vergüenza de llevar la contraria y quedar desnuda, expuesta y sin máscara. De pedir perdones y buscar excusas. De mostrarse humana. Necesita olvidar y abandonar la rigidez de su cuerpo que sueña rebelde, pero está casi dormido y sumido en un sopor eterno. Necesita dibujarse un nuevo contorno y otro gesto. Soltarse al baile y a la carcajada facilona. Perder apuestas y ganar miradas. Prefiere escuchar las risas y las mofas a las insistentes preguntas y los reproches de su yo más irreverente y puro. Escandalizar a frustrarse. Quiere alboroto, remolino y viento. Quiere sacudida. Quiere selva, quiere juerga y euforia. Quiere perderse esta noche y, si lo desea, no regresar mañana. Quiere ser espada. Quiere ser lanza. Un objecto punzante que no se detenga y se clave, que permanezca y que hiera, que haga llaga. Prefiere ser una orden tajante o un llanto insistente a un rezo tenue o una plegaria susurrada. Ser espina a ser rosa. Ser grito que clama a súplica ahogada. Un ataque de risa a un bostezo. Prefiere ser un dolor intenso a un apéndice dormido. Pasar noches en vigilia a una vida en letargo y sin estímulo. Ahora ya sabe que es mejor hacerlo mal que no hacerlo. Mejor un paso en falso que ser una estatua rígida, fría… esperando respuesta y pauta. Mejor equivocarse, quedar en evidencia… y que si quieren susurren a sus espaldas, que revienten de ignorancia y sucumban. ¿Qué podrán decir que ella no sepa? ¿Qué sabrán de lo que siente en sus entrañas? Prefiere tener que pedir perdón a quedar callada. Ser la deslenguada, la torpe, la ridícula, la que cae en la trampa. Se ha saciado de decepciones, de encontrar personas que parecen grandes y son de alma enana… de dejar cadáveres amigos que prometían abrazos y regalaban dagas. Mejor un mal beso que un deseo ahogado. Mejor amar y vaciarse del todo, hasta el fondo, a estar dormida, sin imaginar, sin tocar… soñando escalofríos y caricias. Antes pasarse que quedarse a medias. Antes ser loba, ser piraña. Ser un pedazo de tierra sin piedad ni ley, que una tierra yerma y seca. Antes que quedar virgen, ser hierba pisada que desprende un aroma intenso. Mezclarse. Agitarse. Estallar. Antes pasar por excesiva que por esquiva. Por avara que por huraña. Jamás dejar nada por decir, ni por hacer, ni por engendrar… Beber de todas las copas y llorar todas la penas. Probar muchos venenos, y buscar muchos milagros. Desmontar muchas leyendas, deshacer muchas camas. Escuchar muchas historias y reír, sin parar. Ser cobaya de emociones varias y tropezar en cada escalón y seguir… Equivocarse hasta reventar y perseguir imposibles. Bailar todas las madrugadas y saber que le queda cuerpo para decir sí, para continuar y vencer. Que todas las gotas de lluvia le calen la ropa. Que todos los mares la impregnen de sal. Que el día que se vaya, lo haga saciada de guasa y de vida. Muerta de risa y exhausta de tanto bailar sin tregua y presentar batalla. Con la sonrisa puesta en la cara. Satisfecha y bárbara.
Lo reconozco, la ilusión me gana… Vivo de ella, es mi alimento básico, mi frontera, mi punto de apoyo para mover este mundo rebelde y descastado. Contamina el aire que respiro y se filtra por mis grietas, me cala los huesos, me llega a cada una de las fibras… Me da el aliento. Me inspira. A veces, se me pasa. Un poco, un poco muy pequeño. La pierdo de vista unos días, la sustituyo por un dosis de miedo y de rabia, de perplejidad, de cansancio. Se esconde después de esquivar una mirada impertinente, de ver un mal gesto… de oír una palabra de esas que arañan por placer o dolor. Se me acumula en la garganta, deseando decir que sí. En la cabeza, ansiando dejar de pensar. En el pecho, suplicando dejar de sentir y, a la vez, sabiendo que desea sentir aún más. No puedo, no quiero evitarlo. Me transporta, me revive. Es como luchar contra las mareas o el devenir de los días. Como negar la evidencia o querer detener la rotación de la tierra. La ilusión altera el estado y el orden de las cosas. Les da la vuelta, la invade… las inunda. Despoja de miedos, aparta las miserias y abre las ventanas para que entre la luz. Lo impregna todo. Convierte lo inútil en necesario, lo trágico en cómico, lo ridículo en adecuado. Embellece lo que afea y escribe sus consignas en paredes blancas para que no puedas dejar de prestarles atención. Le pone sal a las pasiones insulsas y desata a los amantes esclavos que suplican cordura. La ilusión desborda cauces, desborda mentes, desborda leyes… gesta revoluciones. Se te introduce en la arterias, se reproduce, te aniquila los temores más absurdos y te suelta la lengua. Te hace decir esas palabras que creías impronunciables y andar aquellos caminos que considerabas imposibles. Te hace creer que puedes vivir del aire y que el mundo entero te cabe en el pecho. Lo reconozco, la ilusión me lleva a menudo a tropezar y caer, a pasarme de lista, a quedar como un tonta, a hacer un ridículo sonoro… a sentirme absurda. Aunque prefiero mil veces esa sensación a quedarme vacía, inmóvil, a ser una muñeca hueca, sin alma, sin ansia… sin sentido… sin búsqueda, sin luz. Porque sé que volveré a levantarme y sentir. Volveré a caer, a bucear en las sombras… y rápidamente fijaré la vista en un punto y las ganas me volverán a invadir. Y todo empezará de nuevo. Y seré otra vez esa chispa, esa marioneta suspendida en el aire, zarandeada por una necesidad inmensa de seguir y sentir… ávida de emociones y con la mirada brillante, agitada y satisfecha. Porque la ilusión genera ilusión… y genera vida. Y eso lo compensa todo. No sentir eso sería una condena.
Este país clama desesperado a Don Quijote. Necesita un ingenioso hidalgo de donde fuere; un genio, un loco que arrastre las sombras y sea capaz de cabalgar rumbo a la nada sin más miedo que el de perder las ganas y dejar el honor tirado en una cuneta.
Nos hace falta su escuálida figura, su verbo grácil y exaltado, su sentido de la ética y la gallardía… su sed de justicia y piedad… Buscamos su pasión por las causas justas … su don errático, su ilusión desmesurada… su jamelgo triste… su mirada traslúcida… sus ojos delirantes capaces de ver agua en la tierra yerma y seca… y de encontrar belleza en la vulgaridad.
Nuestro camino está repleto de gigantes disfrazados de molinos de viento, de causas perdidas y de agravios por desfacer…
Andamos necesitados de su espada torpe, su mente ebria de letras, historias y sueños, su conciencia limpia, su esperanza desmesurada … su lucidez insana.
Necesitamos un Quijote valeroso para que nos saque de la náusea, nos despierte de la modorra, que nos ayude en esta travesía tan ardua…
No las oímos, pero nuestras vísceras lo llaman atolondradas y ansiosas. Dicen su nombre sin parar mientras el mundo nos mantea y escarnece al intentar mantenernos en pie y resistir sus embates.
Queremos un Quijote. Que nos guíe, que nos recuerde nuestras gestas pasadas, que reavive nuestras glorias… que nos haga sentir vivos… que nos recuerde que tenemos valores y principios.
Un hidalgo pobre y cansado, que se parta el semblante por nuestras penas, que nos llene la cabeza de pájaros, que nos desate la risa… Un hombre que cabalgue con escudero fiel y yelmo abollado, buscando la virtud y confiando en la decencia…
Un caballero que acabe preso en una jaula, tomado por loco y repudiado… y aún conserve el valor en la mirada.
Necesitamos un Quijote. Un hombre con dudas que a pesar de todo conserve intacta la esperanza…
Alguien que recuerde que es mejor siempre hacer el ridículo que permanecer sin hacer nada.
Cómo nos ha reconvertido esta crisis. Ahora somos peces. Resbalamos entre otros peces y pasamos cada día por los mismos lugares perdiendo escamas… perdiendo capas de comprensión, de piedad, de empatía.
A medida que pasan los días sin ver la luz al final de este túnel absurdo espero con más ansia que tenga una moraleja, que nos sirva para aprobar nuestras asignaturas pendientes… aunque nos ha convertido a menudo en seres básicos. Ha sacado a la superficie lo más primitivo, nuestros temores más atávicos, nuestras muecas más desagradables… nos ha carcomido la risa y nos ha dejado más ariscos. Nos ha dado una bofetada en el ego y nos ha recordado que somos vulnerables, finitos, masticables, diminutos… y para combatirla, a veces, no siempre, no todos, hemos decidido ir vendiendo nuestros credos a pedacitos… intentando sobornar a la mala fortuna… cediendo nuestras ganas de todo hasta dejarlas en ganas de nada…
Algunos han vendido sus ilusiones, se han tapado la nariz para no notar como hiede su entorno y han huido hacia adelante… buscando refugio para no sucumbir al terror.
Otros se han instalado en la queja, en el grito… a muchos ya no les queda nada… y no se reconocen. No reconocerse es a veces la forma de soportarse.
Esta crisis ha fabricado muchos maniquíes sin alma, sin esa sustancia que hace que te levantes, camines cada día hacia tu destino, que alguien te desengañe y puedas soportarlo. Esa materia que te mantiene asido a poco más de un metro y medio del suelo para no caer. Ahora, muchos caminan porque se sujetan con alfileres al mural de su vida, porque no se pueden permitir caer… porque la inercia es una fuerza poderosa.
Aunque hay opciones. Se le puede dar la vuelta como a un calcetín. Y no hablo de reír mientras te desahucian, ni tomarse a broma un despido. La situación es durísima… pero no podemos ponernos de oferta, ni ser saldos… ni considerarnos taras que se venden barato… justo ahora es el momento de echar mano de nuestros principios, nuestros ideales… nuestros valores. Aquello que nos ata a nosotros mismos y nos define. Aquello que nos impedirá culpar a otros de nuestras desgracias, lo que nos hace seres humanos y nos obliga a compartir. Es el momento de ser más personas que nunca. De crecernos en la humildad a veces olvidada. De adaptarse sin resignarse, de ponerse a prueba… de superar límites. Es el momento de respetarse y respetar. De ser elásticos. De construir puentes y derribar muros. De mirar a la crisis a la cara y saber que nos volverá sabios, aunque nos deje exhaustos, aunque nos lastime, aunque nos encoja las entrañas… porque nos hará recuperar la sustancia que nos hace personas. De sentirse enteros. Suena a locura, a ilusión pero ha llegado el momento.
Cambiar es difícil. Para hacerlo es necesario superar el miedo y cerrar los ojos antes de lanzarse sin red al vacío. Aunque no es algo que hagan solo los valientes, lo hacen también los hartos. Los que tras levantarse mañana tras mañana, se sienten embudos… ven que nada les llena. La cara se les queda mate y la boca les hace mueca. Tal vez tienen una vida de manual pero cuando caminan por la calle sueñan, visualizan otro recorrido y notan en su pecho una chispa de felicidad, aplacada inmediatamente por un choque frontal contra la cotidiano. Una punzada fugaz, diminuta, pero suficiente para recordarles que existe un mundo distinto. Hace falta estar muy cansado de estar cansado para dar un vuelco a la vida y dejarse llevar. Hace falta ser valiente para soltarse de la cuerda que te ata a la rutina cómoda y gris, una especie de cordón umbilical asido a la mediocridad y el miedo. A veces no damos el salto porque nos gusta más el puro ejercicio de soñar que lo soñado, nos gusta el riesgo calculado, el peligro mínimo para que luego todo vuelva a su cauce… pero los límites cada vez se alejan… y nuestras ansias cada vez son más omnívoras. A veces la ansiedad de soñar sin tocar su sueño se hace insoportable…
Pasar por el camino de siempre es fácil, no mutar es la opción más llevadera. No supone sobresalto, no conlleva riesgo ni sonrojo. Para cambiar es necesario un esfuerzo titánico, un continuo devenir de emociones y pequeños pánicos… levantarse del sofá y abrir la puerta a la vida. Y lo que hay tras la puerta asusta… aunque revitaliza, rejuvenece… ilusiona. Sólo cabe decidir si esa ilusión inmensa compensa el riesgo de salir del nuestro mundo habitual, cómodo y clorofórmico, para dar el paso.
No todos los que soñamos con cambiar lo hacemos. Algunos se conforman con el sueño, se excitan con él y luego vuelven a su vida calculada. Algunos cruzan la línea para dejar de ser gusanos y convertirse en mariposas. El proceso es duro. Es una gestación larga, que requiere esfuerzo, intensidad… arrojo. El gusano mutante a menudo se mira en el espejo y se pregunta despavorido cómo ha sido capaz de estar en el proceso, siendo gusano… cómo osa pensar que podrá ser mariposa. Siente que quizás un enorme castigo caerá sobre sus espaldas por la soberbia de aspirar a brillar, lucirse… soltarse en el cielo y mostrar las alas. Y si no lo consigue, cómo va a contar a los demás gusanos que jamás sueñan que el intento salió mal. Le llamaran gusano loco, le mirarán con recelo… y peor aún… se mirará a si mismo con amargura.
Sin embargo, el gusano mira en el fondo de sus ojos y ve una chispa, un fogonazo brillante que le recuerda que por encima de todo, aunque al final no pueda… quiere… y que esa pasión es tan intensa que no puede resistir dejarse llevar. No puede cerrar la puerta y pasar el resto de su vida pensando que no será mariposa con cara de gusano asqueado y triste. Sentado en un rincón, pensando que se consume sin haber nacido.
Vuelve a la tarea y continua mutando. Al cabo de unos días entre el amasijo de capas que cubre su cuerpo, se dibujan unas alas. Son extremadamente finas, aún sin color, sin fuerza… pero le confirman que, ahora ya lo sabe, dentro de sí hay una mariposa.
Entonces se da cuenta de que lo que sería realmente una locura es no haberlo intentado. Sin importar que nunca le salieran las alas…