Mil gracias

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La casa del libro

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Alguien me preguntó el miércoles cuál era mi sueño.  La verdad es que tengo muchos, pero uno de ellos era lo que estaba viviendo en ese momento, presentar mi libro con todas aquellas personas que estaban allí conmigo, compartiendo y sintiendo.
Allí conocí a tantas personas con las que había compartido momentos antes en las redes que lamento no haber podido dedicarles más tiempo a cada una como se merecen por todo el cariño que me demostraron.  Personas que me contaron un pedacito de su vida, vidas complicadas pero valientes, personas que luchan sin tregua y que se dejan llevar por lo que les emociona… Personas que se van descubriendo cada día y que no temen sentirse vulnerables…
Ser vulnerable es maravilloso. Te hace crecer. Y ser capaz de levantarte y decir que te sientes vulnerable y que tienes miedo es ser grande, enorme, dar un salto y plantarse de repente en la antesala de tu éxito personal. Y no me refiero a ese éxito efímero de caras guapas y sensaciones prefabricadas, hablo del éxito que supone conocerse, aceptarse, superarse, quererse y compartir. Escoger compañeros de viaje maravillosos…
Ayer lo vi claro. Tengo compañeros de viaje maravillosos. A lo mejor me acompañen dos días o dos eternidades, eso da igual porque lo que compartimos no nos lo quita nadie. La clave es compartir, hablar, soltarse, decir quién eres y expresar qué sueñas. Eso crea una especie de magia colectiva que nos arrastra y nos hace mejores, una energía que se contagia y traspasa las paredes…
Yo me sentí así el pasado miércoles, arropada, emocionada, querida… Solté mis amarras y derribé los muros que me separan del  mundo. Y no fue por mí, fue por la gente que me acompañaba…
Somos la gente de la cual nos rodeamos. Somos el cariño que les damos y el que recibimos. Somos nuestros sueños, nuestros retos, nuestros deseos…. Nos cambian, nos dibujan, nos ayudan a experimentar y nos ponen en el camino que necesitamos recorrer.
Somos la pasión que le ponemos a lo que hacemos. Somos la forma en que vencemos cada uno de los miedos que nos atan los pies y no nos dejan avanzar. Somos los recuerdos que nos hacen reír y especialmente los que sacamos a pasear de vez en cuando y aún nos hacen soltar lágrimas…
Somos las veces que nos atrevemos a pesar de que algunos nos miren mal.
Somos nuestros errores porque nos han hecho conocer el mundo y nos han dado el valor y saltar.
Somos todas y cada una de las veces que hemos dado las gracias…
Y debo dar muchas, un millón. Por el privilegio de que te escuchen y el privilegio de escuchar y aprender.
Por lo que supone que alguien venga a verte y abrazarte….
Por las risas y los comentarios.
Por el amor compartido a las palabras…
Gracias, con toda el alma. Por estar y por ser.
Si somos la gente de la que nos rodeamos… Yo el pasado miércoles tuve la suerte de ser extraordinaria.
 
Un abrazo FOTO FACEBOOK 2

La casa del libro

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Quiérete mucho

Quiérete mucho

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¿Qué le respondes a una niña de siete años que te pregunta como se consiguen los sueños? cómo se llega a ser lo que deseas ser en la vida, cómo puede llegar a ser feliz cuando sea mayor…

Y notas que tienes tantas cosas que decirle y tantas que por más que se las digas no servirán de mucho porque tiene que experimentarlas… Entonces, rebuscas en tu experiencia y vas a lo básico para encontrar una frase que le sirva de guía, como una plegaria interior que repetirse cuando la vida se ponga del revés y se sienta asustada…

Quieres que se ahorre muchos de los problemas a los que tú has tenido que enfrentarte pero, al mismo tiempo, te das cuenta de que no sería sano ahorrarle etapas.

La verdad es que leo cada semana muchos artículos destinados a conseguir el éxito y ser feliz. Para seguir, para luchar, para alcanzar nuestras metas… Yo he puesto mis ideas en orden más de una vez y he escrito y compartido alguno. La mayoría de los que leo son muy interesantes, muy prácticos y ayudan a motivarte para conseguir ser tú mismo en esta selva  en la que se hace difícil mirar al cielo porque los árboles nos lo recortan.

He leído buenos libros también sobre el tema…

La fórmula para el éxito es al final una mezcla maravillosa entre la actitud, el esfuerzo y el talento. Sobre todo, de los dos primeros. El talento sin trabajo y sin un buen enfoque y unos objetivos fijados no sirve de mucho. Siempre he pensado que casi prefiero a alguien sin tantas aptitudes, tal vez más mediocre, que sea trabajador y esté motivado, que a un genio vago y sin estímulo. Claro que, si alguien está motivado, ya no es mediocre. Las personas con la actitud necesaria para conseguir sus sueños desbordan pasión y tienen ese brillo en los ojos que les aleja de la mediocridad. Además, yo siempre he creído que nuestros sueños nos capacitan para conseguirlos. Que imaginar que lo hacemos y visualizarlo, nos hace más hábiles y nos prepara para saber cómo. Cuando alguien que está invadido por sus sueños y se pone manos a la obra (vamos que sueña pero pisa el suelo porque es realista) lo recrea tantas veces que se convierte en maestro de sus ilusiones y se prepara para asumir sus retos. Es un poco como esos pilotos que antes de surcar el cielo, vuelan por simulador. Cuantas más veces sueñas, cuantos más simulacros vividos a rajatabla y con entusiasmo, más diestro eres a la hora de volar. El truco está en darse cuenta de cuando deben acabar los simulacros y lanzarse a surcar las nubes, para no convertir en simulador en excusa y retrasar en momento de salir a mar abierto y lanzarse.

El otro día, hablando con mi hija sobre el futuro, me di cuenta… La verdad es que no es tan difícil. De hecho, todo se basa en algo muy sencillo y, a la vez, complicado. Amarse a uno mismo. Respetarse y quererse tal y como uno es.  Nada más. El resto, que también es importante, va supeditado a esto y viene rodado si te quieres y te aceptas. Porque cuando te quieres, crees en ti y en tus posibilidades y eres capaz de crear tu futuro.

Si te quieres, si te respetas, ves a los demás como aliados y no como enemigos. Empatizas con ellos porque no son una amenaza y, puesto que te sientes bien contigo mismo, eres capaz de ayudarles y quererles como merecen. Sumas siempre, nunca divides. Abrazas, no apuñalas. Estás dónde se te reclama y pones tu mejor sonrisa porque la sientes.

El que se ama no finge, vive. Busca el lado positivo. Sabe enfocar lo hermoso y desechar lo tóxico que no le ayuda a construir.

Si te sientes bien contigo mismo, no temes los retos y mimas los detalles. Buscas la excelencia y la superación.

Si te quieres, no mendigas cariño ni buscas migajas de amor. Sólo aceptas una amor entero y valioso. No te vendes, no te rebajas, no te achicas.

Cuando te valoras como debes y mereces, no te escondes ante las dificultades. Plantas cara a tus miedos y vences a tus fantasmas porque sabes que puedes…  No te castigas ni te maltratas hablando mal de ti mismo ni buscas defectos en los demás para mitigar el dolor de no ser cómo quieres ser.

Si te aceptas, te conoces. Si te conoces, sabes que puedes mejorar e ir a más. Te subes el listón porque esperas mantener esa confianza en tus posibilidades. Te reinventas. Te creces. Te buscas los defectos desde el cariño, sin acritud, para convertirlos en virtudes…

Si te quieres, quieres a otros con intensidad. No te arrugas ante las dificultades del día a día. No juegas a mentir ni tratas a otros como nunca desearías que te trataran a ti. No criticas, no intoxicas.

Los que se quieren de forma sincera no guardan rencores ni rabia, perdonan y ponen por delante de todo sus valores.

El problema es que en el mundo hay muchas personas que no se quieren. Muchas porque han sido educadas para no aceptarse ni amarse, porque desde que eran criaturas han oído que no valen o no sirven, que molestan… Grandes mentiras dichas por otras personas que tampoco se quieren y que vuelcan sobre otros su dolor y frustración por no ser como quieren… Porque no se respetan a sí mismos. Tal vez ellos en su día también fueron objeto de vejaciones y palabras terribles… Las palabras son tan importantes, por eso a mí me costó mucho encontrar las que decirle a mi hija…

El resultado es que esas personas, sin querer ni saber, forman parte de una cadena terrible que desde hace siglos se van diciendo unas a otras que no son válidas hasta que alguien se atreva a romperla y salir de ese círculo.

¿Y si en lugar de decirles que son inútiles, les decimos que son maravillosos? ¿Y si conseguimos que se rompa la cadena de tristeza y desidia?

Las personas obedecen a nuestras expectativas, por tanto, las palabras que usamos con ellas y el modo en que las tratamos motivarán una u otra respuesta. Serán lo que escojamos que sean para nosotros. Según lo que esperemos de ellas, les daremos una oportunidad o las enterraremos en el fondo de nuestra conciencia.

¿Imagináis que siente un niño al que nunca le han acariciado ni dicho nada hermoso cuando alguien lo hace? Cuando se siente amado, respetado, cuando otro ser humano le reconoce como ser humano y le trata con el cariño que merece… Hay tantas personas que no se sienten amadas… Que al final, no saben amarse ni amar a otros.

¿Y si rompemos la cadena? No podemos ir a ver a todas la personas del mundo que no saben que son maravillosas y piensan que son inútiles, que no valen, que estorban  y tender la mano, aunque podemos empezar por nosotros mismos, por respetarnos y no hacer nada que nos malbarate ni haga apagar nuestro brillo… Usar las palabras adecuadas para motivarnos y recordarnos que vamos a poder.

Y a la gente que nos rodea, mirarla con cariño, pensar que tal vez no sabe cómo o tiene miedo. Entender sus defectos como los nuestros. Hablarles con las palabras que deseamos escuchar para nosotros mismos… Una sonrisa, un gesto de condescendencia, de segunda oportunidad, una mirada cómplice, una mano tendida…

Hay mucho trabajo aún para disolver envidias, rencores, resentimiento y llanto acumulado, pero el primer paso en este camino es amarnos y amar.  En todas sus formas, con toda su fuerza… Desde dentro, hacia  fuera, en círculo… Hacia uno mismo y, hacia los demás.

Porque si no lo hacemos, no solo nos quedaremos con un simulacro de nuestros sueños, seremos nosotros mismos un simulacro de seres humanos y tendremos un simulacro de vida.

Por eso,  al final, miré a mi hija a los ojos, y le dije algo que creía que le sería útil para acompañarla siempre.

Quiérete mucho y no olvides nunca que eres maravillosa.

 

Ya nunca volverás a estar solo

Ya nunca volverás a estar solo

chica-libre-y-felizUna de las grandes asignaturas de la vida es conocerse a uno mismo y aceptarse. La más complicada, tal vez. La que más tememos y postergamos. Admitir y responsabilizarse de comportamientos que no toleraríamos en otras personas y que en nosotros somos incapaces de ver. Tener la valentía de reconocer errores y no poner excusas sino buscar soluciones… Los valientes luchan sólo consigo mismos, sin más armas que la madurez y el deseo de crecer, y ganan!. Se dan cuenta de que a su lado puede haber muchas personas, pero que esto es algo que deben afrontar en solitario.

Mirarse al espejo y decirse a uno mismo en voz alta «estás solo» es, durísimo. La ventaja que tiene es que una vez has sido capaz de hacerlo y has tenido el valor necesario como para aguantarte la mirada, todo cambia. Ya no estás solo. Ya sabes que puedes contar contigo. Que te importas lo suficiente como para ser capaz de  hacer un ejercicio de tal envergadura y querer seguir adelante. Es el efecto terapéutico de  las palabras… No se me ocurre nada más difícil y al mismo tiempo necesario que ser honesto con uno mismo. Reconocerse las actitudes bárbaras y los desatinos y hacerlo con ojos realistas pero a la vez constructivos, sin culpas, sin reproches, sin condenas ni cargas que arrastrar. De forma efectiva y práctica.

Conocerse a uno mismo te da alas. Todo lo que te libera de peso extra te las da.  Te ayuda a relativizar las estupideces del día a día e ir a lo suculento de la vida. Lo que precisa de esfuerzo doble, de arrodillarse y empezar a construir apoyos y nuevas relaciones, tejer complicidades nuevas, cambiar de maneras y actitudes… Saber qué hacer cuando en plena madrugada, la desesperación te cabalga en el pecho y te invade la cabeza de pensamientos que sólo conducen a un trote más rápido. Conocerse y saber a qué sujetarse hasta que no haga falta nada a lo que sujetarse que no esté ya en ti mismo. Listar tus retos y poner en fila tus logros, reparar daños para ponerse en forma y tomarse un tiempo para lamer heridas y cicatrizar… Recordar que puedes aunque no lo parezca ahora. Volver al espejo y decir en voz alta «no estoy solo, me siento solo… ¿cómo lo soluciono?» ponerse en marcha, trazar un plan que nos haga saber que sabemos cómo salir a flote… Amigos, familia y sueños dejados a medias por interrupciones permitidas y perezas consentidas… Pensar que mañana todo cambia, aunque llegue mañana y no cambie nada. Aprender a esperar cuando no se tiene lo que se desea. Buscar entre los resquicios de las puertas cerradas pequeñas grietas por donde escapar de uno mismo y descubrir que aunque escapes, todo seguirá igual porque antes de salir debes curar por dentro. Debes poder mirar al espejo y decir en voz alta «me tengo a mi mismo» y a partir de ahí construirlo todo de nuevo.  Ser tu más fiel aliado en este batalla. Ilusionarte con los detalles más mínimos. Recrearse en las formas y los olores, recuperar el paladar y encontrarse mirando un haz de luz que entra por la ventana como si fuera un prodigio. Y saber que estás en el camino de volver a ser tú pero sin arrastrar tus lágrimas.

Atreverse a no ver los problemas como algo que está fuera de nosotros sino que tiene las raíces dentro, que generamos muchas veces nosotros. Algo que se gesta entre nuestras paredes cada vez que hacemos algo que nos vacía, nos contradice, algo que va en contra de nuestra forma de ver la vida y topa con nuestros valores… O sencillamente algo que no queremos hacer. Saber que todo pasa y cambia si lo miras de frente y te escuchas. Si cuando llega el caballo que galopa en tu pecho, le percibes y te das cuenta de qué viene a decirte y por qué. Si eres consciente de tus emociones y le encuentras razones a esa ansiedad te pone su enorme mano en el corazón .

A veces todo pasa y cambia sólo con ser capaz de decirlo en voz alta, de pronunciar las palabras y admitir. Saber que una vez dichas, el escenario es otro y nosotros también. Somos otros pero somos nosotros mismos. Más libres. Más capaces. Más de vuelta de todo y con el equipaje más vacío de estupideces y penas… Sin desvelos no hay lecciones, sin conflicto no hay moraleja…

Cuando le pones un nombre a tu dolor, se disipa. Cuando encuentras las palabras para definir lo que sientes, sabes quién eres… Si somos capaces de llamar a nuestras penas por su nombre, las alejamos de nosotros… Llevamos las riendas y sólo las usamos para reconocerlas y comprenderlas, aceptarlas como una parte de nuestra vida y empezar a cambiar… Borrarlas y expulsarlas de nuestras vidas.

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Mirarse al espejo y saber que no estás solo, que no lo vas a estar ya nunca más, porque te quieres, porque te importas, porque valoras lo que has conseguido y lo que sueñas, porque eres una buena compañía para ti mismo. Porque tienes una ruta a seguir y una meta y un camino hasta llegar repleto de sorpresas, algunas buenas y otras no tanto, pero todas necesarias para ir creciendo por dentro y tomando conciencia de cómo eres… Para superar tus límites, para salirte del mapa que trazaste cuando no sabías quién eras y te quedabas corto en expectativas. Para salir de esa habitación con los deberes hechos y unas ganas locas de continuar… Sin quejas ni lamentos, con palabras que crean realidades nuevas.

Mirarte al espejo  y saber que no estás solo porque sabes quién eres... La soledad sólo anida en aquellos que no se conocen. Tú ya nunca volverás a estar solo.

El poder de la empatía

El poder de la empatía

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Cultiva tu empatía, practica la humildad
Ser una persona empática te abre camino. Supone un plus en muchos aspectos de tu vida. La empatía es una gran aliada, una gran inversión en el buen profesional que quieres ser y la persona extraordinaria que llevas dentro y aspiras a mostrar. La mejor forma de “venderse” es evidenciar ante los demás que sientes como ellos sienten y que te importan. Y sobre todo, hacerlo de forma honesta y humilde.
No cortes el ritmo, deja fluir…
Escucha. Escuchando se aprende y  se hace grande tu intuición. Aprendemos y maduramos a golpes y también observando con ojos hambrientos. Todo tiene un tiempo y un ritmo, no cortes ese ritmo que fluye en una conversación… Dedícale un tiempo.
Dí que sí
Asiente cuando te hablen, que se den cuenta de que escuchas de forma activa e interiorizas lo que dicen. Que te llega, que te salpica tu dolor y su emoción, que eres humano y que te conmueven sus sentimientos.  Que quede claro que estás a su lado y que no es para quedar bien durante esos cinco minutos en los que tomas un café … Las personas no son un café.
Muchas personas no escuchan cuando les hablas, están ocupados mentalmente pensando qué van a decir y buscan el momento para interrumpirte, porque les interesa más quedar por encima de los demás que obtener información que les podría ser muy útil para conectar con esa otra persona y compartir un momento de cercanía. No pueden callar y esperar, quieren aparentar y marcar su territorio, dominar, dejar claro que ellos también tienen mucho que decir. Cuando, precisamente, si alguien te está contando lo que le afecta y necesita hablar, detestará que hables tú y lleves la conversación a tu terreno. Le dolerá que destaques más tú en ese momento justo, que cuando le toca a él exponerse y, tal vez brillar en su exposición, le quites el puesto.
Una de las cosas que más angustian y fastidian en un diálogo es estar contando algo y ver que la otra persona calcula tus exhalaciones de aire para encontrar un hueco y poder hablar. Constatar que tiene el cuerpo hacia delante, en posición de ataque y preparado para contarte algo cuando aún no has acabado con tu explicación. Que incluso, en medio de tu disertación emotiva, es capaz de citar algo poco trascendente o distraerse con el paisaje que le rodea.
No siempre eres el protagonista de todas las historias
Hay personas que lo protagonizan todo, incluso las tragedias ajenas. Llegan hacer sentir culpables a los demás cuando está hundidos porque lo que les cuentan les afecta o distrae de sus obligaciones o planes. Personas de esas que te vienen a ver al hospital porque estás enfermo y en lugar de preguntarte cómo te sientes, darte ánimo y ayudarte a sobrellevar el mal momento, se dedican a decirte cómo les has fastidiado la tarde por tener que venir y las peripecias que han tenido que superar para hacerlo. Personas que cuando otro es el foco de atención del grupo, aunque sea por una mala noticia, no saben encajar en su lugar y buscan desempeñar un papel más destacado hasta ponerse en evidencia, incluso. No puedes ser siempre el protagonista de todo ni es positivo para ti porque puedes sobrecargar a los demás. No protagonices los momentos estelares de otros, ni les usurpes su escenas…
Deja que te cuente su historia y se recree…
Que no pase el tiempo ni te importen los minutos. No hay medida para la compasión y la emoción, no hay reloj ante su dolor o ante su felicidad o su alegría si te cuenta que algo hermoso le sucede.
Recuerda que no eres el centro del universo. Si te cuenta su historia porque se siente mal, no busca que tú le cuentes la tuya, no al menos de buenas a primeras, y si no es para ayudarle sacando una moraleja que pueda echarle una mano. Para explicarle cómo superaste tú una situación similar. A veces, alguien nos cuenta cómo se siente y nos habla de lo que le pasa y parece que se establezca una competición a ver cuál de los dos está más hundido o fastidiado.  Cómo si pudiéramos calcular el dolor con un barómetro y decidir quién es el ganador. Si su historia es alegre, siéntete bien por él. Siempre he pensado que alegrarse de lo bueno que les pasa a los demás es muy saludable y que la dicha es contagiosa.
Da importancia a sus palabras y sus gestos.
Fíjate en sus palabras y el énfasis que pone en ellas, cómo las dice, por qué usa esas y no otras. Piensa cómo te sentirías tú en su lugar y lo que necesitarías, piensa qué esperarías tú de otra persona si te encontraras en su encrucijada.
Controla tu lenguaje no verbal, que note que le importas…
Mírale a los ojos y descubre qué te dicen. Mira con respeto, a rachas, no vayas a agobiarle o parecer inquisidor. No mires otras cosas, haz que note que te importa. Observa sus manos, su postura, ponte a su lado emocionalmente y deja que tu cuerpo transmita que lo estás de verdad, que vas en serio.
Toma la distancia adecuada, que no es otra que la que merece la situación. Pasa a una distancia  más íntima si es necesario, sin invadir su espacio si notas que se aleja. Tal vez, no os conozcáis demasiado pero si la persona que tienes delante se abre ante ti, debes responder con apertura mental, que se note que la comunicación fluye. No te cierres, no te cruces de brazos y pongas una barrera entre vosotros.
A veces, nuestro lenguaje no verbal no transmite lo que sentimos porque nos ponemos corazas para disimular nuestras emociones. Otras, sencillamente no transmite empatía porque no sabemos usarla. Algunas personas, cuando intentan escuchar el relato de otras sobre cómo se sienten, no saben cómo responder a las emociones y se ponen a bromear y a esquivar la profundidad del tema porque ahondar en los sentimientos les pone nerviosos. Eso es terrible para el que habla porque no sólo deja claro que no le importan sus sentimientos sino que además no le entiende y le parecen una estupidez.
Dale esperanza y no relativices.
Dale esperanza. No hace falta un “todo saldrá bien” porque hay situaciones en las que es muy obvio que no saldrá bien y, aunque toda situación tiene una moraleja y un aprendizaje, en un primer momento, si la realidad es muy dura, un comentario de este tipo puede parecer una frivolidad. No siempre se puede relativizar todo, hay muchas situaciones en la vida que requieren callar y abrazar, susurrar un “me tienes aquí contigo” y compartir un rato. Además,  hay muchas formas de esperanzar a alguien, sencillamente con un abrazo, un afectuoso golpe en la espalda, una mirada de cariño, un “estoy aquí pase lo que pase” le hará ver que no está solo, que alguien pensará con él soluciones si el problema empeora, que alguien le escuchará…
Sé oportuno…
El sentido de la oportunidad es casi un don, una consecuencia de cultivar tu intuición. Requiere un esfuerzo para concentrarse en vivir el momento presente, sin escuchar todas esas voces interiores que nos recuerdan que llegamos tarde, que tenemos prisa, que estamos cansados… Y requiere también saber encontrar el punto justo para actuar y las palabras adecuadas. Para ello hay que dejar de escucharse a uno mismo y sincronizarse con los demás.
No le hagas sentir culpable de nada. Todos somos responsables de nuestras acciones pero no deben ser una cruz que nos señale para siempre, sino una experiencia más que nos ayude a crecer. La palabra «culpable»  y la sensación que lleva adherida son una losa, una mancha pegada que no se borra. No digas «te lo dije» porque con ello lo único que haces es quitarte de encima esa responsabilidad tú, para que quede claro que eres más sabio y ya tenías claro qué iba a pasar. Deja las reflexiones para un momento más oportuno… Tal vez más tarde sea el momento de ayudarle a ver que es responsable en parte de lo que sucede y  que (ahí está la buena noticia) por tanto, eso hace que tenga la llave de la solución y pueda salir de esta situación con nuevas herramientas para evolucionar como persona. Los responsables  dirigen su vida y solucionan los conflictos, los culpables arrastran una culpa imaginaria como si fuera una sentencia inapelable.
Usa tus palabras, no las de otros…
Las palabras curan, son terapéuticas. No uses frases hechas y vacías. Busca las tuyas. Dosifica tus palabras como si hablaras con cuentagotas. Que no sobre ninguna, pero que no falte. Da importancia a la forma de decirlas, cuida el volumen. No fuerces el tono, acaricia cuando hables, susurra si hace falta, acompáñale con la mirada y la sonrisa. Sé firme si hace falta, siente, pero no en la tentación de regodearse en la tragedia.
Sé tú mismo, que te reconozca en lo que dices, que note que eres sincero y honesto, que sepa que no actúas… No actúes. Ponte en su lugar e imagina qué desearías tú si fueras él. Ponerte en su lugar no te hace pequeño, te hace grande… Recuerda que no se trata de fingir, sino de sacar de dentro esa parte que hace que el resto del mundo te importe.
Si todo esto te cuesta un esfuerzo inconmensurable, no lo hagas, se notaría que lo haces de forma mecánica y generaría justo en efecto contrario. Y si puedes, reflexiona por qué te cuesta tanto, ¿es porque miras a los demás desde abajo, pones corazas por timidez y te cuesta abrirte o hacerles un hueco o porque les miras desde arriba y no te parece que merezcan la pena sus pequeñas miserias?
Recuerda que una palabra amable cambia a veces el curso de una historia, no subestimes su poder. La capacidad de sentir lo que otros sienten no te deja en un segundo plano, te hace poderoso y te da infinitas posibilidades de crecer. Cuando aprendemos a servir a los demás, en un plano de igualdad, es cuando realmente somos grandes…

Cambia tu vida si tu vida no te cambia

Cambia tu vida si tu vida no te cambia

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Revisa lo que crees. Revisa hasta dónde crees que llegas. Imagina que cuando piensas que se acaban tus reservas, puedes aún un poco más. Imagina que no te cansas, que el miedo a lo que aún no conoces no te pone la mano en la espalda para hacerte frenar. Cambia de zapatos si no te llevan a donde quieres… Cambia de bar de copas si no te gustan las compañías… Cambia de parque, cambia de banco, cambia de abrigo si te queda pequeño… Cambia de lugar donde aparcas el coche si te deja aislado. Cambia de música si la música que escuchas no te transporta… Cambia de baile si no te dejas llevar…

Revisa lo que crees que eres. Revisa lo que sueñas si cuando lo repasas con el pensamiento no te llena de emoción ni te ilusiona. Revisa si lo que sueñas es tuyo o lo has tomado prestado para quedar bien. Si has copiado sueños de otros porque crees que son mejores que los tuyos o porque te insisten en llevar una vida que te viene grande o te queda pequeña y te aprieta. Cambia de consejeros y busca personas nuevas a las que conocer. Cambia de sueños si no son tuyos, si no te dan vértigo o no te zarandean la vida sólo con ponerte a imaginarlos…

Revisa el tiempo que dedicas a lo que amas. Revisa qué te importa y qué te mueve. Revisa si la rutina te engulle y el trabajo te traga. Revisa lo que amas, busca lo que amas… Ama más allá de tus posibilidades. Ama sin pedir, ama sin preguntar… Cambia de reloj si te falta tiempo. Cambia de trabajo si el trabajo no te cambia. Cambia si cambiar te mejora y te hace sentir nuevo cada día.

Revisa lo que miras. Revisa en lo que te fijas y dónde se posan tus pupilas. Revisa por si pones el foco en un lado y te dejas el otro. Por si olvidas prestar atención a lo mucho que tienes y has conseguido, por si la belleza que te rodea te pasa desapercibida. Revisa si vives pendiente del retrovisor con media alma en el pasado y la otra media angustiada por el futuro… Revisa si lates cuando miras, si estás cuando estás, si vives ahora o estás de oídas esperando el momento perfecto. Revisa si cuando inspiras hueles y si cuando comes notas el sabor… Revisa si pones el pie antes de pasar la linea roja y si nunca te atreves a pisarla y arriesgar. Revisa si lloras con preaviso, si adelantas lágrimas y tragedias… Cambia de escenario. Borra las líneas imaginarias que nunca pensaste cruzar. Detén tus ojos en las hojas ocres y cansadas, en las miradas brillantes, en las gotas de lluvia de los cristales y en las farolas encendidas. Nota que tienes frío, que tienes sueño, que tienes hambre… Cambia el libro que lees si no encuentras verdad en sus páginas.

Revisa si pacificas o generas conflicto. Si cuando estás, mejoras las cosas o conviertes en turbia el agua clara. Revisa si traes la sonrisa, si das sin esperar recibir y si a veces recibes sin dar. Revisa si las personas que te rodean son de las que dan sin recibir, si te hacen sonreír o te hacen llorar… Revisa los refranes que no te identifican y las personas que no te hacen sentir que vales la pena. Cambia de amigos si tus amigos no son amigos y no ayudan a crecer.

Revisa el camino que recorres cada día. Revisa si es más corto, revisa si tiene mejor vista, si es más fácil. Cambia tu camino si mientras lo haces te vienen a la cabeza siempre las mismas ideas y quieres ideas nuevas.

Cambia el camino y explora caras nuevas, nuevos estímulos, nuevos árboles… Baldosas nuevas, tiendas nuevas, pensamientos nuevos.

Revisa tu vocabulario. Revisa tus palabras. Revisa tus gestos. Revisa lo que dicen tus ojos y tus manos… Cambia de palabras si las palabras que usas arañan. Cambia tus palabras si no te definen, si te duelen o te castigan. Cambia tu tono si humilla, cambia tus muecas si hacen daño. Cambia tu forma de comunicarte si no comunica, si no da una versión de ti que valga la pena… Cambiarás tú si cambias tus palabras…

Revisa tus aptitudes. Revisa tus talentos. Observa si todo lo bueno que tienes se nota. Si brillas como mereces… Revisa tu actitud si con ella tu talento pasa desapercibido. Si te deja fuera del lugar donde quieres estar o te aleja de las personas que te importan. Cambia de actitud si te hunde, si te hace sentir pequeño y te victimiza. Cambia de actitud si no se corresponde con la actitud que te permite acercarte a lo que quieres o deseas. Cambia de actitud si no querrías estar con nadie que tuviera una actitud como la tuya…

Revisa qué te hace feliz. Revisa la salud de tus anhelos y de tus emociones… Revisa lo que esperas y aparta lo que te duela o haga daño a otras personas. Cambia lo que te hace feliz si aplasta la felicidad de otros. Cambia de felicidad si, en el fondo, es amargura.

Revisa tu vida. Cambia tu vida si, al revisarla, no la reconoces. Si al meterte en los pliegues de tu día a día no te llena. Si no puedes mirarla sin girar la cara… Cambia tu vida si no te pertenece. Cambia tu vida si tu vida no te cambia.