El camino correcto

El camino correcto

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Escojas el camino que escojas es el correcto, el que necesitas. Te lleve a tu destino o no. Eso casi no importa. Si no te conduce a donde deseas, seguro que es porque hay en él algo que debes aprender antes o tal vez, quién sabe, el camino erróneo te lleva al lugar adecuado. A veces, las cosas que pasan y lo ponen todo patas arriba son las que hacen que todo siga su curso, que todo sea como esperabas… En ese camino, lleve a donde lleve, hay tal vez una enseñanza que conocer, una persona a quien encontrar, una lección que interiorizar. Pase lo que pase, sabes que no te equivocas o mejor aún, que si te equivocas es porque lo necesitabas y que sabrás sacarle rendimiento a tu error. Los caminos equivocados están llenos de grandes descubrimientos…
A la hora de decidir sólo te queda saber que lo que haces es a conciencia, que usas la cabeza pero que te dejas llevar por la intuición, que vas por donde notas que debes ir, aunque no sepas qué te espera al final. Porque, en el fondo, la luz la llevas tú. Si te hace falta, sabrás cómo y cuándo sacarla de dentro. Sólo importa decidir con las ganas, siendo consciente de las consecuencias y respetándote a ti mismo y a los demás… Seguramente, porque a la primera persona que no puedes permitirte engañar es a ti mismo. Como si al meterte en el agua supieras que te lleve donde te lleve es porque allí hay algo para ti… Un tesoro, un salvavidas, alguien con quien compartir la travesía, un pequeño bote desde el que empezar un viaje.
Lo principal es aprender a conocerse y no mentirse, y saber que lo que decides es porque lo deseas, porque te ha vibrar. La pasión con la que hacemos lo que nos conmueve y motiva no es sólo fruto del deseo o la emoción, viene de miles de pensamientos almacenados y experiencias que nos recuerdan que aquello nos ayuda a sacar ese yo verdadero y auténtico que, a veces, tenemos olvidado. Nuestro verdadero yo se pasa la vida (nuestra vida) intentando salir del rincón en el cual le hemos dejado tirado. Nunca se resigna, nunca se apaga. No tiene tanto miedo como nosotros y si lo tiene, se lo traga, lo encaja, lo escucha y lo tira por la ventana. Es ese yo (tú) que se atreve a levantar la mano para hacer preguntas y que te ha permitido confiar en ti mismo en ocasiones especiales. Es él el que gana algunas de tus carreras y dibuja algunos de tus sueños. Cuando eras niño, una vez, te salvó la vida porque en el último momento te susurró al oído «tú puedes, venga». Es ese yo que cuando todo pinta mal y el peso del mundo te cae encima, toma posesión de tu conciencia y se levanta para seguir… Es el que sabe perfectamente que escojas el camino que escojas, vas a ganar porque al final del trayecto hay algo bueno para ti. Y que ese algo es, sobre todo, un nuevo tú más sabio y mejor.
Es el que te pide que decidas y que no te dejes influir por aquellos que tienen miedo o no saben entender tus pequeñas locuras…
Casi mejor estar en un camino elegido por mí, aunque me lleve a un fracaso, que seguir el camino de otro que me conduzca a una meta que no anhelo. Porque el fracaso será mío, pero la meta no. Y seguro que me aporta más ese fracaso que  el aprendizaje que la meta soñada en otra cabeza.
Y si nos aporta algo bueno, ¿lo podemos considerar un fracaso? Si de ahora en adelante, cuando lo recuerdes y repases, eres capaz de darte cuenta de la lección que llevaba y todo lo bueno que trajo consigo ese fracaso… ¿Qué más da?
Si buscando un tesoro encontraste un amigo ¿no te parece que saliste ganado? ¿No encontraste de hecho algo aún de más valor?
A menudo, aquellos que quieren arañarnos, sin saberlo, acaban siendo nuestra puerta de salida a nuevos mundos, nuevos retos, nuevas metas. Nos dan la opción, nos dibujan la puerta y nosotros podemos salir por ella a nuestro futuro. Para hacerlo, es necesario ver cada situación como lo que realmente es, una oportunidad. Porque si nos precipitamos y dejamos llevar por el dolor y sólo vemos su gesto, estaremos obviando la maravillosa consecuencia de sus actos. El tiempo que pasamos recordando nuestra tragedia nos mantiene atados a  ella. El tiempo que usamos detestando y odiando a quién nos ha hecho daño nos sujeta a esa persona. Es mejor pasar pantalla y analizar lo ocurrido con calma, serenidad y mirando de frente. Como si finalmente, nuestro captor nos liberara después de días y días privados de movimiento, y en lugar de salir corriendo a explorar nuestra libertad, prefiriéramos quedarnos a reprocharle su actitud. No solamente nos causamos más daño recordando la situación y repasándola, sino que cuando nos fijamos en él para odiarle, dejamos de mirar el camino que se abre ante nosotros. Mejor emprenderlo y poco a poco, empezar a trabajar en lo que suscitan en nosotros las emociones sentidas durante el cautiverio… Y hacerlo sin negarse a afrontar el dolor pero sin permitir que te invada y limite.
Nuestros captores son, a veces, la mecha que hace que todo salte por los aires. Otras veces, la chispa para darnos energía…
Al final, el que te despide, te da la libertad.
El que te deja, te permite encontrar otros compañeros de viaje.
El que insulta pone a prueba tu paciencia y autoestima.
El que te araña, deja en ti una valiosa cicatriz con la que podrás ganar mil batallas.
Podemos tardar un siglo o un día, pero al final, la única forma de verlo para salir victoriosos de la experiencia, es darles un papel de impulsores, de acompañantes necesarios e involuntarios, de actores secundarios en nuestras vidas que, sin pedirlo, han venido a darte el empujón. Porque sin saberlo, han conseguido poner en marcha el ese yo que actúa, que toma las riendas, el que nunca se resigna y siempre está tirando piedras a tu tejado para que le hagas caso cuando te olvidas de quién eres y qué buscas en la vida…
No importa el destino. No importa el camino. Sólo importa la forma en que te mueves por él y la ilusión con que lo haces…
No existe un camino correcto… Hay caminos que notas que merecen la pena y otros que no.
Tal vez, no hay caminos. Hay experiencias, hay momentos acumulados por vivir y mundos por explorar… Y están todos dentro de ti… Lo que cuenta es que te sientas bien con lo que haces y no traiciones tu esencia, que ames cada instante, que vivas sin regatearte a ti mismo, sin hacerte trampas… El camino es sólo la excusa para que salgan de dentro, te miren a los ojos y tengas que asumir vivirlos.
El camino eres tú.

Buscando la excelencia

Buscando la excelencia

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Se habla tanto de talento y de asumir el reto cada día de liderar nuestras vidas que a veces nos perdemos con los conceptos… Suena tan bien que lo primero que te pasa por la cabeza al oírlo o leerlo es que no puedes conseguirlo o que debe ser muy complicado llegar a ese nivel. Siempre tenemos esos pensamientos que nos limitan y recortan. Como si estuviera reservado para otras personas. Parece que conseguir la excelencia sea, además de un esfuerzo continuo por ser mejor cada día en todos los aspectos, un especie de “sin vivir” para que todo sea perfecto. Con tanta competencia, con tanta exigencia en el ámbito laboral, asumir ese reto nos puede parecer haber firmado un contrato con un usurero que no parará hasta volverte loco y desquiciarte para no perder en control.

Sin embargo, nada más lejos de la excelencia que la perfección. Al igual que la belleza, la excelencia necesita de toda nuestra humanidad para ser alcanzada. Y los seres humanos no somos perfectos. La perfección mata la ilusión de seguir batallando para ser mejor. Cada vez nos hemos dado más cuenta que lo que nos gusta es lo asimétrico, lo distinto, lo poco común, lo “raro”. Vivimos en una sociedad enmascarada de rutina que cuando encuentra a alguien que hace las cosas de otro modo y confía en sí mismo, o le repudia o le convierte en dios. O ambas cosas casi al mismo tiempo. Lo que llamamos rechazo en realidad es miedo. Lo que llamamos menosprecio es a veces envidia. Debemos dejar de preocuparnos por lo que otros piensan de nosotros y trabajar nuestra autoestima.

Cuando a veces se nos habla de excelencia sentimos una especie de ahogo en la garganta. Pensamos que significa no descansar, estar siempre alerta, perder tu vida personal para poder estar a la altura. Una necesidad de control de cada detalle para que todo esté en su sitio que aplasta el entusiasmo. Nada hermoso nace del control estricto.  La belleza es esa flor que sale entre las rendijas de un muro derribado, buscando el sol, en condiciones adversas. El momento que vives ante un hermoso paisaje que no encontrarías nunca si no te hubieras perdido al desviarte del camino. Buscamos tréboles de cuatro hojas porque son diferentes, porque nos traen la buena suerte de algo que es anómalo, distinto… Lo imprevisto es tan necesario como lo conocido. La naturaleza es terca y cuando intentas llevarle la contraria acaba tomándose la revancha por el doble…

El control sobre todo esteriliza nuestras emociones, las hace inservibles porque no nos permite notarlas ni aprender de ellas. Mata nuestra creatividad y nos vuelve abúlicos… La excelencia es creatividad, es inconformismo. Todo lo que nace bajo una norma férrea es gris y anodino… La vida está fuera del decorado. En cada acto excelente hay una promesa de rebeldía, un intento osado de ser mejor, pero sobre todo, ser original y distinto.

Este mundo necesita de personas originales y osadas. Que arriesguen y apuesten por sí mismas. Personas que busquen alternativas para todo lo inventado y sean capaces de defenderlas. Personas sólidas y hambrientas por conocer, por entender, por crecer. Al final, si no eliges hacer lo que amas, acabas viviendo la vida de otro y persiguiendo sus sueños.

La excelencia es la expresión de tu forma de ver la vida en cada uno de tus detalles, cada día. Y no hace falta que sean perfectos, sólo que sean vividos. Que nuestros gestos y palabras salgan del deseo, de la necesidad de crecer y evolucionar como seres humanos, del placer de mostrarnos como somos ante el mundo a cara descubierta y sin vergüenza. Y eso puede aplicarse al ámbito laboral, pero si se vive intensamente, afecta a todo en tu vida. Un profesional excelente debe ser una persona excelente.

La excelencia es creer en ti y actuar en consecuencia. Poner amor en lo que haces, aunque sea un acto que parezca insignificante en un lugar remoto y nadie pueda verlo.

Al final, en este cambio de paradigma laboral donde todo da la vuelta y se tambalea, donde ya nada es seguro y  nos sacude de un día para otro, para no perder oportunidades lo único que debes hacer es apostar por ti mismo. Volver a ti, a tu esencia. Ser tú en estado puro y buscar tu mejor versión. Saber qué buscas en la vida e ir a por ello. Ser dueño de tu destino… Ser tu jefe. Arriesgarte. Creer en ti mismo y saltar, aunque te miren como a un loco… Y cuando mires atrás, verás que los locos son ellos, que permanecen  amontonados, sujetándose a un rama que no aguantará su peso… Intentando revivir un sistema de vida basado en la seguridad y la rutina que se desintegra. Sin pasión, sin emoción. Anclados a un tiempo donde todo era vertical, de arriba a abajo, esperando que pase un vendaval para que todo siga igual que antes, cuando en realidad, ya nada será lo mismo.

Y no es fácil. Ser una persona excelente exige esfuerzo y dedicación. Aunque siempre compensa. Si intentado ser excelente el esfuerzo no te compensa es que algo falla. Para ser excelente debes ser feliz intentando serlo. Porque es algo que surge de dentro, una necesidad de cambiar lo que te rodea para impregnarlo de todo lo bueno que puedes aportar y al mismo tiempo ser capaz de percibir y aprender de lo que aportan los demás. Por eso la excelencia no es controlar, es fluir. Si no fluyes, revisa por qué no eres feliz con el camino, porque la meta nunca es segura y, a menudo se desdibuja, cambia o la cambias tú porque has encontrado algo mejor…

A veces, de camino a un sueño encuentras la vocación de tu vida… Eso es excelencia. Estar atento porque estás hambriento. Porque tienes muchas ganas de compartir lo que hay dentro de ti…

Las personas excelentes cometen errores y muchos. Aunque lo hacen con ganas de ser mejores, porque saben que hay que lanzarse y experimentar… Porque para descubrir la vacuna contra la desgana hay que darse algunos golpes y caer algunas veces en plancha. Para ser grande, hay que hacer cosas grandes… A veces, algunas de ellas nos vendrán grandes hasta que las usemos mucho y les tomemos la forma.

Para ser excelente hay que vivir lo que haces y sentir que forma parte de ti. Poner tu talento a disposición de otros, hacerlo crecer… Imaginar cómo eso que haces puede ayudar a los demás y mejorar sus vidas. Y hacerlo con tanta intensidad como te sea posible, sin fisuras en tu confianza,  pensando que cada detalle hace que el todo sea mágico, maravilloso, mejor.

La excelencia es pasión. Es un pedazo de tu alma puesta en todo lo que haces. Es entusiasmo, es ir a por más con ganas, con ilusión.

Es ese plus que pones en cada uno de tus actos y que lo hace distinto, original y le da esa calidad que todos buscan.

La excelencia la podemos practicar todos. El que investiga en un laboratorio,  el que  lava platos, el que sirve mesas, el que organiza el tráfico o el que dirige un país. Cada uno desde su ámbito y con todo lo que le rodea.

A veces, es un volverlo a repetir  todo mil veces hasta que es mejor, aunque aún creas que falta mucho para ser como tú quieres. Otras es un darle la vuelta, investigar más, hacerlo con más ganas o simplemente dedicar una sonrisa. Hay tantas palabras y sonrisas que han cambiado el curso de pequeñas historias…

Servir un refresco con una sonrisa. Cobrar la cuenta con un gracias. Volver a repetir las pruebas porque crees que el resultado es mejorable. No conformarse con un 9,6. Dar hoy un paso más con tus pies agotados en una larga rehabilitación para poder caminar… Decidir que, diga lo que diga el mundo, vas seguir luchando por conseguir ese reto… Excelencia es tener una buena idea a media noche y levantarse para apuntarla para que no sea que se te olvide… Entrar en un quirófano y decirle a la persona que aguarda para ser operada en la camilla que todo va a salir muy bien y pronto va estar recuperada. Mirarle a los ojos y que note que estás feliz por ayudar a curarla, que vas a poner lo  mejor de ti mismo para que así sea y ver como su corazón se calma y su cara se llena de esperanza.

A veces, la excelencia no es lo que haces sino la actitud que tienes cuando lo haces.

La verdadera excelencia no va encaminada a puntuar más delante del jefe, a cobrar más, acumular méritos o a recibir más elogios… La verdadera excelencia es la que nos permite cambiar la vida de los demás para mejor. La que nos hace embellecer el mundo, aunque a veces casi no se note… La que nos convierte en mejores versiones de nosotros mismos cada día y nos da empuje para vencer la adversidad. La excelencia es humanidad.

Al final, cuando lo haces cada día, cuando se convierte en un hábito, acaba repercutiendo positivamente en ti y todo lo bueno que compartes, vuelve. No sólo por la felicidad de ayudar a otros, porque la  generosidad y la gratitud siempre vuelven a ti.

Lo que hacemos con ganas sale mejor. Cuando ponemos nuestra humanidad entera, nuestra bondad, nuestra alma en lo que hacemos, todo se impregna de magia. La excelencia es esa magia.

 

Tu vida, tus palabras…

Tu vida, tus palabras…

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Ya lo sé. He escrito mucho sobre palabras, me pongo muy cansina tal vez, pero es que son muy importantes en nuestras vidas. Las cambian, las reconducen, las hermosean y las llenan de esperanza.
Son armas poderosas que no nos enseñan a usar como deberíamos.
Ayer alguien me decía que lo importante son los actos, no las palabras. Gran parte de razón lleva, porque si no actuamos nos estamos rindiendo, cedemos a la pereza nuestras vidas y dejamos que nuestro presente y futuro no sean un ejemplo de nuestros valores y principios.
Sin embargo, cuando hablo del efecto terapéutico de las palabras, de cómo nos cambian, lo digo de forma literal. No me refiero a decir que eres valiente y actuar como un cobarde. Me refiero a que decirse a uno mismo que es valiente y sentirlo, le convierte en una persona más predispuesta a serlo.
Como esas personas que se pasan la vida arrastrando el mote que les pusieron cuando eran niños, como si lo llevaran en una etiqueta. Alguien se lo dijo, ellos se lo creyeron y eso se ha convertido en su realidad.
El lenguaje que usamos nos modifica, nos transforma. Las palabras positivas activan zonas de nuestro cerebro que nos abren a nuevas posibilidades, que ponen en marcha el proceso de generar nuevas neuronas y mejoran nuestras defensas. Por eso es tan importante lo que nos decimos a nosotros mismos cada día porque nos capacita para ser como deseamos, para conseguir lo que queremos. Las palabras son la palanca que nos ayuda a desplegar nuestro potencial, la contraseña que abre los archivos donde se ocultan las claves para superar nuestros miedos y dar el gran salto que todos soñamos…
Nuestras palabras pueden hundirnos o conseguir que nos elevemos. Pueden hacer que nos arrastremos a ras de suelo o que creamos que podemos volar… Lo de volar es en sentido figurado aunque hace tiempo alguien creyó que nos hombres podía volar e inventó el prototipo de un artefacto para conseguirlo. Hoy en día circulan miles de esos artefactos en un modo más sofisticado por el cielo cada día.
Seguro que se dijo mil veces antes de hacerlo realidad. Seguro que antes de creer que era posible, supo encontrar las palabras que lo definían para ponerse a actuar.
Las palabras que usamos generan nuestra realidad porque crean escenarios, crean momentos, nos transforman por dentro para ser más capaces de llegar a ese futuro.
Aunque esto parezca magia, es ciencia. Es una realidad que las palabras tienen el poder de actuar sobre nosotros si las dejamos hacer su trabajo… Si nos dejamos invadir por las emociones que llevan adheridas. Si cuando las escuchamos o las decimos somos capaces de trasladarlas a la realidad, de verlas, de vivirlas…  Y no sólo sucede sobre nosotros, también tienen efectos sobre otras personas, sobre las personas que nos rodean que tal vez necesitan que alguien les diga lo maravillosas que son porque no lo recuerdan.
Condicionamos a las personas que tenemos a nuestro alrededor. Una palabra hermosa puede cambiar el curso de un día, de una vida. Tu vida o la de alguien que no soporta más su existencia porque no se siente aceptado o querido… La vida te cambia en un momento si alguien te dice “tú puedes” porque tú no eres capaz de decírtelo aún. Y se abre una ventana hasta ahora cerrada ante ti y tu cabeza empieza a imaginar que tal vez pueda. Y esa parte de tu cerebro que se ocupa de hacerte capaz y activar al superhéroe que llevas dentro se pone en marcha. Y el corazón recupera su ritmo y te notas distinto… “y si fuera cierto?” piensas  y te das cuenta de que había opciones, había oportunidades, que puedes intentarlo…
Y en ese momento, cuando lo imaginas y vibras, cuando lo ves y casi lo tocas, ya eres otra persona. Y aire está más limpio y el gesto más erguido. El mundo cambia porque tú cambias.
Las palabras que dejamos que nos toquen y nos hagan sentir nos modifican. Levantan muros o dibujan puertas en las paredes para poder abrirnos paso. Muestran caminos o nos llevan a acantilados… Las palabras hacen que pongamos el acento en lo que nos gusta o lo que nos disgusta. Nos ayudan a enfocar la realidad de mil formas. Nos recortan las posibilidades o las amplían hasta el infinito…
Cuántas más palabras positivas usamos, mejores son nuestras vidas.
Las palabras hermosas nos alargan la vida y nos hacen estar más sanos y felices.
Las palabras adecuadas despiertan esa parte que tenemos dormida y que necesitamos para vivir con intensidad y pasión.
Las palabras dibujan nuestro mundo. Nosotros decidimos cómo usarlas.
Escribimos nuestra propia vida con palabras. La fabricamos desde el primer aliento y la vamos haciendo más fuerte a en la medida que somos capaces de expresar qué sentimos, cuando nos comunicamos con otros y con nosotros mismos…
¿Si supieras que puedes escribir tu vida qué palabras usarías?
Si te dieras cuenta de que puedes escribir las escenas de tu existencia ¿cómo encontrarías las palabras? ¿cómo las escogerías?
Las palabras que escojas escribirán tus días. Somos los autores de nuestras vidas… Incluso en los momentos más duros y adversos, aceptando la situación sin resignarse, podemos trabajar para modificarla…
Por eso, la próxima vez que abramos la boca o en nuestro diálogo interior vayamos evocarlas en nuestros pensamientos, estaría bien que descubriéramos si son las más hermosas posibles… Si son las más motivadoras, las más emocionantes, las que nos curan y ayudan a perdonarnos y perdonar a otros, las que nos hacen darnos cuenta de que podemos, de que somos capaces, las que nos recuerdan que somos extraordinarios y sirven para recordar a los demás que el mundo es mejor con su presencia…
La próxima vez, seamos exigentes con nuestras palabras. Las palabras nos convertirán en esa persona que soñamos que somos y que está dentro de nosotros esperando a que aprendamos a usarlas y sentirlas.

Fabricantes de oportunidades

No creo que la suerte exista. Al menos no tal y como nos la han vendido hasta hoy. Creo que las cosas pasan por algo, aunque muchas veces no les encontramos el sentido, no sabemos interpretarlas o no queremos porque nos duele demasiado. Todo lo que nos va pasando y decidimos nos ver, no sentir, no escuchar, se acumula en nosotros y se nos dibuja en la piel o se nos queda retenido esperando que llegue el momento.
Nos han educado para esperar castigos divinos si hacemos algo que otros creen que está mal o que vulnera un código ancestral, aunque para nosotros ese código sea en si mismo un castigo.  Nos da miedo ser felices porque, en el fondo, creemos que deberemos dar algo a cambio, perder algo, como si estuviéramos destinados a sufrir y la felicidad fuera una provocación, un ritual irreverente que debemos pagar caro… Porque nos han dicho que en esta vida no se llega a la plenitud. Porque nos han educado para no salir de las líneas marcadas ni explorar nuestra capacidad de ser libres. Nos han pedido que caminemos cada día por el mismo sendero, con la cabeza gacha para no desafiar a los dioses a esperar un golpe de suerte.
Aunque ese tipo de suerte cuando llega es efímera, porque no sabemos usarla o nos asusta tenerla entre las manos porque nos han dejado claro que nadie que no haya hecho un mínimo esfuerzo para conseguir algo, sabe cómo manejarlo. Porque nos han insinuado que  esa suerte que no nos pertenece y no pararemos hasta que no la malgastemos con la torpeza del que no sabe usar lo que no le está destinado.
Tal vez la suerte sea más cuestión de saber darse cuenta de dónde están las oportunidades, que a veces nos llegan disfrazadas de conflictos, y aprovecharlas. Una tarea complicada porque esas oportunidades no son a menudo cómodas ni fáciles, exigen esfuerzo y renuncia. Quizás la suerte sea hacer mil veces algo de muchas maneras distintas hasta que descubres cuál es la forma correcta o la soñada. Practicar para vivir. Darte cuenta de cuando cambiar y cuando aceptar y notar cómo eso te cambia también. Saber esperar, una espera activa, sin perder comba ni reflejo. Dejar pasar falsas oportunidades también que te ponen a prueba y que te llegan en forma de regalo maravilloso. Al final, quizás lo que convierte cualquier experiencia en una oportunidad es nuestra forma de verla, nuestra actitud… Los problemas son oportunidades, a menudo, cuanto más grandes, más recompensa supone superarlos. Por lo que, visto así, todo es una buena oportunidad… Y la suerte subyace en todo, tan sólo hace falta mirarla con ojos nuevos y agradecidos y estar dispuestos a exprimirla hasta la última gota.
A veces, ni siquiera somos capaces de ver la multitud de cosas que debemos agradecer hasta que las perdemos…
Tampoco lo bueno tiene porque ser complicado. A veces es sencillo, deseas algo y lo pides. Aunque a menudo no nos atrevemos a pedirlo, porque pensamos que no nos pertenece o que otros lo verán como una osadía o una impertinencia. El problema no es cuando llega a ti algo bueno y fácil y piensas que es un golpe de suerte… Eso es bueno. El problema surge cuando esa facilidad establece que tienes que dar a cambio algo que vulnera tu esencia o se interpone entre tú y tus valores. En ocasiones, no hay caramelo más envenenado que tener suerte de haber ganado la carrera sin saber por qué, ya que has aprendido nada de ello y no sabes si podrás repetirlo.
A veces, estás tan destrozado por dentro y aturdido… Vives momentos tan duros que cuando otros te dicen que tomes las riendas o arriesgues un poco para cambiarlo te asquea.
He sentido eso. Es como si llegaras a casa huyendo de la lluvia y tu cobijo no tuviera techo y miraras al horizonte y descubrieras que tu mundo es un lugar sin refugios y que en todas las casas que encuentras se duerme al raso. En ese momento, necesitas una mano tendida y la necesitas ya y todas las hermosas frases que te llegan al móvil donde te dicen que si lo sueñas harás que sea posible hacen crecer en tu interior una rabia descontrolada… Has soñado tanto y te has levantado tan pronto… Has amado tanto y ¿qué has recibido? Necesitas  suerte y la necesitas ahora. Uno de esos enormes golpes de suerte que te cambian la vida y que llegan de forma fácil, porque ni te quedan fuerzas para seguir, ni dinero en los bolsillos como para salir a buscarla…
Si tan sólo durante un rato pudieras despejar tu cabeza para pensar sin tanta angustia podrías empezar a construir algo nuevo, una alternativa, un nuevo comienzo para ti… Un refugio donde imaginar un futuro mejor que te ayudara a soportar este presente que se desmorona… No hay mayor ceguera que la del miedo. Te estruja el pecho para que respires rápido y corto, para que creas que vas a desfallecer. Te comprime las ideas y las acelera, abre la caja de estupideces que tienes herméticamente cerrada para evitar convertirte en un títere… Y te sientes acorralado, cansado, desesperado.
Siempre he pensado que la suerte se fabrica, se construye, aunque a veces esa creencia se tambalea y te golpea en la cara y te quedas con esa mueca triste y perdida. Aunque no te ves capaz porque estás muy cansado y lo que quieres es gritar…
Tal vez, la suerte, esa suerte facilona de los cuentos de hadas y princesas, la de las loterías y las comedias románticas exista sólo fruto del azar y haya personas tocadas por la magia… Quizás también haya varios tipos de magia. La que te llega un día, cuando entre una multitud topas con unos ojos que te calan por dentro y sacuden y agitan, y la magia que dibujas tú. Esa que sucede cuando dejas el camino marcado, decides que no te importa qué digan lo demás y que quieres descubrir por ti mismo hasta dónde puedes llegar. La magia del empeño, de la actitud y de la voluntad. La magia de los que van a contracorriente. Cuando vas a contracorriente encuentras respuestas que otros no encuentran y te haces preguntas que otros no imaginan.
Quizás la suerte es insistencia, impertinencia, osadía, cierta locura para imaginar lo que otros antes no han imaginado o no se han atrevido a soñar. Tal vez sea una fe gigante y conmovedora, una confianza enorme en ti mismo y tu capacidad de maniobrar por la vida corazón en mano y con ganas de tocar tu cielo particular.
Quizás sea tu propia forma de ver la vida y salir en su busca. Quererte lo suficiente como para creer que mereces lo mejor y no para hasta sentirte entero… Creer en ti.
Una solución distinta que antes nadie se ha atrevido a pensar para cambiar las cosas. Unos ojos nuevos con los que ver más allá del dolor y el miedo. Porque quizás ya tenemos mucha suerte y no sabemos darnos cuenta…
Tal vez la suerte sea una excusa a la que aferrarse para empezar, un amuleto en forma de trébol de cuatro hojas, un punto de apoyo desde el que mover el mundo, como Arquímedes. Tal vez, la suerte sea esa confianza en nosotros mismos que necesitamos para convertirnos en fabricantes de oportunidades.
 

Algunos errores son necesarios

Nos asusta equivocarnos y, sin embargo, es casi tan necesario respirar. Sin error no hay evolución, no hay madurez ni crecimiento. Sin fracaso, no hay victoria. Cada vez que nos equivocamos, abrimos un nuevo camino hacia otro lugar donde nos espera algo bueno, un aprendizaje que necesitábamos. Si sabemos sacar lo mágico, lo maravilloso, lo bueno de cada error, nos daremos cuenta de que salimos ganando y nos acercamos a nuestros retos, a nuestros sueños. Lo que cuenta es actuar. Decidir. Renunciar. Arriesgar. Equivocarse es maravilloso…