Eres lo mejor que te ha pasado

Eres lo mejor que te ha pasado

Foto : Gimena Escariz

Foto : Gimena Escariz

Vayamos de viaje a nosotros mismos.

¿Te atreves?

Aunque sabemos que vamos a salpicarnos y ensuciarnos, no nos pondremos el impermeable como hacemos siempre, porque necesitamos sentir… Si pasamos por este camino de puntillas o nos ponemos los guantes, no servirá de nada.

No lo pienses más. Hazlo. Pensamos tanto… Está bien pensar, es necesario. Lo que pasa es que acabamos haciendo una bola de pensamientos que nos recorre la cabeza  y nos deja anestesiados. Y llevamos dormidos algunos siglos…

Pensamos siempre lo mismo, nos falta  ese punto de osadía que nos permitiría imaginar qué podría pasar si dejamos que nuestros pensamientos salgan del cauce habitual. Nunca rompemos las normas que nosotros mismos nos hemos impuesto. Y nuestros pensamientos no sirven porque están corruptos, estancados, asfixiados… Porque son cíclicos, porque van de la cama al sofá y como mucho pasan por la nevera de los pensamientos fríos, congelados…

¿No te sorprendes siempre pensando lo mismo? ¿No te vienen a la cabeza siempre las mismas ideas y palabras y notas las mismas punzadas en el pecho cuando las revives?

¿No te has dado cuenta de que paseas siempre por los mismos peldaños de escalera y nunca llegas al rellano?

Vamos del “necesito hacer algo con mi vida” al “mejor quedarse callado y no decir nada no sea que pierda lo que tengo” Y ¿qué tienes? ¿eres lo que crees que puedes llegar a ser? ¿te sientes bien contigo mismo o eres un sucedáneo de ti?

Cuando estamos en crisis, buscamos respuestas en el cajón de pensamientos tristes, de culpa, de asco, de rencor, de resentimiento, de rabia y frustración… Y nos pringamos con ellos hasta arriba, hasta que nos sentimos tan poco responsables de nuestra vida que decidimos sentarnos en el sofá y mirar otras vidas… Y criticarlas, envidiarlas, maldecirlas…

¿Cómo te hablas a ti mismo? ¿qué te dices? ¿usas siempre las mismas palabras para definirte y definir tu vida?

Y a veces, nos asalta una nueva idea. Algo distinto, insólito… Lo imaginamos, lo tenemos en cuenta, pero enseguida nos refugiamos en ese rincón donde todo es fácil y predecible, cómodo, asqueantemente tranquilo… Es como el rincón de pensar en pequeño.  De matar al mensajero y encogerse. El del lamento, de la queja, el llanto estéril porque no vacía sino que llena de dolor… El rincón de maquinar venganzas, tragarse la rabia y programarse para la envidia… El rincón de los que se conforman con mirar.

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Y pensamos mucho. Pensamos más, pero siempre lo mismo. Desde el mismo ángulo. Con la misma mirada. Nos contamos siempre las mismas historias y nos sorprendemos siempre en las mismas frases… Nos contamos los mismos chistes con los mismos clichés y nos reímos de las mismas personas para poder soportar que ellas hacen lo que nosotros no nos atrevemos a hacer… Nos creemos que así pierden valor sus actos y somos menos desdichados… Y volvemos a pensar… Otra vez, como el hamster que da vueltas en la rueda buscando algo sobre sus pasos estériles… Lo hacemos usando las mismas palabras para contar nuestro relato interno, llegando a la misma conclusión (llegar a otra es prácticamente imposible). Y nos cerramos. Cerramos nuestra puertas interiores presas del pánico porque esa idea extraña casi hace tambalear nuestras vidas…  El susto nos deja petrificados. Aunque es el mismo susto de siempre, con los mismos gestos y las mismas sensaciones. Como si hubiéramos hecho un pacto con nuestros miedos para que nos asaltaran siempre en el mismo sitio a cambio de no movernos, de no ir nunca más allá…

Y a pesar de todo, una avalancha de pánico y sudor frío nos encoje el pecho y nos besa la nuca… El miedo siempre te besa la nuca cuando estás a punto de decidir algo nuevo… Y tú puedes interpretar ese beso macabro como un freno o como una señal de que estás en el camino correcto para salir de ti mismo y encontrarte de verdad.

La persona a la que buscas está al otro lado de todos los pensamientos estancados y congelados. Al otro lado de la vida previsible y razonable.

Cuantos más besos en la nuca sientas, más cerca de ti estás…

Nuestro viaje es largo y duro. En él vas dejando cosas que llevabas incrustadas y adheridas a la piel y que llegaste a creer que formaban parte de tu cuerpo cansado… No lo eran, no eran tú, eran tu carga, tu peso sobrellevado que extenuaba tus huesos agotados de luchar contra fuerzas exteriores cuando el enemigo era interior…

El viaje implica dejar la lucha. No como resignación sino como acto de amor supremo contigo mismo. Porque cuando batallas contra el mundo, batallas contra ti, en realidad. Es un dejar de destruir para empezar a construir. Es usar la fuerza del guerrero para llegar a tu paz interior.

El viaje pide desnudez y humildad. Pide paciencia, tanta que a veces se hace casi insoportable… El viaje implica renuncia. Implica decidir entre lo fácil y lo incierto. Entre el dulce engaño y la verdad cruda pero liberadora… Implica salto al vacío confiando en una red que jamás has visto.

Y dejar de pensar un poco… El viaje a ti mismo, implica más sentir que pensar. Dejar las obsesiones y los pensamientos cíclicos para apuntarse a los pensamientos valiosos, nuevos, arriesgados, prácticos, incómodos pero reveladores, casi mágicos, responsables… Pensamientos que te hacen sentir que estás contigo, pensamientos que hablan de lo que tú haces y no de lo que esperas que otros hagan por ti… Pensamientos llenos de emociones vividas, analizadas, conocidas, asumidas… Pensamientos para crecer y curar. Pensamientos que cierran heridas y borran culpas…

El viaje exige tomar las riendas. No te permite delegar funciones básicas ni sujetare en barandillas ni muletas, no puedes compartir el peso con otros compañeros para evitar decidir si llevarlo encima o soltarlo… No te permite dejar en otros la responsabilidad de elegir ni marcar el camino… No te deja mantener apegos porque corta lazos que parecían indestructibles… El viaje te deja solo para que aprendas a amar tu soledad. y descubras tu valor.

Durante el camino, el viento está muchas veces en contra y la luz que llevas para poder ver dónde pisas se apaga en los tramos más oscuros, tú decides si pensar que es una conjura contra ti o si precisamente eso pasa para que aprendas que todo lo que necesitas para seguir lo llevas dentro…

A veces, el camino es enorme y todo está a cinco palmos de dónde alcanzas… Y eso es para que te des cuenta de lo mucho que aún puedes crecer…

Lo importante es seguir. Aceptar el camino y usarlo para descubrir lo que hay en ti.

Cambiar de pensamientos. Cambiar de palabras. Cambiar nuestra forma de mirar para que ante nosotros se abran caminos que hasta hoy no hemos visto… Dejar de ir a buscar las soluciones a nuestros problemas en el cajón de los pensamientos prestados, tristes, rencorosos, ofuscados, repetidos con ansiedad, perezosos… Dejar de poner nuestras emociones en la nevera para cuando seamos capaces de asumirlas y afrontarlas…

Sentir mil besos de terror en la nuca y pensar que es la señal inequívoca de que nos acercamos a nuestra meta.

Soltar todo lo que no nos sirve para hacer el paso ligero. Amar cada paso y cada tropiezo.

Y una vez pisado, sellar el camino… Para que no haya vuelta atrás… Todo lo que necesitamos del pasado después de revisarlo y entenderlo  es lo aprendido.

La salida fácil lleva a seguir buscando en el mismo cajón donde nunca hay soluciones o se quedan a medias.

La respuesta rápida es un paso atrás.

Encontrar salvavidas y compañeros de viaje que lleven tu carga es retrasar el momento de asumir tu vida.

Creer que todo cambiará sin cambiar de pensamientos es engañarse para soportar el miedo que nos da asumir riesgos…

Conformarte con lo que ya vives si no te sientes bien es renunciar a ti mismo.

Tú eres tu propio equipaje.

Tú eres tu propio refugio.

Tú eres el único líder de tu vida…  En este viaje sólo puedes agarrarte a ti mismo… Va de ser y de sentir.

Tú eres lo mejor que te ha pasado.

Tienes que estar solo

Tienes que estar solo

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Tienes que estar solo. No siempre, pero sí ahora.
Sabes que te hace falta, aunque huyas de esa idea y te asuste quedarte contigo mismo… Precisamente por eso, tienes que estarlo. Siempre tenemos que acercarnos a conocer lo que nos da miedo, para saber por qué y afrontarlo. Si no, le cedemos las riendas y nos dejamos caer sin saber a dónde vamos.
Tienes que estar solo porque te da miedo estar solo. Aunque tengas personas alrededor que te quieren, necesitas encontrarte a ti para saber quién eres.
Es la única forma de notar por dónde entra el frío en tu casa y hacerte cargo de los muebles rotos. La única forma de saber cómo entra la luz y por qué se pierde… Qué pusiste delante para ocultar tus rincones más sucios y oscuros y qué escondes en ellos…
Tienes que estar solo un rato que parecerá eterno al principio para descubrir que la eternidad es momento en el que bajas la vista y te ves los pies y te preguntas por qué están parados y muertos… Para mirar en el espejo que nunca miras y verte a ti con tanto miedo a mirar que apenas se te dibujan las facciones…
Tienes que estar solo para amar tus huesos tristes y tus milhojas de culpas y resentimiento. Para aceptar que si no hay luz es porque tú no la enciendes, porque no desprendes luz y porque hasta ahora has buscado excusas para no hacerlo y has señalado con el dedo a otros porque decías que no te dejaban brillar…
Sólo brilla el que quiere. Nadie que no conozca sus penas más antiguas brilla… Nadie que no ame sus miserias ni sea incapaz de sacar al sol sus amarguras y debilidades puede brillar.
Nadie que huya de sus miedos ni de sí mismo brilla.
No mires a los lados buscando cómplices de tu cobardía ni culpables de tu desgracia, nadie te impide brillar ahora, dejas de brillar tú porque te escondes y no das valor a lo que eres.
Tienes que estar solo porque temes estar solo. Y sólo abrazando tu soledad conseguirás sentirte siempre bien contigo mismo, acompañado por tu esencia, cerca de las personas a las que amas no por necesidad sino por el regalo de amar.
Tienes que aprender a estar solo para poder elegir libremente estar acompañado, para dejar de someterte a chantajes y relaciones a medias, para escoger con quién quieres estar y no someterte nunca más ni mendigar cariño.
Tienes que estar solo para enamorarte y amarte. Para aceptar cada átomo que hay en ti y descubrir que es maravilloso e imperfecto y que su imperfección es necesaria, útil, fantástica.
Para borrar esa mueca triste que haces cuando te ves, el asco que alguna vez has sentido por tu forma y tu necesidad de esconderla… Para conocer todas tus aristas cortantes y tus esquinas suaves y deliciosas.
Tienes que estar solo para encontrarte y asumirte. Para bucear en tus recuerdos con ojos nuevos y dejar marchar el dolor y la rabia que acumulan. Para encontrar esa parte de ti que te entusiasma y hacerla grande, enorme, inmensa.
Tienes que estar solo ahora, porque te están creciendo las alas y necesitan paz y silencio…
Para entender todos tus errores y besar todos tus aciertos… Para abrir tu mente y hacer callar a tus pensamientos más amargos y tus predicciones más terribles… Para dibujar otra vez tu camino, si hace falta, para que sea más tuyo.
Tienes que estar solo para descubrir tu magia y encontrar la forma de contagiarla, para curarte de ti y curar al mundo de sí mismo si quiere cuando aprendas a volar. Para encontrar esa persona que habita en ti y que cuando quiere no encuentra límites ni se encierra dentro de nada, para convertirte por fin en ese ser libre y maravilloso que realmente eres.
Tienes que hacerlo porque te lo debes. Porque aún no has alcanzado tu tamaño real y el mundo te espera…
Tienes que estar solo para no tener más remedio que quererte y acompañarte. Para topar contigo en todas las esquinas de tu casa y acabar abrazándote y contándote esas historias que nunca te atreviste a contar y llevas incrustadas en las entrañas esperando que las dejes salir… Para coserte las heridas y llorar mil horas, sacando pena acumulada, y riéndote de ti mismo con tantas ganas que te quedes agotado y feliz.
Tienes que estar solo para encontrar tu luz…
Tienes que estar solo para no sentirte solo nunca más.

Agua

Pronto será como el agua. A veces será tibia, agradable, envolvente… Apacible. Otras un estallido frío y vital, una cascada, un remolino… Una turba impetuosa que surcará cualquier superficie hasta moldearla, a golpe o a caricia… Hasta transformar el guijarro en canto de río suave y redondo. Envestirá lo que encuentre a su paso, arrastrará el polvo y el lodo que cierra el paso a la luz. Abrirá paso a los rayos de sol, a la tarde templada, al viento que lo agitará todo hasta cambiar la forma. Todo cambiará con su presencia, con su mirada, con cada uno de sus movimientos acompasados y al mismo tiempo rebeldes.

Y hervirá. Y cuando alcance temperatura, será caldo de cultivo, albergará vida, transformará su destino y los destinos de aquellos que se crucen en su cauce.

Y también se estancará, por un rato. Será cristal. Y luego empezará a rebosar gota a gota formando un meandro eterno. Se adaptará al camino. Se mezclará con la arena, se teñirá con todo lo que encuentre a su paso. Tomará color y forma, hasta evaporarse, hasta flotar y sentir como cada una de sus gotas minúsculas vuelve al inicio. Entonces despertará…

Y se levantará con la mañana, mirará su cara y sentirá que aquellas facciones que observa son las únicas posibles. Se reconciliará con sus entrañas y sus culpas. Compensará cada una de sus lágrimas. Sentirá que es distinta y que su cara está dibujada por una mano que no tiembla. Que su cabeza está vacía de credos absurdos e ideas que se ramifican hasta perder el sentido original. Hasta convertirse en ramas secas y retorcidas, sin savia ni vida.

Notará que sus pies pisan firme. Que el camino se acomoda a sus ojos, que cada palmo es como imagina, que domina el aire y el sol. Que siente que la noche es noche, que vibra con ella, y que cierra sus ojos y sueña que es ella misma, sin paliativos, sin miradas temerosas al bucear en sus imperfecciones. Que navega hasta encontrar la forma que busca a cada instante. Que cambia ella y que lo cambia y transforma todo.

Transparente, brillante. Enormemente poderosa, extraordinariamente cálida, ferozmente mansa. Agua.


Hormigas y Cigarras

Vivimos en una sociedad que potencia la mediocridad, se alimenta de ella. Está basada en el principio de la anestesia… en mantenernos dormidos y agotados para que no se nos ocurra salir de esa modorra inmensa, una especie de matriz gigante que engendra seres abúlicos y tristes y los suelta al mundo privándolos de esperanza. Una vez en él, los mantiene ocupados y exhaustos para que no piensen, para que no se detengan a decidir si les gusta, les apetece o les satisface. Parece que todo lo que nos rodea ayuda a caer en el desánimo, la pesadumbre… el mínimo esfuerzo… en el chiringuito montado para que la cigarra patee a la hormiga y la contemple luego muerta de risa… y ante el panorama, la hormiga, a menudo se vuelve vaga y remolona. Se transforma en un ser mediocre. De vez en cuando, algunas voces sabias, nos hablan de hormigas que tras mucho luchar, han salido de esa apatía, han logrado vencer el desánimo y subir el peldaño… se han colado en el mundo perverso de las cigarras… y lo han mutado y mejorado… Entonces, un atisbo de entusiasmo, nos recorre el cuerpo de hormiga cansada… “el sueño es posible” “ yo puedo”… y dura poco, hasta que otra hormiga un poco más grande que nosotras, venida “a más” nos hace bajar hasta en principio de la escalera… nos hace sentir culpables de haberlo intentado… culpabilidad… qué palabra tan horrible… deberían borrarla… lo aniquila todo…

Incluso hay hormigas mezquinas que cuando ven que otras hormigas como ellas, con esfuerzo, ilusión y un aplomo increíbles han empezado a brillar… usan todas sus energías para denostarlas. Las hacen sentir diminutas, inútiles… les dicen que nunca deberían soñar con dejar de ser mediocres… no se dan cuenta de que el triunfo de esas hormigas motivadas es el suyo y de que desperdician energía impidiendo brillar a otras, cuando podrían usarla intentando brillar ellas. Les aterra pensar que otras pueden y lo consiguen. Tanto esfuerzo malogrado…

A veces, somos hormigas caníbales. Engullimos al vigía que nos lleva al final del camino, pisoteamos todo lo que encontramos en él. No lo disfrutamos lo suficiente porque estamos encogidas,dormidas, asustadas ante nuestras propias capacidades y nuestras ansias de volar… nuestros miedos nos limitan. Nuestras limitaciones nos convierten en mediocres. Y la mediocridad lo acaba devorando todo… nos encuentra ella sola las excusas para no despertar, nos allana el camino del inmovilismo, nos ata a ras de suelo y nos corta las alas.

A menudo somos mediocres porque nos hemos dejado… Aunque hay esperanza, cualquier mediocre motivado llega más lejos que un genio al que ya no le quedan ganas… y hay muchas hormigas aún haciendo cola para subir la escalera…