¿Crees que te lo mereces?

A veces, nos suceden cosas que no podemos controlar, pero si que podemos incidir en nuestros pensamientos y nuestra actitud ante ellas… Podemos decidir que no las merecemos y luchar para cambiarlas cuando sea posible, actuar como lo que somos, alguien que merece lo mejor, que sueña con superarse…
Si aceptamos lo que no merecemos, sin ni siquiera rechistar, acabamos mereciéndolo, nos volvemos pequeños y tristes, cuando en realidad, nuestro potencial es infinito.
Soñemos a lo grande, sin límites, vivamos nuestros sueños hasta que nuestros sueños nos transformen. Semos nuestra mejor versión…
 
 

Suéltala

Todos tenemos bananas. Creencias arraigadas y limitantes que nunca nos cuestionamos y, a veces, no identificamos. Las bananas nos recortan las posibilidades y las oportunidades.
 
 

38 grados

38 grados

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Ayer me quedé totalmente revuelta. Estaba en una fiesta infantil con niños y niñas de siete años y viví de cerca el acoso escolar. En una forma muy incipiente y rudimentaria, tal vez, pero lo suficientemente clara como para que algunas de los criaturas allí presentes, se pasaran gran parte de la tarde en un rincón intentando no molestar, creyendo que no son suficiente, pensando que no merecían estar bailando con los demás. Todo porque alguien, una niña de siete años, se ha otorgado el poder de decidir  quién puede o no bailar según su criterio. Tú sí, tú no. Tú vales y tú te sientas en el rincón y te callas. Y no se lo hicieron a una sola niña, se lo hicieron a dos o tres. Su forma de divertirse ayer por la tarde no era bailar (aunque según parece, lo deben hacer muy bien ya que imponen sus normas) sino vejar y humillar a otros. El baile es la excusa. Mañana será otra cosa.

El caso es que la situación me pareció tan triste, no sólo porque le amargó la tarde en parte a quién celebraba el cumpleaños que miraba perpleja la situación, sino porque todos se escandalizaban y nadie hacía nada. Y al final, a riesgo de buscarme problemas, no pude más y detuve la fiesta un momento para abordar la situación.  Porque tenía la sensación de que si nadie decía nada en voz alta, les estábamos dando a entender que aquello nos parecía bien, que aceptábamos que los que se creen fuertes hagan sus normas y los demás las acaten. Que nosotros acatamos que haya niñas que no bailan porque otras consideran que no son dignas.  Y no podemos ser partícipes ello, ni como madres y padres ni como sociedad.
Sería como saber que estamos enfermos y no querer curarnos. Cuando nuestros hijos tienen fiebre, les damos una medicina para bajar la temperatura… ¿Por qué cuando no se compartan bien o necesitan una charla escurrimos a veces el bulto? La indiferencia y la tolerancia ante este tipo de actos les van a perjudicar más que los 38 grados que nos afanamos a bajar y que tanto nos alertan.

Tal vez muchos pensarán que es una chiquillada. Aunque el acoso empieza así, con una chiquillada que se tolera. Uno abusa de otro y nadie se atreve a alzar la voz para decir que no está bien, ni a abordar el tema. Todos asienten y el acosador, que es alguien que lo que hace es pedir ayuda a gritos porque en realidad tiene mucho miedo, se siente legitimado para seguir. ¿Por qué pasan estas cosas?

La verdad es que me sentí desbordada. No sabía cómo actuar, no soy experta, pero sentía que debía hacer algo. Como madre, como persona, como parte de una sociedad que no puede seguir aguantando estas situaciones. Si callaba, me convertía en cómplice.

De modo, que les dije que pensaba no estaba bien. No sé si sirvió de nada y tal vez hoy algunos de ellos recuerdan a una madre loca que decía sandeces y no les dejaba escuchar la música. Aunque alguien les tenía que decir que tienen mucha suerte de ser diferentes unos de otros, que deben respetarse y aprender de esa diversidad. Que cada uno baila a su modo, por suerte… Que eso no significa que no puedan bailar porque lo que cuenta es divertirse y compartir. Que hay quien baila y quien acaba cuidando ancianos, operando personas y cambiándoles el corazón enfermo, quien defiende los derechos de las personas en un tribunal, quien escribe noticias, quien ayuda a personas que se quedan sin casa, quien corre maratones y quien habla cuatro o cinco idiomas.

Alguien debía decir que cuando un grupo de tres personas se ríe de otra hasta hacerla sentir ridícula porque no baila bien, tiene un problema grave. De autoestima, de valores, de no saber divertirse si no es humillando a otro, de falta de atención…

Alguien debe decirle a los que se sientan en un rincón que no tienen por qué. Que justamente cuando se sientan se convierten en víctimas, que justo lo que deben hacer es seguir en la pista y bailar más, hasta que sus acosadores se den cuenta de que no les afecta para nada su opinión  y les dejen en paz… Porque sólo les interesan las víctimas, las personas a quienes consideran débiles… Si mostramos nuestra fortaleza, nunca somos víctimas y dejamos de interesarles. Aunque eso, ¿cómo se lo cuentas a una niña de siete años que sólo desea formar parte del grupo y ser aceptada? Tal vez con cariño, poco a poco, con palabras, encontrando una forma de que se suelte y te cuente qué siente y  cómo le afecta.

Comunicarnos es tan importante, para todo. Para evitar gritos, para evitar patadas… Para tender puentes y abrir caminos de ida y vuelta para que nada sea irreversible. Debemos darles herramientas a nuestros hijos para saber cómo actuar y ayudarles a crecer en estas situaciones para que no se sientan desamparados y desesperados. Educarles para sacar de dentro sus propios recursos y valorarse como merecen.

Y a los que acosan. Alguien debe ayudarles a hurgar en sus vidas también para que sean plenas sin tener que amargar a otros. Alguien debe preguntarse por qué pasa lo que pasa y además de paliar los afectos, atajar las causas. Alguien debe ayudarles a construir su puente también, para que vuelvan a disfrutar desde el cariño y el respeto.

Ayer me sentí muy impotente y creó que a pesar de mis intentos fracasé. Lo sucedido removió mi pasado y puso en alerta a la niña triste que se sentaba en un rincón… También pensé que si yo puede superarlo y aquello me hizo fuerte, ellos también podrán… Aunque dado el nivel que está alcanzando el acoso los últimos tiempos, creo que tenemos una obligación como sociedad.

Debemos educar. Desde la escuela y desde casa. En todas partes. Dar un mensaje claro. No se pueden aceptar estos comportamientos nunca. Desde la primera alarma, por pequeña que sea, debemos ser tajantes. Enseñar a respetar y aceptar la diferencia, sea la que sea. Para que se aprenda a vivir como una riqueza y no como un inconveniente. Mostrarles que el mundo es rico cuando más diferencias existen.

Debemos tener el valor de decir que no y plantar cara, aunque cueste y algunos nos miren mal porque crean que “son cosas de niños”. Que dos criaturas se queden fuera de una fiesta, creyendo que no son nada, porque otras dos consideren que no se merecen estar en ella y les echen,  no son cosas de niños, son cosas de tiranos, de dictadores y nosotros somos los vasallos de esos dictadores si no lo atajamos y les decimos que no lo vamos a cosentir.
Si miramos a otro lado, esta espiral sigue. Hasta amargar la vida de criaturas que no se atreven a decir nada por miedo a sufrir aún más. Hasta que es tarde. Hasta que nos ponemos las manos a la cabeza y nos saltan las lágrimas.

Educar es duro y complicado. No creo que haya en la vida tarea más apasionante y difícil. Cada gesto, cada palabra, cada mirada calan en los niños y les envían un mensaje… Aunque casi nada es irreversible. Todo puede compensarse si hay ganas y amor por ofrecer. Podemos pedir ayuda a especialistas y trabajar con sus maestros, tejer complicidades y no temer admitir que muchas veces la situación nos desborda.

Nos preocupamos mucho por 38 grados y no sabemos poner el termómetro a nuestra relación con nuestros hijos. No sabemos notar cuándo decirles lo necesario y qué decirles para que se sientan bien consigo mismos y no acepten regateos ni chantajes a su autoestima. Para que no sean acosados ni acosen. Para que cuando su equilibrio se resienta sean capaces de contárnoslo y busquemos soluciones. Para que nunca se cuestionen si valen la pena, ni escuchen a aquellos que intentan vulnerar su estabilidad… Para que sean ellos mismos y se sientan bien con ellos mismos… Para que bailen sin preocuparse de si gustan o no. Para que bailen porque gozan bailando y derrochando felicidad. Para que nunca duden de que pueden ni se atrevan a cuestionar a otros por la misma razón… Para desterrar la culpa, el resentimiento y el miedo a existir tal como somos.

Aunque, tal vez, lo que hacen nuestros pequeños no es más que emular lo que hacen sus mayores… Por eso, quizás, debemos empezar también por nosotros mismos y ver qué estamos haciendo mal para que nuestros hijos nos copien. Porque los niños nunca hacen lo que les dices que hagan, hacen lo que ven que tú haces… Hagámoslo bien, lo merecen y lo merecemos.
Estamos a 38 grados como sociedad y va en aumento.

Gracias por compartir este camino conmigo y dejarte acompañar por mis palabras.

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Siempre depende de ti

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AMAPOLA CAMPO

Hay esperanza. Cuesta notarlo, a veces, porque el cansancio apremia y la rutina se come la poesía. Porque la ansiedad desdibuja el perfil de todo lo que nos rodea y lo convierte en desesperación. Porque cuando te sientes hundido vas dando tumbos y te golpeas con el perímetro de todo lo que llena tu vida y no distingues a los héroes de los villanos y algunas veces crees que son lo mismo aunque no sea cierto… Porque intentas sujetarte a algo que creías sólido y resulta que es líquido.

Hay esperanza, pero parece que los lunes se toma un respiro y se escurre entre las estaciones de tren y las caras amargas de los pasajeros. Como si la desesperación la empujara calle abajo y ocupara su lugar para dejarnos los corazones deshilachados, los caminos a oscuras, los bolsillos vacíos.

Hay esperanza, pero queda diluida por los gritos y las ausencias. Cuesta percibirla porque parece que estés dando pasos hacia atrás, aunque en realidad vas hacia adelante, pero pasas por un valle profundo. El camino está repleto de valles, algunos son muy hondos  y casi te pierdes mientras los atraviesas y el lodo te llega a las rodillas. Aunque también a veces te permiten coger impulso para continuar. Encontrar un valle profundo puede ser la mejor manera de remontar aunque no lo parezca. Como topar con una pared y rebotar, como tener que parar para hacer recuento de daños y descubrir que has pasado la linea. ¿Eres de los que jamás superan sus límites o de los que ya no creen que no los tienen? ¿sobrevives o sueñas? Y si sueñas… ¿Actúas o sigues soñando sin atreverte a arriesgar?

Hay esperanza porque mientras algunos fabrican excusas otros inventan razones. Porque mientras algunos esconden las pistas, otros levantan alfombras para que ninguna historia se quede sin el final que merece… Porque siempre hay quien vence la tristeza y sale a la calle a plantar cara a la vida y le sonríe a otro que necesitaba un gesto para poder continuar… ¿A qué grupo perteneces tú? ¿eres la solución o el problema? ¿tejes complicidades o levantas muros? ¿dices que no puedes o te pones en marcha aunque te duela el alma y se te cierren los ojos?

Hay esperanza. A veces, se disipa porque cuando estás a punto de ver algo en el horizonte, el sol se pone y te dicen que esperes a mañana. Y ya no crees que puedas esperar más. Porque hay desengaños que parecen el definitivo y luego, pasados los días, descubres que te quedaban aún más y que no te puedes permitir quedarte sentado esperando una señal para levantarte. ¿Eres de los que esperan o eres de los que caminan? ¿suplicas o reclamas  lo que es tuyo? ¿dejas que el tiempo se te escape de las manos o apuras los segundos?

Hay esperanza porque mientras muchos meten la mano en bolsillo ajeno, otros pasan horas ayudando a personas que no conocen a tener una vida digna. Porque mientras algunas personas a las que les cogemos cariño nos parten el alma y nos decepcionan, otros a las que apenas conocemos, son capaces de sorprendernos y estar a la altura. ¿Eres de los que dan la talla o te escurres en las esquinas y disimulas?

Mientras unos arrasan, otros construyen.

Por cada uno que golpea, hay dos que tienden la mano.

Por cada dos que engendran odio, hay uno que descubre la vacuna. Porque mientras unos fabrican balas, otros edifican puentes.

Hay esperanza porque muchos se sacuden las responsabilidades, pero otros asumen las responsabilidades ajenas sacudidas.

Porque al otro lado de la puerta de un indiferente, hay un implicado. Porque en una esquina espera un déspota y en la otra un empático.

Porque una persona te hace llorar y más tarde otro te consuela.

Porque los que crean oportunidades nunca descansan…

Hay esperanza, pero a veces hay miedo a verla. Hay miedo a abrazarla y luego no poder vivir sin ella. Hay esperanza porque hay muchas ganas, a pesar de que también hay mucha apatía que podría vencerse con palabras. ¿Eres de los que vencen sus miedos o de los que dejan que sus miedos lleven el timón?

Caminando entre cien mediocres, hay algunos genios que buscan respuestas y muchas personas especiales que se hacen preguntas.

Porque el esfuerzo se abre paso entre la incompetencia y la envidia y llega al final del camino.

Porque el “sí quiero” es hermano del “sí puedo” y el “ahora no” y el “más tarde” se borran a cada paso que damos hacia lo arriesgado y lo desconocido.

Hay esperanza porque a veces la desidia no sale de casa y la sana competencia inunda la calle. ¿Te convence la osadía o la ciega obediencia?

Hay esperanza porque cada vez hay más personas que hacen estandarte de sus diferencias. Porque suben listones que ayer eran inamovibles. Porque trazan caminos que ayer no existían. Porque escriben historias imposibles y superan límites inimaginables…

Porque muchas comparten sus miedos y sus conocimientos… Porque han decidido que ya no se esconden y que van a cambiar las reglas para que ya nada sea no apto o incómodo… Para que se midan sueños y empeño y no sólo ganancias. Para que se reconozca el talento y el esfuerzo por encima de la falsa adulación y la rabia contenida.

Hay esperanza porque algunos la buscan como locos cada día y otros la dibujan. Porque si no encuentran puertas, las pintan y si no encuentran palabras, las inventan. Hay esperanza mientras no hay indiferencia… Mientras no hay resignación ni desidia, mientras alguien habla y alguien escucha. ¿Tú eres de los que escuchan a otros o de los que sólo son capaces de oír su propia voz?

Hay esperanza porque muchos se levantan cada día con la necesidad de ser extraordinarios… Y ya lo son, aunque todavía no lo sepan, porque la fuerza con que lo desean les convierte superhéroes. Aunque sea durante un minuto, el tiempo que dura la emoción de creer que es posible.

Hay esperanza, pero no vale con sentarse y esperar a verla o encontrarla, hay que fabricarla. ¿Eres de los que se dan por vencidos o de los que la crean? ¿de los que se quedan sentados a esperar a que otros se la traigan o de los que se ponen en primera fila?

Hay esperanza, pero a veces tiene cara de problema sin solución o de niño dormido. A veces, hay que rascar la superficie de un pintura mediocre para descubrir que debajo hay una obra de arte… Hay esperanza, pero para conseguirla a menudo hay que tragar mucho camino, ensuciarse los zapatos, superar barreras mentales e implicarse hasta las cejas incluso cuando no ves la solución…

Hay esperanza, pero depende de ti… Siempre.