Pecamos de muy ingenuos cada vez que decimos que los gobiernos se comunican mal. Lo decimos mientras miramos con avidez los periódicos buscando detalles para saber por dónde van a ir nuestras vidas o qué se nos recortará hoy. Buscamos mensajes que huyan de lo ambiguo, buscamos paz, buscamos respuestas.

El resultado, para cualquiera con mínimas nociones de las reglas básicas de la comunicación, es desolador. Una gran falta de concreción que asusta, demasiadas voces que parecen discordantes pero que se retro-alimentan… un desaguisado tan dantesco y enorme que es imposible que una organización de ese tipo no tenga controlado.

Al final, todo es teatro. Una especie de orquesta en el que cada uno desempeña un papel predeterminado y perfectamente diseñado por un director. Nada es baladí. Nada escapa a su ojo controlador, ni tan siquiera la oveja descarriada que cada vez que abre la boca siembra vientos huracanados.

En nuestro teatro político, hay un protagonista atormentado que lucha contra sus pasiones para tomar las decisiones correctas pese a que sus instintos le tientan. Tiene siempre un antagonista, cuya única misión es oponerse, ponerle la zancadilla al héroe, darle el traspiés.

No nos falta nunca el bufón que anima el sainete, ni la doncella valerosa, que lucha contra viento y marea para permanecer indemne a su trágico destino. Ni el rey, ni la reina, ni el tirano… siquiera se olvidan del anciano, ni la criada que lleva chismes de un lado para otro de la escena…  ni el apuntador.

Y a nosotros, nos falta el guión para entender la trama, pero es de forma deliberada. No es que se comuniquen mal, es que escogen desinformar, asustar, sembrar duda, jugar a escandalizarnos… jugar a ver qué pasa sí y luego no.

Es un detallado guión de marketing político, la estrategia de la confusión, el caos. La practican todos, desde la derecha hasta la izquierda. Les sale a cuenta porque nos aturde y atonta. Nos entretiene, nos cansa, nos tiene perplejos mientras ellos piensan y deciden. Es básico. Está en el Manual y supone la biblia de este delicado y complicado mundo de la política.

Porque ellos son actores… pero nosotros somos marionetas.