Pasos de gigante

Cómo somos… En masa no hay quien nos gane… Somos capaces de grandes hazañas, de dejar al mundo perplejo y cambiarlo, evolucionar… Hacerlo más habitable, más digno… Mejor. Y también podemos ensuciarlo, malgastarlo, pisar el destino común hasta que parezca un harapo…. Y convertirnos en lo que más criticamos.

No nos damos cuenta de la fuerza que tenemos, de lo que podemos llegar a construir si nos pillan con ganas… pero estamos tan cansados siempre y nos lamentamos mucho. Caemos en ello, todos, es sustancial a nuestro ADN, pero debemos impedir que lo que destruye, a la vez nos guíe y nos deforme la vida. Somos demasiado importantes para nosotros mismos como para defraudarnos… Y sin embargo, a veces, creo que los problemas nos envejecen en las manos… sin tomar decisiones… sin dar pasos. Los dilemas nos caducan de puro tedio, los matamos con desidia… Y parecen muertos, pero están dormidos, siguen ahí, esperando para volver, como las heridas que no cicatrizan.

Esperamos mucho tiempo para dar pasos de gigante, cuando en realidad tendríamos que dar cada día uno de hormiga… Somos a veces un colectivo respondón, con ganas de pelea… Tanta energía usada en el cacareo que podría cambiarnos la cara… esa cara colectiva que ahora está triste. Que ve al entorno desmoronarse y pedir socorro, que lamenta los aullidos de pánico que llegan desde las esquinas… de personas como nosotros que pierden todo lo que tienen. Y a veces respondemos, pero la respuesta es lenta… soporífera, llega ya sin alma… Cuando todo ya está medio marchito.

Tardamos en reaccionar. Esperamos a tener que llorar para lamentar la miseria y el dolor ajeno, a que el agua nos llegue al cuello para empezar a remar… y cuando lo hacemos, cada uno rema hacia un lado distinto. Como masa, como colectivo, como enjambre, nos puede la apariencia, el miedo al ridículo y al paso en falso…Nos vence la apatía. Nos gana el propio ombligo. No a todos, no siempre… pero si a menudo de forma desbocada…

Y podemos conseguir tanto… Tenemos la llave que abre la puerta a la sensatez y la dejamos siempre olvidada, la perdemos, se la dejamos prestada a otros que no sabemos qué buscan ni quieren… La vendemos barata…

Somos lentos y estamos aturdidos.

Ser masa no nos debe impedir ser individuos, decidir y saber qué queremos. Nada nos impide pensar, exigir y actuar. Ser masa no implica ser rebaño, ser sólo número.

Sin gritos, sin destrozos, sin golpes. Con respeto, con ímpetu, con palabras y con muchos gestos.

Sólo tenemos la vida… Y se nos escapa. 

Incómodamente harto

Harto de las mismas caras tristes y airadas en las noticias. De frases vacías y eslóganes absurdos.

Harto de primas de riesgo y bancos malos. De bonos, de rescates y encuestas. De catálogos.

Harto de excusarse en la crisis incluso cuando la crisis es la excusa.

Harto de anuncios. De caras simétricas. De personas que ríen y caminan por grandes avenidas y lanzan consignas.

Harto de que todo esté a la derecha o a la izquierda y sea blanco o negro, bueno o malo, día o noche. De vivir sin matices.

Harto de ineptos y descastados.

Harto de oír mucho hablar de dinero y poco de compromiso. Mucho de números y poco de palabras. Nada de ética. Nada de sentido común. Nada de valor y mucho de precio.

Harto de definirse en los curriculums como si fueran su código de barras. De repetir que es responsable y que está disponible desde ya.

Harto de buscar ofertas y encontrar saldos.

Harto de noches sin dormir y días dormitando.

Harto de encontrar desidia por la mañana y pasar la tarde intentando despegársela de la espalda…

Harto de que le evalúen y pesen, que le calculen y le pongan en la lista. Harto de sentirse una pegatina.

Harto de tomar una pastilla para olvidar por qué la toma.

Harto de pancartas. De autobuses saturados de carne humana y caras avinagradas. De bocinas, de silbatos, de sirenas, de timbres… Harto de oír gritar al vecino y nunca poder escuchar cantar al gallo.

Harto de planchar las camisas para no sacarse nunca las americanas. De pasar por la vida sin apenas catarla.

De buscar abrazos y encontrar risas forzadas. Harto de querer encontrar un camino y de que todos quieran venderle un atajo.

De buscar sirenas seductoras que cantan y sólo encontrar merluzas.

Harto de amaneceres grises y tardes cobalto. De cansarse de todo y no saciarse de nada. Harto de luna llena y poco sosiego.

Harto de ganas. De deseo de salir de su rutina y colgar las ojeras y las legañas… harto de chismes y voceros. De mentiras y de sombras alargadas. De rituales absurdos y malentendidos.

Harto de buscar la sal en todo y encontrar un mundo insípido.

Harto de eludir espejos y esquivar miradas. De quedarse con los titulares y consumir debates tontos. Harto de ser audiencia.

Harto de repetirse esta retahíla cada día y no ser capaz de decir NO. Insaciablemente harto. Incómodamente harto.

 

 

 

Caperucita no se rinde

Caperucita se siente cansada, revuelta y diminuta. Está oculta en un recodo del camino y duda. Esconderse del mundo no es una medida efectiva, ponerse una capa para volverse invisible, agazaparse en un rincón y evitar que las miradas del mundo le caigan sobre los hombros, quizás. Cada palmo del camino está lleno de lobos que acechan con sus lenguas afiladas esperando a destrozarle el destino y amargarle el día sólo para pasar un rato distraído y olvidar sus tabús. Para no recordar mientras su piel cae a tiras, fruto de sus palabras, que la de ellos también está hecha jirones, para olvidar que sus vidas son insulsas…

Ocultarse alivia, no repara daños pero reconforta… y pasadas las horas, se impacienta y la espera alarga la agonía y acrecienta las ansias de los lobos hambrientos que olisquean allí cerca buscándola. Su mirada está cubierta de pánico. Se imagina libre, sin ataduras, sin atisbar sus ojos vítreos ocultos en las esquinas.

Levantarse y enfrentarse a la jauría le supone cambiar un mundo. Como mover una montaña o darle la vuelta al universo. Es un trabajo de dioses. Y ella es una chispa, una pequeña mancha roja y fácil de localizar. Quitarse la capa, caminar hacia la vista de todos y alzar la barbilla para demostrar que su alma está quieta y su conciencia está tranquila, es un sueño.

El pánico es un gigante con pies de barro, aguanta hasta que el valor se lo permite. Y pasado el primer embate, el primer asalto y las primeras dentelladas… se da cuenta de que esos lobos son animales tristes y comprimidos por su necesidad de morder y destrozar, que sus vidas son anodinas y sus “pecados” son tanto o más negros que los encuentran en ella.

A pesar de lo que digan, no merece la pena ceder, ni volverse de mármol, ni de corcho para soportar sus miradas y sus palabras. Merece la pena mirar al frente, aprender a contemplarse en el espejo y no aceptar más palabras que las que llegan para darle aliento. Si la barbilla sigue alta, los lobos aullan más fuerte pero de repente callan. Son cachorros tristes y asustados que intentan clavar las pezuñas para aliviar sus heridas y convertirla en diana para alejar sus culpas… cuanto más sube la cabeza más se acobarda el lobo que la espera para lapidarla y más agacha las orejas. Vistos de cerca y sin atisbo de miedo, le dan pena. Sujetos a sus miserias, pendientes de otras vidas y sin vivir la propia.

El camino es largo. El verdadero triunfo no es que Caperucita se convierta en lobo. Es que siga siendo Caperucita y el lobo no pueda con ella porque no se rinde.

 

Seamos libres

No somos libres.  Al menos no, todavía. Estamos atados por nuestros convencionalismos, algunos necesarios y otros totalmente faltos de sentido. Nos atamos a una idea de nosotros mismos que nos hace pequeños, nos jibariza el pensamiento, nos entumece las neuronas, ya muy chicas de tanta doctrina repetida. El agobio y el asco comprimen la conciencia.

A veces estamos atados a la estupidez de sentirnos ridículos, diminutos. Otras veces, lo que nos une a lo absurdo es el creernos divinos, sabedores del todo, capaces de entrar diez segundos en la vida de los demás y vomitar en ella todos nuestros complejos en forma de prejuicio.

No somos libres ni cuando nos creemos cucarachas, ni cuando pensamos que somos dioses. A veces, somos fuego y somos paja.

No somos libres. Nos educan para creer que sobresalir es malo, que la mediocridad es cómoda, que la excelencia es agotadora. Nos piden que pensemos en círculos como si fuéramos lavadoras, que no salgamos del decorado… que ensayemos tres gestos básicos para la risa, la tristeza y el miedo y cerremos los ojos. Y los cerramos. Al asco, a la incertidumbre, a la mentira; a todo lo que no es simple y necesita matices. La masa es facilona, se deja; medio narcotizada es mansa… y somos masa. Nos convertimos en masa amorfa capaz de ser usada para todo, tomando la forma que otros necesitan… permaneciendo quieta y silenciosa.

No somos libres porque en la cuna nos explican que hay modelos de vida y hay que seguirlos. Porque nos dicen que salir del camino tiene consecuencias. Y hacemos caso siempre, casi. Nos entretienen con historias inmundas, nos dan carnaza fresca… nos mantienen cansados…

Y luego cualquiera va y se levanta con ganas y dice en voz alta que quiere opinar distinto… que en su mundo interior hay matices, que su vida es suya. No nos atrevemos… nos han educado para el subsidio y no para el estímulo. Para saciar el instinto más primario y hacerse pocas preguntas… las preguntas son peligrosas.

Aunque si ahora no nos atrevemos a pensar distinto ya es cosa nuestra. No nos podemos pasar la vida mirando atrás y echando culpas. No podemos imaginar conjuras ni tragedias ni levantar el dedo para disculparnos por existir. Somos lo que queremos ser. Lo que buscamos. Lo que imaginamos y soñamos.  Somos lo que nos permitimos ser. Somos lo que permitimos a los demás que nos hagan.

Cada uno cultiva su huerto y sabe lo que en él planta. Todos sabemos si quitamos malas hierbas o si echamos las semillas a tiempo. Nadie espera cosecha si se tendió más de lo debido a mirar como otros sembraban.

Y somos responsables de lo que elegimos. Somos responsables también de pasar de largo y no elegir nada. Nos tragamos cada día nuestra consecuencia. Sobrevivimos a nuestra miseria. Somos lo andado y lo que nos queda por andar.

No somos libres del todo, pero somos responsables de intentarlo. Somos nosotros quienes debemos escoger a qué o a quién seguir atados. Somos nosotros quienes decidimos si nos quedamos con el gato o la liebre… ya nadie nos engaña…  basta de excusas.

 La libertad, si no se tiene, se busca. Se persigue, se araña.

Hablemos de respeto

Hablemos de paciencia. Tenemos muy poca. La distancia entre lo que nos llega por el rabillo del ojo y nos parece ofensa y el espumarajo que nos sale por la boca es corta, cortísima. Y eso nos escurre como a un trapo sucio, nos resta brillo… nos hace bestias. Y somos personas y eso debería bastar para darnos el beneficio de la duda… para hacer un parón en seco y recordar que somos algo más que víscera y carne.

A veces para aparentar nos convertimos en alfombras y en otras ocasiones somos incapaces de dar un poco de aliento al compañero y comprender sus razones. Vivimos en situación de beligerancia permanente. Algunos esperan las equivocaciones ajenas para asaltar cuellos y traspasar lindes, para romper las barreras de la cordura… para abanderarse como criaturas perfectas. Nadie es pefecto. Y nuestras ideas no son dogmas. Nadie está obligado a abrazarlas y tragárselas. Nadie tiene que callarse las propias por temor a nuestras palabras, nuestras miradas… nuestras miserias. No somos dioses. Somos vulnerables y cuestionables y nuestra ideología también lo es.  

Hablemos de miedo. Hemos subido mucho el tono. Hay ganas de mordisco, de clavar canino… se nota. Y da pena, mucha. Los gritos no nos dan más verdad que la que está dispuesto a aceptar quien nos escucha. Los gestos violentos y ofensivos no nos hacen más fuertes ni mejores; nos restan sustancia, credibilidad… nos quitan un poco eso que hace que las palabras fluyan… ¿Nos asusta ponernos a prueba a nosotros y a nuestras ideas?… ¿no nos fiamos de nuestros credos?

Hay mucha pugna en cada «buenos días» y mucho vinagre en algunas pupilas. La presión nos va a hacer saltar las memorias y los botones que nos abrochan la cordura, el ánimo, el atino… nos va dejar desnudos y desvalidos. Nos va a recordar de golpe que tenemos ídolos de arena a los que rendimos culto más allá de lo necesario. Y no hay mayor duelo que no escucharse, que no purgar miedos y no ser capaz de pensar que hay otras verdades posibles… sencillamente porque hay otras personas y sus emociones cuentan.

Hablemos de valor. Seamos capaces de callar y que no nos salga la bilis por las orejas. Capaces de no transpirar sulfuro, no almacenar viento a la espera de que nos toque turno de abrir la boca. Escuchemos más allá de los oidos. Trasladémonos a otras realidades… recordemos que nuestro tiempo es finito pero nuestra capacidad de comprender inmensa.

Hablemos de respeto. Es un ejercicio complicado, pero el reto merece la pena.

Necesitamos un Quijote…

Este país clama desesperado a Don Quijote. Necesita un ingenioso hidalgo de donde fuere; un genio, un loco que arrastre las sombras y sea capaz de cabalgar rumbo a la nada sin más miedo que el de perder las ganas y dejar el honor tirado en una cuneta.

Nos hace falta su escuálida figura, su verbo grácil y exaltado, su sentido de la ética y la gallardía… su sed de justicia y piedad… Buscamos su pasión por las causas justas … su don errático, su ilusión desmesurada… su jamelgo triste… su mirada traslúcida… sus ojos delirantes capaces de ver agua en la tierra yerma y seca… y de encontrar belleza en la vulgaridad.

Nuestro camino está repleto de gigantes disfrazados de molinos de viento, de causas perdidas y de agravios por desfacer…

Andamos necesitados de su espada torpe, su mente ebria de letras, historias y sueños, su conciencia limpia, su esperanza desmesurada … su lucidez insana.

Necesitamos un Quijote valeroso para que nos saque de la náusea, nos despierte de la modorra, que nos ayude en esta travesía tan ardua…

No las oímos, pero nuestras vísceras lo llaman atolondradas y ansiosas. Dicen su nombre sin parar mientras el mundo nos mantea y escarnece al intentar mantenernos en pie y resistir sus embates.

Queremos un Quijote. Que nos guíe, que nos recuerde nuestras gestas pasadas, que reavive nuestras glorias… que nos haga sentir vivos… que nos recuerde que tenemos valores y principios.

Un hidalgo pobre y cansado, que se parta el semblante por nuestras penas, que nos llene la cabeza de pájaros, que nos desate la risa… Un hombre que cabalgue con escudero fiel y yelmo abollado, buscando la virtud y confiando en la decencia…

Un caballero que acabe preso en una jaula, tomado por loco y repudiado… y aún conserve el valor en la mirada.

Necesitamos un Quijote. Un hombre con dudas que a pesar de todo conserve intacta la esperanza…

Alguien que recuerde que es mejor siempre hacer el ridículo que permanecer sin hacer nada.