España, país de pongos

España está llena de pongos, como mi casa. Mis pongos son pequeños y baratos, comprados por amigos invisibles o fruto de malos momentos en lugares extraños. Los pongos nacionales, sin embargo, son enormes y rotundos. Son pongos inmensos que albergan silencios y millones de euros enterrados en ladrillo. Tienen forma de aeropuertos infrautilizados, de vías de tren muertas, de mausoleos desiertos que homenajean a la ineptitud, centros destinados a congresos, edificios de oficinas condenados a la nada y a la mofa pública… a llenarse de de polvo y generar escarnio.

Visto así, hace gracia, ¿verdad? Si no fuera porque esos pongos nos cuestan la salud y el pan. Se han financiado sacándonos pedazos de alma y racionándonos la vida. Centenares de millones de euros pegados al asfalto gracias a la planificación de “mentes brillantes” que idearon paraísos sin vida. Se gastaron nuestro dinero, el que ahora clama al cielo que nos falta y ahora nos lo arrancan de las recetas, de las camas de hospital,de las listas de espera, de las escuelas, de las pensiones, de las prestaciones por el paro…

Y no solo fueron pongos caros de fabricar y construir. La avaricia de las mentes inmaculadas que los idearon, hartas de insensatez y ávidas de poder político, las pensaron para que costaran de mantener lo más posible… para que cada día se tragaran un poco más de lo que queda en nuestros desgraciados bolsillos sine die. Tal vez pensado en que del mantenimiento se hiciera cargo un amiguete, de mente también clara, y mano ávida y hambrienta…no sé, ya pienso mal de todo el mundo y veo corruptos por todas partes…

Los pongos no solo costaron miles de millones de construir y mantener, ahora también nos sangran las finanzas públicas, esas a los que socorremos nosotros vía recorte, subvencionándolos. Les pagamos a las empresas que los habitan para que resistan comiéndose los mocos, en soledad y no se marchen. Subvencionamos a actividades privadas y participamos en una sangría que durará para siempre. Nuestros hijos y nietos continuarán pagando por esos pongos inútiles, adalides de la ineficacia, la ineptitud y descerebro mientras ven recortados sus futuros.

Por favor, no los escondamos. Visitémolos siempre. Tengámoslos presentes. Sólo contemplando de cara, con pupila firme, esos estandartes de la inutilidad suprema podemos intentar no caer otra vez en la trampa. No repetir errores. Como si fueran monumentos a la negligencia.

Y a los que los mandaron construir, poned vuestras mentes frágiles y astutas a pensar para encontrarles utilidad o callad para siempre.