La llave

La llave

Nos metemos a veces en una especie de cadena de acontecimientos, sin saberlo, e ignoramos que en un instante podemos sacudir un mundo o echar por tierra un castillo de arena. Andamos buscando algo y estamos inquietos. Ese algo que nos falta, aunque puede que incluso no sepamos qué es. De lo que estamos seguros, sin darnos cuenta casi, es de que ese “algo” es un detonante que nos permitirá acceder a un nuevo nivel. Una señal, una llave que nos dejará abrir una puerta. Al otro lado, entenderemos más cosas o tal vez no, pero encontraremos una pieza más del rompecabezas, nos sentiremos de tal forma que sabremos cuál es el siguiente paso y nos conoceremos más. Hay llaves que abren puertas que llevan al pasado, son puertas nuevas que abrir para cerrar puertas viejas, que quedaron entreabiertas.

Siempre pensamos que cuando no cierras una herida, sigues notando su punzada desde el pasado. A veces, no la notas porque te acostumbras a ese dolor, esa quemazón constante, esa espina clavada que en cierto momento dejas de percibir… Quedas anestesiado, pero sigue clavada, sigue ahí, como los arpones que llevan algunas ballenas. No consiguieron matarlas pero siguen hundidos en ellas, sin dejarles cicatrizar y olvidar.

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Mientras sigues en la búsqueda de llaves para abrir puertas y verlo todo de otra forma, a menudo, tienes la sensación de que vas dando portazos y encontrando ventanas, escotillas, callejuelas sin salida, túneles que llevan al otro lado de realidades que no son la tuya… Como si cada vez que te lanzaran un salvavidas, descubrieras que no flota o no tiene un agujero por el que se cuela el agua.

Como nunca sabes qué forma tendrá esa puerta, no sabes cómo es la llave qué buscas. Puede ser una frase escrita en una pared que ves cada día al pasar caminando y a la que nunca prestas atención, puede que se pronuncie en un discurso o en un anuncio de la tele, en un libro, en un tuit… Puede ser una palabra, sólo una, que la diga alguien, que no tiene por qué ser ni amable ni demasiado lúcido. Puede ser una imagen, una foto, unos ojos que se cruzan contigo en el tren, una escena en una película…

No tiene porque ser ni siquiera algo hermoso, de hecho, puede ser horrible pero conllevar una reflexión que permita extraer algo bueno. Puede ser un golpe en el codo, un escalón clavado en la espinilla, un charco de lluvia mojando tu falda, un desconocido riéndose en tu cara… El azar hace que la llave adopte formas grotescas, inesperadas, absurdas, irreverentes… Es a veces tan complicado entramar este mundo de idas y venidas de mensajes ocultos que nos dan acceso a un cambio que, seguramente, el supuesto destino echa mano de lo que puede acercarte la llave…

Y luego, claro está, hay una segunda fase que a veces falla… A menudo, no nos damos cuenta de que tenemos la llave ante nuestros ojos. Aunque, al final, siempre, cuando buscas, encuentras. Tal vez no donde estás excavando, sino justo al lado, donde hurga otro o una ráfaga de viento deja al descubierto una inscripción o muestra la verdadera forma de algo.

A veces, es todo tan rocambolesco, que pensamos en nuestra vida no está sucediendo nada especial, nada “mágico” desde hace tiempo y en realidad pasa todo lo contrario.

En ocasiones, nosotros somos la llave. Una mirada de cariño, una frase oportuna, una mueca desagradable cuando estamos malhumorados o cansados, un libro olvidado… Con un gesto, podríamos haber levantado y hacer caer imperios. Con la sacudida de un pestañeo podríamos despertar una ilusión o un recuerdo… Despertar a alguien al otro lado del mundo y hacer que alguien descanse esta noche a nuestra vera después meses sin pegar ojo. No hace falta poner intención, ni desearlo, no hace falta ni llegar a saberlo… A veces hacemos bien a otras personas sin querer, igual que otras veces hacemos daño intentando ayudar.

A veces, sin saberlo, tenemos mucho poder. Somos la llave.

Suena bien, aunque cuando estás desesperado intentado aferrarte a “algo” para salir de un infierno, un mal momento o superar una etapa de tu vida, no parece que compense.

Sin embargo, eso nos da una idea de que lo que buscas existe. Lo que necesitas está dentro de ti y sólo requieres de una chispa para que salga… Seguro que llega. Tal vez, está justo ante ti y no la ves… Puede que tenga forma de libro, de velada insufrible escuchando a alguien que no te interesa para nada, de recorrido por la playa, de compañero estúpido que hace chistes sin gracia… De nube, de lluvia, de mirada, de multitud, de soledad, de frío, de canción que suena en una emisora de radio que jamás escuchas.

No sufras. Abre los ojos y respira hondo. Y sé la llave para otros. Tal vez incluso siendo tú la llave para otros puedes encontrar la tuya.

Hay oportunidades y señales en cada esquina, sólo hay que mirar con ojos hambrientos. En el fondo, tú siempre eres la llave para todo. 

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Vivir, ese complicado y apasionante trabajo

Vivir, ese complicado y apasionante trabajo

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Vas a tener que escribir tus propias normas. Replantearte todo lo que has aprendido o leído, lo que crees que es casi sagrado… Todo lo que se ha escrito y te han dicho que digas, que sepas, que pienses… Vas a tener que hacerlo porque sólo así sabrás si lo que haces cada día es lo que quieres o lo que quieres aparentar, lo que te has permitido querer y soñar. Para descubrir si obedeces a tus creencias o a las de otros, para indagar si esas creencias podrían haber cambiado y no tener nada que ver con la persona que ahora eres. Por si has cambiado tú y ahora lo que te rodea no te llena. Para saber si eres tú quién guía tu barco y lleva el timón de tu vida, si sigues el camino trazado por otros o simplemente te dejas llevar por la marea siempre…

Respeta todas las opiniones, pero sigue buscando respuestas si no estás satisfecho. Escucha a los sabios, sin perder de vista de donde vienes, pero sin dejar que lo que tú crees se quede atrás. No escondas tus preguntas ni tus respuestas. Súbete a la silla, si hace falta, y alza la voz sin ofender para que se oiga lo que tienes que decir.

Eres tú quién debe escribir tu biografía y tu ruta, porque eres quién carga con tus decisiones… Tus enormes aciertos, tus erratas y tus faltas. Pídete cuentas a ti mismo y no olvides darte la razón, si la tienes. No olvides que debes ser tu principal aliado.

Vas a tener que decir que no, cuando todos dicen sí y aguantar sin salir corriendo… Y no suplicar nunca que la tierra te trague, porque la tierra te escucha a veces y te traga, si puede. No maldigas, no busques excusas ni te quejes porque las quejas se acumulan y un día se revuelven contra ti y estallan ante tu cara…

Tu barco va a tener que aventurarse en aguas desconocidas para saber si es verdad lo que cuentan las leyendas, a riesgo de quedar anclado en arrecifes o perecer en las rocas. Sólo cuando sepas que el camino que pisas y el mar que surcas es el que has escogido sin más condiciones que las impuestas por tu corazón y tu cabeza, sabrás que vas en sentido correcto. Sé rápido e intuye. Deja que esa voz callada que mana de ti y a veces te susurra, se oiga y escúchala… Sabe mucho de tanto observar. Sabe de todo lo que no se ve, ni se toca. Sabe de ti.

Vas a tener que crear tus propios refranes, tus propias recetas, tararear todas las canciones de nuevo hasta encontrar la que te conmueve. Vas a tener que encontrar belleza en cada brizna de vida, en cada gota de agua,en el reverso de las hojas y en las sombras. Vas a tener que encontrar belleza en ti. Y si eso no sucede, tendrás que empezar a escribir tu historia de nuevo hasta conseguirlo. Tendrás que seducirte a ti mismo y enamorarte de todo.

Y no lo harás ni una, ni dos, ni tres veces. Es un círculo que gira y se repite, no para durante toda tu vida. Es tu trabajo, vivir. Vivir y hacerlo de acuerdo con tus deseos, tus anhelos, tus necesidades. Vivir y, al final, salir de esta rueda que gira satisfecho y delirante. Éste será el trabajo más complicado y apasionante que hagas nunca.

Nada se detiene, todo está en constante movimiento. Si paras de soñar, caes. Si dejas para mañana tus pasiones, te duermes. Si te acostumbras al dolor, te consumes. Si sólo te dedicas a respirar y existir, pereces. Parar no es una opción para los que buscan y viven de su entusiasmo.

No encojas tus sueños, crece tú. No comprimas tus deseos, achica tus miedos. No te conformes con la mitad de lo que mereces. Agradece lo que tienes y sigue la búsqueda. Da mucho y merece más. Esto nunca termina, no tiene principio ni fin.

Y cada vez que notes que es sólo el viento quien lleva tus velas y tú estás quieto, muévete. Coge el timón y vira el rumbo, hacia ti. Tienes mucho por hacer, empieza ya…

Decirte sí

¿Quién sabe si me araña más el alma desearte o cerrar los ojos esperando a que te desvanezcas, para redimir esta desazón inmensa de buscarte en las esquinas?

Esta angustia gigante de verte entre las páginas de los libros, en los quicios de la puertas, en las caprichosas figuras de los manteles y los garabatos de las nubes. Tu omnipresencia perturba mis constantes vitales. Acelera mis ritmos. Me pisa los sueños pero aviva mis neuronas. Me mantiene viva, atrozmente viva y despierta, de noche, devorando oscuridad y quemando oxígeno.

Me da la vuelta y me agita, hasta que me borra las facciones y cambia mi cara. No soy yo, si no te busco y cuando te busco, mi yo es demasiado esclavo. ¿Quién sabe si tanta euforia contenida me cabe en las entrañas? ¿Si podría consumirme yo entera como si fuera una llama?

Mis deseos voraces de tenerte y escucharte aumentan. Busco meterme en uno de tus huecos y esperar a incorporarme a tu risa, a tu deseo, a tu respiración. Mostrarte mis temores más oscuros, mis lágrimas más antiguas, mis cicatrices más profundas.

Besar tu rincón más dolido, encontrar tu botón de la risa… Conocer tu máscara más absurda, digerir tus tragos más amargos. Agudizar tus sentidos con caricias. Decirte sí, mil veces y continuar diciendo sí, hasta quedar dormida.

Buscar tu olor entre las masas, encontrarlo en una esquina y alzar la vista para perderla, sin saber si el cráneo me ha jugado una mala pasada.

¿Quién sabe si me revuelve más las vísceras arrancarte de ellas y perder así el placer turbio que me supone desearte sin tregua o si es mejor para mi corazón borracho de tus palabras catapultarme hacia este amor demente, sin pensar?

Y desear por desear, sin destinarme a ti, sin esperar nada más que seguir esperando, sin saber si habrá roces y miradas… Sin sentirme idiota practicando este ejercicio inútil y estupefaciente que es ansiarte y quererte.

Desgajarme cada día buscando señales en tus pasos, esbozando sonrisas falsas para soportar las muecas tristes. Andar acumulando susurros y palabras, recordando miradas… Pensando si mejor callar o mejor hablar, si buscar entre la arena o esperar a que llegue una ola enorme y se lleve las ganas.

Romperme al poner a raya mi imaginación. Silenciar mi mente para que no te sueñe y hacer que mis ojos no te ladren el desespero que crea tu vacío. La punzada intensa de tu lengua que lacera mi pecho cuando espero una palabra, que nunca llega.

Ansiar por ansiar, prefiero perder las pupilas buscándote la sombra en las esquinas que perder las ganas y la sensación que me produce en las venas la droga que supone amarte.

Substancia eterna

Amo esta tarde, aunque yo la hubiera dibujado de otra forma. La hubiera llenado de risas y voces. Estaría repleta de caras, abrazos y un aire tibio que me invitaría a salir y contar historias. La contemplaría de lejos, sin dejar que me golpeara las sienes y me hiciera sentir insignificante. Sería eterna.

Amo que mi mente vuele mientras yo permanezco sentada.

Amo la imprudencia de mis palabras.

Amo la lluvia remolona que ahora cae, porque me recuerda que estoy viva. Vivo, eso es un premio y un privilegio temporal. Esta lluvia fría me salpica en la cara y lo agita todo hasta anegar mis sentidos. Su tintineo repetitivo auspicia un silencio superior. Casi se oye… Mis ojos cansados caminan con sus pupilas entre las gotas de agua, ahora fieras y casi heladas. Me sacuden la pereza y levantan las ganas de todo. 

Adoro mi búsqueda insaciable de miradas. Ese pequeño reducto en mí, indomable e impaciente, que me obliga a atravesar muros y dar enormes zancadas. Adoro la ingravidez de mis pensamientos.

Adoro la inquietud y el desasosiego de cambiar de camino para burlar la monotonía y jugar a ser otra, volver loco al destino, poder notar que la doy un zarpazo a ese reloj vital que tiene escrita para mí un fecha de caducidad. Ser eterna y eternizar lo que toco y tocar lo que amo. Y amar sin medida…

Amo este lado salvaje que me hace adicta a los sueños.

Amo su osadía y su irreverencia. Amo esta capacidad inmensa de imaginar imposibles y hacer que casi parezcan realidades.

Necesito pensar todo lo pensable hasta quedar en blanco y que ya nada me importe por un segundo… creer que todo es relativo, todo se reescribe, que nada es del todo vulnerable y nada muere. Que todo es mutable y perdurable. Todo se pega, todo se cose, todo se apaña. Que nada caduca excepto el llanto y el asco… Que los rezos se escuchan y los monstruos se encogen.

Necesito fuego y aire.

Necesito pensar que puedo superar límites y borrar fronteras.

Amo el cansancio de un día repleto de emociones y pequeñas locuras, de grandes renuncias y pasos en falso. Uno de esos días en los que la conciencia te crece un palmo y maduras a bocados. Ese intentar curar las heridas que sabes que siempre estarán abiertas y perdonarse las pequeñas torpezas. Descubrir que tienes un lado oscuro y soltarte. Adorar las imperfecciones propias y ajenas y saber que a pesar de tus miedos el saldo es positivo.

Adoro quedarme quieta junto a mi amor gigante y notar que existo y que existe, que me completa, que detengo el tiempo y me río ante él, que todo lo consume. Pensar que nuestro amor supera este pedazo de tierra que nos rodea y el tumulto de substancias que nos componen y nos hacen perecederos. Que pase lo que pase, vamos a tenernos, encontrarnos y compartirnos. Que estamos fabricados para perdurar… Compuestos de mil sacudidas, arañazos, temblores y recuerdos. Que somos substancia eterna.

Necesito fundirme con lo que amo. Ser líquida, de un material que todo lo impregne y todo lo inunde.

Necesito creer y tocar.

Necesito liberar espacio en mi alma contando historias tristes para que me quepan los sueños. Para dejar un rincón a mis pequeños logros y albergar todo lo que deseo que sea para siempre.

Para siempre.

Casi feliz

 
Era cada una de las veces que no había bailado. Todos los rayos de sol que no habían acariciado su cara porque se había mantenido oculta, sin querer salir, sin querer mostrar al mundo la desnudez de sus errores y sus pequeñas faltas. Era su madre, arrastrándola hacia la arena de la playa, mostrándole un mar inmenso que nunca se terminaría. Era los ojos de una amiga invitándola a jugar… y su no rotundo a las bicicletas.
Era su vértigo en las alturas y su miedo a la oscuridad. Su querencia al silencio y a la vez su necesidad imperiosa de sumergirse en el ruido y esconderse como un animal herido. Era todos los caminos que no tomó y las pócimas milagrosas que nunca había probado.
Y aquello le dolía en las entrañas. Era un dolor punzante que le recordaba que era lo que no había sido, una imagen borrosa, un campo arrasado, un girasol seco. Su novela no escrita, su declaración de amor pendiente, su perdón por pedir y conceder… aquella mirada insinuante que no llego a esbozar.
No podía soportar notar como los minutos y segundos se le escapaban en aquel reloj que un día tocaría sus horas finales y tendría que hacer balance… y sabría que todo aquello le quedaba pendiente. Besos, riñas, caricias, gritos, arrullos, lágrimas, risas… una lista interminable de deberes vitales que se le agolpaban en la espalda y eran una carga.
No había vivido por temor a vivir. No era feliz por temor a dejar de serlo. No volaba por si un día dejaba de volar. Y así no era nada, era humo, la sombra de lo que podía llegar a ser si engendraba movimiento.
Y dio un paso con su pie desnudo para salir de su escondite. Hacía frío. Notó como un dolor sordo le crujía la pierna de abajo a arriba… la falta de movimiento, de aliento… la costumbre de no imaginar y arriesgarse. Miró a su alrededor y todo era nuevo, estridente, brillante… ensordecedor. Una nube de pensamientos trágicos se posó en su cabeza cansada de imaginar finales lacerantes y oscuros… pero dijo NO. Más por hartazgo que por ganas, más por cambiar que por estímulo… más por no volver que por seguir y caminó hacia adelante, sin pensar.
Cuando llevaba un rato se dio cuenta. Lo había conseguido. Ahora, ya era aquellos pasos, aquella inquietud, esa fuerza que la impulsaba a no abandonar. Su saldo en la vida era positivo. No estaba dominado por el miedo. Era una camino nuevo, suyo… tenía su propia historia. Ahora era ella quién mandaba, quién dirigía, quién guiaba. Pasó de títere a titiritero… y todo empezó a girar.
Era un poco feliz, casi… y a pesar del terror inmenso que esa súbita y aún tímida felicidad le hacía sentir, notó que el riesgo valía la pena. Un momento de felicidad compensa siempre el mayor de los esfuerzos, el mayor de los temores.