Ella baila

Ella baila

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Camina. Tropieza. Está rígida ahora y luego está rota. Con el tiempo ha aprendido a cambiar de estado y mantener la forma.

Chilla, se calma, sale de quicio y casi se arranca la ropa. A veces se queda callada esperando la vez y otras habla como posesa… como loca. Ama las palabras y tiene en ellas puestas muchas esperanzas.

Es una sirena que canta y un pez en la red con las agallas sujetas que lucha por liberarse, aunque sabe que ya no es pez sino pescado.

Llora y se ríe. Se ríe tanto, que llora. Quiere mucho. Quiere sin lindes, sin espejos, sin opresiones ni ataduras. Quiere sin pedir pero… pide sin querer, a veces.

Baila. Imagina que baila. Lo hace de memoria…y flota. 

Hoy es de fuego y mañana de agua fría o de roca. De terciopelo y de esparto. De hielo y de brasa. De ese momento al final de la tarde en que empieza a oscurecer y de cuando nace el día. Es de alabastro transparente y de piel salada. A veces querría estar oculta y ser gaseosa. Otras se sube al escenario para que la vean y carga con todas las miradas.

No es la más hermosa, pero a veces es un poco sabia. Sus ojos brillan más ahora y el tiempo le ha concedido a su rostro mil caras, mil historias… mil risas más que se adivinan al cruzar con ella un par de palabras.

Sueña que baila. Bailar de memoria es más dulce, a veces. Sola, sin excusas, ni farsas.

Es joven aún, pero nota que el tiempo pasa y desea detenerlo. Cambiar de piel y seguir este camino, sin parar y, si hace falta, descalza. Ya no le venden quimeras ni alhajas, aunque a menudo cierra los ojos y se deja engañar un poco para sentir aún la emoción de la inocencia.

Por las veces que dijo sí y quería decir no, a menudo calla.

Baila, en su mente, sin parar. Baila y suelta la rabia. Desea, añora, implora, caza.

No es rápida con los pies, pero lo es con los gestos, con las miradas. Donde no le llegan las manos, le llegan las ganas. Ya no está para moldes rígidos, ni credos absurdos, ni premisas. Ya no la retiene nada más que ella misma.

No se ciñe a normas que la ciñan, no camina por lineas marcadas. Hace tiempo, aprendió que lo absurdo pesa y ocupa espacio, pero no arregla nada. Sabe que yerra y ha aprendido a recordar todas y cada una de sus faltas, las peores incluso.

Salta. Cae. Se sacude los miedos y los límites.

Es un gato escurridizo. Un pedazo de muro macizo. Un campo de flores rojas.

Ella baila. En su cabeza, baila.

Cada noche reescribe su historia a partir de lo sufrido, lo soñado, lo reído… lo que aún le falta. Los ojos se le inundan de lágrimas pensando que el tiempo devora su vida a dentelladas. A veces se siente niña, otras se siente araña. Ya no le asusta subir por las paredes, ni quedar a oscuras.

Se ha sentido demasiadas veces hueca y cansada.

Ya no es tan libre porque tiene más hipotecas y más dueños, pero tiene menos pájaros en la cabeza.

Ya no se siente ni pequeña, ni grande, ni alta, ni baja. No mide, sólo siente. No se lamenta, persigue. No se queja, se ríe.

Ya no busca rimas, busca versos sinceros, miradas sinceras… personas que como ella se mueran de ganas. Busca emociones. Busca besos. Sigue sueños y baila.

Ella baila. Baila mucho. Lo hace de memoria. 

La hora de los ilusos

Cómo nos ha reconvertido esta crisis. Ahora somos peces. Resbalamos entre otros peces y pasamos cada día por los mismos lugares perdiendo escamas… perdiendo capas de comprensión, de piedad, de empatía.

A medida que pasan los días sin ver la luz al final de este túnel absurdo espero con más ansia que tenga una moraleja, que nos sirva para aprobar nuestras asignaturas pendientes… aunque nos ha convertido a menudo en seres básicos. Ha sacado a la superficie lo más primitivo, nuestros temores más atávicos, nuestras muecas más desagradables… nos ha carcomido la risa y nos ha dejado más ariscos. Nos ha dado una bofetada en el ego y nos ha recordado que somos vulnerables, finitos, masticables, diminutos… y para combatirla, a veces, no siempre, no todos, hemos decidido ir vendiendo nuestros credos a pedacitos… intentando sobornar a la mala fortuna… cediendo nuestras ganas de todo hasta dejarlas en ganas de nada…

Algunos han vendido sus ilusiones, se han tapado la nariz para no notar como hiede su entorno y han huido hacia adelante… buscando refugio para no sucumbir al terror.

Otros se han instalado en la queja, en el grito… a muchos ya no les queda nada… y no se reconocen. No reconocerse es a veces la forma de soportarse.

Esta crisis ha fabricado muchos maniquíes sin alma, sin esa sustancia que hace que te levantes, camines cada día hacia tu destino, que alguien te desengañe y puedas soportarlo. Esa materia que te mantiene asido a poco más de un metro y medio del suelo para no caer. Ahora, muchos caminan porque se sujetan con alfileres al mural de su vida, porque no se pueden permitir caer… porque la inercia es una fuerza poderosa.

Aunque hay opciones. Se le puede dar la vuelta como a un calcetín. Y no hablo de reír mientras te desahucian, ni tomarse a broma un despido. La situación es durísima… pero no podemos ponernos de oferta, ni ser saldos… ni considerarnos taras que se venden barato… justo ahora es el momento de echar mano de nuestros principios, nuestros ideales… nuestros valores. Aquello que nos ata a nosotros mismos y nos define. Aquello que nos impedirá culpar a otros de nuestras desgracias, lo que nos hace seres humanos y nos obliga a compartir. Es el momento de ser más personas que nunca. De crecernos en la humildad a veces olvidada. De adaptarse sin resignarse, de ponerse a prueba… de superar límites. Es el momento de respetarse y respetar. De ser elásticos. De construir puentes y derribar muros. De mirar a la crisis a la cara y saber que nos volverá sabios, aunque nos deje exhaustos, aunque nos lastime, aunque nos encoja las entrañas… porque nos hará recuperar la sustancia que nos hace personas. De sentirse enteros. Suena a locura, a ilusión pero ha llegado el momento.

Es la hora de los ilusos