Ganas de ti

Ganas de ti

IMG_20140812_102426

Camino por la calle rumbo a casa y una niña de unos cuatro años me enseña el pequeño bolso que se ha hecho ella sola esta mañana de verano. La miro y unas ganas tremendas de abrazar a mi hija me invaden todos los sentidos… No entiendo por qué, pero mientras piso la calle bajo un sol imposible de esquivar, me inunda la sensación de haberme perdido algo, tal vez mucho, demasiado… Las lágrimas me caen por las mejillas mientras intento recordar a mi hija con esa misma edad, cuatro años, con ese vestido blanco que poco le duraba limpio, aquel verano, cuando dejaba una etapa de la niñez y como ella decía se convertía en una niña «mediana» y ya no pequeña.

Una necesidad loca por acariciar a esa niña que ahora la dobla en edad me provoca una gran angustia… Esa niña creció y no está, habita en algún lugar de su memoria y la mía y no volverá a decir palabras como ella las decía ni a aprender las mismas cosas nuevas, ni a ponerse ese vestido blanco que se ensuciaba en dos minutos cuando ella se tiraba por los suelos…

No ha perdido su espíritu salvaje, ni ha dejado de preguntar porqués. Tiene los mismos ojos rebeldes y esas ganas inmensas de vivir aventuras. Aunque yo me perdí una parte de eso, porque no conseguí compaginar a la madre con la profesional y me tragué dosis de angustia, de dolor, de pérdida y una culpabilidad inmensa que se alojaba en pecho y de noche hacía sonar unos tambores que me recordaban que estaba fracasando… Mil tardes la dibujé en un despacho triste, intentando arañar emociones y recrear su voz dulce en mis oídos sordos al mundo… Viví de llamadas buscando sus «te quiero», de fotos de momentos perdidos y nunca recuperados y de la tortura del «vendré un poco más tarde» suplicando que el tiempo se detuviera… Busqué mil formas, pero no supe encontrarlas, tal vez ofuscada por esa misma angustia.

Me sentí tan rota que hubiera parado el mundo para bajarme de él y le hubiera gritado a la cara que era injusto, que no hay derecho, que lo quiero todo y lo merezco todo… Que yo la quiero a ella y ella me quiere a mí y que deberíamos poder estar juntas sin renuncias porque necesitamos regirnos por el sentido común y no por la sinrazón de una sociedad que se afana en producir de forma desaforada, sin darse cuenta de que la felicidad es también productiva… Y que olvida que la coherencia conduce al éxito y que la humanidad tiene recompensa siempre.

Y ahora camino cansada viendo sus ojos en los ojos de otra niña y los míos se sumergen en lágrimas y remordimientos por no sé qué… No haber sabido más, no haber podido, no haber encontrado fórmulas para hacerlo todo… Y noto en la boca el mal sabor de no llegar a todo y no saber decir no o encontrar la manera de gritar un basta… Y pienso que los ratos pasados con ella fueron hermosos, pero cortos, los siento diminutos y salvajemente escasos, robados a un reloj que marca los minutos sin alma y a unos horarios sin sentido. Siento que debe de haber otra forma, otra fórmula para encontrar la manera de conciliar todo esto sin morir de miedo, de asco, de desesperación por ausencia, por no estar cuando quieres estar, cuando mereces estar, cuando necesitan que estés…

Siento que el mundo está organizado por una especie de fanático de las bromas crueles y cedo todo mi poder a sus ideas sin remedio y sus pensamientos atroces… Me siento atrapada y agotada de pelear por algo que es mío, que es nuestro, que es básico… Para mí, para todos, para ellos, para nosotros… Me desespero y la esperanza se va por el desagüe. Me siento atrapada en el pasado no vivido y me ato la conciencia para poder parar de sentirme vacía… Vivo en una culpa que no es mía, pero que arrastro sin poder soportar ni dejar de sentir.

Siento que se me escapa mi pequeña diosa de ojos brillantes y preguntas impertinentes, que una parte de ella se va y no la toco, no la veo, no la retengo (tal vez, no debo). Lamento no haber vencido el cansancio y haberle hecho más cosquillas, más fotos, dado más besos, más caricias, más abrazos… Amo sus manos todavía pequeñas y sus cabellos repletos de reflejos dorados y preciosos… Quiero ser un submarino en sus risas, un camino en sus pecas, una mano cuando intente levantarse después de caer… Quiero que aprenda a vivir sin que yo le haga falta, pero para eso le hago falta ahora, siempre… Para contarle cuentos, para explicarle que debe intentar siempre, apostar por ella misma, confiar, aceptar las derrotas como tesoros valiosos y administrar los triunfos con toda la humillad posible… Quiero verla bailar y oír como canta con su voz de plata… Quiero que me cuente por trigésima vez la misma anécdota y yo vuelva a reírme como si fuera la primera…

Quiero dejar de dedicarle los momentos más recios y duros del día, aquellos en los que estoy tan cansada que grito sin sentido y se me cierra la mente sin saber por qué… Quiero paciencia para comprenderla y un mar de calma para apoyarla, escucharla, sentirla… Quiero tiempo, sobre todo, quiero tiempo, para dejar de escurrirme sin sentido y acumular losientos y quejas.

Y se me escapa, a marchas forzadas, con un frenesí loco, cada día muta, cambia, da la vuelta y lo que ayer era novedad ahora es viejo, pasado, gastado… Aprende rápido y el viento la lleva sin tregua cada día a una vida distinta… Y yo la busco, reconozco, a veces con las ganas ahogadas porque no puedo más, pero deseando poder y estar a la altura. Con los ojos llenos de lágrimas culpables y la garganta inundada en rabia por no estar, no ser, no saber, no poder.

Hay tanto amor surcando el aire buscando sus pasos alegres y su mirada inquieta que puedo masticar mi angustia por no poderla abrazar ahora. Notarla cerca, sentir como late, ser su madre como deseo y como me corresponde… 

Lo digo con todas las letras… No es sólo que ella me necesite, es que la necesito yo.

Por todas las veces que me perdí sus primeras veces… Por las que pude o no supe estar… Lo siento, mi amor, ando perdida en un marasmo de días buscando maneras de conseguir más horas para estar junto a ti. Te tengo ganas, ganas inmensas… 

Ya basta…

Ya basta…

Nos preocupa tanto demostrar que ya no somos, parecemos.

Nos exponemos de forma tan calculada al mundo que perdemos la magia y la esencia… Estamos pendientes de si los demás nos cuestionan o de si nos dejan en ridículo que nos concentramos poco en nosotros… Y luego culpamos al mundo por no llegar, cuando en realidad es responsabilidad nuestra por buscar fuera lo que está dentro. Por esperar que nos aprueben y nos acepten cuando antes ni siquiera nos hemos aceptado y aprobado nosotros. 

Mientras te preocupas por aparentar no eres tú y eso te hace perder combustible, perder comba, delegar tu éxito en otros y dejar en manos de la suerte lo que en realidad es fruto de un trabajo… Nos bloqueamos a nosotros mismos porque estamos esperando a ser una versión más aceptable para darnos a conocer, cuando en realidad ya somos nuestra mejor versión esperando ocupar su lugar…

Mientras no eres tú mismo, perdido en parecer e ir dando zascas a los que te inoportunan, pierdes un tiempo valioso para crecer y aprender.

En realidad todo depende de ti y de tu confianza… Sin embargo, nos desalienta tanto no parecernos al molde que otros en su afán de ser mediocres han creado que nos rebajamos para encajar en él.

Nos recortamos las alas para no volar tan alto y no hacer sombra…

Nos apaciguamos el entusiasmo para luego no sufrir decepciones…

Nos achicamos los sueños porque primero nos hemos achicado a nosotros mismos… Y todas esas restricciones están en nuestra mente.

Ya basta de pensar que no merecemos. Basta de sentirnos indignos y de creer que para llegar hay que sufrir y alejarnos de la felicidad porque tenemos esa sensación heredada de que si tenemos un momento dulce, un dios vengativo nos va a castigar…

No hay castigos, ni culpas… Las inventamos  porque no vemos nuestra grandeza. No necesitamos nada de todo eso, sólo soltar y seguir andando. Sólo hay miedo a ser uno mismo y no parecerse el resto del mundo… Por eso, nos imaginamos pequeños y vivimos en una vida de casa de muñecas…

Nos creemos indignos de amor y en consecuencia la vida nos acerca amores diminutos para que nos quede claro que no son los amores que merecemos, para que aprendamos a querernos, para que descubramos que nuestro valor es incalculable y no depende de lo que piensen y opinen los demás…

Nos sentimos culpables por no ser como son otros y nos castigamos cada día cerrándonos puertas y gastándonos las bromas más pesadas… Nos apartamos de lo bueno que nos depara la vida porque no lo aceptamos, porque no permitimos que llegue… 

Ya basta de creer que otros sí y nosotros no. Estamos hecho de la misma sustancia maravillosa… Somos polvo de estrellas reciclado para brillar y apagamos nuestro brillo buscando excusas para no mostrarnos y viendo el horror antes que la belleza.

Basta de firmar en la casilla equivocada y aceptar pertenecer a una casta inferior y desheredada… Todos podemos salir del laberinto porque nosotros creamos el laberinto para entretenernos y alejarnos de lo que amamos cuando nos sentíamos diminutos y culpables… Ahora ya sabemos que merecemos lo mejor y podemos permitirnos abrir los brazos para que llegue…

Basta de no permitirnos subir al tren y besar el destino que deseamos.

Basta de sobrellevar angustias cuando nos toca vivir a rienda suelta.

Aunque suponga decidir y tomar caminos oscuros… Aunque tengamos que elegir no tomar frutas amargas para desayunar como es costumbre en nosotros y decidir arriesgarnos a probar otro menú… A veces, nos acostumbramos a lo amargo y cuando somos libres, nos cuesta soltarlo… 

Devoramos tanto dolor por rutina, por no cambiar ni confiar… Tragamos angustia como una medicina necesaria para expiar culpas y redimir pecados que no existen…

Pensamos que debemos pagar cara la osadía de imaginar que todo puede ser maravilloso para nosotros… Que la felicidad tiene un precio… Creemos que si nos preocupamos, estamos pagando el peaje para que todo salga bien ¿verdad? Y luego resulta que esto va al revés… Macabra ironía de la vida… El único precio a pagar por vivir como deseas es el compromiso contigo mismo… Tomar decisiones y atreverse, asumir la incomodidad de ser tú cuando el resto del mundo te pide que desistas. 

A veces, sufrimos ahora por no sufrir después… Y luego llegamos al después y descubrimos que era un lecho de rosas, pero no podemos disfrutarlo porque acumulamos tanto dolor y desánimo por el sufrimiento acumulado que tenemos el alma hecha jirones y la mente loca de buscar salidas que nosotros mismos nos bloqueamos…

Esa es la palabra, bloqueo. Nos bloqueamos lo hermoso porque nos sentimos horribles, feos, sucios… Nos bloqueamos el éxito porque olvidamos nuestro valor, nuestra capacidad de aportar y servir a otros a descubrir su valor…

Bloqueamos la felicidad por si llega y luego se va y el trance es tan amargo que no conseguimos volver a quedar dormidos y anestesiados y vivir de nuevo este sucedáneo de vida en el que estamos inmersos donde nada es de verdad pero no te tienta la esperanza…

Bloqueamos la vida por si nos gusta tanto que nos acostumbramos a ella y luego no sabemos vivirla desde la mediocridad en la que nos hemos sumergido. Lo hacemos para no sufrir demasiado cuando se acabe «lo bueno» mientras sufrimos de forma controlada por no ser nosotros mismos y volar tan alto como nos apetecería…

Ya basta de quedarse a un palmo de la gloria por si molesta a otros que no tienen previsto moverse.

Ya basta de no levantar la mano y decir aquí estoy por si te miran y piensan ¿Tú, de verdad?.

Basta ya de aceptar chantajes de los que no se atreven para que no te atrevas y abandones esta especie de cueva en la que vivimos a tientas y tragamos lo que toca sin rechistar…

Basta de buscas excusas y delegar responsabilidades para no tener que hacer lo incómodo, lo complicado, lo que hemos dejado pendiente para el día en que decidamos vivir.

Basta de pensar que dependemos de otros, que no hay más remedio, que no está hecho para nosotros, que nos viene grande, que nos queda lejos, que es complicado, que cuando lleguemos no habrá…

Basta de no amarnos suficiente y esperar que otros vean en nosotros lo que nosotros no somos capaces de ver… El amor es el principio de todo. La primera piedra de tu gran fortaleza.

El cielo no son esas nubes negras que nos acechan, es lo que está detrás cuando conseguimos apartarlas… Nosotros dibujamos las nubes negras cuando nos negamos a nosotros mismos y dejamos de confiar en nuestro potencial. Ya basta de ignorarlas y reprimirlas, de mirar al otro lado pensando que marcharán sin que reflexionemos sobre ellas y sintamos qué significan. 

No existe el problema. Lo hemos creado nosotros porque pensamos y sentimos que merecemos un problema, porque estamos convencidos de que no llegaremos… Nosotros construimos el muro que nos separa de lo que soñamos a base de imaginarlo, de creer que existe, de sentirnos separados de lo que deseamos y no confiar en lo que realmente somos… La verdad es que tú eres tu sueño y tu peor pesadilla, la persona que construye la jaula en la que te sientes preso y la que tiene la llave para abrirla y la capacidad de borrarla… Quién se dice que no y cierra la puerta.

Eres el muro que te separa de la vida que sueñas. Asume tu poder para cambiarlo.

El único obstáculo somos nosotros mismos siempre. Lo ponemos ahí para aprender algo justo antes de saltarlo y hacernos aún más enormes… Cuando apartemos nuestras dudas, el camino se abrirá. Cuando dejemos de imaginar que está lejos, nos daremos cuenta de que está muy cerca.

Y a las nubes negras hay que mirarlas de frente y abrazarlas, comprenderlas, saber su por qué y descubrir cómo atravesarlas… Son el regalo, la adversidad a superar, el aprendizaje que nos catapultará de forma inevitable a esa vida que deseamos vivir. 

Excusas para no atreverse a ser feliz

Excusas para no atreverse a ser feliz

felicidad

No te atreves a ser feliz porque tienes miedo de descubrir que esa felicidad depende de ti. Que hasta ahora no lo has sido porque, en el fondo, no querías asumir esa gran responsabilidad.

Porque ser feliz requiere un esfuerzo para mantener una actitud positiva para encontrar todo lo bueno de cada momento y experiencia, porque te gusta estar como estás y tener algo de lo que quejarte… Porque siempre has vivido sumido en el lamento y es tu forma de existir. Porque aunque no eres feliz, estás cómodo así, en este limbo vital y eres demasiado perezoso como para aguantar la disciplina que supone estar predispuesto a seguir batallando siempre… Hasta conseguirlo, hasta caer y volver a levantarte… Porque eso requiere un control de tus emociones y pensamientos, un aprendizaje que te cansa sólo con imaginarlo. No te atreves a ser feliz porque te da pereza.

No te atreves a intentarlo porque la verdad es que tu postura actual te compensa. Porque en realidad, ya eres lo suficientemente feliz como para no arriesgarte.

A veces, no te atreves a ser feliz porque ya tienes una agenda muy apretada y las sorpresas desbordan tus esquemas. Llevas mil años asfixiado por una rutina que no te permite soltarte y ya no recuerdas que era respirar, como si al quitarte las cadenas tuvieras que permanecer amarrado a ellas porque no sabes usar tu libertad. Porque en tu semana no hay hueco para la fantasía y valoras la seguridad  por encima de todo. Te has montado un esquema de vida que no vas a cambiar ni deseas dejar margen para la improvisación. Estás esperando a encontrar el lugar apropiado, el momento apropiado, el compañero o compañera apropiado… Incluso esperas a estar de buen humor.

No te atreves a ser feliz por si dura poco y te acostumbras a serlo y luego no puedes pasar sin esa sensación. Estás convencido de que la felicidad es adictiva, que engancha. Y no quieres depender de nada ni de nadie, ni siquiera de ti mismo.

Porque consideras que la felicidad nunca se eterniza.  No confías en tu capacidad para sobrellevar las situaciones adversas y sabes que algo se torcerá, siempre se tuerce. Prefieres no ilusionarte y luego caer en un pozo sin fondo y no ser capaz de levantarte. Prefieres monotonía a emoción, rutina a aventura,  porque no te fías de tus posibilidades de superación, ni de tu madurez, de tu ingenio. Porque ser feliz es esa paz de saber que pase lo que pase serás capaz de sobrellevarlo y tú prefieres siempre buscar culpables.

Ser feliz te da pánico. Amar te da pánico, por si pierdes ese amor y luego te pierdes a mí mismo recordándolo y entrando en un bucle sin principio ni fin. Por si luego no lo superas, por si no vuelves a encontrarte las fuerzas mientras estás ahogado en tus lágrimas. Por si no vuelves  a sentir nunca más… Prefieres la mediocridad de tus días insulsos a tocar la felicidad con las manos y ver que se escurre entre ellas. No podrías soportar la pérdida, por tanto, prefieres no probar la dicha…

No te atreves a ser feliz porque has aprendido a soñar pequeño y controlado, a poner límites a tus ilusiones y contener las ganas. Porque no quieres dejarte llevar por la pasión y prefieres vivir en una jaula a la inquietud de agitar las alas sin saber a dónde te llevará el vuelo cada día. Volar da vértigo, ilusionarte casi te provoca terror.

A veces, no te atreves a ser feliz por si en plena celebración de  tu nuevo estado de dicha, cae sobre ti una maldición ante tanta ostentación de alegría. Porque crees que no se puede tener todo y en algún lugar hay un duendecillo cruel que siempre compensa la balanza cuando recibes algo bueno y te arranca algo a cambio.

No te atreves a ser feliz porque no sabes qué te hace feliz y casi prefieres no planteártelo, por si no lo consigues nunca, por si es algo demasiado grande o, tal vez, demasiado básico y acabas avergonzándote.

No te atreves a ser feliz porque consideras que no ha llegado el momento oportuno ni adecuado. Porque crees que la felicidad es sólo la meta y no disfrutas del camino porque siempre andas pensando en el momento siguiente. Porque un día todo será maravilloso y perfecto y entonces te sentirás con fuerzas para afrontarlo y sentirte  bien contigo mismo. Aunque ese día nunca llega, nunca. Lo sabes porque hace diez años pensaba lo mismo y todavía no has puesto fecha en el calendario. Porque cuando llega la noche y todo está callado, por más que lo intentas ya no te notas el cuerpo y sabes que hace tiempo te desconectaste de él.

A veces, no te atreves a ser feliz por cansancio… Porque requiere una valentía que no tienes y una resistencia que nunca conseguirás. Porque llegas a casa cansado y quieres desconectar del mundo y de ti. Porque estás cansado de estar cansado y no puedes salir de esa jaula de modorra y ansiedad.

No te atreves a ser feliz porque crees que no te lo mereces. Por si no estás a la altura. Porque crees que la felicidad es para ti un coto vedado. Porque no eres de ese tipo de personas a las que llamas felices… Porque tus genes son los genes de una persona triste que te predestinan a una vida aciaga y lúgubre. Porque tienes  muchos defectos y no vas a cambiar. Porque no saldrá bien si lo intentas y algunos se reirán un rato pensando que te creíste con el derecho a entrar en su club.

No te atreves a ser feliz por si es un espejismo, porque antes que probar lo que es real y asumir mantenerlo, prefieres quedarte con el placebo y seguir quejándote.

No te atreves a ser feliz porque no te quieres lo suficiente a ti mismo, porque no te tratas como mereces y ni siquiera lo sabes…

S no te atreves, déjalo, no hay prisa, limítate a esperar  ese momento propicio y quemar los días y las horas… Haz como los peces muertos que flotan y siguen la corriente…

Ajuste de cuentas

Al final, sólo importa lo que te dice la conciencia. El resto es ceniza, jerga vacía, calma ficticia … pan sin sal. Un camino que te llevaría a quedar inerte y sin vida. Nada que te permita cerrar los ojos y saber que pisas exactamente las baldosas indicadas… que tus pies te llevan a ese lugar donde no dudas de tus razones. Qué más da que se te acaben las caras de resignación, las sonrisas de segundo y medio y te canses de atravesar embudos. Las pruebas que merece la pena superar son las propias, las que aunque te cueste admitir, sabes que tienes que pasar por ti mismo… aquellas que te acercan a la persona que quieres ser. Un ser humano, no idílico. Alguien que desea ser mejor, pero que sabe que no será perfecto. Una persona un poco recortada por sus temores y faltas pero con ganas infinitas de superarse. Un ser imperfecto con capacidad para ir más allá de sus límites y encontrar el ojo del huracán para permanecer tranquilo mientras todo a su alrededor se tambalea.

Lo único que vale es saldar cuentas contigo mismo y respirar hondo. La galería de rostros embutidos con ojos de lechuza que te escrutan es falsa, huidiza, se cae como los patos de las ferias al mínimo soplo… No te conocen, no te aman… no esperan nada de ti. Después de hundir su dedo donde creen que se ubican tus llagas, seguirán su camino y tendrán sus propias rozaduras… siempre hay otra feria, otras caras, otros ojos, otras heridas. Y en ese momento, el fajo de excusas inútiles y acumuladas que llevas sobre los hombros te harán sentir estropajo, estúpido, minúsculo… Almacenamos muchas, muchas excusas. Las buscamos para todo porque nos aterra quedarnos desnudos y parecer frágiles. Nos desesperamos por ellas porque pensamos que nos ayudarán a que otros nos aprueben. Son nuestro opio. Nos agitamos por la dosis diaria. Las encontramos a puñados para todo porque creemos que cada excusa nos acerca al perdón ajeno por una culpa ficticia, imaginada… inexistente. Se convierten en nuestro flagelo. Las coleccionamos para los demás y para nosotros mismos, las usamos como freno para dar pasos que nos asustan… las utilizamos como altavoz cuando nos imaginamos en falso y nos acongoja dar la cara… son un muro tras el que ocultarnos. Y pesan. Cada excusa es una piedra. Un enorme bloque de granito que metemos en el saco de lamentaciones que arrastramos… mejor soltar lastre y dejar de buscar palabras redentoras. Mejor respetar y respetarse. Mejor hurgar dentro y recuperar el aliento y darse cuenta de que el único perdón que necesitamos, muchas veces, es el propio. Y saber que si tu crees que ese camino es el correcto poco importan las lechuzas y los patos de feria… que si tu conciencia está limpia, la noche se acaba.