Retrato de una fiera

Voy a hablar de mi abuela. Un relámpago, un trueno. Un poderoso animal, cansado pero peleón. Un árbol sin hojas, pero de ramas fuertes. 

Soy la última persona a la que miró en la vida, medio minuto antes de que la morfina le nublara las pupilas cansadas y ya borrosas por unas cataratas que nunca se operó… Las listas, ya se sabe, son largas y no privilegian a los ancianos.

Mi abuela, 95 años de cuerpo cansado pero sano, sano hasta al final, sólo doblegado por una neumonía primaveral .

95 años con ganas de arañar momentos de vida aún… hasta el postrero. 95 años de pensamientos y contradicciones, de lecciones tristes y carcajadas, de pasos en falso, de miradas certeras… 95 años de pelea y genio, mucho genio, y lengua larga…muy larga, que me lo digan a mí, que me la dejó en herencia.

95 años de batalla sorda contra adversidades y pequeños inconvenientes, tragándose las ganas de relajo y las intenciones, buscando respuestas y olvidando ya casi las preguntas. Son muchos años para quien se ha tragado una guerra, ha dejado su casa y se ha reído del mundo que se reía de ella… muchos años para continuar sonriendo y buscando pequeños retos. 95 años cargando la historia de un país, recontada mil veces… con heridas abiertas y sollozos silenciados.

Mi abuela es un recuerdo agridulce. Una tarde de historias y otra de reproches. La mirada esquiva de una anciana sabia que te mira y te cala y te dice lo que no te gusta… y nunca gusta.

Es un golpe en la cabeza que te pone en tu sitio, una bocanada de realidad en un aire superficial y cosmético … un plato de lentejas en un mundo de platos pre-cocinados. Un jersey de lana, una camisa planchada… una silla de mimbre rota, un molinillo de café.

¿Qué se le puede contar a alguien que ha vivido 95 años y lo ha enterrado todo? Alguien que ha dicho adiós mil veces y que se ha tragado mil palabras… alguien que ha dejado de dormir mil noches y se ha sentido morir mil veces más. Alguien roto y cosido mil veces, que se tiene en pie porque la mala leche es más fuerte que la parca. Mil veces más fuerte…

Mi abuela; un búnker, una roca, un ejército imbatible. Asida a la vida porque pertenecía a una generación que no buscaba excusas, actuaba. Porque la educaron en el verbo, no en el substantivo.

Mi abuela; arbusto de margen resistente, soldado de trinchera, camino recto. Tierra indómita. Me dijo adiós con los ojos. Esbozó una pequeña sonrisa y bajó la guardia, por última vez. Se fue luchando, plantando cara, echando el resto… contenida, cansada pero serena… como solo lo hacen las grandes fieras.

Pasaría una tarde de domingo como ésta… moliendo café… y si leyera esto diría que soy faltona, “hirienta” y deslenguada… ¡Y sería cierto!

Sirva este pequeño retrato un poco «faltón» como homenaje a todos aquellos que como mi abuela se tragaron un guerra y la sobrevivieron.¿Vamos a rendirnos ahora nosotros?

España, país de pongos

España está llena de pongos, como mi casa. Mis pongos son pequeños y baratos, comprados por amigos invisibles o fruto de malos momentos en lugares extraños. Los pongos nacionales, sin embargo, son enormes y rotundos. Son pongos inmensos que albergan silencios y millones de euros enterrados en ladrillo. Tienen forma de aeropuertos infrautilizados, de vías de tren muertas, de mausoleos desiertos que homenajean a la ineptitud, centros destinados a congresos, edificios de oficinas condenados a la nada y a la mofa pública… a llenarse de de polvo y generar escarnio.

Visto así, hace gracia, ¿verdad? Si no fuera porque esos pongos nos cuestan la salud y el pan. Se han financiado sacándonos pedazos de alma y racionándonos la vida. Centenares de millones de euros pegados al asfalto gracias a la planificación de “mentes brillantes” que idearon paraísos sin vida. Se gastaron nuestro dinero, el que ahora clama al cielo que nos falta y ahora nos lo arrancan de las recetas, de las camas de hospital,de las listas de espera, de las escuelas, de las pensiones, de las prestaciones por el paro…

Y no solo fueron pongos caros de fabricar y construir. La avaricia de las mentes inmaculadas que los idearon, hartas de insensatez y ávidas de poder político, las pensaron para que costaran de mantener lo más posible… para que cada día se tragaran un poco más de lo que queda en nuestros desgraciados bolsillos sine die. Tal vez pensado en que del mantenimiento se hiciera cargo un amiguete, de mente también clara, y mano ávida y hambrienta…no sé, ya pienso mal de todo el mundo y veo corruptos por todas partes…

Los pongos no solo costaron miles de millones de construir y mantener, ahora también nos sangran las finanzas públicas, esas a los que socorremos nosotros vía recorte, subvencionándolos. Les pagamos a las empresas que los habitan para que resistan comiéndose los mocos, en soledad y no se marchen. Subvencionamos a actividades privadas y participamos en una sangría que durará para siempre. Nuestros hijos y nietos continuarán pagando por esos pongos inútiles, adalides de la ineficacia, la ineptitud y descerebro mientras ven recortados sus futuros.

Por favor, no los escondamos. Visitémolos siempre. Tengámoslos presentes. Sólo contemplando de cara, con pupila firme, esos estandartes de la inutilidad suprema podemos intentar no caer otra vez en la trampa. No repetir errores. Como si fueran monumentos a la negligencia.

Y a los que los mandaron construir, poned vuestras mentes frágiles y astutas a pensar para encontrarles utilidad o callad para siempre.