Corramos el riesgo

Corramos el riesgo

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Corramos el riesgo de quedar atrapados por nuestros deseos, de tener que dar la cara  por nuestros errores y salir al mundo a respirar hondo para volver a empezar.

Vivamos tanto que al acostarnos no recordemos lo que teníamos en la cabeza al levantarnos y casi no nos importe. Que los días nos queden tan cortos como los suspiros… Que este instante sea eterno y todos los recuerdos que llevamos en el equipaje salgan por la ventana.

Corramos el riesgo de pasarnos de largo y caer en plancha. Que nos digan que estamos locos y nos miren de reojo. Seamos los raros, los que dan la nota, los que siempre lo apuran todo y siempre se ríen de ellos mismos.

Crucemos tanto la línea que separa lo razonable de lo deseable que acabemos borrándola y empecemos a guiarnos por nuestros instintos y a vivir para ser felices y dejar algo que valga la pena… Vivamos sin certificados ni tarjetas, sin máquinas expendedoras ni envoltorios que nos recuerden lo que no podemos sentir ni soñar. Vivamos sin precio ni a sueldo de nada ni nadie… Guiémonos por el respeto a los demás y por el respeto que nos debemos a nosotros mismos. No hagamos nada a otros que no soportaríamos, no peleemos por nada que no nos pertenece… Que no nos pertenezca nada que nos ate ni sepulte… Que no nos sepulte nada que no valga la pena recordar… Que todo lo que hagamos tenga poso y hable bien de nosotros.

Bailemos y esculpamos en nuestras caras la sonrisa que merecemos.

Saltemos sin perder comba y caigamos de pie con los ojos serenos… Corramos el riesgo de que nos digan que no cuando ya celebrábamos el sí, que nos echen cuando necesitábamos quedarnos… Que nos despechen cuando nos hayamos enamorado…

Seamos el que cae en el lodo, el que ríe a destiempo, el que hace el ridículo, el que despierta murmullos… Digamos lo que otros no dicen y piensan, hagamos lo que pensamos que debemos hacer… Callemos lo que sepamos que duele porque el mundo ya arrastra muchas llagas. Nunca edifiquemos nuestra felicidad en la desdicha ajena…

Corramos el riesgo de romper muros y bajar de los altares si nos hemos endiosado. Que no queden más títeres que los títeres, ni más secretos de los que sean necesarios para soportar la rutina.

Seamos el que acaba solo aguantando la vela de un barco que naufraga si creemos que ese es nuestro lugar. Que nos tomen el pelo, si hace falta, por defender lo justo y por perdonar lo casi imperdonable. Que sepamos distinguir las batallas innecesarias de las inevitables… Que veamos la viga en el ojo propio sin acomplejarnos ni herirnos. Que sepamos decir basta antes de que ya no tenga remedio. Que los que desean ser mediocres no nos hagan creer que no podemos brillar. Que los que desean resignarse no nos desgasten las ganas.

No tengamos fugas en nuestra coherencia… Seamos tan vulnerables como sea necesario para ver nuestras faltas. Seamos tan elásticos como haga falta para cambiar nuestro rumbo si el camino no nos lleva a nuestros retos o si nos perdemos andando en círculo persiguiendo algo que brilla pero que está vacío por dentro.  Seamos tan imprudentes como nos marquen nuestros corazones ávidos de emociones. Que la pasión nos corrija el camino y la ilusión nos dibuje el contorno. Que la desvergüenza anide en nuestros sesos invadidos por la rutina y la osadía brille en nuestros ojos cansados por el miedo… Que no podamos oír reproches porque escuchemos el silbido de nuestra imprudencia que nos llama y reclama para dibujar nuestro futuro.

Seamos nosotros mismos aunque nadie en el mundo lo entienda. Acariciemos lo extraordinario. Seamos la excepción.

Busquemos lo sencillo, pero compliquémonos la vida deseando la excelencia…

Corramos el riesgo de que se rían de nosotros por lo que pensamos y defendemos. Que nos pongan motes y etiquetas y nos adjetiven sin motivo… Cuánto más nos critiquen los absurdos más cerca estaremos de los grandes.

No olvidemos nunca que nosotros podemos ser grandes… No olvidemos nunca que también podemos ser absurdos.

No seamos nada que no somos, no finjamos nada que no sintamos… No desistamos de ver el mundo como nosotros lo vemos. Cabemos todos, que se aparten un poco los que no entienden de sueños y nos dejen paso…

Que nos sentemos a contemplar como gira el mundo sin bajarnos nunca de él. Que nunca dejemos de agarrarnos a la esperanza por si cae el cielo o el viento nos arrastra más allá del andén… Que siempre nos quede otro tren por si se nos escapa éste… Que sepamos subirnos a él a tiempo para apurar cada oportunidad.

Corramos el riesgo no ser perfectos para poder explorar el placer de ser humanos y reconocerlo.

Consigamos la paz que buscamos sin dejar de luchar por lo que deseamos, encontremos la quietud sin dejar de movernos.

¿Cobran demasiado nuestros políticos?

Así en genérico y con la que se nos cae cada día en las espaldas, la respuesta que nos pide el cuerpo y la inteligencia es un sí rotundo, enorme. Nos pilla la pregunta con los bolsillos caídos y vacíos y unas ganas locas de decirles a muchos de ellos a la cara lo que pensamos. El desprestigio de la clase política nos desborda como sociedad y hace falta ponerle remedio inmediato si queremos evolucionar.

Sin embargo, vale la pena pensar en ello, darle vueltas, buscar la excepción. No todos los políticos son iguales ni tienen el mismo ámbito de decisión, ni la misma responsabilidad. Por tanto, tomar la decisión de si su sueldo es excesivo o no, no puede hacerse sin matices.

Llevo años oyendo aquello que dicen muchos de ellos de “en una empresa privada, por mi puesto de responsabilidad, cobraría el triple”. Cierto, certísimo. El problema es que en una empresa privada, a lo mejor usted no ostentaba ese cargo porque no tiene preparación, ni aptitud, ni actitud… ni nadie le debería un favor. En esos lugares, señor, a uno le piden que trabaje y no que caliente la silla.

De algunas fuentes reputadas y sabias mentes, me llega otra versión. “Un político tiene que estar muy bien pagado, aún más que ahora, porque es alguien que deja su carrera para dedicarse al ejercicio público. Si está mal pagado sólo accederán a la política los que tengan grandes rentas y fortunas, cómo sucedía antaño, y la élite económica copará esos puestos… ¿crees que pensará en satisfacer al pueblo? Si se paga bien, los buenos profesionales aparcaran sus carreras para hacer política”. Sí suena bien, pero ¿nos parece poco 3.000 o 4.000 euros al mes? ¿es un sueldo que no permite dejar una carrera de brillante abogado, médico, arquitecto o economista por un tiempo para dedicarse al bien común? ¿Dónde queda la satisfacción por cambiar nuestro mundo?

Y teniendo en cuenta que muchos partidos no postulan a este tipo de profesionales para los primeros puestos de la lista, para algunos que en el mundo real no los han visto juntos, el salario no está mal…

Un conocido me dijo “los políticos tienen que cobrar mucho porque cuando dejan el cargo se les acaba el chollo, además así no corres el riesgo que echen mano a la caja”. Supongo que esta tesis, ya nos damos cuenta que hace aguas. No tiene sentido desde un punto de vista ético, porque sería como sobornarles para que no nos hagan trampas y no se gasten nuestro dinero. Hace aguas porque han echado mano de la caja incluso algunos con una vida regalada, sin temor a nada, sin vergüenza ninguna, sin tener en cuenta el riesgo.

Puede que nuestros representantes públicos electos a veces olviden por qué están sentados en sus tronos, que trabajan para nosotros, pero es que los votantes para eso, y más, tenemos memoria de pez.

Tal vez lo que realmente nos insulta es que la mayoría de personas no cobren un salario digno y sepan que nunca van a cobrarlo. Caemos en la trampa de quejarnos por sus sueldos, como cuando nos indignamos con los funcionarios porque sus condiciones laborales nos parecen mejores… y jugamos según sus normas… y acabamos pidiendo que se terminen con sus privilegios cuando lo que tenemos que pedir es dignidad en el trabajo para todo el resto.

¿Cobran demasiado nuestros políticos? Tal vez sí. Algunos, sin duda, por la responsabilidad que tienen, su nula preparación, su margen de decisión y, sobre todo, por las pocas ganas que le ponen. Escandaliza, asquea. Otros, tal vez no, tal vez cobren poco.

A pesar de ello, no nos engañemos, lo que hay que pedirles es que trabajen, que den el máximo, que sean profesionales, que se esfuercen, que sean eficaces. Que recuerden que nuestras vidas y las de los nuestros están en sus manos.

Que sólo lleguen a las listas los válidos, los preparados, los que tienen ganas de cambiar y mejorar nuestras vidas (y las suyas también). El día que no haya un solo inepto/a sentado en un escaño, lo pagaremos con ganas porque nuestras vidas serán mejores. Y las reglas del juego serán dignas para todos.

Ese ejercicio llamado política

Hacer política es difícil. Llevo todo el día reflexionándolo. Sobre “la más alta”, la que dirige un estado, y “la más baja”, la que se hace a pie por un pequeño pueblo mirando directamente a la cara de sus conciudadanos.

Me lo pregunto porque quiero entender a quien nos dirige y manda, quien lleva nuestro destino a un puerto u otro y decide cómo van a ser nuestras vidas.

Eso de mandar debe de ser complicado. Tomar una decisión pensando que beneficias a una mayoría sabiendo que en ocasiones vas a poner contra las cuerdas a una minoría… que sueña, sufre, necesita sobrevivir… y que al final, vota. Los votos siempre preocupan.

Intentar ejecutar un guión ratificado por unas urnas y luego salirse de él, equivocarse y rectificar o no… y oír las críticas perpetuas de todos. Pasar por el tamiz de la oposición y la opinión pública… como es de recibo, vivir con una llamada pendiente, salir de una criba y meterse en otra, acatar consignas … para ello hace falta ser un líder. Alguien capaz de modificar su paso sin perder el camino, alguien siempre con ganas de seguir y con estómago para tragar y encajar críticas… algunas severas y otras estúpidas… pero aseguradas a diario.

Alguien que da la cara y cuenta historias desagradables y que es capaz de mirar a la cámara y decir a su país que va a tomar decisiones bárbaras, injustas y que asume el riesgo y sus consecuencias, porqué muchos olvidan esto último, como si no existiera. Alguien que piense en tomar la decisión correcta y no la que le perpetúe en el poder.

Hacer política debe ser difícil. No lo dudo. La tentación es grande y la silla cómoda. A nadie le gusta admitir errores y tragarse palabras. A nadie se le hace llevadero responder preguntas incómodas.

Sin embargo, ese es el pacto. La prenda que hay que pagar por el honor de decidir, por pasar a la historia, por saber que con una palabra se puede mejorar la vida de millones de personas.

Debería de ser una renuncia constante de lo propio por lo ajeno, un espacio donde la satisfacción personal se base en la colectiva… donde se van a recibir golpes… a cambio de cierta notoriedad. Donde encajar las críticas y seguir y, un día, saber abandonar cuando ya se tiene la ilusión exprimida para dejar paso a otros… y llevarse a casa el vapuleo y contar hasta diez, cien o mil…

Hacer política debería ser un privilegio, un bien preciado que usar con cuentagotas como un elixir caro de vida eterna.

Y equivocarse forma parte de este ejercicio casi sagrado (si lo sagrado existe). Errar una y otra vez hasta dar con la propuesta acertada… pero sin perpetuarse en esa fórmula más que para evolucionar.

Hacer política, visto así, no parece una bicoca… sin embargo esa es la idea que tenemos todos en muchas ocasiones de ese deber que por desgracia está tan desprestigiado.

Busquemos el norte. Seamos cada día más exigentes con nosotros mismos como ciudadanos y con los que nos dirigen. Subamos el listón colectivo, no nos conformemos con los primeros de la lista…

Al final, resultará que la “alta política” se hace en pueblos y ciudades… donde los representantes públicos conviven en la calle con sus votantes y tienen que enfrentarse cara a cara… cada día. Y explicarse con la voz y las pupilas… y la más baja está arriba.

A menudo me siento cobaya

¡Qué tiempo tan raro vivimos! Un día nos quedamos narcotizados y dormidos mientras el lobo feroz se nos come las entrañas y al siguiente nos hemos convertido en una bestia parda y desalmada. Somos verdugo y somos reo. Hoy damos lecciones de ética y mañana nos las tenemos que tragar porque caemos presos de nuestras palabras.

Nos ha tocado esta racha maloliente y para evitar revolcarse en las heces de esta sociedad contradictoria y desencantada es bueno mantener la cabeza fría y sobre los hombros.

Me cuesta llegar a fin de mes, mucho. La presión que ejerce sobre nosotros esta crisis nos convierte en seres sujetos a espasmo. Medio dormidos, medio rabiosos, con ganas de salir del fango y respirar aire puro… con ganas eternas de partirle la cara a alguien para desahogar nuestra frustración perpetua. Cuesta sacarse esa quemazón de las entrañas y dejar de victimizarse. Cuesta no dejarse llevar por esa marea de quejas y saber qué queremos y quiénes somos, más allá de lo que otros tengan pensado que hagamos.

Lo más más difícil es centrarse y buscar un norte . Nos pasamos el día atomizados por mensajes contradictorios. Vivimos en un mundo falso, falso hasta asquear. Aún hay quien nos engatusa con vocablos pueriles y quiere hacernos creer que la sociedad está dividida entre buenos y malos, que la realidad es en blanco y negro. Estamos siendo sometidos a tanta información y a la vez, profundamente desinformados. Cuesta discernir qué creer, qué certificar… dónde está el grano y dónde la paja incendiaria. A menudo me siento cobaya, me siento experimento.

Caemos también en la trampa de pensar que este tiempo que vivimos es inédito, cuando echando vista atrás podemos darnos cuenta de que los que nos precedieron sobrevivieron a situaciones similares.

No somos los únicos, no tenemos nunca toda la razón, no somos infalibles… pero podemos ser auténticos y libres. Podemos pensar y no dejarnos llevar por falsos oradores que buscan vendernos inventos espantosos y doctrinas cortoplacistas y pestilentes, que quieren usarnos como carne de cañón y parapeto para sus fines. Podemos ser nosotros mismos y luchar por lo que queremos. Eso es mucho.