Necesitamos un Quijote…

Este país clama desesperado a Don Quijote. Necesita un ingenioso hidalgo de donde fuere; un genio, un loco que arrastre las sombras y sea capaz de cabalgar rumbo a la nada sin más miedo que el de perder las ganas y dejar el honor tirado en una cuneta.

Nos hace falta su escuálida figura, su verbo grácil y exaltado, su sentido de la ética y la gallardía… su sed de justicia y piedad… Buscamos su pasión por las causas justas … su don errático, su ilusión desmesurada… su jamelgo triste… su mirada traslúcida… sus ojos delirantes capaces de ver agua en la tierra yerma y seca… y de encontrar belleza en la vulgaridad.

Nuestro camino está repleto de gigantes disfrazados de molinos de viento, de causas perdidas y de agravios por desfacer…

Andamos necesitados de su espada torpe, su mente ebria de letras, historias y sueños, su conciencia limpia, su esperanza desmesurada … su lucidez insana.

Necesitamos un Quijote valeroso para que nos saque de la náusea, nos despierte de la modorra, que nos ayude en esta travesía tan ardua…

No las oímos, pero nuestras vísceras lo llaman atolondradas y ansiosas. Dicen su nombre sin parar mientras el mundo nos mantea y escarnece al intentar mantenernos en pie y resistir sus embates.

Queremos un Quijote. Que nos guíe, que nos recuerde nuestras gestas pasadas, que reavive nuestras glorias… que nos haga sentir vivos… que nos recuerde que tenemos valores y principios.

Un hidalgo pobre y cansado, que se parta el semblante por nuestras penas, que nos llene la cabeza de pájaros, que nos desate la risa… Un hombre que cabalgue con escudero fiel y yelmo abollado, buscando la virtud y confiando en la decencia…

Un caballero que acabe preso en una jaula, tomado por loco y repudiado… y aún conserve el valor en la mirada.

Necesitamos un Quijote. Un hombre con dudas que a pesar de todo conserve intacta la esperanza…

Alguien que recuerde que es mejor siempre hacer el ridículo que permanecer sin hacer nada.

Retrato de una fiera

Voy a hablar de mi abuela. Un relámpago, un trueno. Un poderoso animal, cansado pero peleón. Un árbol sin hojas, pero de ramas fuertes. 

Soy la última persona a la que miró en la vida, medio minuto antes de que la morfina le nublara las pupilas cansadas y ya borrosas por unas cataratas que nunca se operó… Las listas, ya se sabe, son largas y no privilegian a los ancianos.

Mi abuela, 95 años de cuerpo cansado pero sano, sano hasta al final, sólo doblegado por una neumonía primaveral .

95 años con ganas de arañar momentos de vida aún… hasta el postrero. 95 años de pensamientos y contradicciones, de lecciones tristes y carcajadas, de pasos en falso, de miradas certeras… 95 años de pelea y genio, mucho genio, y lengua larga…muy larga, que me lo digan a mí, que me la dejó en herencia.

95 años de batalla sorda contra adversidades y pequeños inconvenientes, tragándose las ganas de relajo y las intenciones, buscando respuestas y olvidando ya casi las preguntas. Son muchos años para quien se ha tragado una guerra, ha dejado su casa y se ha reído del mundo que se reía de ella… muchos años para continuar sonriendo y buscando pequeños retos. 95 años cargando la historia de un país, recontada mil veces… con heridas abiertas y sollozos silenciados.

Mi abuela es un recuerdo agridulce. Una tarde de historias y otra de reproches. La mirada esquiva de una anciana sabia que te mira y te cala y te dice lo que no te gusta… y nunca gusta.

Es un golpe en la cabeza que te pone en tu sitio, una bocanada de realidad en un aire superficial y cosmético … un plato de lentejas en un mundo de platos pre-cocinados. Un jersey de lana, una camisa planchada… una silla de mimbre rota, un molinillo de café.

¿Qué se le puede contar a alguien que ha vivido 95 años y lo ha enterrado todo? Alguien que ha dicho adiós mil veces y que se ha tragado mil palabras… alguien que ha dejado de dormir mil noches y se ha sentido morir mil veces más. Alguien roto y cosido mil veces, que se tiene en pie porque la mala leche es más fuerte que la parca. Mil veces más fuerte…

Mi abuela; un búnker, una roca, un ejército imbatible. Asida a la vida porque pertenecía a una generación que no buscaba excusas, actuaba. Porque la educaron en el verbo, no en el substantivo.

Mi abuela; arbusto de margen resistente, soldado de trinchera, camino recto. Tierra indómita. Me dijo adiós con los ojos. Esbozó una pequeña sonrisa y bajó la guardia, por última vez. Se fue luchando, plantando cara, echando el resto… contenida, cansada pero serena… como solo lo hacen las grandes fieras.

Pasaría una tarde de domingo como ésta… moliendo café… y si leyera esto diría que soy faltona, “hirienta” y deslenguada… ¡Y sería cierto!

Sirva este pequeño retrato un poco «faltón» como homenaje a todos aquellos que como mi abuela se tragaron un guerra y la sobrevivieron.¿Vamos a rendirnos ahora nosotros?