Eufórica

Su mente siempre va por delante. Da mil vueltas. Imagina formas e historias, recuerda palabras, repite diálogos intentando encontrar respuestas. Se detiene en cada detalle hasta que lo disuelve y convierte en algo gigante y pierde un poco el sentido original. Gira tanto por dentro, que toma inercia y se consume en una espiral de calor. Es una llama humana. Energía pura en estado sólido. Intensidad máxima. Pasión desbordada.
Sus ojos incansables lo escrutan todo y deambulan por los rincones buscando pistas, ensayando soluciones a sus enigmas.
Nunca calla. No da tregua al desaliento. No se detiene jamás. No deja de pensar. Su cabeza centrifuga sueños y los repite en voz baja. Los susurra sin cesar hasta crear ilusiones que fabrican pequeñas realidades… toca lo que sueña, ebria de alegría por ser tan afortunada de vivir con un pie aquí y otro allá. En dos mundos que se atraen, se sujetan uno al otro… Dos mundos unidos por su cabeza en incesante ebullición. Está satisfecha a pesar del cansancio. Imaginar le supone instantes de felicidad suprema, de un éxtasis incapaz de describir. Se siente tan viva por ser capaz de fabricar momentos que jamás existirían si no los imaginara…
Fabrica vida. Crea esperanza. Tiene el poder de recoger sus ganas enormes de todo y engendrar ideas que engendran palabras, palabras que engendran emociones, emociones tan intensas que acaban por tomar forma y descomprimirse hasta ser sólidas y ocupar un espacio. Hasta rebotar en las paredes y darle un golpe en la cara para que sepa que lo ha conseguido.
Nunca desiste. Es una máquina de fabricar posibilidades. Siempre encuentra salidas. Encuentra senderos ocultos por donde colarse y arañar migajas de aquello que anhela. Se aferra a los peros y los porqués sin saber los cómos… No le importan, porque sabe que su cabeza se pondrá en marcha y encontrará la forma de dibujar en ese lienzo blanco un nuevo delirio, una nueva ansia… y un nuevo sentimiento. Se agarra a la vida con toda la fuerza que le da el deseo y se suelta sin red. Tiene miedo, sí, mucho a veces, pero le pueden las ansias y los desvelos. Vive de ellos, se alimenta de sentir, de buscar, de necesitar. Consume más oxígeno que el resto de seres mortales porque lo transforma en euforia, en estallido constante.
Su mente va por delante. Siempre genera. Siempre desordena su entorno. Siempre alborota su mundo. Lo muta, lo cambia de forma. Siempre arrastra su cuerpo al son de su pecho agitado y libre. Su cabeza vuela mientras ella imagina. Acaba cansada y exhausta pero apenas se detiene un instante para volver a reiniciar la búsqueda, el sueño… Hasta encontrar nueva ruta. Hasta que el sueño le moja las manos o le golpea las sienes o nota su sabor en los labios. Y si lo nota, ya existe. Y sabe que lo ha creado ella, a base de poner en marcha esa máquina de generar emociones, de fabricar mundos paralelos. Esa máquina que toma las palabras y las convierte en material maleable que se puede tocar. Y cuando tocas un sueño… cuando lo notas pegado a las puntas de los dedos y ves que te quema… sabes que has tocado cielo. Has iniciado una nueva realidad. Has llegado al final de este trayecto y estás lista para comenzar otro aún más ambicioso y enorme. Todo empieza otra vez con una sonrisa en la cara.
Su mente no cesa. No puede. No debe. No desea detenerse nunca. Traga bocanadas de aire para respirar sin parar. No puede quedarse quieta. Sabe que si lo hace, en algún lugar, un mundo dejaría también de girar. Sabe que es una locura, pero cierra los ojos y sigue porque confía demasiado en el poder de sus ganas y no puede fallar.
Es ilusiópata.

Deseo

Deseo

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Vivía de palabras. Las devoraba, las leía una vez y otra, hasta mutarles el sentido y reconvertirlas. Jugaba a cambiarles el acento y ponerles prefijo, las cambiaba de contexto… las susurraba. Cuando estaba triste, las convertía en llanto o en gemido… cuando estaba alegre, las zarandeaba hasta que eran puras carcajadas…
De tanto perseguir palabras, había dejado un poco de lado los gestos, el roce con las personas… siempre más imperfectas a sus ojos que todo lo que podía encontrar escrito en un poema, en un tuit… en una pared oculta, de una calle oscura, una tarde perdida.
Los ojos se le humedecían al pensar combinaciones de palabras… Las posibilidades eran infinitas, podría estar toda la vida haciéndolas bailar a su gusto… y el día en que muriera, aún le quedarían millones por haber escrito, pronunciado, haber sentido. Se le clavaban como espinas las que nunca podría oír… eran risas perdidas, angustias imperceptibles acumuladas en su interior esperando ser liberadas. Escribirlas la liberaba de miedos y dolores.
Sin embargo, aquella mañana, se levantó saciada de ellas y al mismo tiempo hambrienta. Por un momento, las quiso corpóreas, necesitó tocarlas. Aquel día, al salir de su sueño, despertó en su piel y quiso piel, se sintió carne, quiso ser un verso y cobrar vida… quiso roce, caricia, quiso traspasar el papel y notar el calor, vaciarse del pánico de negro sobre blanco y nacer al temor de buscar abrazos sin encontrarlos. Quería ser cuerpo con todas sus consecuencias.
Estaba tan agitada que siquiera supo encontrar la forma de decírselo a si misma, no articuló sonido, ni encontró vocablo posible que contara su historia. No supo cómo y no supo por qué no sabia cómo. Estaba muda.
Todo su mundo era expresable hasta hoy en unas lineas, estaba ya contado en un manojo de poemas intensos… y hoy, se le rebelaba como un niño travieso, se le burlaba en la cara como si le desmintiera el pasado, como si le negara el haber existido, como si le dijera que lo vivido era falso. Había sido de papel y de sueño. Un volcán dormido.
Una fuerza inconmensurable la asía del pecho hacia fuera, la arrastraba a un remolino gigante, el viento le quemaba el rostro y la mantenía sujeta a dos palmos del suelo… eso parecía. En realidad estaba sentada sobre su cama, estaba sola, se sentía sola. Ahora quería versos de piel y de beso. Y le producía un temor inmenso pensar que no podía saciar ese deseo, más incluso que perder las palabras, que dejar de sentirlas. Podría buscarlas para explicar ese dolor nuevo y casi sólido… y tal vez  haber escrito lo que sentía en un pedazo de papel, pero prefirió salir a la calle y buscar personas. Necesitaba calor.
No era papel, era cuerpo.

Una vida… Sin paliativos

Esta fiesta dura poco y no es casi fiesta. Es una carretera corta pero intensa. Está llena de baches y curvas, de rincones oscuros y recovecos perversos. Llena de llanuras y paisajes perfectos. Llena de pequeñas alegrías. Es un morir de risa y luego revivir de puro pánico. Es la montaña y el valle, la violenta sacudida del agua que rebosa la presa y el meandro del río que lame el cauce. El tiempo que se retiene en el ojo la chispa de un artificio, el estallido de la pólvora y el ¡ooh! coreado por la muchedumbre. Una punzada de dolor al comenzar la aventura de existir y otra de cansancio que marca la hora postrera. Y entre ambas, un suspiro, un jadeo… un acorde de guitarra y un paso de baile. Una palabra que te perturba y remueve por dentro, una tarde de risas en el parque y otra de sollozos encogidos. Esa canción que siempre te recuerda lo que fuiste, ese espejo que te dice lo que nunca serás. La conciencia que desdibuja tu pasado y se te acurruca en la espalda y pesa, cuánto pesa…
Una fiesta corta, sin duda.
Como ese instante en que te sumerges en el mar y crees que no podrás soportar que esté tan frío y el de esa mirada cruzada con ese alguien especial en la que el uno al otro os decís “¿Y si?” y luego faltan la fuerzas o no acompañan las circunstancias… o se os escapan los deseos por el patio de luces y encuentran otros amantes más fieros con más ganas o más desesperación.
Una fiesta con espectáculo y máscara. Con entrada para permanecer sentado o subir a escena. Con posibilidad de transgredir y cambiar el papel secundario por el de protagonista, el de tragedia en comedia… el de villano en héroe…, con aplauso clamoroso o sin público.
La realidad nunca cumple las expectativas pero, a menudo, las supera.
Dura poco y mientras dura no es siempre amable. A veces es una espera larga, otras un trance rápido, súbito, trágico… un apurar la esquina antes de cruzar la calle y saber que se acaba el mundo, tu mundo… y un saber que al otro lado empieza algo nuevo, mágico, inesperado. Un golpe o una caricia. Nunca se sabe que depara la ruleta.
Es ese zambullirse en el agua en doble salto mortal. Un espasmo, un guiño, un roce, un portazo, una contracción… Y también un grito, un beso, un chasquido, el sonido de una cremallera que se cierra y el de un tren que marcha.
Ese lapso de tiempo en el que acabas de saber que él también te quiere y la felicidad es inmensa, rotunda, desorbitada.
Y notas que ese instante se esfuma y hay que apurarlo. Lo inspiras con ansia, para que no se escape y te pertenezca siempre. Y la arena de ese reloj no se detiene y esa sensación única se evapora y pasa a ser un recuerdo, ya no lo manipulas, ya no te habita… más que en un rincón de tu cabeza y se ha integrado en ti.
Suplicas que vuelva. Anhelas recuperar esa sensación maravillosa… y entonces te das cuenta de que si pudieras revivirla a cada momento, ya no existiría de la misma forma. Su gran valor es efímero. Su sentido real es que sea fugaz. Que se desvanezca, que se acabe… que sepas que nunca se va a repetir de la misma manera. Que tengas claro que si no lo absorbes totalmente en la memoria, dejará de existir. Y aún así, ya es pasado. No cabe la duda, hay que devorar la vida.
La fiesta es efímera y justamente por eso debe ser una fiesta.

A esas personas…

A esas personas…

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Me gusta la gente que sabe ver el mérito y el brillo en los demás. Eso los hace grandes, enormes. Son personas que saben ver el talento ajeno y no les asusta; les ilusiona, les abre la mente, les muestra un camino de oportunidades compartidas… Tienen algo que va más allá del ego, se llama autoestima. Se conocen, se aprecian, se encuentran las virtudes y reconocen los defectos y luchan cada día por mejorar. Saben que tener talento cerca atrae su talento, que la inteligencia atrae inteligencia, que el buen rollo atrae buen rollo. Que el triunfo ajeno es el propio. Se mezclan, se alían, se empapan de otros que también sueñan… y algo nuevo se pone en marcha… son imanes que atraen lo bueno. Son insaciables buscando talento, escupen la pereza y encierran las quejas hasta que se hacen diminutas y se evaporan.

Son personas que no temen que nadie les haga sombra, porque saben que tener cerca a un sabio les hace más sabios… que el brillo de los demás jamás les dejará opacos sino que les ayudará a sacar a la luz sus habilidades. Jamás he conocido a una persona inteligente que se rodee de personas estúpidas, que no tengan estímulo o ganas de hacer cosas nuevas. Los inteligentes de verdad, aquellos que se guían por la razón pero también por las emociones, buscan personas con energía, con ganas, personas que convierten las pequeñas cosas en aventuras… que crean hábitos y saben cómo no caer en la monotonía porque saben cómo reinventarse la vida a cada paso. Esas personas que no ven obstáculos sino retos, las que miran un desierto e imaginan un mundo… que usan un arma poderosa llamada intuición. Son gente elástica, que se adapta pero que sabe volver a su forma original si es necesario.

Son personas que construyen, que unen, que buscan palabras y diálogo. Defienden sus ideas pero saben ceder. Saben que son falibles y vulnerables pero lo utilizan para crecer… Se pegan a lo bueno y lo aplauden. Comparten, observan como lechuzas, se enamoran de lo que les rodea, toman nota… rectifican, almacenan sensaciones, ahuyentan miedos después de meditarlos y reconocerlos… caminan sin parar. Suben montañas de papeles, de facturas, de rocas afiladas, de arenas movedizas, de miradas de envidia, pero no se detienen más que para tomar aire y contemplar. Crean, generan, aman. Y ven ingenio en un mar de mediocridad, un diamante en una ciénaga… encuentran la palabra amable en el discurso victimista y demoledor… y cuando están agotados, sonríen por si más tarde el cansancio les vence y se olvidan.

Me gustan esas personas porque brillan en la oscuridad. Su brillo no cesa, a pesar de que algunos intenten mitigarlo y esconderlo, lo oculten en el último rincón del lugar más alejado… su luz siempre se cuela por el resquicio de una puerta, traspasa las paredes, derriba muros. Ese brillo no puede esconderse, lo llevan escrito en la cara e impregna cada cosa que tocan porque hacen magia.

Sin gravedad

Sin gravedad

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Soltarse, al fin. Notar que caes, pero saber que flotas. Que vas a sobrevolar el precipicio y ver que el mundo se hace pequeño y te cabe en la pupila. Convertirse en aire, en vapor caprichoso que todo lo acaricia y en todas partes se impregna… permanecer callado oyendo mil voces y ser capaz de distinguir entre ellas un susurro. Dejarse llevar, un poco. Un casi del todo, sin abusar. Como el agua que dibuja su camino buscando surcos y sondeando huecos, pero sin detenerse, con fuerza, con ansia, con inercia.

 Soltarse, sin remedio. Sin gravedad. Respirar hondo y notar como el aire te atraviesa, sin pensar en las muecas, ni las caras, sin escrutar las miradas esperando desacuerdo ni vanagloria. Escuchar sólo ese reloj interior que marca los goces y los sueños, sin tiempo ni prisa, sin más temor que el de dejar de oírlo.

Ser bruma. Espesarse y diluirse al calor. Fusionarse.

 Adivinar las risas. Buscar las risas y detenerse en ellas, un rato largo… Para notar la vida desde los pies a la cabeza. Saber que una carcajada es un universo y que cada lágrima devastaría un imperio. Surcar imperfecciones conocidas sin que se claven en tu puerta con sus hojas afiladas, sin que te ocupen la mente, sin que se conviertan en tu cauce.

 Soltarse, volar. Darse cuenta de que no hace falta ser perfecto para ser mejor. Bailar. Bailar sin parar.

 Soltarse, con ganas. Librar una batalla entre la voluntad de ser y la naturaleza de estar. Ser la nieve sobre una hoja, la mota de polvo errante en el aire  que se distingue al sol… Caminar, bucear en lo más íntimo… Existir como finalidad y como medio. Brillar… Brillar de modo intenso.

 Soltarse, al fin. Saber que no es perfecto, pero que es hermoso. Acabar con la pugna para arrastrar un equipaje pesado y escoger lo necesario para el viaje. Llevarse las caricias y las moralejas… dejar los credos absurdos, los límites inquebrantables y las pequeñas crueldades. Olvidar escudos y caparazones. Mudar la piel y ser elástico… sentirse en calma pero iluso, ardiente… vivo, intenso.