El discurso de un líder

El discurso de un líder

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Que tu discurso sea claro y directo.

No sorprendas con palabras rebuscadas, asombra por tu sencillez y humildad. Que emocione e ilusione, que levante, que haga seguir… Que llegue a la materia gris y a la amígdala. Que haga cambiar de rumbo si es necesario, que movilice conciencias si se habían quedado anquilosadas o dormidas. Que haga caer imperios sustentados en delirios y gigantes con pies de barro que pisan ilusiones…

Que tus palabras muevan musculatura y abran camino.

Emociona. Conmueve y genera movimiento. Que sea fácil seguirte, pero sabiendo que se puede ir a tu lado. Que cada frase lleve un poco de tu forma de ver la vida, que todo lo que digas lleve un pedazo de tu alma y de tu esencia. Que al leerte sepan que el texto es tuyo, que lleve tu marca y quede impregnado de todo lo que defiendes y todo por lo que cada día abres los ojos. Que invite a abrir los ojos que están cerrados.

Casi mejor que te recuerden por tus fracasos bien encajados que por tus logros, si los has conseguido solo y a base de arañazos.

Que tu discurso abra puertas, acorte distancias… Reta, conmueve, zarandea… Que tu discurso escandalice o desconcierte si hace falta, que genere preguntas, no ambigüedades. Que remueva por dentro y zarandee vidas grises y estructuradas. Que destroce rutinas y borre malas caras… Sé tan incómodo como puedas si la comodidad está matando la magia y evitando que se hagan preguntas…

No digas lo que quieren oír, diles lo que creas que puede interesarles y dilo como a ti te gustaría oírlo…

No te impongas ni te enfades si no convences. No tienes la razón en todo… Cuida tus gestos. Aguanta la mirada, pero no desafíes, ni menosprecies. Reconoce méritos y agradece esfuerzos. No busques el aplauso, busca el consenso y la complicidad.

Habla en presente, sé imperativo, pero no autoritario.

Que sepan que no hay tiempo que perder, pero que tampoco hay prisa que les obligue a dejarlo todo por ti, ni por satisfacer tus exigencias. Que queda margen para sus opiniones, que te importan sus opiniones, que sus palabras pueden cambiarte y modificar el recorrido de tu camino, aunque tienes claro a dónde vas… Recuerda que hay muchas formas de llegar y que, a veces, para no llegar solo hay que dar algún rodeo…

Que escucharte les haga sentirse reconocidos. Que les haga respirar hondo y ser optimistas. Que tu discurso les acerque a las soluciones y no a los problemas. Que les estimule a buscar oportunidades… Que les deje claro que el camino está por pisar y repleto de grandes momentos.

Habla en primera persona del plural y mételos en tu círculo.

Involucra. Que sepan que te importan y que están involucrados en tu futuro. Que ellos deciden su futuro.

Que a tu lado surjan dudas, no importa si también se despiertan las ganas de despejarlas.

Que a tu lado se despierten temores no importa si reconoces tú también los tuyos y ayuda a disiparlos.

Que a tu lado muchos levanten las alfombras para sacar miserias escondidas o dejen salir a los monstruos de debajo de la cama… Que los armarios se vacíen de fantasmas y las esquinas de esperas eternas… Poco importa que revivan sus miedos, si con tus palabras y tu ejemplo ayudas a que se atrevan a mirarles a la cara.

Poco importa que cuando hables algunos construyan muros de ignorancia o prepotencia,  si lo que dices sirve de puente para los que desean cruzar y dejar vidas sus vidas a apagadas.

Dí lo que piensas, no ocultes lo que sientes… Demuestra tu vulnerabilidad.

Eres humano y falible. Eres vulnerable y eso no te hace menos fuerte. Que vean en cada unos de tus gestos la honestidad que predicas, que sepan que también lloras, que sepan que también te duele, pero que cuando te caes te levantas… Que sepan que caes a menudo y que no pasa nada.

Que cuando hables, no se te olvide decirles que eres uno más. Que un día estabas en su lugar y buscabas respuestas, que no las tienes todas, que  cada vez te surgen más preguntas y que cada vez son más complicadas.

No olvides que ellos son como tú.

Tú estás a su altura y ellos a la tuya. Recuerda que pueden vivir tu sueño y participar de él, pero que tienen los suyos propios. Pregúntales por ellos e interésate por cada detalle… Recuerda siempre que tienen sus vidas y cada uno su forma de enfrentarse a sus miedos… 

No olvides tampoco tus miedos e inquietudes cuando les hables y ten presente cómo los has superado.

Ten presente hacia dónde vas, pero sobre todo, recuerda quién eres y de dónde vienes. 

¿Quién es el líder?

Liderar es escuchar. Es motivar. Es decidir. Es observar de cerca y al mismo tiempo tomar la distancia necesaria para visualizar al equipo. Es formar parte del equipo, pero tener claro que se va delante. Es saber que ir delante no significa ser mejor sino tener más responsabilidad.

Liderar es valorar el esfuerzo y a cada persona del equipo desde su punto de partida. Es saber cuándo hay que ser invisible y cuándo es necesario destacar.

A veces, el líder no está, pero sigue presente… Porque el líder es siempre el que más trabaja.

Liderar es encontrar otra forma de hacer las cosas y lidiar con el día a día para que no te borre las ganas de cambiar y te engulla la creatividad. Liderar es abrir camino y dejar que otros también se abran paso.

El líder estimula. Enseña y aprende. Es exigente con todos, e incluso más consigo mismo, pero de una exigencia razonable. El líder siempre te pide más pero te recuerda que puedes, hace que te des cuenta de que puedes.

El líder huye de la mediocridad y busca la inteligencia. Se rodea de personas grandes, enormes, brillantes. No teme que acaben ocupando su puesto o rivalicen con él, al contrario. El líder busca talento, se rodea siempre de él, lo promueve, lo motiva, lo hace crecer… Porque sabe que siempre se aprende, porque siempre suma. El líder mantiene unido al equipo y se relaciona con él con firmeza pero con humildad. Allá donde haya un grupo de personas extraordinarias que trabajan juntas, es que detrás hay un líder.

Busca la armonía y huye del conflicto y la confrontación. Dialoga, negocia, cede. El líder no sólo valora aptitudes sino también actitudes. No busca excusas.

El líder a veces cambia de opinión si es necesario. Porque aunque tenga las ideas claras y la estrategia para conseguir sus metas bien diseñada, sabe que se equivoca, a veces, como todos y lo admite. No se deja llevar por el orgullo, aunque nunca pierde la dignidad. Tiene la mente abierta y busca retos constantemente. El líder no es fuerte, es resistente, es elástico y se adapta.

El líder inspira, suma, multiplica. Es compresivo y altamente generoso. Da mucho y pide mucho, pero hace que el esfuerzo que reclama no se vea como un sacrificio sino como un logro, como una meta conseguida.

El líder no manda, dirige, camina a tu lado, respeta. No da miedo, infunde respeto. No le molesta mezclarse con su equipo pero sabe cuál es su cometido. Es sencillo pero extraordinario. Busca la excelencia, busca talento, lo incentiva, hace que el talento procree aun a riesgo de perder a los miembros de su equipo si destacan… Prefiere tener a los mejores, formar a los mejores y que se vayan a rodearse de mediocres sin ganas.

A veces, el líder se pone en la última fila y se calla.

El líder no sólo valora resultados, tiene en cuenta la trayectoria, el esfuerzo, el camino, la actitud de las personas que le rodean.

El líder tiene valores y los defiende. Encuentra palabras para cada uno y son las adecuadas para motivarles, para recordarles que pueden y que lo conseguirán. El líder gestiona personas y emociones. Se guía por la razón y tiene en cuenta los sentimientos. Se anticipa a las necesidades. Arriesga, innova. Genera nuevas dinámicas y no se deja arrastrar por la rutina. Hace que todo sea más fácil pero huye de lo cómodo. Aprende cada día de todo y de todos. El líder se pasea cada día fuera de su zona de confort y hace equilibrios.

Porque liderar es también acompañar. Por eso, el líder no quiere llegar a la cima solo.

A veces el líder te deja llevar a cabo tareas con las que no está del todo de acuerdo porque confía en ti y valora tu criterio, porque quiere que le sorprendas y le demuestres que tenías razón.

Liderar es asumir. Es delegar. Es resposabilizarse y repartir resposanbilidad.

El líder acelera, si hace falta, pero es un corredor de fondo. Construye cada día.

El líder a veces también se cansa, pero sigue.

Reconoce errores, los exprime hasta que le sirven de trampolín para corregir y mejorar.

El líder no estorba ni hace de muro, hace de puente.

El líder escoge y mide sus palabras. Administra silencios. Espera, transmite calma y paciencia.

El líder también siente miedo y rabia pero los usa como energía para propulsarse.

El líder le da la vuelta a las situaciones adversas y las convierte en oportunidades.

No se es un buen o un mal líder… Los mediocres no son líderes.

Escoge bien tus palabras

Escoge bien tus palabras

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Somos las palabras que usamos para definirnos. Aún más, las que usaron otros para definirnos cuando éramos niños y necesitábamos que nuestros padres nos dijeran quiénes éramos y hacia dónde teníamos que dirigirnos.

Si bien es cierto que sólo con ser optimista nada se consigue, nuestros pensamientos tienen un papel primordial en nuestra vida. Construimos nuestro día a día de pequeños instantes en los que nuestras palabras tejen nuestras acciones, nuestras emociones, y forman un hilo conductor que nos permite llegar al siguiente paso con un equipaje positivo o negativo.

Somos las palabras que usan las personas que nos rodean. Somos un poco también las personas de las que decidimos rodearnos y aquellas que no podemos evitar que formen parte de nuestra vida y que jamás elegiríamos si de nosotros dependiera. Supongo que, ya que todas nos hacen aprender, algunas están ahí para que aprendamos a sobrellevarlas y tal vez ayudarlas a mejorar y otras, vienen a poner en nuestro ánimo las ganas de ser mejores nosotros…

Somos las palabras que decidimos escuchar y las que leemos. Las que retenemos en la memoría y dejamos que pasados los años nos continuen arañando y las que recordamos con cariño porque nos hicieron emocionar. Las palabras generan emociones. Algunas agradables y otras desgradables. Tampoco se pueden desechar las segundas, tenemos también que aprender a procesar las emociones negativas, extraer lo bueno que suponen para superarnos, y lanzar a la basura lo que hace que nos corroan por dentro. 

Si nuestras palabras nos hacen daño, debemos borrarlas o encontrar la manera de superar ese dolor y seguir. Si nuestras palabras nos motivan, tengámoslas a mano para recordarlas, para activar nuestra voluntad y mantener el esfuerzo cuando sea duro y estemos cansados. Que nos sirvan del mismo modo en que un poco de luz nos ayudaba a disipar los fantasmas de debajo de la cama cuando éramos niños… Expulsemos a los fantasmas con acciones y con palabras.

Pensar que todo irá bien no hace que vaya bien, pero si nos permite poner el foco en todo lo bueno que nos espera. Nos ayuda a controlar el ánimo y gestionar nuestras emociones, hace que nuestra mente se abra a más posibilidades y sea más creativa. Hace que sepamos ver lo bueno en los demás y que reconozcamos sus aptitudes. Hace que encontremos la forma de darle la vuelta a las situaciones adversar y encontremos belleza en todas partes. 

Pensar en positivo y no actuar no sirve. No hace mucho, decía que casi mejor lamentarse un poco para expiar las penas en voz alta mientras se trabaja. Sin embargo, nuestros pensamientos y las palabras que decidimos usar para hacer nuestro catálogo personal de medidas de urgencia para superarnos marcan nuestra vida. Si creo que soy capaz, me predispongo a serlo. No dejo margen para no serlo. Elijo mirar una parte de mis aptitudes que me permiten serlo. Me siento con fuerzas para ponerme en marcha e intentarlo. Y si me pongo manos a la obra, habré sincronizado todo mi cuerpo para que así sea. Y si fallo, repetiré. Hasta que haga falta. Hasta que tenga ganas. Hasta que tal vez me dé cuenta de que a pesar de que mi objetivo era conseguir llegar a la cima de la montaña, la vida me llevaba al recodo anterior para descubrir algo que nunca hubiera visto si no me hubiese puesto a andar.

Si creo que llegaré a la cima tengo más posibilidades de conseguirlo. Si me defino a mi mismo como una persona válida, tengo más posibilidades de llegar a serlo. Si nos amamos con nuestras palabras, nos daremos cuenta de que merecemos ser amados.

Nuestras palabras pueden liberarnos. Pueden quitarnos las etiquetas que llevamos prendidas y que un día nos pusieron otros y nosotros decidimos cargar a cuestas sin rechistar. Nos las creímos y empezamos a actuar para hacerlas posibles, para satisfacer a otros, para ocupar el espacio que había reservado para nosotros…Aunque a menudo, las etiquetas nos las hemos puesto nosotros mismos y nos hemos limitado con ellas. Las tenemos tan interiorizadas que no las vemos.

Debemos conocernos. Debemos apreciar lo que somos y encontrar lo que nos hace únicos, lo que nos define. Y no temer decirlo en voz alta y sentir cada palabra de elogio que nos dedicamos. Eso no implica estar ciegos a nuestros errores, los errores son regalos. No significa pensar que lo podemos todo. Significa que no nos rendiremos sin intentarlo al máximo. Significa que tal vez hay experiencias que pensábamos tener vetadas y en realidad no lo están. Significa replanteárselo todo y no temer explorar posibilidades que pensábamos que no merecíamos. Significa pensar que merecemos lo que queremos. 

Somos también las palabras con las que calificamos a otros. Si le ponemos a otro un apodo humillante, esa persona siempre cumplirá ese propósito ante nosotros aunque no lo sepa, porque nuestra mente sólo verá esa parte negativa en él. Y no podemos olvidar que a menudo somos las faltas que encontramos en otros, lo que más nos molesta de ellos, forma parte de nuestro ADN también. Si damos desprecio, acabaremos recibiéndolo.

Si no esperas nada bueno de mí, seguramente nunca podré darte nada bueno. Primero porque aunque te lo dé no lo verás ni apreciarás. Segundo porque al ver tu gesto, ya no querré nunca esforzarme en dártelo… ¿A cuántas personas perdemos así? ¿cuántas enseñanzas se nos escapan?

No todo el mundo sube a la cima de la montaña, pero todos podemos llegar a la cima de algo. Sencillamente hay que encontrar qué es ese algo que nos hace distintos, esa chispa que brilla en nosotros y que seguramente puede ser muy útil a los demás.

Hay muchas cimas. Algunas están a medio camino de algo y otras al final de un sendero pantanoso. Algunas están a nuestro lado siempre y no las hemos visto porque las desdeñamos pensando que eran poco importantes o que no éramos dignos de ellas. A veces, se hace camino para darse cuenta de que se debe regresar al punto de partida.

Y en todos los caminos, nos acompañan las palabras. Esas palabras engendran pensamientos que nos guían. Que nos calman cuando nos duele el cuerpo por el esfuerzo u otros pensamientos amargos aparecen con la fatiga. Las palabras que nos susurramos cuando estamos cansados y dudamos de seguir y que forman poco a poco una actitud ante la vida. Todos tenemos las nuestras y vale la pena escogerlas bien y tenerlas presentes.

Recuerdo que una vez dos personas me hablaban de un gran deportista que tiene en su haber muchos títulos internacionales. Uno de ellos me decía que, a pesar de su adecuado físico para el deporte que practicaba, en ese aspecto sus competidores no tenían nada que envidiarle. La otra persona dijo que lo que realmente le convertía en líder de la clasificación no era su físico sino su mente. Aquel deportista se dejaba la piel en los entrenamientos, eso le hacía muy bueno, pero además se mentalizaba cada día para dar lo máximo. Ponía su actitud al servicio de su talento y trabajaba sin parar cuerpo y mente. Se concentraba para no rendirse cuando la situación era adversa y, de hecho, había remontado partidos porque no se dejaba abrumar ni vencer por un marcador negativo. No solamente entrenaba su cuerpo sino también su mente. Sus pensamientos y las palabras de aliento que usaba cuando todos ya aplaudían al adversario por tocar la victoria y él sabía que, a pesar de todo, podía ganar.

Los grandes líderes hacen eso en realidad. Encuentran las palabras exactas para motivar a su equipo. Saben buscar las palabras adecuadas que cada uno necesita para activar en ellos ese interruptor que todos tenemos para ponernos en marcha. Hacen que los que dependen de ellos se sientan impotantes en el equipo, se sientan reconocidos en sus méritos, se sientan necesarios y sepan que cada uno aporta algo distinto e indispensable al trabajo común. Los grandes líderes ayudan a gestionar las emociones colectivas y generan un estado de ánimo propicio para el triunfo. Ayudan a crear un «todo» con distintas partes. A partir de ahí, todos los integrantes del equipo tienen el gran trabajo individual de mantener el esfuerzo y el entusiasmo. 

Somos un todo. Somos las palabras que usamos. Escojamos bien porque los pequeños detalles marcan nuestro camino.

Comprar humo

Leía hoy que un multimillonario chino vende aire fresco enlatado a 50 céntimos la unidad. Lo vende porque estamos faltos de aire limpio y quiere concienciarnos contra la polución. Así de simple, toma aire limpio (no he podido averiguar de dónde lo saca, dónde está su alijo de aire puro y libre y cómo lo captura) y lo mete en latas (100.000 unidades, nada menos) para ponerlo al alcance de todos.

Es un gesto simbólico, claro. Ahora se llevan los actos simbólicos. Estamos sin líderes, nos faltan proclamas claras y nítidas… estandartes. El primero que habla alto y claro (es de agradecer porque escasea) se lleva la conga entera y alza la bandera. Se convierte en adalid por nuestro hambre de héroes, nuestra búsqueda de modelos. Aunque el héroe haga locuras, aunque transpire incoherencias… a veces hace falta estar un poco loco para soltarse y alcanzar la meta. Aunque corremos el riesgo de emborracharnos con nuestras insensateces y acabar viviendo una realidad distorsionada donde todo se permite, cargada de buenas intenciones, eso sí. Y claro está, somos pasto de un discurso fácil y pueril, de acción-reacción, de encendido y apagado.

Y necesitamos mentes privilegiadas y transparentes. Necesitamos guías o eso creemos. Necesitamos pronunciar en voz alta los nombres de nuestros miedos, que son muy intensos, para seguir este camino. El mundo que hemos conocido se resquebraja, se está deteriorando por segundos y las normas que nos enseñaron (algunas perversas, admitámoslo) ya no sirven en el nuevo escenario. Es más, a menudo, hay que aplicarlas al revés. Hemos pasado de lo uniforme a lo singular. De ansiar consumir a pasarse el día contando para no llegar a números rojos. De la opulencia al esfuerzo, a vender talento… a buscar lo distinto, lo creativo… estamos mutando. Tanto, que cuando termine el proceso, que siempre es evolutivo, no nos reconoceremos.

Buscar guías es sensato, deseable… nuestra sociedad está ávida de líderes irreprochables, éticos. Personas que sepan convencernos con discursos que no estén vacíos… pero nuestra ansiedad por seguirlos no nos debe hacer perder el espíritu crítico. No podemos ser hamsters que al encenderse un interruptor dan vueltas y vueltas a la noria, sin parar, sin deternerse un momento para decidir si su vida es este continuo movimiento.

Comprar aire en lata. Aire puro. Y seguro que muchos lo compran (aprecio el gesto) pero no nos quedemos en la superficie… no nos pensemos que con la lata en casa tenemos nuestra cuota cubierta. Nos dejamos deslumbrar por campañas de marketing, por propagandas… cuando tendríamos que buscar la esencia. Arriesguemos. Decidamos lo que queremos y hagamos gestos cada día, pronunciemos nuestros nombres en voz alta y seamos los líderes de nuestras vidas … para que luego no nos vendan esperanzas vacías, latas vacías aunque sea a precio de saldo.

Necesitamos sabios honestos como el aire que respiramos, aunque sea en lata, aunque esté corrupto. Si no, vendrá un tipo con corbata y dientes blancos y nos venderá humo. Y compraremos sin pensar.

Ese ejercicio llamado política

Hacer política es difícil. Llevo todo el día reflexionándolo. Sobre “la más alta”, la que dirige un estado, y “la más baja”, la que se hace a pie por un pequeño pueblo mirando directamente a la cara de sus conciudadanos.

Me lo pregunto porque quiero entender a quien nos dirige y manda, quien lleva nuestro destino a un puerto u otro y decide cómo van a ser nuestras vidas.

Eso de mandar debe de ser complicado. Tomar una decisión pensando que beneficias a una mayoría sabiendo que en ocasiones vas a poner contra las cuerdas a una minoría… que sueña, sufre, necesita sobrevivir… y que al final, vota. Los votos siempre preocupan.

Intentar ejecutar un guión ratificado por unas urnas y luego salirse de él, equivocarse y rectificar o no… y oír las críticas perpetuas de todos. Pasar por el tamiz de la oposición y la opinión pública… como es de recibo, vivir con una llamada pendiente, salir de una criba y meterse en otra, acatar consignas … para ello hace falta ser un líder. Alguien capaz de modificar su paso sin perder el camino, alguien siempre con ganas de seguir y con estómago para tragar y encajar críticas… algunas severas y otras estúpidas… pero aseguradas a diario.

Alguien que da la cara y cuenta historias desagradables y que es capaz de mirar a la cámara y decir a su país que va a tomar decisiones bárbaras, injustas y que asume el riesgo y sus consecuencias, porqué muchos olvidan esto último, como si no existiera. Alguien que piense en tomar la decisión correcta y no la que le perpetúe en el poder.

Hacer política debe ser difícil. No lo dudo. La tentación es grande y la silla cómoda. A nadie le gusta admitir errores y tragarse palabras. A nadie se le hace llevadero responder preguntas incómodas.

Sin embargo, ese es el pacto. La prenda que hay que pagar por el honor de decidir, por pasar a la historia, por saber que con una palabra se puede mejorar la vida de millones de personas.

Debería de ser una renuncia constante de lo propio por lo ajeno, un espacio donde la satisfacción personal se base en la colectiva… donde se van a recibir golpes… a cambio de cierta notoriedad. Donde encajar las críticas y seguir y, un día, saber abandonar cuando ya se tiene la ilusión exprimida para dejar paso a otros… y llevarse a casa el vapuleo y contar hasta diez, cien o mil…

Hacer política debería ser un privilegio, un bien preciado que usar con cuentagotas como un elixir caro de vida eterna.

Y equivocarse forma parte de este ejercicio casi sagrado (si lo sagrado existe). Errar una y otra vez hasta dar con la propuesta acertada… pero sin perpetuarse en esa fórmula más que para evolucionar.

Hacer política, visto así, no parece una bicoca… sin embargo esa es la idea que tenemos todos en muchas ocasiones de ese deber que por desgracia está tan desprestigiado.

Busquemos el norte. Seamos cada día más exigentes con nosotros mismos como ciudadanos y con los que nos dirigen. Subamos el listón colectivo, no nos conformemos con los primeros de la lista…

Al final, resultará que la “alta política” se hace en pueblos y ciudades… donde los representantes públicos conviven en la calle con sus votantes y tienen que enfrentarse cara a cara… cada día. Y explicarse con la voz y las pupilas… y la más baja está arriba.