Tal vez sea hoy…

Es más fácil imponer que convencer. Ordenar que explicar. Ser masa es más fácil que liderar. Engañarse es más fácil que aceptar, que seguir, que aguardar el momento y estar preparado. Para esforzarse hace falta entrenar las ganas, el entusiasmo, poner en marcha el motor de la necesidad.

Seguir con la rutina, aunque duela es a veces más fácil que intentar cambiar, que arriesgar.

Cuando observamos a los demás es más fácil ver adversarios que ver compañeros o aliados. Echar a correr es más fácil que afrontar cada paso del camino. Apretar  o atar es a menudo más sencillo que soltar, que dar libertad. A veces incluso es más fácil ser presa de un destino imaginario que luchar por lo que quieres…

Envidiamos de golpe, sin pensar, como en una sacudida y, sin embargo, tenemos que concienciarnos durante un buen rato de que alegrarse por los logros de los demás también nos hace mejores. A veces, nos parece que ceder nos hace más débiles, cuando en realidad nos convierte en más sabios. Admitir no nos hace flojos, nos hace resistentes. Disentir no nos hace inferiores, nos hace singulares, distintos, únicos.

Para esconderse no hace falta más que un muro, una máscara o un billete de tren. Para mostrarse tal como eres hace falta valentía, aplomo, madurez.

Lo fácil es huir. Lo complicado es quedarse y asumir. A menudo, cuesta menos mentir que admitir una verdad cruda. Silenciar a otro se consigue rápido, sin embargo, escucharle es un trabajo constante. Es asumir el riesgo de cambiar de opinión, de darte cuenta de que estás equivocado, de tener que modificar el rumbo y volver a empezar.

Es mucho más llevadero desear que amar. Seducir es más fácil que intentar despertar interés. Manipular es a veces más simple que respetar. Decepcionar es más sencillo que ilusionar.

Dejarse llevar siempre es mucho más fácil que escoger. Decidir es un ejercicio de riesgo…

En ocasiones, parece más sencillo decir que sí y sobrellevar algo que nos molesta a decir que no y hacer el ridículo…

A veces, ganar nos arruina y perder nos hace grandes. Y mientras te preocupas porque alguien te ha decepcionado, no te das cuenta de que la persona a quién se lo cuentas ha estado ahí siempre y sin condiciones.

Juzgar es sencillo. Lo complicado es esperar y observar. Criticar es de principiantes… Construir, alentar, ayudar es de expertos.

Empezar requiere mucha conciencia y seguir mucha energía… Cómo terminar, ya no importa… Lo importante es que la suerte y la inspiración te pillen en ruta…

Es más fácil quedarse quieto, callar, disimular, suplicar, quejarse y dejar que el sol te queme mientras los demás se sumergen en el mar y aguantan las embestidas y el ir y venir de las olas… Al final, hay que acercarse a la orilla y dejar que el mar te toque los pies, saltar y mojarse.

Es más fácil eludir que dar la cara… Aunque llega un día en que tenemos que elegir y decidir qué clase de persona queremos ser y si el esfuerzo nos compensa. Tal vez, ese día sea hoy… Y el momento sea ahora.

He sido yo

Los seres humanos son extremadamente complejos. Queremos una cosa y todo lo contrario. Buscamos como locos llegar al precipicio para decidir no saltar. Queremos salir y entrar a la vez. Estar fuera y estar dentro. A veces, queremos incluso que nos agredan para poder permitirnos agredir, para darnos el lujo de descargar en alguien nuestra ira acumulada durante siglos y nuestras frustraciones personales. Buscamos a alguien con quien topar en el tren y soltarle cada uno de los golpes que llevamos guardados en nuestro pecho ansioso por decirle al mundo que ya no lo soporta más. Usamos a otros como títeres cuando nos sentimos títeres. Damos desprecio porque recibimos desprecio y no somos capaces de cortar esa cadena de asco que entre unos y otros va tejiendo nudos. Porque no somos capaces de rebelarnos y decir que ya basta y defender nuestra dignidad.

Vamos engendrando la excusa para no tener que hacer algo que nos da pereza, nos molesta o nos asusta… O para poder hacerlo y sentirnos menos culpables, para tener el atenuante que explique porque caímos en la tentación.

En ocasiones, hacemos aquello que hemos criticado hace cinco minutos con saña. Somos lo que decimos que son los demás y les aventajamos en amargura. Nuestras palabras delatan nuestras emociones y sentimientos. Carecemos de lo que alardeamos. Deseamos lo que despreciamos. Buscamos lo que hemos perdido por no haberlo valorado lo suficiente. Salvando distancias, es como si nos identificáramos con nuestra propia basura… Lo que tiramos, lo que decimos no querer, lo que nos cuesta decir en voz alta que anhelamos y que nos hace sentir únicos, lo que aborrecemos en los demás es lo que nos da miedo encontrar en nosotros mismos y sabemos que es posible hallar si hurgamos… Lo que dejamos en nuestros despojos y queremos ocultar.

Somos adictos a catalogar situaciones y personas, cuando en realidad, estamos poniéndonos etiquetas a nosotros mismos. A menudo, nos asustan nuestros propios valores y el compromiso que supone ser fiel a ellos. Ser valientes y dar la cara, arriesgar por lo que creemos y por las personas que nos importan. Jugamos a ser superficiales y dibujamos un mundo donde ser eternamente niños. Esa inmadurez puede causar dolor a los que nos rodean que necesitan a su lado personas que estén dispuestas a asumir responsabilidades. Personas que reconocen sus errores y aguantan la mirada.

A veces, no sabemos lo que queremos o no nos atrevemos a quererlo. Porque pensamos no merecerlo, porque pensamos que es demasiado bueno para nosotros. Porque nos parece inalcanzable o tal vez porque tememos no estar a la altura. Porque nos da miedo ponernos a prueba. Por temor al compromiso, por no arriesgar, por no caer, por no dejar la comodidad de nuestra torre de marfil. Porque nos parece pequeño, porque nos recuerda que podemos ser pequeños. Porque preferimos dejarlo para más adelante o para nunca. Porque es mejor lamentarse que enfrentarse a ello. Aquí cada uno puede poner una de sus excusas y porqués, todos tenemos los nuestros, algunos son personalizados y otros universales.

Somos tan complicados que podemos llegar a querer al alguien y alejarnos de esa persona. Estamos diseñados para amar y destrozar al mismo tiempo. Para querer y usar a quiénes queremos para nuestros fines. A veces amamos, pero no queremos amar o no somos lo suficientemente maduros para hacerlo hasta sus últimas consecuencias …Y nos situamos en un limbo plácido que nos permite seguir en esa situación sin osar ni atrevernos a movernos demasiado, siendo el actor y el espectador al mismo tiempo. Sin importar el daño que hagamos, sin pensar que la otra persona tal vez no sea capaz de no escoger y no pueda soportar vivir en ese limbo, esa tierra de nadie que para nosotros es un espacio amable y para ella es un infierno.

Y para entender a los demás a veces no hay fórmulas. Hay situaciones de manual pero las personas son complejas. Un instante son básicas y después se refinan, se esconden, se aturden, se asustan… Dejan que el mundo pague sus culpas y mediocridades por no atreverse a decir que son ellos quienes se han equivocado. A veces salen corriendo de pánico, otras atacan y a veces se quedan quietas y ven pasar la vida… Como esos relojes de arena por los que se desliza cada grano de forma lenta pero acompasada.

Sin embargo, no hay que perder la esperanza. Somos también capaces de los mejor, de sorprendernos a nosotros mismos. De dejar a un lado el miedo y derribar el muro. De haber estado siglos sin atrevernos a bajar un escalón y de repente saltar al vacío. Al lado de alguien que nunca tiende la mano, camina otro que no sabe vivir sin amar y compartir. Siempre hay quien ha caminado el doble, ha sufrido el doble, ha llorado el doble y ha perdonado el doble… Siempre hay alguien que vuelve cuando nosotros tenemos miedo de ir. Siempre hay alguien que dejará la luz encendida en el camino para que veamos donde pisamos. Siempre tenemos un ejemplo a seguir y tal vez, un día, nosotros podamos ser un buen ejemplo.

Hagamos el esfuerzo… Lo mejor será no esperar a que otros den el paso y nos muestren ese camino. Mejor ser nosotros quién tiende la mano y quién enciende la luz para otros…  Quién desiste de su ira y abraza primero, quién pide perdón primero, quién arriesga primero… Seamos nosotros quién deja las excusas y vive como cree que debe vivir… Quién sale del escondite y rompe la cadena de la rabia acumulada… Quién deja de criticar, quién se pone delante de todas las miradas y afronta sus errores… Quién decide salir del limbo y amar sin temor.

Quién se levanta y dice el voz alta “he sido yo”.

El día que ya no tengamos miedo

El día que ya no tengamos miedo

OLA MAR

El día que ya no tengamos miedo caminaremos por la cuerda floja y compartiremos todas las ideas brillantes que nunca nos permitimos compartir. Bailaremos sin temor al ridículo y treparemos por el muro para ver qué hay al otro lado.

Será ese día en que nos atreveremos a decir que no y nos subiremos a la silla para que todos lo oigan y sepan que no estamos en venta. Contaremos todas nuestras anécdotas absurdas que siempre hemos creído que hacían gracia a cualquiera que pase a nuestro lado más de cinco minutos. Le pediremos una cita a quién amamos en silencio y le aguantaremos la mirada esperando respuesta.

El día que ya no tengamos miedo nos podremos ese vestido guardado que muestra una parte generosa de nuestra anatomía imperfecta y el tacón más alto. Entraremos en la reunión cuando ya haya empezado y todos verán nuestra silueta pasar ante sus caras. Levantaremos la mano para preguntar todo lo que no entendemos a riesgo de que algunos nos tomen por memos. Entraremos en esa habitación cerrada con llave donde habitan nuestros fantasmas para abrir las ventanas y dejar que pase el aire y borre nuestras amarguras más rancias. Jugaremos esa partida y subiremos a la roca con la vista más hermosa y vertiginosa que encontremos.

El día que ya no tengamos miedo les diremos a todos que tenemos un secreto guardado y airearemos nuestras faltas. Les contaremos nuestras miserias y relataremos nuestros errores más rotundos. Hablaremos hasta reventar aún a riesgo de parecer pesados. Es más, lo seremos y mucho, porque ya no soportaremos estar callados para no molestar.

Nos comeremos la última aceituna y probaremos la nata del pastel con el dedo índice ante el asombro de todos. Ese día igual seremos un poco maleducados como efecto rebote después de tanto esperar y callar. Nos convendrá recordar que los demás no tienen la culpa de nuestro letargo y que fuimos nosotros quién escogió vivir acongojados por considerarnos un estorbo que en realidad nunca fuimos.

El día que ya no tengamos miedo saltaremos al vacío sin red y correremos aún sabiendo que llegaremos en último lugar en la carrera. Dejaremos que la lluvia nos cubra y el sueño nos alcance de madrugada, cuando no nos quede suelo por pisar ni regla por romper. Cuando hayamos roto todos los tabús y ya no llevemos el corsé de la angustia. Por si el día siguiente al día que ya no tengamos miedo resulta que al levantarnos estamos arrepentidos. Por si el temor vuelve y se hace hueco en la conciencia y siembra dudas en nuestra mente inmaculada por lo que a la felicidad o la valentía respecta…

Vivimos pensando que hay cosas que un día tendremos el valor de hacer. Situaciones que con el paso del tiempo sabremos afrontar. Como si en algún momento de un futuro cercano, fuéramos a hacer un “clic” en nuestra cabeza y encontrar las claves de lo que es bueno o malo. Como si ese día nos fuera a poseer un espíritu libre y capaz de afrontar la vida… Como si ese mismo día, nos fuéramos a levantar con el valor necesario para marcar una circunferencia a nuestro alrededor y decidir qué la atraviesa y qué no. Es el día en que siempre pensamos que seremos felices. No porque todo vaya a ser perfecto sino porque seremos lo suficientemente sabios como para plantarle cara a la vida. Porque nos amaremos lo suficiente como para decir no y dejar de permitir ciertas conductas sobre nosotros que nos duelen y socavan. El día que ya no tengamos miedo y dejemos a todos con la boca abierta con nuestra pericia e ironía… Y cuando nos miren aquellos que nos critican, bailaremos ante su cara con indiferencia.

Seamos sinceros, ese día es un refugio. Una excusa para no moverse ahora. Un mantra irreal que repetimos y nos permite pasar los días postergando el momento de decirnos a nosotros mismos que somos sólo lo que nos atrevemos a ser. Que estamos instalados en una mediocridad plácida y que no tenemos intención de mover un músculo para rozar la gloria. Si la quisiéramos, estaríamos batallando por ella. Ya habríamos dado la vuelta a pequeñas situaciones y habríamos dicho que no muchas veces, subidos a la silla, ante el asombro de los demás. Y tal vez, habríamos trazado un círculo enorme que nos protegiera de volver a caer en el tedio y el asco.

Al paso que vamos, el día que no tengamos miedo, nos fallarán las fuerzas y no podremos trepar al muro. No recordaremos el secreto oculto que nadie conoce sobre nosotros y ya no tendremos un amor imposible al que pedirle que pase la noche en vela en un beso eterno. El día que ya no tengamos miedo no existe, nos lo inventamos para seguir temiendo y ocultarnos de nosotros mismos y nuestra desidia.

Mejor pensar en el día en que, a pesar de tener un miedo atroz, decidiremos que no vamos a escondernos más. Que merecemos vivir a pleno rendimiento. El día que digamos «ya basta». 

Sin pedir permiso

Vuelta a empezar. Otro año. Otra oportunidad de sacudirse las penas de encima y construir algo nuevo. Algo nuestro, algo hermoso. Poner el contador de angustias a cero y dejar atrás el lastre de todo lo que no salió bien. Que todo lo que no acertamos quede asumido y guardado en la memoria para saber cómo no se hacen las cosas. Pensar que nuestros fracasos han sido necesarios y valiosos. Concentrarnos en el camino que se abre ante nosotros, con sus incógnitas, sus recovecos, sus sorpresas. Pensar que nos espera algo maravilloso. Algo que puede estar escondido tras un episodio de aparente rutina o en la medianoche del que crees es el peor día de tu vida. Los momentos son a menudo como las hojas, tienen reverso… Cuando la cosa se pone fea, tienes que intentar darle la vuelta al lado rugoso y buscar el lado brillante, el lado suave y sin espinas.

Haremos buenos propósitos. Caemos en ello todos. A veces, más por la necesidad de soñar que de conseguir. Por tener metas que nos ayuden a poner el pie en la calle y aguantar sonrisas falsas y zapatos prietos. Para tener un refugio, un plan b ante la nube gris que se cierne sobre nuestras cabezas… Por pensar que un día tendremos el valor de salir de nosotros mismos y existir sin pedir permiso ni perdón. Sin excusarnos por nuestras rarezas.

Seguramente, pasaremos unos días con la mirada brillante, cambiada, intensa. Habremos hecho balance y apuntado en nuestra cabeza algunos retos para este año. Cuánto correr, qué comer, qué dejar, qué asumir, qué empezar, qué terminar, qué pensar, qué o a quién olvidar… Nos pondremos un montón de normas que creemos que nos van a mejorar la vida y empezaremos a andar, con ganas, con ilusión, con la emoción del niño que abre la libreta nueva y la encuentra inmaculada. Ya lo sabemos, en pocos días, estará llena de enmiendas y frases tachadas. El brillo se que nos esculpía la mirada se esfumará por las esquinas…

Descubriremos que tal vez tanto correr… Sin apenas pensar, con tanto que asumir, tanto que borrar… Ese amasijo de propuestas del “ nuevo yo” podría asfixiarnos. Y la nube gris no marcha. Continua sobre nuestras sienes marcando territorio. A veces nosotros mismos nos metemos en sendas insufribles porque no soportamos como somos ni el rumbo que toma nuestra vida.

Queremos ser otros porque no nos aceptamos. Queremos mirarnos al espejo y no ser quienes éramos para poder tener una vida distinta a la que teníamos. Y en lugar de cambiar nuestra forma de ver la vida, nuestra actitud, pretendemos cambiar el sólo paisaje… Cambiar el entorno ayuda, pero la vuelta y media que necesita nuestra existencia se da sólo desde el interior. Porque en realidad el cambio no está en lo que miras sino en cómo lo ves, cómo lo observas, cómo lo almacenas en tu conciencia y lo sientes. Sin embargo, queremos seguir siendo los mismos sin mutar en nada y maquillamos nuestra vida para que parezca otra. Ser otros, con otras caras que no nos recuerden a nosotros pero caer en las mismas rutinas. Queremos otra vida sin dejar la comodidad de ésta, sin arriesgar nada, sin ceder. Queremos ser felices sin levantarnos del sofá para abrir la puerta. Pretendemos tener un pie en cada uno de los mundos por si la nueva aventura no sale bien. Y la aventura nunca sale bien con un pie en el pasado y sin soltar amarras. Queremos dibujar una nueva historia con los pensamientos de la pasada y el dibujo nos sale limitado, torpe, gastado. Seguimos con nuestras emociones antiguas y queremos vivir experiencias nuevas que no nos llenan, porque no salen de nosotros mismos. Porque no las hacemos con nuestra esencia y necesidad, sino con la conciencia de otros. Tomanos emociones prestadas de otras personas porque nos gusta la cara que ponen cuando ellos las viven. Y no nos preguntamos qué nos apetece hacer a nosotros. Vivimos en una galería, en un escaparate donde vendemos una imagen de nosotros que es ficticia y que al final nos resulta asqueante.

Nos forzamos a hacer cosas que no nos hacen sentir bien, en lugar de hurgar en nuestras cabezas, corazones y entrañas para saber qué desean y qué buscan… Y escuchar. Y que digan lo que quieren, aunque sea loco, aunque suponga dar un giro a tu propio globo terráqueo, un vuelco a tu vida planificada… Ese es el cambio. Eres tú. Cambiar de verdad es en realidad ser más tú que nunca. Escucharte. Encontrarte y ser tú con todas sus consecuencias.

Si quieres que te sucedan cosas que no te suceden habitualmente, tienes que hacer cosas que no haces habitualmente. Cosas que de verdad te recuerdan que estás vivo. Nunca nada que te ate o te ponga un corsé que estrangule tus deseos y tus ganas. No para ser lo que quedaría bien que fueras, sino para ser lo que nunca te has atrevido ser, pero te mueres de ganas de intentar.

Y tal vez, en lugar de correr prefieras caminar o bailar o dejarlo todo y acabar en el otro lado de mundo. Puede que en lugar de restringir, lo que te toque sea abrir. En lugar de dejar de pensar, ocupar la mente en algo nuevo. Quizás debas permitir que tus ojos den una vuelta más y se detengan donde nunca lo hacen y encuentren más belleza de la que puedas imaginar.

Y una vez sepas lo que te llena, lo que te define, estará bien esforzarse porque tendrás tu recompensa. No será una recompensa que llegue al final del camino, sino la de cada uno de los pasos que lo conforman porque harás lo que te gusta, porque gozarás cada momento.

Ahora que cambia el calendario, es el tiempo para ser tú mismo, no una mala copia de alguien que un día pensaste que estaría bien imitar. Sondea tus sueños, acalla tus miedos y alivia tus ansias siendo quién sueñas. No tomes prestado el manual de funcionamiento de otros para ser tú. No te confundas con el atrezzo porque tú eres el protagonista. Con nube o sin nube. Sea gris o blanca.

Y cuando te contemples en el espejo, no pretendas ver otros ojos que no sean los tuyos, busca sencillamente otra mirada… Una mirada intensa que te cale y te sorprenda. Una mirada auténtica, sin complejos ni vergüenzas absurdos. Sin aderezos ajenos ni límites. La mirada de alguien que ha encontrado lo que busca y se siente bien en su piel. La mirada de alguien que se hartó de ser sólo la sombra de lo que podía llegar a ser y de tocar sólo el reverso rugoso de las hojas. Sin pedir permiso a nadie.

¿Recuerdas?

Vuelves a ser una niña.

Silvestre, ilusionada, rebelde… Sin más dueño que la risa ni más patria que ese rincón donde te escondes a soñar.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo, una pizca de sal… El aroma contenido en el armario de todas las pastillas de jabón de rosa que impregna la ropa. Olor a tarde húmeda de otoño y a sueño. El calor que cabe en la almohada de una siesta y el sabor robado de un caramelo de café. El mar encerrado en una concha. Las puntillas rotas y deshilachadas de la falda de tanto correr por el campo y pisar la hierba… De recoger flores y caracoles que escapan tras la lluvia, encontrar cantos de río de formas extrañas y soplar dientes de león esperando que tus deseos se hagan realidad.

Los pequeños tesoros en tu casa, escondidos y preciados. La magia de las pequeñas cosas. Lo inesperado, lo brillante… Lo que siempre estaba allí y tenía que perdurar. Lo que nunca hubieras sospechado que iba a desaparecer…

¿Recuerdas? Todo era eterno y parecía inmortal. Todo estaba detenido el tiempo y era asequible y cálido.

Y ahora… Todo se mezcla, todo vuelve… Comprimido en un instante, esperando en una esquina a que decidas ser capaz de mirar al pasado, de encarar el futuro sabiendo quién eres y por qué apuestas, qué arriesgas, qué cedes, qué dejas atrás. La escuela de tus tropiezos queda descubierta, cada arañazo en las rodillas es un peldaño nuevo hacia algo más grade y rotundo. Cada paso es una espina menos clavada en alguna de tus recónditas entrañas… Una pluma más en tus alas nuevas e inexpertas que ansían volar y no saben cómo. Tu piel nueva es a veces más amarga, más áspera… Aunque cuando imagina roce es suave y perfecta, se vuelve tersa y perfumada… Porque busca caricia, quiere acurrucarse y erizarse, añora emoción y sentimiento. Porque ya no se asusta cuando siente.

Ahora es uno de esos momentos en que te detienes y cuentas las migas de pan que has dejado tras de ti, miras si los pájaros ávidos y ajenos a tu rumbo se las han llevado, si fue el viento… Si dejaste poco de ti en casa palmo del camino o arrasaste con todo. Si quedaste a deber abrazos y agradecimientos que ahora ya no puedes dar porque sus destinatarios marcharon para no volver.

¿Has sido el caracol que ha cargado siempre con su casa y su carga? ¿has sido el león que devora? ¿La sirena orgullosa y descastada? ¿Has sido erizo que se asusta? ¿dónde has acumulado tus faltas? ¿dónde han recaído tus iras? ¿dónde han muerto tus sueños? ¿dónde han nacido tus miedos? 

Cada vez que has pisado ¿qué perseguías? Cada vez que has llorado ¿qué deseabas? ¿qué maldecías? Cada vez que caías, ¿por qué te levantabas? Cada vez que huías… ¿qué querías no volver a encontrar?

Ahora que sabes que siempre acabas tropezando de nuevo con cualquier cosa de la que huyas…

Que si no cumples tus sueños, se convierten en pesadillas…

Que cuando no escuchas a tu alma, tu cuerpo enferma y grita para que te detengas…

Que a veces, lo roto por el uso es más hermoso que aquello que nunca llegas a tocar…

Todos los caminos que has tomado te llevan a sentirte insatisfecha porque no has llegado al final… Porque todo lo que callas es lo que necesitas gritar. Todos las miradas que esquivas llevan tu mirada reflejada y una verdad latente que te persigue…

Todos los besos que repeles son los que más necesitas recibir…

Todas las palabras que no deseas escuchar son las que te darán la llave que abre la puerta hacia ti misma, esa que no abres porque te da miedo enfrentar.

Todas las disculpas que no has pedido laten dentro de ti como un tambor que no calma ni cesa…

Lo que te destruye, te recompone. Lo que te seduce, te ata. Lo que buscas es de lo que más huyes.

No te engañes, sin noche no hay día… Sin verdad, aunque sea cruda, no hay evolución.

Aquellos sueños que dejas atrás conducen a ti. Todos tus miedos han compuesto a pedazos tu esencia, tu fotografía actual… Tus facciones rotas y tus ojos escarchados por el tiempo y la falta de ironía… Tu dolor ha sido tu escuela. Tu tristeza alimentó tu felicidad. 

Lo que te hace llorar… Al final, te conducirá a la risa.

Lo que te asusta, te hará brillar. Sólo tienes que acercarte, con el alma desnuda y empezar… Decidir que se ha acabado toda prórroga para evitar la madurez, cualquier moratoria para no tomar las riendas y postergar la felicidad. Te toca, ahora. Asume, decide.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo y una pizca de sal. Un diente de león con un deseo por pedir y un caracol que escapa de la lluvia buscando un manto verde donde descansar.