Crucemos la línea roja

No nos damos cuenta, pero todo está cambiando. El mundo en que vivimos da un giro y debemos saber aprovecharlo para mejorar nuestras vidas. Ha llegado ese momento en el que debemos apostar por lo que queremos y dejar que nos muevan nuestros sueños. La personas reclaman tomar las riendas de sus vidas, aunque no se han dado cuenta aún… La insatisfacción por vivir en un mundo donde eres lo que tienes les está desbordando y en su interior hay una lucha por levantar la cabeza y decir que no; que no son lo que tienen, que son lo que buscan, lo que anhelan, lo que sueñan.
Parece que todo se tambalea porque por primera vez en mucho tiempo estamos empezando a cuestionarnos algunas cosas que parecían sagradas. Estamos perdidos, porque aún no hemos visto todo el potencial que tenemos… En realidad es porque empezamos algo grande y distinto. Somos como el niño que inicia sus primeros pasos, cae y se golpea, tiene miedo, pero algo en su interior le impulsa a continuar porque sabe que andará, que puede, que debe hacerlo para conseguir ser autónomo.
Nosotros somos como él. Estamos en una sociedad que se plantea ser mayor, asumir retos como adultos y cambiar las normas para que todos tengan oportunidades.
A veces, parece que aún tenemos ese miedo inculcado durante siglos por algunos poderes fácticos que intenta aplastarnos las ideas y evitar revoluciones. Hemos incorporado en nuestro ADN el temor del siervo que llevo el tributo al señor feudal y suplica que le deje alguna gallina para tener con qué alimentar a los suyos. Ahora llega el momento en el que las personas van a ser dueñas de su destino. Todo ha explotado y va de dar el giro. Vamos a decidir qué queremos ser cuando seamos mayores.. Tenemos la capacidad de escoger qué queremos y elegir camino… Y si no hay ninguno que nos plazca, fabricarlo.
Llega el momento de cuestionarlo todo. Empezando por aquello que más nos asusta y más prohibido hemos tenido siempre. Cada premisa, cada refrán que nos aleja de lo que deseamos y soñamos, cada espacio vedado a nuestro paso, cada rincón oscuro donde siempre se nos ha dicho que el acceso está restringido. Estamos a punto de salir de nuestra macrozona de confort de forma colectiva, pero no lo sabemos. Casi no nos atrevemos a pensarlo porque no nos han educado para creerlo, para imaginarlo. Lo haremos de forma individual. Algunos porque ya no soportan más la jaula que ellos mismos han construido a su alrededor. Otros porque han encontrado la llave de la habitación prohibida. Muchos porque con la crisis han salido de su letargo y se han dado cuenta de que no escriben su futuro o se lo escribirán otros y, conociendo como lo hacen, ya saben que no será una versión que les sea útil ni favorable.
Llega el momento de cambiar el mundo. Con palabras. Con gestos. Con complicidad. Con talento. Con osadía y cierta imprudencia. Sin golpes, ni malas miradas, sin reproches…
Sólo nos hace falta el valor de creernos que valemos la pena. Pensar que aquello que hemos creído imposible hasta ahora, porque nos han insistido en que así era, tal vez esté equivocado. Tendremos que preguntar mucho, hasta la impertinencia. Nos hará falta el valor de decirnos a la cara verdades rotundas, como puños, algunas de ellas nos harán remover las vísceras y nos salpicarán la conciencia como nunca… Deberemos mirar dentro de nosotros con honestidad y dándonos cuenta de todos nuestros prejuicios, sobre nosotros y sobre los demás. Poniendo en tela de juicio por qué a veces no somos como soñamos, releyendo el pasado y teniendo la osadía de mirar al futuro con otros ojos… Con los ojos de ese niño que se da golpes al empezar a caminar pero que aún no sabe que hay cosas que tiene prohibidas. Y tener el valor de plantear alternativas y escribir un guión nuevo para cada escena que no nos haga sentir plenos. Y sobre todo, imaginar, crear, sin parar. Que donde no llegue el esfuerzo, llegue la temeridad de pensar que nada está fuera de nuestro alcance. Porque sólo con imaginarlo y sentirlo, seremos más capaces.
Ha llegado el momento de sacarnos la nube que llevamos en la cabeza y que no nos deja pensar más allá de nuestros miedos. Algunos de ellos son propios y otros importados de una sociedad que ha hecho todo lo posible para que no exploremos nuestro potencial y nos creamos prescindibles para que no se nos ocurra encontrar alternativas. Para que no salgamos el decorado y encontremos el mundo real. Para que no a hurguemos hasta topar con otras realidades que nos lleguen al alma… Para que no descubramos que cuando no estamos atados y sumisos, somos inmensos. Para que no descubramos que cuando queremos no tenemos límites.
Para no tener nunca más la sensación de que no lo merecemos… Para poder tocar la excelencia en todos los aspectos de nuestra vida y saber que lo que buscamos ya nos pertenece.
Tenemos que atrevernos a cruzar la puerta. Traspasar la línea roja, a ver qué pasa. Dejar de pedir permiso por no ser como otros desean. Dejar de lamentarnos por no tener el valor de ejercer de nosotros mismos. Salir del armario de nuestras propias negaciones. Caminar por la cuerda floja. Mojarnos al pasar por el lodo. Caernos y ensuciarnos.  Mirarnos en ese espejo interior donde todo son verdades cruentas y maravillosas… Y descubrirnos para querernos tal como somos, con nuestros talentos y nuestras deliciosas debilidades… Sin edulcorantes ni siliconas, sin tener que ajustarnos a unas medidas concretas ni aceptar sueños prestados, para creer en nosotros, para no estar nunca más pegados a una versión mediocre de nosotros mismos…

Hormigas y Cigarras

Vivimos en una sociedad que potencia la mediocridad, se alimenta de ella. Está basada en el principio de la anestesia… en mantenernos dormidos y agotados para que no se nos ocurra salir de esa modorra inmensa, una especie de matriz gigante que engendra seres abúlicos y tristes y los suelta al mundo privándolos de esperanza. Una vez en él, los mantiene ocupados y exhaustos para que no piensen, para que no se detengan a decidir si les gusta, les apetece o les satisface. Parece que todo lo que nos rodea ayuda a caer en el desánimo, la pesadumbre… el mínimo esfuerzo… en el chiringuito montado para que la cigarra patee a la hormiga y la contemple luego muerta de risa… y ante el panorama, la hormiga, a menudo se vuelve vaga y remolona. Se transforma en un ser mediocre. De vez en cuando, algunas voces sabias, nos hablan de hormigas que tras mucho luchar, han salido de esa apatía, han logrado vencer el desánimo y subir el peldaño… se han colado en el mundo perverso de las cigarras… y lo han mutado y mejorado… Entonces, un atisbo de entusiasmo, nos recorre el cuerpo de hormiga cansada… “el sueño es posible” “ yo puedo”… y dura poco, hasta que otra hormiga un poco más grande que nosotras, venida “a más” nos hace bajar hasta en principio de la escalera… nos hace sentir culpables de haberlo intentado… culpabilidad… qué palabra tan horrible… deberían borrarla… lo aniquila todo…

Incluso hay hormigas mezquinas que cuando ven que otras hormigas como ellas, con esfuerzo, ilusión y un aplomo increíbles han empezado a brillar… usan todas sus energías para denostarlas. Las hacen sentir diminutas, inútiles… les dicen que nunca deberían soñar con dejar de ser mediocres… no se dan cuenta de que el triunfo de esas hormigas motivadas es el suyo y de que desperdician energía impidiendo brillar a otras, cuando podrían usarla intentando brillar ellas. Les aterra pensar que otras pueden y lo consiguen. Tanto esfuerzo malogrado…

A veces, somos hormigas caníbales. Engullimos al vigía que nos lleva al final del camino, pisoteamos todo lo que encontramos en él. No lo disfrutamos lo suficiente porque estamos encogidas,dormidas, asustadas ante nuestras propias capacidades y nuestras ansias de volar… nuestros miedos nos limitan. Nuestras limitaciones nos convierten en mediocres. Y la mediocridad lo acaba devorando todo… nos encuentra ella sola las excusas para no despertar, nos allana el camino del inmovilismo, nos ata a ras de suelo y nos corta las alas.

A menudo somos mediocres porque nos hemos dejado… Aunque hay esperanza, cualquier mediocre motivado llega más lejos que un genio al que ya no le quedan ganas… y hay muchas hormigas aún haciendo cola para subir la escalera…