Eres lo mejor que te ha pasado

Eres lo mejor que te ha pasado

Foto : Gimena Escariz

Foto : Gimena Escariz

Vayamos de viaje a nosotros mismos.

¿Te atreves?

Aunque sabemos que vamos a salpicarnos y ensuciarnos, no nos pondremos el impermeable como hacemos siempre, porque necesitamos sentir… Si pasamos por este camino de puntillas o nos ponemos los guantes, no servirá de nada.

No lo pienses más. Hazlo. Pensamos tanto… Está bien pensar, es necesario. Lo que pasa es que acabamos haciendo una bola de pensamientos que nos recorre la cabeza  y nos deja anestesiados. Y llevamos dormidos algunos siglos…

Pensamos siempre lo mismo, nos falta  ese punto de osadía que nos permitiría imaginar qué podría pasar si dejamos que nuestros pensamientos salgan del cauce habitual. Nunca rompemos las normas que nosotros mismos nos hemos impuesto. Y nuestros pensamientos no sirven porque están corruptos, estancados, asfixiados… Porque son cíclicos, porque van de la cama al sofá y como mucho pasan por la nevera de los pensamientos fríos, congelados…

¿No te sorprendes siempre pensando lo mismo? ¿No te vienen a la cabeza siempre las mismas ideas y palabras y notas las mismas punzadas en el pecho cuando las revives?

¿No te has dado cuenta de que paseas siempre por los mismos peldaños de escalera y nunca llegas al rellano?

Vamos del “necesito hacer algo con mi vida” al “mejor quedarse callado y no decir nada no sea que pierda lo que tengo” Y ¿qué tienes? ¿eres lo que crees que puedes llegar a ser? ¿te sientes bien contigo mismo o eres un sucedáneo de ti?

Cuando estamos en crisis, buscamos respuestas en el cajón de pensamientos tristes, de culpa, de asco, de rencor, de resentimiento, de rabia y frustración… Y nos pringamos con ellos hasta arriba, hasta que nos sentimos tan poco responsables de nuestra vida que decidimos sentarnos en el sofá y mirar otras vidas… Y criticarlas, envidiarlas, maldecirlas…

¿Cómo te hablas a ti mismo? ¿qué te dices? ¿usas siempre las mismas palabras para definirte y definir tu vida?

Y a veces, nos asalta una nueva idea. Algo distinto, insólito… Lo imaginamos, lo tenemos en cuenta, pero enseguida nos refugiamos en ese rincón donde todo es fácil y predecible, cómodo, asqueantemente tranquilo… Es como el rincón de pensar en pequeño.  De matar al mensajero y encogerse. El del lamento, de la queja, el llanto estéril porque no vacía sino que llena de dolor… El rincón de maquinar venganzas, tragarse la rabia y programarse para la envidia… El rincón de los que se conforman con mirar.

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Y pensamos mucho. Pensamos más, pero siempre lo mismo. Desde el mismo ángulo. Con la misma mirada. Nos contamos siempre las mismas historias y nos sorprendemos siempre en las mismas frases… Nos contamos los mismos chistes con los mismos clichés y nos reímos de las mismas personas para poder soportar que ellas hacen lo que nosotros no nos atrevemos a hacer… Nos creemos que así pierden valor sus actos y somos menos desdichados… Y volvemos a pensar… Otra vez, como el hamster que da vueltas en la rueda buscando algo sobre sus pasos estériles… Lo hacemos usando las mismas palabras para contar nuestro relato interno, llegando a la misma conclusión (llegar a otra es prácticamente imposible). Y nos cerramos. Cerramos nuestra puertas interiores presas del pánico porque esa idea extraña casi hace tambalear nuestras vidas…  El susto nos deja petrificados. Aunque es el mismo susto de siempre, con los mismos gestos y las mismas sensaciones. Como si hubiéramos hecho un pacto con nuestros miedos para que nos asaltaran siempre en el mismo sitio a cambio de no movernos, de no ir nunca más allá…

Y a pesar de todo, una avalancha de pánico y sudor frío nos encoje el pecho y nos besa la nuca… El miedo siempre te besa la nuca cuando estás a punto de decidir algo nuevo… Y tú puedes interpretar ese beso macabro como un freno o como una señal de que estás en el camino correcto para salir de ti mismo y encontrarte de verdad.

La persona a la que buscas está al otro lado de todos los pensamientos estancados y congelados. Al otro lado de la vida previsible y razonable.

Cuantos más besos en la nuca sientas, más cerca de ti estás…

Nuestro viaje es largo y duro. En él vas dejando cosas que llevabas incrustadas y adheridas a la piel y que llegaste a creer que formaban parte de tu cuerpo cansado… No lo eran, no eran tú, eran tu carga, tu peso sobrellevado que extenuaba tus huesos agotados de luchar contra fuerzas exteriores cuando el enemigo era interior…

El viaje implica dejar la lucha. No como resignación sino como acto de amor supremo contigo mismo. Porque cuando batallas contra el mundo, batallas contra ti, en realidad. Es un dejar de destruir para empezar a construir. Es usar la fuerza del guerrero para llegar a tu paz interior.

El viaje pide desnudez y humildad. Pide paciencia, tanta que a veces se hace casi insoportable… El viaje implica renuncia. Implica decidir entre lo fácil y lo incierto. Entre el dulce engaño y la verdad cruda pero liberadora… Implica salto al vacío confiando en una red que jamás has visto.

Y dejar de pensar un poco… El viaje a ti mismo, implica más sentir que pensar. Dejar las obsesiones y los pensamientos cíclicos para apuntarse a los pensamientos valiosos, nuevos, arriesgados, prácticos, incómodos pero reveladores, casi mágicos, responsables… Pensamientos que te hacen sentir que estás contigo, pensamientos que hablan de lo que tú haces y no de lo que esperas que otros hagan por ti… Pensamientos llenos de emociones vividas, analizadas, conocidas, asumidas… Pensamientos para crecer y curar. Pensamientos que cierran heridas y borran culpas…

El viaje exige tomar las riendas. No te permite delegar funciones básicas ni sujetare en barandillas ni muletas, no puedes compartir el peso con otros compañeros para evitar decidir si llevarlo encima o soltarlo… No te permite dejar en otros la responsabilidad de elegir ni marcar el camino… No te deja mantener apegos porque corta lazos que parecían indestructibles… El viaje te deja solo para que aprendas a amar tu soledad. y descubras tu valor.

Durante el camino, el viento está muchas veces en contra y la luz que llevas para poder ver dónde pisas se apaga en los tramos más oscuros, tú decides si pensar que es una conjura contra ti o si precisamente eso pasa para que aprendas que todo lo que necesitas para seguir lo llevas dentro…

A veces, el camino es enorme y todo está a cinco palmos de dónde alcanzas… Y eso es para que te des cuenta de lo mucho que aún puedes crecer…

Lo importante es seguir. Aceptar el camino y usarlo para descubrir lo que hay en ti.

Cambiar de pensamientos. Cambiar de palabras. Cambiar nuestra forma de mirar para que ante nosotros se abran caminos que hasta hoy no hemos visto… Dejar de ir a buscar las soluciones a nuestros problemas en el cajón de los pensamientos prestados, tristes, rencorosos, ofuscados, repetidos con ansiedad, perezosos… Dejar de poner nuestras emociones en la nevera para cuando seamos capaces de asumirlas y afrontarlas…

Sentir mil besos de terror en la nuca y pensar que es la señal inequívoca de que nos acercamos a nuestra meta.

Soltar todo lo que no nos sirve para hacer el paso ligero. Amar cada paso y cada tropiezo.

Y una vez pisado, sellar el camino… Para que no haya vuelta atrás… Todo lo que necesitamos del pasado después de revisarlo y entenderlo  es lo aprendido.

La salida fácil lleva a seguir buscando en el mismo cajón donde nunca hay soluciones o se quedan a medias.

La respuesta rápida es un paso atrás.

Encontrar salvavidas y compañeros de viaje que lleven tu carga es retrasar el momento de asumir tu vida.

Creer que todo cambiará sin cambiar de pensamientos es engañarse para soportar el miedo que nos da asumir riesgos…

Conformarte con lo que ya vives si no te sientes bien es renunciar a ti mismo.

Tú eres tu propio equipaje.

Tú eres tu propio refugio.

Tú eres el único líder de tu vida…  En este viaje sólo puedes agarrarte a ti mismo… Va de ser y de sentir.

Tú eres lo mejor que te ha pasado.

Vivir entre caracoles

Vivir entre caracoles

chica carretera
A veces se me olvida que no tengo alas y me parto en pedazos intentando volar.
Se me olvida que además de esencia soy sustancia y me duelen las fibras cuando quiero controlarlo todo en mi vida sin apenas dejar de sonreír.
Imagino que soy bruma y que soy ingrávida. Que salto sin esfuerzo y bailo sin casi tocar el suelo toda una tarde, toda una noche, toda una vida. Siempre quise bailar, pero siempre he estado sujeta a unos hilos invisibles tejidos de recelo y rubor que me ciñen las piernas…
Imagino que  floto y que me quedo prendida en los árboles y sólo me alcanzan las cometas y los globos de helio, mientras miro al mundo hacerse diminuto y llorar. El mundo llora porque no entiende sus heridas, porque ya no sabe cómo curar. Y yo tengo que verlas todas, notarlas todas, empatizar con todas sus lágrimas. Yo siempre noto las lágrimas ajenas como si fueran propias, como si inundaran mis sentidos.
A veces olvido que me han tomado el pelo, que a mi costa se han muerto de risa… Mi memoria selectiva borra de mi cabeza los cuentos chinos, pero sigue queriendo a los cuentistas sin poderlo evitar.
No me sirven los sucedáneos de vida. Ya no me sirven porque no se ajustan al tamaño gigante de mis sueños. Cuando vuelo me expando tanto que no quepo en mi cáscara y debo abandonar mi retiro para asumir mi naturaleza dispersa.
A veces olvido que he vivido algunas historias porque aún me arañan y hacen rabiar.
Ya no me llenan los recuerdos por más preciosos que sean… Quiero vidas, muchas, una tras otra, a poder ser repletas de todo, aunque no todo sea hermoso.
La belleza está a veces en la calle, pegada al asfalto y tiene los ojos de un niño que no arranca a llorar porque espera a su madre para derramar las primeras lágrimas.
Otras es un anciano que canta botella en mano una canción de amor a una esposa que ya no abraza sus madrugadas. O el espectáculo que deja una marea baja cuando cubre la arena de conchas y cañas. La belleza no es simetría es osadía. Es rebeldía y fuerza contenidas y concentradas.
Ya no me llena la ausencia de alguien soñando, ni el abrigo dulce de un abrazo que no llega nunca, pero que se anuncia largo…No me bastan sus palabras lisonjeras ni sus prédicas deliciosas…
No quiero vivir nunca más entre caracoles. No quiero que me miren de reojo porque salto al abismo mientras ellos viven a medias sin atreverse a dejar sus caparazones diminutos. Siempre seguros, siempre preparados para ocultarse y quedarse quietos si todo va mal.
Yo no quiero seguros, quiero vida, quiero arrugar la ropa y soltar la presa. Rodar por el margen y quedar suspendida en una rama, para ver lo que hay más allá de donde acaba el camino que los caracoles nunca van a pisar.
A veces olvido los abrazos, porque al soñarlos su recuerdo desuella mi alma cansada de esperar. He llorado por no tener algo que apenas existía, que no valía la pena, que nunca hubiera llenado mis márgenes gigantes.
Ya no me aguanto las ganas de nada, aunque haya promesas de viento y de lluvia.
Ya no me sirve un hueco, quiero un desierto entero cargado de escorpiones.
No me llena la luna por más que quepa en tu ventana, quiero ser las sábanas y las paredes que velen tu sueño…
A veces, camino tan sola que el eco trepana mis sentidos y horada mis oídos tediosos de aguardar susurros…
A veces, tengo tanto miedo de que el miedo me invada que cierro con candados mis esquinas y busco un lugar donde no me encuentren los cobardes. No quiero que laman mis oídos con sus palabras recelosas ni toquen mis pupilas con sus ojos apagados.
Ya no me calma una tarde quieta, ni una noche cerrada. No me envuelve la manta que susurra cuentos ni los cuentos que me recuerdan que antes todo me calmaba…
Ya nada cierra mis puertas, ni arranca los helechos de las paredes de mi alma… Nada me quita la blusa y camina por mi espalda dolorida y blanca.
Ya nada evoca ese canto triste que me recuerda que un día me importaba lo que otros pensaban y ahora ni siquiera existe.
La pasión mece mis días como las olas liman las rocas más afiladas.
A veces, me desnudo tanto que el frío me abrasa y la noche se precipita. He perdido la vergüenza a mostrar mi alma y airear mis temores…
Ya no me acuerdo de cuando era siempre tarde para todo y nunca pasaba nada.
A veces, pienso que todo lo que duele esconde un secreto que necesito conocer. Aunque deseo conocer mucho sin que duela…
A veces, te busco en las esquinas y entre los árboles del camino, por si estás, por si pasabas por ahí, por si no me acuerdo de que ya no existes y finjo que todavía me importas y me arañas…
No escribo para que me compres, sino para que me leas.
Para que sepas que estoy aquí y tengo tanto miedo como tú, aunque me ponga en primera fila y lleve puesta la cara de guasa y felicidad.
No quiero una manta, quiero un abrazo.
No quiero un recuerdo, quiero un momento… Muchos momentos, sin pausa. Todos los momentos que pueda almacenar en este cuerpo pequeño y repleto de habitaciones vacías.
A veces, las palabras calman mis vísceras rotas de tanto amar sin preguntar ni pedir.
Antes de enfadarte por mis palabras, piensa que la risa lo calma todo y ven a mi fuego a contar historias tristes que nos hagan creer que no estamos tan mal. Y luego desaparece,  que no quede ni tu aroma ni tu esencia, para que yo no me salpique de recuerdos…
A veces, se me olvida que no tengo alas y caigo. Conocer el abismo me ayuda a soñar.
A veces, escribo porque sentir es la única forma de saber que estás realmente vivo… Porque no soy un caracol. Porque ya sólo le tengo miedo al miedo.
 
 

Cicatrices

Cicatrices

Tengo una nueva cicatriz. Tiene forma de sonrisa cansada. Surca mi piel y mi pasado. Posee la belleza de lo roto, de lo cosido y de lo remendado. Sé que estará ahí para siempre para recordarme que es el final de una batalla ganada. Para que cuando la mire y siga su cauce con mi dedo índice recuerde que pude, que supe, que tuve el valor, que cuando confío soy un ser mejor, capaz de todo. Para que sepa que los momentos más oscuros preceden a la luz más intensa, que sé manejarlos porque aprendí cómo hacerlo andando a tientas, con un miedo atroz pero con ganas infinitas de arrancármelo de dentro y buscando la manera de poder continuar sin parar… Para que me vengan a la cabeza de repente todas las palabras que he tenido que usar para sobreponerme y sobrellevar la situación. Para que no me pierda, cuando el pánico me invada los sentidos y la noche sea muy larga… Las noches largas están llenas de momentos en los que ese tú más cobarde te roba los sueños y las ganas y los sustituye por pesadillas y desesperanza.
Esta cicatriz será un refugio, un hatillo de palabras y pensamientos amables, destinados a confiar en mí y en mi capacidad de encontrar la moraleja que subyace en las cosas, el lado bueno, el chiste malo que te ayuda a limar las aristas que se clavan en ti cuando algo va mal…  Será un amuleto para alejar la tristeza y cauterizar el dolor… Será un antídoto contra la desgana y el miedo de afrontar, de seguir… Será el espejo en el que mirarme cuando me caiga, un espejo donde mi imagen siempre estará de pie, con cara de victoria y dignidad infinita.
Será  como una medalla que recuerda la carrera luchada. Una barandilla en la que sujetarse para no caer y mirar al mar y al mundo con unos ojos renovados. Para ahuyentar a los fantasmas que a veces nos rondan y buscan nuestras rendijas para colarse dentro y decirnos que no podemos, que no sabremos, que no llegaremos…
Mi cicatriz será el punto de partida de un mapa nuevo en mi cuerpo, un mapa que lleva a mí misma, sin más cimas que las que yo dibuje, sin más mares que los que me atreva a surcar para llegar a mi sueño. Y cada vez que la mire, sabré que he llegado. Más cansada, más dolorida, más gastada por el uso de mis días, pero infinitamente orgullosa de haber soportado la presión y ganado la batalla.
Me recordará cómo he cambiado para soportarlo. Cómo he tenido que inventar historias hermosas para llegar sin partirme en dos, cómo me he sujetado a mí misma para no caer en un marasmo de angustia y perder mi norte… Me recordará que yo tengo la brújula y marco el camino. Que cuando quiero soy grande, enorme, increíble… Que todos los somos si queremos y lo creemos.
Y le daré las gracias. Por estar. Por existir. Por encontrar en mí la prueba definitiva de que estoy viva y a punto para continuar.  Por marcar un punto y parte en mi camino, una cordillera que separa lo vivido, un antes y un después en mi aprendizaje, en la necesidad de conocerme y amarme. Daré las gracias por la oportunidad de darme cuenta de cómo cambia el mundo cuando tú cambias para poder estar a la altura, para no caer al vacío. Por todo lo que aprendí mientras luchaba por no dejarme llevar por el miedo en un camino oscuro y largo… Daré las gracias por la vida, por notar el sol y al aire y el peso de mis pies en la arena de esa playa que me busca cuando no la visito.
Aquí estoy, me diré, zurcida como un calcetín, remendada como las redes de pesca para salir al mar… Para poder seguir dando gracias, asida a la vida con ganas porque es el material más precioso y deseado. Con rendijas y recovecos, más fuerte, más suelta que nunca… Más sólida y a la vez más ingrávida… Más yo que nunca.
Y ya nada será igual. Y si en algún momento flaqueó y se me olvida lo bella que es la vida, surcaré mi cuerpo menudo para buscarla. Será mi remedio contra la estupidez pasajera, contra la bobada máxima, contra todos los domingos por la tarde de ñoña y desgana… Para que me cuente cómo pasó, para que me recuerde cómo lo conseguí, para que me ate a la vida y me quite a golpe de realidad todas la tonterías que acumulo en la cabeza.
Para que no vuelva sobre mis pasos y pierda fuerza.
Para que no pierda la confianza…
Para que nunca más corra el riesgo de olvidar quién soy.
Nuestras cicatrices están ahí para recordarnos el camino vivido, el recorrido de la evolución que hicimos en nuestras horas más bajas… Para que sepamos para siempre que saltamos, que fuimos capaces de agarrarnos con fuerza a nosotros mismos y vencer al gigante. Con miedo, con recelo, con los ojos llorosos y el corazón casi encogido, tal vez, pero lo que cuenta es el gesto, el ánimo, el salir de la cueva para ver el mundo aunque sepamos que en el mundo nos aguardan momentos duros… Saltar sin saber con certeza si hay suelo… Andar hasta quedar agotado sin conocer cuántos kilómetros quedan para la meta. Confiar…
Ahí estoy ahora. Con un nuevo trofeo de vida que me surca y me dibuja de nuevo… Yo misma, un kintsugi humano, una muestra de ese arte japonés que repara lo roto y agrietado con polvo de oro porque cree que así es más hermoso… Porque le da valor a todo lo que te marca y te deja huella. No hay duda, soy más hermosa, porque nada hay más hermoso que estar vivo…
Gracias.
GRIETA

Tu vida, tus palabras…

Tu vida, tus palabras…

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Ya lo sé. He escrito mucho sobre palabras, me pongo muy cansina tal vez, pero es que son muy importantes en nuestras vidas. Las cambian, las reconducen, las hermosean y las llenan de esperanza.
Son armas poderosas que no nos enseñan a usar como deberíamos.
Ayer alguien me decía que lo importante son los actos, no las palabras. Gran parte de razón lleva, porque si no actuamos nos estamos rindiendo, cedemos a la pereza nuestras vidas y dejamos que nuestro presente y futuro no sean un ejemplo de nuestros valores y principios.
Sin embargo, cuando hablo del efecto terapéutico de las palabras, de cómo nos cambian, lo digo de forma literal. No me refiero a decir que eres valiente y actuar como un cobarde. Me refiero a que decirse a uno mismo que es valiente y sentirlo, le convierte en una persona más predispuesta a serlo.
Como esas personas que se pasan la vida arrastrando el mote que les pusieron cuando eran niños, como si lo llevaran en una etiqueta. Alguien se lo dijo, ellos se lo creyeron y eso se ha convertido en su realidad.
El lenguaje que usamos nos modifica, nos transforma. Las palabras positivas activan zonas de nuestro cerebro que nos abren a nuevas posibilidades, que ponen en marcha el proceso de generar nuevas neuronas y mejoran nuestras defensas. Por eso es tan importante lo que nos decimos a nosotros mismos cada día porque nos capacita para ser como deseamos, para conseguir lo que queremos. Las palabras son la palanca que nos ayuda a desplegar nuestro potencial, la contraseña que abre los archivos donde se ocultan las claves para superar nuestros miedos y dar el gran salto que todos soñamos…
Nuestras palabras pueden hundirnos o conseguir que nos elevemos. Pueden hacer que nos arrastremos a ras de suelo o que creamos que podemos volar… Lo de volar es en sentido figurado aunque hace tiempo alguien creyó que nos hombres podía volar e inventó el prototipo de un artefacto para conseguirlo. Hoy en día circulan miles de esos artefactos en un modo más sofisticado por el cielo cada día.
Seguro que se dijo mil veces antes de hacerlo realidad. Seguro que antes de creer que era posible, supo encontrar las palabras que lo definían para ponerse a actuar.
Las palabras que usamos generan nuestra realidad porque crean escenarios, crean momentos, nos transforman por dentro para ser más capaces de llegar a ese futuro.
Aunque esto parezca magia, es ciencia. Es una realidad que las palabras tienen el poder de actuar sobre nosotros si las dejamos hacer su trabajo… Si nos dejamos invadir por las emociones que llevan adheridas. Si cuando las escuchamos o las decimos somos capaces de trasladarlas a la realidad, de verlas, de vivirlas…  Y no sólo sucede sobre nosotros, también tienen efectos sobre otras personas, sobre las personas que nos rodean que tal vez necesitan que alguien les diga lo maravillosas que son porque no lo recuerdan.
Condicionamos a las personas que tenemos a nuestro alrededor. Una palabra hermosa puede cambiar el curso de un día, de una vida. Tu vida o la de alguien que no soporta más su existencia porque no se siente aceptado o querido… La vida te cambia en un momento si alguien te dice “tú puedes” porque tú no eres capaz de decírtelo aún. Y se abre una ventana hasta ahora cerrada ante ti y tu cabeza empieza a imaginar que tal vez pueda. Y esa parte de tu cerebro que se ocupa de hacerte capaz y activar al superhéroe que llevas dentro se pone en marcha. Y el corazón recupera su ritmo y te notas distinto… “y si fuera cierto?” piensas  y te das cuenta de que había opciones, había oportunidades, que puedes intentarlo…
Y en ese momento, cuando lo imaginas y vibras, cuando lo ves y casi lo tocas, ya eres otra persona. Y aire está más limpio y el gesto más erguido. El mundo cambia porque tú cambias.
Las palabras que dejamos que nos toquen y nos hagan sentir nos modifican. Levantan muros o dibujan puertas en las paredes para poder abrirnos paso. Muestran caminos o nos llevan a acantilados… Las palabras hacen que pongamos el acento en lo que nos gusta o lo que nos disgusta. Nos ayudan a enfocar la realidad de mil formas. Nos recortan las posibilidades o las amplían hasta el infinito…
Cuántas más palabras positivas usamos, mejores son nuestras vidas.
Las palabras hermosas nos alargan la vida y nos hacen estar más sanos y felices.
Las palabras adecuadas despiertan esa parte que tenemos dormida y que necesitamos para vivir con intensidad y pasión.
Las palabras dibujan nuestro mundo. Nosotros decidimos cómo usarlas.
Escribimos nuestra propia vida con palabras. La fabricamos desde el primer aliento y la vamos haciendo más fuerte a en la medida que somos capaces de expresar qué sentimos, cuando nos comunicamos con otros y con nosotros mismos…
¿Si supieras que puedes escribir tu vida qué palabras usarías?
Si te dieras cuenta de que puedes escribir las escenas de tu existencia ¿cómo encontrarías las palabras? ¿cómo las escogerías?
Las palabras que escojas escribirán tus días. Somos los autores de nuestras vidas… Incluso en los momentos más duros y adversos, aceptando la situación sin resignarse, podemos trabajar para modificarla…
Por eso, la próxima vez que abramos la boca o en nuestro diálogo interior vayamos evocarlas en nuestros pensamientos, estaría bien que descubriéramos si son las más hermosas posibles… Si son las más motivadoras, las más emocionantes, las que nos curan y ayudan a perdonarnos y perdonar a otros, las que nos hacen darnos cuenta de que podemos, de que somos capaces, las que nos recuerdan que somos extraordinarios y sirven para recordar a los demás que el mundo es mejor con su presencia…
La próxima vez, seamos exigentes con nuestras palabras. Las palabras nos convertirán en esa persona que soñamos que somos y que está dentro de nosotros esperando a que aprendamos a usarlas y sentirlas.

El antídoto

El antídoto

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Algún día descubriremos la forma de curarlo todo… Tras mucho investigar y dar vueltas…  Después de soportar grandes conflictos y pelearnos por patentes y fórmulas…Después de perder la mayor parte del tiempo y del camino discutiendo quién se cuelga la medalla… Y ese día nos quedaremos perplejos al darnos cuenta de que el antídoto para nuestros males y dolores ha estado ahí siempre, ante nuestros ojos, y hemos sido incapaces de verlo.
Por nuestra manía de no ver lo obvio y despreciar lo sencillo. Por el hábito de no valorar lo pequeño y dar por hecho que todo es nuestro sin agradecerlo.
Por nuestra insistencia en no comunicarnos y ahorrar palabras y eludir emociones, dejarlas encerradas en la memoria y sacarlas solo para retorcernos de dolor y angustia. En nuestro afán por no demostrar y negar, por prohibir y callar, por reprimir cualquier gesto que parece que nos haga débiles, por el terror inconfesable que tenemos a sentirnos vulnerables… Cuando en realidad nos hace humanos, elásticos, asequibles… Nos convierte en seres amables capaces de sentir y decidir desde el corazón. Porque cada vez que demostramos lo que sentimos, somos más fuertes e inquebrantables.
Cuando nos digan que la vacuna contra nuestras penalidades eran las palabras que no hemos dicho y las lágrimas que no hemos llorado… Cuando nos muestren lo mucho que calma y cura un abrazo y un decir “lo siento” y admitir errores y aprender de ellos. Lo mucho que descarga una charla entre amigos y la placidez que se siente dejando de controlar al mundo para que no te arañe. Cuando nos cuenten que la medicina que necesitábamos era perdonar y perdonarnos…
Cuando nos digan que cada vez que pisoteábamos a otros era como si nos lo hiciéramos a nosotros mismos porque estamos fabricados de la misma substancia y todo lo que afecta a unos afecta a otros…
Cuando nos cuenten que cada injusticia que hemos cometido se nos ha enquistado en una parte del cuerpo y nos quema por dentro como si fuera propia, que algunos la llevan cargada en la espalda y les pesa y otros la acumulan en el pecho y les acelera el corazón… Cuando sepamos que mirar a otro lado no borra lo que pasa, sino que lo hace más terrible…
Cuando admitamos que  sólo nos hacía falta un poco de empatía y compasión para con otros y con nosotros mismos, que sólo necesitábamos escuchar y no pasar de largo ante el dolor ajeno. Cuando seamos capaces de decirnos a nosotros mismos que tenemos tanto miedo que a veces huimos y otras atacamos para poder soportar la angustia que nos supone sentir y no controlar lo que sentimos…
Cuando advirtamos que nos cubrimos de excusas para no hacer y luego nos dedicamos a culparnos y culpar a otros de nuestras «no decisiones» y del dolor que soportamos por ser incapaces de asumir responsabilidades…
Cuando sepamos que lo único que debíamos hacer era respetarnos y amarnos. Aceptarnos  y aceptar a los demás tal y como son.
Ayudarnos a superar las cuestas más duras para ser más grandes…
Hacer el camino acompañados y contemplar cada detalle como si fuera único, como si fuera aún más efímero, como si fuera mágico.
Cuando descubramos que sólo hacía falta dar las gracias por todo lo que tenemos y soñar con cambiar lo que no era justo…
Cuando nos demos cuenta de que el remedio estaba dentro de cada uno de nosotros y sólo necesitábamos creérnoslo y compartirlo… Confiar que sabríamos cómo hacerlo si éramos sinceros y humildes, si lo deseábamos tanto que no nos conformaríamos con menos y obraríamos milagros.
Algún día descubriremos que lo grande subyace en lo pequeño.
Que lo más difícil vive en lo sencillo, en lo básico.
Que la felicidad es salud y la salud es felicidad.
Que la belleza es el amor que damos.
Que, a veces, lo que más importa desaparece cuando dejas de apreciarlo y hay que cazarlo al vuelo.
Que la respuesta está en nosotros. Ha estado siempre esperando a ser rescatada de entre la maraña de egos y miedos absurdos.
Algún día descubriremos que sólo debíamos fluir y hemos pasado siglos contenidos, estancados, asustados, avergonzados de ser nosotros mismos… Que lo sencillo era la respuesta…
Algún día sabremos que el antídoto eran las palabras y que hemos pasado mil años sin aprender a usarlas…
Algún día… Quizás no está lejano.