Esta noche

Loca, a menudo. Casi exiliada de la risa, esta noche. Con la esperanza cosida a la falda y la cara de satisfacción puesta por si llega la suerte, que no pase de largo. Que la encuentre hermosa y dispuesta. Siempre dispuesta. Ya no puede perder un segundo. La vida se acelera, los goces pasan de largo, si no tienes las pupilas alerta y las orejas puestas para ver y oír pasar los trenes. Para no perderse un minuto de nada y devorar cada palmo del camino. Aunque duela, a veces.

Revuelta como las charcas. Ansiosa. Harta de imaginar finales felices y de que, de momento, todo sean interludios amargos y eternos. Zarandeada. Amarga de golpe pero deliciosa a pequeños sorbos. Sin ser capaz de dosificarse las fantasías. Sobreviviendo a golpe de ilusión y sujetándose en la barandilla, para no saltar.

Buscando una copia de todo y un original de la copia. Por si luego hace falta. Siempre está deseando con ganas omnívoras encontrar algo auténtico. Algo a lo que aferrarse y no soltar hasta que se le pase la soledad y le hayan cambiado las facciones y al mirarse se de cuenta de que ya es otra. Que puede dejar que se vaya su presa porque ya no le importa.

Cansada y hambrienta de guasa. Ida, muy ida de ella misma cuando imagina. Muy alejada porque se evade de todo y se calma. Extenuada de contenerse y mirar a ambos lados pensando si lo que sueña es bueno o malo, si debe o no debe… Si sale de caza o se queda mirando desde el otro lado a las fieras. Algunas fieras tienen mandíbulas afiladas. Otras, un pelaje suave que invita a la caricia.

Impaciente y ávida de placer y cariño. 

Camina dando vueltas. Buscando no encontrarse, verse la cola y saber que no es una gata. Dejar el tejado y arañarle la cara a la luna para meterse en la cama. Saborear las sábanas hasta la madrugada. Bailar hasta apagar todas la velas… Apagar todas las luces a ritmo de suspiro. Caminar sobre terciopelo oscuro y fundirse hasta cambiar de materia.  Desde el tejado la vista es hermosa y la tentación es bárbara. No hay más noche que esta noche y ella lo sabe y ya no lo aguanta.

Tendente al llanto cuando no está satisfecha. Menuda y frágil. Con tacto de arena. Piel pálida y caliente. Con el corazón de fósforo y el pecho de lata. De risa metálica y boca arisca. Profundamente justa, hasta la injusticia. Encerrada en una jaula por piadosa. Irónica. Maniática. Obsesiva hasta rozar la demencia. Con la conciencia intacta.

Con un ojo que mira a través de una ventana, pendiente de las miradas de otros. Con el otro, consumiendo siempre palabras.

Despierta. Atormentada. Con ese gesto de niña y un lamento de anciana perdida. Como las bestias… Sin capacidad para la hipocresía y una habilidad extraña para soportarla. 

Sin más miedo que el miedo a no atreverse. A quedarse en la puerta y pasarse la vida mirando a través de la cerradura todo lo que pasa.

Más rebelde que nunca. Más polémica. Más ácida. Más ridícula.

Más histérica. Más lista, pero más ilusa. Más ligera y más harta de todo. Con la necesidad insaciable de justificarse por todo para quedar siempre frustrada. Con una excusa en la boca y un abrazo pendiente.

Ella es más de lo mismo, siempre, pero con ganas de no repetir en nada. 

Al final, ha aprendido a no esconderse. Mirar al frente y seguir caminando. Aunque el estómago se le encoja y le silben los oídos. Aunque el aire contenido en el pecho arda y parezca que va estallar en sus pulmones. A pesar de desear con todo su ser desvanecerse, ser humo o caber en la rendija de una puerta antes de traspasarla. 

Se he dado cuenta de que son más las veces que falta que las que sobra. De las ocasiones en las que se quedó corta nunca podrá lamentarse, ni recordar nada. Nada es más vacío que lo que no existe. Nada es tan rotundo como carecer de errores a los que aferrarse para sobrevivir. Y saber que, aunque pierda, el riesgo vale la pena… Porque al llegar el momento estuvo preparada y presentó batalla.

Ya no se esconde. No puede, el tiempo pasa. Se le agota, se le escapa. Esta noche más que nunca. 

 

Sólo queda un escalón

Aquel escalón de la entrada que era enorme y descomunal ahora es chico. Aún conserva algunas muescas en las esquinas y tiene las baldosas agrietadas… Pero es el mismo, ahora visto a través de unas pupilas adultas, sin miedo pero sin magia.

Mamá era aquella casa. Cada esquina y cada rincón huelen a ella, retienen su esencia… Retienen el sonido de sus pasos, conservan el toque de sus manos… El quicio de la puerta tiene escrito su nombre. Allí había esperado muchas tardes de verano ver regresar a su padre. Le divisaba en el horizonte por su forma de andar, su gesto cansado y su cabeza gacha. Una figura tristona y recortable en el infinito… de la medida del dedo pulgar… Papá era el resto del mundo. El abismo, lo desconocido, lo que estaba por llegar, el futuro, no tenia lugar. El viento se acerca hasta la puerta y el sueño se desvanece en un leve parpadeo… todo se acaba, todo se escapa de sus manos, todo se revuelve. Una risa infantil se apaga, se funde con un suspiro adulto.

Lo único que queda es un escalón. Más pequeño que antes, más gastado por los días, distinto… Pero le sirve de ancla. La conecta al pasado, le recuerda que hubo otros momentos y que ella fue otra persona, menos ajada pero más inquieta.

El tiempo pasa rápido. Se nos come los días, nos apacigua las ansias, nos devora y consume algunos recuerdos. Nos agrieta por dentro y por fuera… pero nos calma. No cura nunca, reseca. No borra, aplaca. Nos señala con el dedo y nos arrastra a otro día y nos pone a cero el alma… Para empezar de nuevo. Todo lo consume y lo marchita. Devasta lo hermoso y juega con ventaja.

El tiempo camina si callas y si paras. El tiempo cabalga si te detienes a llorar y lamentarte y cuando necesitas sosiego… baila. Vuela, se ríe en tu cara. Agoniza y revive. Se escabulle, jamás se estanca. Nunca es cómplice, ni se acompasa a tus inquietudes, nunca cede…

El tiempo engulle vida hasta que se atraganta. Lo hace todo más sabio y pequeño. Te arrodilla y desgasta. Y esta tarde de noviembre fría y soleada, que se acaba en un par de latidos, forma ya parte de la nada.

El tiempo es el escalón que permanece mientras todo lo demás escapa.