Siesta

El sol de esta tarde se cuela en mis pupilas indefensas y hambrientas de luz, cansadas de acumular oscuridad y lamer destellos de vida entre las sombras. Mis ojos tienen ganas de tomar sueño, bajo su mirada omnipresente y rotunda. Buscan cegarse de su vida, necesitan cubrirse de alegrías y tramar sueños que acaben en risa. Que no acaben nunca.
Mi piel busca el calor de esta hora tonta en la que los párpados se cierran y las voluntades se ahogan. Quiere rozar el tacto suave de la sábana y la calidez acuosa de un sueño de amor. Busca retiro y busca placer. Busca mecerse y revolotear. Busca poca cordura y mucha insensatez.
Camino levemente sobre la arena que arde y se prende a mis pies pequeños, mi cuerpo frágil se sumerge en el agua helada aún hasta que la sal me cubre los sentidos. Su marea agita mis sábanas y dibuja en mi boca una sonrisa tímida que termina en suave jadeo al llegar la calma, cuando el corazón se duerme después de latir inquieto y cargado de fantasías. Abandono el mar y casi dormito.
El sol se arrastra en mi diminuta presencia y dibuja mi contorno dormido y exhausto. Me suelto, me dejo… Me presto.
Y sueño. Lo devoro todo soñando y caminando por todos mis deseos. Cruzo las calles a prisa buscando por las esquinas dioses ocultos bajo caras tristes. Bajo miradas de niño distraído y juegos caprichosos. Busco su luz. Su calor. Su fuerza.
Mis pies se precipitan buscando risas, buscando momentos efímeros de felicidad extrema para conseguir que sean eternos, que sean sólidos…
Me precipito calle abajo y calle arriba persiguiendo la sombra, para buscar el sol. Muerta de ganas que me toque y me roce y me haga estallar de vida…
Detengo mi paso y levanto la vista. Lo noto. Y sé que busco algo enorme, lo más grande jamás buscado… tanto que me rodea, me sacude, me engulle… Sus rayos tocan mis cabellos y revuelven todas mis capas de existencia. Noto una punzada de placer al sentir su calor. Caigo agotada de luchar contra el deseo. Sé que no podré jamás ocultarme de él, ni evitar su presencia. Me habita y me ronda los sueños y las venas. Me surca por dentro como si yo fuera su cauce. Sucumbo loca y sin quicio. Me rindo. Ya no resisto. Las ganas de sol me superan.

Caperucita no se rinde

Caperucita se siente cansada, revuelta y diminuta. Está oculta en un recodo del camino y duda. Esconderse del mundo no es una medida efectiva, ponerse una capa para volverse invisible, agazaparse en un rincón y evitar que las miradas del mundo le caigan sobre los hombros, quizás. Cada palmo del camino está lleno de lobos que acechan con sus lenguas afiladas esperando a destrozarle el destino y amargarle el día sólo para pasar un rato distraído y olvidar sus tabús. Para no recordar mientras su piel cae a tiras, fruto de sus palabras, que la de ellos también está hecha jirones, para olvidar que sus vidas son insulsas…

Ocultarse alivia, no repara daños pero reconforta… y pasadas las horas, se impacienta y la espera alarga la agonía y acrecienta las ansias de los lobos hambrientos que olisquean allí cerca buscándola. Su mirada está cubierta de pánico. Se imagina libre, sin ataduras, sin atisbar sus ojos vítreos ocultos en las esquinas.

Levantarse y enfrentarse a la jauría le supone cambiar un mundo. Como mover una montaña o darle la vuelta al universo. Es un trabajo de dioses. Y ella es una chispa, una pequeña mancha roja y fácil de localizar. Quitarse la capa, caminar hacia la vista de todos y alzar la barbilla para demostrar que su alma está quieta y su conciencia está tranquila, es un sueño.

El pánico es un gigante con pies de barro, aguanta hasta que el valor se lo permite. Y pasado el primer embate, el primer asalto y las primeras dentelladas… se da cuenta de que esos lobos son animales tristes y comprimidos por su necesidad de morder y destrozar, que sus vidas son anodinas y sus “pecados” son tanto o más negros que los encuentran en ella.

A pesar de lo que digan, no merece la pena ceder, ni volverse de mármol, ni de corcho para soportar sus miradas y sus palabras. Merece la pena mirar al frente, aprender a contemplarse en el espejo y no aceptar más palabras que las que llegan para darle aliento. Si la barbilla sigue alta, los lobos aullan más fuerte pero de repente callan. Son cachorros tristes y asustados que intentan clavar las pezuñas para aliviar sus heridas y convertirla en diana para alejar sus culpas… cuanto más sube la cabeza más se acobarda el lobo que la espera para lapidarla y más agacha las orejas. Vistos de cerca y sin atisbo de miedo, le dan pena. Sujetos a sus miserias, pendientes de otras vidas y sin vivir la propia.

El camino es largo. El verdadero triunfo no es que Caperucita se convierta en lobo. Es que siga siendo Caperucita y el lobo no pueda con ella porque no se rinde.