Contra la cultura de la resignación

No nos educan para querernos. Ni en la escuela ni fuera de ella. Muchos maestros, de esos que educan personas y no se dedican solo a trasmitirles conocimientos, lo intentan. Nos explican que tenemos que respetar a todo lo ajeno, las ideas y las personas, pero esa semilla a veces no llega a germinar.

Aleccionamos a nuestros hijos con pautas, muy necesarias, con rutinas, muy básicas, pero deberíamos enseñarles a ilusionarse, a poner en marcha un mundo en el que todo dependa del grado de emoción y pasión que le pongamos a las cosas… Un mundo en el que el esfuerzo tenga una recompensa que dura siempre, el amor propio.

Deberían educarnos para tomarnos la vida con ganas…

Encontrar la dignidad que te da respetarte a ti mismo y mirar el camino recorrido y saber que ha sido duro, angosto, agotador… pero que ha sido nuestro. Enseñarnos a disfrutar ese trayecto y valorar lo que en él se aprende, sus lecciones más dolorosas también… las que te quedan retenidas en ese pedazo de ti que no tiene ubicación física, pero que te rige la necesidad de mejorar.

Deberíamos educar a nuestros hijos para ser pastores y no rebaño. Para ser líderes y no masa. Para conformarse y adaptarse pero sin resignarse. Para que sueñen con elegir sus destinos y no con dejarse llevar y agazaparse en un reducto gris y sin estímulo. Enseñarles a quererse más… apreciando lo que ya poseen y valorando lo que les rodea… y sobre todo, enseñarles a soñar y madurar lo suficiente para soportar no siempre conseguir lo soñado… y no rendirse y continuar y caer y levantarse y al día siguiente ser capaces de buscar nuevos retos sin más ansia que superarse pero sin el agobio de competir con uno mismo… el peor juez y verdugo siempre mora en nosotros…

Deberían educarnos para levantar imperios, pero edificados en el respeto y las ganas de cambiar el mundo. Mostrarnos cómo guiar y liderar y no cómo escabullirse de las responsabilidades y esperar en una esquina a que otros abran paso.

Deberían decirnos que nunca se sabe cuántos pasos hay que dar para llegar a una cima y que después de esa cima llega otra y que lo mejor es lo que recogemos a cada palmo del sendero. Y con quién nos encontramos. Deberían enseñarnos a encontrar personas que nos estimulen, que nos forjen, que nos digan las palabras que necesitamos oír para seguir… no personas tóxicas que nos frenan porque se creen que anclarnos a nosotros les da alas a ellos.

Deberían mostrarnos lo maravillosos que podemos ser y lo mucho que podemos ofrecer y lo más que nos merecemos recibir. Así no nos conformaríamos con menos. No aceptaríamos amigos a medias, amores a medias, responsabilidades a medias… No viviríamos a medias.

Alguien debería decirnos la primera vez que caemos que es un primer paso para alcanzar la meta.

Deberían explicarnos que la ilusión es el motor de todo, el pegamento de nuestra vida. Que es la diferencia entre nacer cada día o morir un poco cada minuto que pasa.

Deberían enseñarnos que la ilusión es la materia básica para generar nuestros movimientos. El material del que se fabrica nuestra vida.

Se busca líder

El líder es alguien que escucha. No le asustan las ideas nuevas, es más, está dispuesto a abrir su mente a nuevos enfoques para encontrar otras soluciones que le puedan pasar por alto. El líder es alguien que sabe que si las cosas se hacen cada día de la misma forma es imposible ser creativo y alcanzar retos. El líder no grita porque no le hace falta. No causa temor, infunde respeto.

El líder se rodea de personas más inteligentes que él porque sabe que eso suma esfuerzo y talento. Sabe que debe adaptarse como un camaleón. Que hay momentos para integrarse en el paisaje y momentos para sobresalir. Es alguien con ideas claras y métodos claros pero dispuesto a hacer concesiones. Sabe sus límites pero está dispuesto a superarlos.

El líder es cauto y racionaliza pero al mismo tiempo valora las emociones y cómo sus actos afectan a las personas.

El líder sabe cuando hablar y cuando callar y siempre da la cara, aunque sea para recibir incomprensión o quejas.

El líder es sencillo, pero brilla.

El líder está dispuesto a tomar decisiones arriesgadas que no gusten… si las cree justas, incluso a riesgo de perder votos o prebendas. Sabe que quizá su liderazgo será valorado por la historia, no por sus contemporáneos.

El líder también tiene miedo, a veces mucho, pero se lo traga. Sabe cómo canalizarlo, como transformarlo en trabajo, en esfuerzo. Su miedo no es el de un cordero que espera manso su turno en el matadero, es el de una madre cinco minutos antes de dar a luz, cuando la ilusión y las ganas vencen al dolor y la incertidumbre.

Un líder usa las palabras, nunca se las come. No se cree mejor que nadie pero se respeta a sí mismo.

Se equivoca y lo admite. Fracasa y se levanta. Sabe que puede, piensa que puede. El líder no es ni duro ni blando, es resistente pero flexible.

El líder tranquiliza, actúa de bálsamo, hace de guía.

Se busca líder.

Razón : un pueblo demócrata y desesperado.

Abstenerse aspirantes con ánimo de lucro.