Di que sí

Di que sí

people-2584214_640

Di que sí y me vuelvo loca.

Me convierto en espuma y golpeo las rocas, me diluyo en el mar y abarco el mundo entre mis dedos hasta ponerlo en tus pestañas.

Di que sí y prometo risa. Prometo baile. A veces sin sentido. A veces sin fuerzas pero siempre con ganas.

Prometo encontrar el lado sencillo de la vida y complicármela al máximo en lo importante. Nunca supe quedarme mirando desde la barrera. Prefiero el error al misterio, el fracaso a la ignorancia… Prefiero perder a vacilar. El dolor a la indiferencia. El riesgo a la hipocresía. El exceso al defecto. El remedio a la ausencia de todo. Caminar hacia ningún lugar a quedarme parada… Prefiero el miedo a la desgana.

Caminaré lenta por tu mirada de plata, tan brillante, tan fría, tan arisca a veces, tan absurda y extraña.

Buscaré tu talón de Aquiles y entraré en tus defensas para anidar en tus sienes y bucear en tus sombras.

Prometo lluvia. Prometo sueño y avalancha de pensamientos y palabras. No puedo dejar de pensar. No sé estar callada. No consigo olvidar ni dejar de sentir… No lo intento. Soy de un material irreverente e irascible, altamente combustible cuando le llevan la contraria… Aunque resistente y maleable con caricias… Extremadamente poroso con las emociones y las malas caras…

Di que sí y me callo. Un rato, al menos, más no pidas… No diré más palabra que no sea mejor que este silencio mientras te miro y te esculpo con mis miradas curiosas y desgastadas. Mis pupilas furiosas por no tenerte cerca golpean tu piel suave y bailan ante tu cara. No tengo miedo de mirarte, no tengo miedo de nada cuando te rondo y noto que me salen alas.

Prometo hacerme pesada en lo necesario y lo básico. No me cuesta nada, me sale solo y sin entrenar. Prefiero pasar por loca a quedarme dormida. Prefiero ser una duna a una roca.

Prometo cansancio. Prometo torpeza. Prometo tardes soleadas haciendo nada y noches sin descanso fabricando utopías que nos avergonzarán por la mañana… No me molesta la vergüenza, me asquea la apatía…

Prometo rarezas innombrables y todas las susceptibilidades posibles. Eso sí, prometo dejar de buscar excusas y escudos imaginarios. Prometo intentar un ayuno de quejas y de rabias contenidas. Prometo error y también acierto.

Di que sí y prometo seguir prometiendo aunque me quede exhausta y vacía… Aunque me falte el aliento y me quede llena de escamas.

Busco cariño, a ráfagas intensas o pequeñas olas acariciando mis pies en esta playa imaginaria. Busco consuelo, todo de golpe o a pequeños sorbos como una medicina para mi alma.

Prefiero caer, prefiero rodar y seguir rodando sin conocer el final de la cuesta a estar sentada mirando el acantilado y soñando con el agua.

Prefiero lanzarme sin saber el fuego que me queda dentro para soportar la vergüenza necesaria como para conseguir mis sueños.

Que me miren mal, que susurren y mi vida plena llene de chismorreos y brillo sus vidas insulsas… Prometo soportar sus miradas de madera astillada y sus palabras de espinas. Prometo bailar sobre sus risas congeladas y cantar ante las tumbas de sus corazones encogidos y muertos de ganas de ser el mío…

Prometo que no habrá ni un solo segundo de aliento ni descanso.

Prometo un ridículo espantoso, un apetito gigante por todo, un baúl vacío por llenar de cachivaches inútiles que nos recuerden quiénes somos para cuando la memoria nos falle.

Di que sí y le doy la vuelta al mundo y donde hay sol pongo luna, donde hay agua pongo tierra. Pongo sueño en la histeria y risa en las estatuas… Bailo sin suelo y respiro sin aire…

Di que sí… Prometo un cielo asequible, una luna roja y fundirte la noche y la mañana.

El día que ya no tengamos miedo

El día que ya no tengamos miedo

OLA MAR

El día que ya no tengamos miedo caminaremos por la cuerda floja y compartiremos todas las ideas brillantes que nunca nos permitimos compartir. Bailaremos sin temor al ridículo y treparemos por el muro para ver qué hay al otro lado.

Será ese día en que nos atreveremos a decir que no y nos subiremos a la silla para que todos lo oigan y sepan que no estamos en venta. Contaremos todas nuestras anécdotas absurdas que siempre hemos creído que hacían gracia a cualquiera que pase a nuestro lado más de cinco minutos. Le pediremos una cita a quién amamos en silencio y le aguantaremos la mirada esperando respuesta.

El día que ya no tengamos miedo nos podremos ese vestido guardado que muestra una parte generosa de nuestra anatomía imperfecta y el tacón más alto. Entraremos en la reunión cuando ya haya empezado y todos verán nuestra silueta pasar ante sus caras. Levantaremos la mano para preguntar todo lo que no entendemos a riesgo de que algunos nos tomen por memos. Entraremos en esa habitación cerrada con llave donde habitan nuestros fantasmas para abrir las ventanas y dejar que pase el aire y borre nuestras amarguras más rancias. Jugaremos esa partida y subiremos a la roca con la vista más hermosa y vertiginosa que encontremos.

El día que ya no tengamos miedo les diremos a todos que tenemos un secreto guardado y airearemos nuestras faltas. Les contaremos nuestras miserias y relataremos nuestros errores más rotundos. Hablaremos hasta reventar aún a riesgo de parecer pesados. Es más, lo seremos y mucho, porque ya no soportaremos estar callados para no molestar.

Nos comeremos la última aceituna y probaremos la nata del pastel con el dedo índice ante el asombro de todos. Ese día igual seremos un poco maleducados como efecto rebote después de tanto esperar y callar. Nos convendrá recordar que los demás no tienen la culpa de nuestro letargo y que fuimos nosotros quién escogió vivir acongojados por considerarnos un estorbo que en realidad nunca fuimos.

El día que ya no tengamos miedo saltaremos al vacío sin red y correremos aún sabiendo que llegaremos en último lugar en la carrera. Dejaremos que la lluvia nos cubra y el sueño nos alcance de madrugada, cuando no nos quede suelo por pisar ni regla por romper. Cuando hayamos roto todos los tabús y ya no llevemos el corsé de la angustia. Por si el día siguiente al día que ya no tengamos miedo resulta que al levantarnos estamos arrepentidos. Por si el temor vuelve y se hace hueco en la conciencia y siembra dudas en nuestra mente inmaculada por lo que a la felicidad o la valentía respecta…

Vivimos pensando que hay cosas que un día tendremos el valor de hacer. Situaciones que con el paso del tiempo sabremos afrontar. Como si en algún momento de un futuro cercano, fuéramos a hacer un “clic” en nuestra cabeza y encontrar las claves de lo que es bueno o malo. Como si ese día nos fuera a poseer un espíritu libre y capaz de afrontar la vida… Como si ese mismo día, nos fuéramos a levantar con el valor necesario para marcar una circunferencia a nuestro alrededor y decidir qué la atraviesa y qué no. Es el día en que siempre pensamos que seremos felices. No porque todo vaya a ser perfecto sino porque seremos lo suficientemente sabios como para plantarle cara a la vida. Porque nos amaremos lo suficiente como para decir no y dejar de permitir ciertas conductas sobre nosotros que nos duelen y socavan. El día que ya no tengamos miedo y dejemos a todos con la boca abierta con nuestra pericia e ironía… Y cuando nos miren aquellos que nos critican, bailaremos ante su cara con indiferencia.

Seamos sinceros, ese día es un refugio. Una excusa para no moverse ahora. Un mantra irreal que repetimos y nos permite pasar los días postergando el momento de decirnos a nosotros mismos que somos sólo lo que nos atrevemos a ser. Que estamos instalados en una mediocridad plácida y que no tenemos intención de mover un músculo para rozar la gloria. Si la quisiéramos, estaríamos batallando por ella. Ya habríamos dado la vuelta a pequeñas situaciones y habríamos dicho que no muchas veces, subidos a la silla, ante el asombro de los demás. Y tal vez, habríamos trazado un círculo enorme que nos protegiera de volver a caer en el tedio y el asco.

Al paso que vamos, el día que no tengamos miedo, nos fallarán las fuerzas y no podremos trepar al muro. No recordaremos el secreto oculto que nadie conoce sobre nosotros y ya no tendremos un amor imposible al que pedirle que pase la noche en vela en un beso eterno. El día que ya no tengamos miedo no existe, nos lo inventamos para seguir temiendo y ocultarnos de nosotros mismos y nuestra desidia.

Mejor pensar en el día en que, a pesar de tener un miedo atroz, decidiremos que no vamos a escondernos más. Que merecemos vivir a pleno rendimiento. El día que digamos «ya basta». 

Porque todo lo bueno y lo bello está ya en ti

Porque todo lo bueno y lo bello está ya en ti

lost-places-3035877_640

Cuando me ignoran, crezco. Y crezco también cuando me miran mal.  Cuando me lo ponen difícil, sea por amor o por desidia, doy un salto enorme y me convierto en gigante. Cuando me equivoco, salto al abismo y caigo de pie. No es que crezca, es que incluso me desplazo y subo un peldaño más en mi escalera particular hasta la luna.

Cuando me ponen una barrera, me obligan a saltar. Cuando me apremian, corro. Me convierto en pájaro y vuelo. Y cuando me atan, me convierto en camaleón a la espera que no me vean y suelto los nudos que me mantienen inmóvil. Sólo tengo que imaginar que sé cómo, que puedo. Sólo tengo que verme saltando el muro, surcando el cielo y burlando el fiero control de unos ojos resentidos y cargados de ira. Sólo tengo que creer que es una prueba, un reto, un paso más hacia el final de una etapa que abre otra puerta. Que hay puertas más complicadas de abrir que otras. Que cada vez soy más experta en cerraduras.

Cuando me agitan, me expando. Cuando me golpean, a veces, lo admito, devuelvo golpe torpemente y otras veces reboto en una pared imaginaria… Cuando me lanzan al vacío, en osiones me resisto, me agarro a lo que pillo para no caer. Me desespero… Otras, me suelto, me dejo caer como una lágrima, como una gota de lluvia, en una especie de ritual necesario para aprender a romperme y pegarme, para encontrar el pegamento que me permitirá seguir cien años más plantando cara. Para encontrar la manera de resistir.

A veces callo, a veces lo digo todo. Lo importante es saber cuando callar y cuando hablar. No tragarse nada que duela. No fingir que no escuece, que no rompe, que no atormenta. No dejar de ser uno mismo por más que esconderse sea más fácil y las críticas te pillen cuando aún no sabes cómo reaccionar… Cuando ya has dejado de ser el cobarde que se oculta pero aún no eres el valiente que muestra la yugular ante sus oponentes. No hay nada que les de más miedo a tus adversarios que la ausencia de miedo en tus ojos… Mejor mirar de frente y encauzar su mirada hasta que lean en ti que estás de vuelta y sus arañazos no te molestan, que vienes a por más.  

Cuando me arañan, sueño. Y sueño más… Demasiado, tal vez. Es mi vicio más sagrado y delicioso. Imagino que mis sueños sellan mis heridas y mi piel es más elástica. Que ocupo el espacio y adopto cualquier forma que me proponga. Imagino que he aprendido a esquivar pupilas inquietas con ganas de herir. Imagino que su ira no me encuentra y desiste. Imagino que puedo decirles una palabra que les cambia la vida y les hace sonreír.

Cuando me critican, maduro. Duele, duele mucho pero se aprende a pasar. No voy yo a cambiar de forma de vida por lo que dicten otros que no habitan mi cuerpo ni sienten mis penas. Es un proceso largo, a veces inquietante. Me hago más rotunda, más esponjosa. Peso menos, pero cundo más. Mi yo se concentra, mi esencia se acentúa. Con poco, llego más lejos. Con la intención, me sobra. Con las ganas, me basta. Aunque necesito también caricias, palabras dulces y miradas sin hiel. También se crece a base de mimo y abrazo, a base de estímulo y serenidad.También se crece a golpe de beso y mano tendida, cayendo de vez en cuando en mullido y salpicándose de cariño y risa fácil.

Cuando me quieren, crujo y me oxigeno. Me elevo, me transformo y soy capaz de abrir diez puertas sin pestañear. Cuando amo, vivo. Me encuentro el sentido, me parcelo en mil pedazos y abarco el mundo sin moverme del metro cuadrado que circunda mis días. Todos necesitamos nuestra porción de alegrías, nuestro momento de gloria, nuestro pedazo de amor incondicional.

No sólo se crece a golpes y fracasos. No sólo se vive de risas. No sólo se aumenta de tamaño cuando te inflaman y pisan. Se crece amando y también se crece echando de menos. No sólo se aprende del dolor…

No sólo se vive de sueños, hay que tocar realidades, entrar en ellas. No sólo se pierde, también se busca. No sólo se anhela y desea, también a ratos se posee, aunque sea a medias.

No todo lo bueno se toca. No todo lo que no se toca es bueno. Mejor mil besos que mil heridas, aunque mejor una herida auténtica que mil besos falsos… Mejor una verdad cruda que cien mentiras piadosas. Mejor un invierno frío que una primavera fingida. Lo que duele no siempre es malo, al final. Lo que parece ser bueno, no siempre te conduce a donde quieres llegar. Lo hermoso no siempre está hueco. Lo vacío y sin fondo no siempre es precioso por fuera. Porque no hay belleza si no hay fondo. Porque el fondo si es bueno también es bello.

No se puede vivir de pan sin ilusión y tampoco se puede vivir de ilusión sin pan…. No se puede ganar sin fracasar. No se puede decir no, sin a veces decir sí. No se existe si un día no se muere. Y si no se vive, no se puede morir. A veces siempre es nunca y nunca es quizás. Todo es un juego constante, una carrera desesperada buscando términos medios y manteniendo un equilibrio imposible.

Cuando lloro, crezco. Cuando río, crezco, a veces incluso más. Al final, tengo que aprender a crecer sin más. Sin que importe lo que me rodea y acecha porque sólo tengo esta oportunidad. Porque puedo escoger como lo vivo, lo siento, lo recuerdo, lo asimilo.

La belleza y la bondad de todo lo que te rodea están en ti… Han estado en ti siempre.

Un puñado de recuerdos a los que aferrarse por si el cielo cae

Un puñado de recuerdos a los que aferrarse por si el cielo cae

beso

Soñar que vuelas.

Llegar al final del camino y que no te quede aliento.

Dormir notando que duermes. Bailar sin notar que bailas.

Acariciar su cabello suave y seguir con la mirada la curva de sus pestañas oscuras en su piel blanca.

El vaivén de las olas rozando tus piernas en la playa. La arena caliente de media tarde bajo tus pies y el sol que se retira hasta mañana cuando sabes que habrá más.

El primer día del verano más largo que recuerdas. Esa sensación de eternidad…

Todas las palabras que te han quedado en la punta de la lengua, a veces por suerte y otras veces por desgana…

Esa foto ya casi sin color que te golpea el estómago cada vez que la miras porque te sientes otra persona, en otro tiempo, con otra conciencia y otra mirada.

Cuando le deseas tanto que casi le tienes sin tocarle y sabes que lo nota y también lo desea. Cuando os acariciáis con las pupilas y os habláis con la mirada.

Aquel tiempo en que aún parecía que ibas a ser princesa…

Ese beso que ensayaste cien veces y nunca diste, pero que sigue siendo tan tuyo como si fuera real. 

El día en que el predictor dice sí y te invade una sensación maravillosa de pánico y ternura difícil de explicar.

Esa tarde en la que paseando encuentras a un viejo amigo y prometes no volver a perderle… El instante justo en el que crees que serás capaz de cumplir esa promesa.

Cuando caminaste sobre brasas y mataste al dragón para que se diera cuenta de que existías y aún así no pudo verte.

Los cinco minutos después de saber que él también te quiere… Ese estallido inmenso, esa embriaguez de oxígeno y de ansia.

El mensaje secreto de las hojas rojas y ocres del otoño cayendo sobre el camino y dibujando formas absurdas a las que tú das sentido.

Ese sorbo de agua fresca en el día más caluroso de tu vida.

Cuando todo tenía arreglo y parecía estar a tu alcance. Cuando te sentías inmortal.

Ese ataque de dignidad que te permitió demostrar que podías a pesar de las críticas.

Todas las pasiones de ascensor que has imaginado y que sólo son tuyas…

El día que fuiste capaz de pasar página y te sentiste grande. Lo poco que duró esa sensación pero lo inmensa que fue…

Chocolate a escondidas… Cualquier cosa a escondidas que haya quedado prohibida o vetada.

Cuando le querías con tanta intensidad que lo podías todo…

El final del día, ese color malva en el cielo y esa mirada en sus ojos que invita a compartir.

La punzada de ese momento en que supiste que ya no estaba y te diste cuenta de que la vida es cortísima.

La cara de pez de ese adversario que antes fue amigo y  que te subestima a pesar de conocerte.

Cuando descubres la viga en tu ojo y no eres capaz de encontrar paja en el ajeno…

Un domingo de mayo, hace casi veinte años. El día era claro y te sentías radiante sin saber por qué. Ese y todos los días que has sido inexplicablemente feliz sin poner barreras a tu entusiasmo. 

La primera vez que te llama mamá y el corazón se te expande tanto que inunda el universo. Esa y todas las primeras veces para todo, las dolorosas y las maravillosas. Las que quieres olvidar y las que han quedado esculpidas en tu cabeza para siempre.

Su olor en tu piel.

Las sombras de la pared y las casas con tejado rojo y paredes blancas de los dibujos de los niños.

Cuando había tesoros en los rincones y castillos en el aire. Cuando los ríos eran de papel de aluminio y todo podía sujetarse con afileres en un mural de corcho.

Un plato de sopa caliente una noche de invierno. Las manchas de las baldosas de la cocina de color azul cobalto y de patrón incierto.

El minuto antes de que tu ropa caiga a sus pies y el minuto después… Y todos los minutos que les siguen.

Cuando notas que la fiebre baja y el pulso se calma.

Besar su cuello largo y quedarse dormido.

Lo difícil que fue conseguir entrar. Lo necesario que fue salir. Lo mucho que te costó darte cuenta. 

Esa noche tan larga de pequeños rezos suplicando imposibles.

Todas las primeras tazas de café con leche de todas las mañanas de tu vida.

Todos los cuentos de todas las noches.Todas las lunas de fieltro y las montañas de cartón.

Cuando notas que hacerle feliz te hace inmensamente feliz.

Cuando sabes que se acaba y no puedes soportarlo.

La estrategia del camaleón

Te desesperas, a menudo. Notas el peso de todas las capas de aire que hay por encima de ti. Te das cuenta de que tu vida no va por donde tú quieres. Lo notas, lo percibes. Tu cuerpo da signos de necesitar un parón en seco, para descansar, para pensar, para decidir sin el apremio del día a día. Sabes que te hace falta encontrar en ese lugar, que curiosamente no está en ningún espacio físico sino mental, donde puedas ralentizar tus latidos y respirar sin ansia para dejar fluir tus pensamientos… Escucharte a ti mismo y saber exactamente qué deseas. Llevas media vida esperando a tener valentía suficiente para hacer «el gran cambio». Siempre lo postergas con una buena excusa. Siempre hace demasiado frío, es demasiado pronto, estás demasiado cansado… Siempre supondrá demasiado trasiego girar tu mundo… 

Has hecho un gran camino ya, pero te falta el salto de calidad definitivo. Aún no eres lo que quieres ser, sabes que no estás en el punto correcto que lleva a sentirte  bien contigo. Arrastras un equipaje que no necesitas y cargas con una rutina que no te llena. Te miras y ves a otro. Llevas mil capas de piel por mudar y tienes mil guerreros danzando en tu vientre recordándote que tragas demasiadas palabras. Que hay un trecho que sueñas, pero que no pisas.

Has leído muchos libros que te han ayudado a tomar conciencia de ello. Has escuchado a personas que te quieren que advierten que tienes el instinto encerrado en un cuerpo cansado y que te piden que detengas esta vorágine antes de caer. Has tomado conciencia de todo esto y has seguido los pasos adecuados. Has hecho una lista. Has anotado palabras que hace dos años te parecerían absurdas, una pérdida de tiempo sin sentido. Algunas de ellas ni siquiera son acciones, son conceptos… Algo que forma parte de abstracciones que sólo tú conoces y entiendes. Notar que vives, no sentirte culpable, no excusarte más, decirte unas cuantas veces al día que puedes y que lo conseguirás, no exaltarte ante las ofensas, perdonar, olvidar… No dejar que esa persona decida por ti y controle tu vida…

En la lista es tan fácil. Parece tan claro. La vida, sin embargo, tiene tantos matices. ¿Cuándo he dicho demasiadas veces que sí? ¿y si por sentirme bien yo hago daño a alguien? ¿Si le demuestro que no merezco que me trate de esa forma que no me gusta puedo perderle? ¿y si soy yo que pido demasiado? ¿y si mis miedos paralizantes son en el fondo no tanto un freno sino una intuición para que no lo haga porque será un desastre? ¿y si me paso y convierto la autoestima que tanto necesito en un ego hinchado y repelente?

La vida real está cuesta arriba. Pierdes el hilo. Un día no haces lo que te habías prometido que llevarías a cabo para ti mismo porque tu trabajo o las circunstancias no te lo permiten y al día siguiente te levantas con el sabor del fracaso en el paladar. Lanzas por la borda lo conseguido porque desistes. Te pones la careta de víctima y decides que no es posible, al menos no para ti, que tú desafío era ambicioso, demasiado para una persona como tú…

Al final y al cabo, eres tú. ¿Qué esperabas? Nunca fue distinto contigo… Eres esa persona que nunca destacó por nada en concreto. Y que tampoco quiso ostentar nada. Alguien que hace algunas cosas bien pero no las muestra porque se siente observado cuando lo hace, que cuando destaca se siente presuntuosa y prepotente y cree que no va con ella. No pisa fuerte por si tropieza. Esa persona a la que le aterra hacer el ridículo, tanto que es capaz de renunciar a lo que quiere por no arriesgar a sentirse desnudo ante los demás. No alza la voz por si molesta. Camina a pasitos cortos para demorar su llegada al lugar que busca porque tiene miedo de quién allí le espera y de las caras que encontrará aguardándole. Está segura de que la mirarán con recelo, dejándole claro que es muy osada de entrar en territorio prohibido, en coto vedado para inútiles y pusilánimes. No sueña por si luego no se cumple su sueño y eso le duele… No es feliz por si dura poco rato y cree que entusiasmarse no le vale la pena. No ríe por no cambiar de mueca. Pasa calor por no quitarse el abrigo. Vive anclado en el pasado y pensando siempre en un mañana peor.

Y eso sólo tiene dos caminos. El primero, estallar. Salir de ese capullo mediocre en el que hibernas desde hace un siglo esperando haber madurado lo suficiente como para asomarte y dejar a todos boquiabiertos. Ese día que decides que ya no puedes más y que ya basta de ser tu propia sombra… O te quedas sentado, ocupando el rincón de tu vida como un camaleón. Confundido con el paisaje. Aguantándote el hambre de vivir y conformándote con las migas que otros dejan de lo que son sus existencias plenas. Sin color. Sin sobresalir del fondo. Plano, transparente, insípido, inodoro. Y nadie te mirará mal entonces, porque sencillamente no te verán. No te acusarán de nada, ni te criticarán porque no les estorbarás, ni llevarás la contraria… Alguno, uno de esos que sólo se sienten un poco grandes cuando pisan a los demás, se meterá contigo. Le parecerás un rival asequible, una presa débil y fácilmente desechable, un aperitivo para su gazuza insaciable de escarnios y desprecios a lo ajeno … Te usará como el león que juega con un ratoncillo para entretenerse mientras espera caza mayor y más suculenta. Y bajarás las orejas compungidas y el hocico húmedo te rozará el suelo.

Mientras en algún lugar oculto dentro de ti estará ese tú que habría decidido salir de la crisálida donde permanece desde que quiso empezar cambiar más de conciencia que de vida. Tal vez ya habría roto los muros que te separen de la vida. Se habría dado cuenta de que ese tiempo de hibernación era necesario, pero que demorar la salida es otro paso más para postergar lo inevitable. La repetición del camino de pasos cortos, el ratón que se convierte en presa facilona, la estrategia del camaleón eterno, una excusa en forma de larva para no salir y mostrarse.

Nunca estarás a punto. Nunca creerás que eres lo suficientemente hermoso y fantástico como para darte a conocer. Sal ahora. Ya acabarás el proceso a luz del sol. Lo has pensado mucho, demasiado. Ya sabes qué quieres. Quién no vaya a aceptarte ahora no lo hará en seis meses ni en mil años. Tú eres como eres, como piensas que eres. Sólo pueden recortarte tus propios pensamientos… Si otros no lo ven, no importa. Si no lo aceptan, el problema es suyo. La responsabilidad de seguir con tu vida sí que es tuya. No esperes a ser perfecto. No lo serás. Es más, no lo seas. Madura fuera. El proceso ha terminado. Si no sales ahora del claustro cuando la vida te apremia, te quedarás dormido y te fallarán la fuerzas. Tal vez duermas para siempre y te quedes encerrado aquí dentro. Tal vez el día que decidas salir te darás cuenta de que alguien construyó un techo encima y lo que tú imaginabas que era la fase final es una nueva batalla que empieza. Y quizás te pille viejo esa aventura. Sigue, aunque te hayas saltado todos los puntos de la lista de tu plan para cambiar y hayas hecho todo lo contrario a lo que diseñaste. Sal y quémate. No te pares ahora o pasarás la eternidad siendo un híbrido encerrado en una crisálida, esperando turno para empezar a vivir. Un anciano a la espera de su primera vez, un niño enorme con miedo a crecer. Un camaleón que se oculta ante la vista de todos y que no llama la atención, que no mueve un músculo… Un camaleón de ojos saltones que ve el mundo en 360 grados sin perder detalle, pero que no vive por no molestar. Mientras los guerreros continuarán danzando en tu vientre para siempre y tú tragarás palabras.