Vamos a rozar los seis millones de parados este año. Seis millones de seres humanos con náuseas colectivas que empezarán el nuevo día suplicando oportunidades y rebajando sus expectativas hasta tocar el cieno.
Me gustaría pensar que con mucho, mucho esfuerzo llegarán a su meta. Me gustaría por ellos y por mí, por si me toca esta ruleta rusa a la que jugamos todos obligados y presas del espanto.
Me lo imagino cada día. Repaso mentalmente todo lo que haría para burlar al destino cruel del parado. Veo todas las páginas web que visitaría, todas la puertas a las que llamar para contar mis virtudes… todos las frases de autoayuda que me repetiría para no caer en el desaliento.
Y luego miro el periódico y leo sobre otro ERE y ojeo la noticias y recibo un nuevo zarpazo en el estómago. Me invade un desasosiego intermitente, un balanceo que va del “de ésta no saldremos” al “si queremos, podemos”.
Tanto desayunar crisis, no puede ser bueno-pienso. Nos vacía la mente de ganas y nos aísla del mundo, de las palabras… de preguntar a los que conocemos cómo les va la vida e interesarnos por nada más que no sea pagar facturas. Nos la tragamos cada día como quien moja la porra en el café con leche y se ha convertido en pegamento. Voy a despegarme de ella, voy a matarla de inanición. No voy a citarla, no voy a temerla …
Casi estoy convencida… y pienso en los seis millones de nuevo. ¡Seis millones! Algunos de ellos condenados a jamás reengancharse a una vida laboral, por edad, condición o formación.
Me duelen en el alma. Tienen sueños, tienen ilusiones, tienen vidas y familias y merecen cerrar los ojos cada noche con un poco de paz, sin pensar que no saben qué penalidad les depara mañana.
¿Los estamos ayudando a reciclarse? ¿les damos ánimos? ¿les contamos qué opciones tienen? ¿les instamos a no desfallecer? O solo les subsidiamos con miseria y les convertimos en número.
Seis millones. ¿lo damos por hecho y no nos revolvemos siquiera en la silla? ¿no nos araña el alma? ¿vamos a dejar que la bolsa de miseria se engorde hasta reventar?
Esprimámonos el seso, por favor. Los que cobran mucha pasta por hacerlo y los que cobran pena y ganas. Los que tienen la responsabilidad y los que quieren ejercerla. Hagámoslo, no solo por ellos. La miseria de otros es nuestra miseria. Su polvo será nuestro lodo. Su angustia nos estallará en la cara…
Y cuando estemos en la cola, un sabor agrio nos vendrá al paladar y entonces sabremos que también somos un número…
Seis millones de ideas para evitar seis millones de tragedias.
Seis millones de náuseas, cada una con su bagaje de sueños rotos y un futuro que se cierra ante sus ojos.
Seis millones de personas como tú y como yo, similares a nosotros, iguales en el derecho a encontrar su lugar bajo el sol… y bajo las estrellas.
Seis millones de náuseas; demasiadas.
A veces uno cree, a contracorriente y sin aceptar lo generalmente admitido, que la magnitud del bosque impide ver con claridad la realidad vital, única e irrepetible, de cada uno de los árboles que lo forman. Árboles que se desdibujan en el conjunto anónimo, que se han convertido en simple cifra y estadística,
Seis millones de árboles que mueven a la náusea si se reflexiona por un instante, pero que a menudo todo lo más consiguen es amargarnos en parte y por breves instantes el café de la mañana o la sobremesa ante el televisor.
Su desgracia, su involuntaria desdicha es diluirse en el volumen de la cifra; la nuestra aceptarlo con una conformidad indolente y culpable.
Quiero soñar con un amanecer en que cada uno de esos árboles salude al día con una sonrisa decidida y confiada entre sus hojas, con las raíces sintiendo en ellas la fuerza de esa tierra común en que crecemos y sabiendo que por enorme que sea el bosque en que habitan siempre tendrán en él, junto a los otros, su lugar y su tarea.
Quiero soñar con ese amanecer que entre todos hemos de hacer posible; creo firmemente en él, para sentirme bien necesito hacerlo.